jueves, 3 de diciembre de 2020

San Francisco Javier en Goa

A la civilización hindú y musulmana se unió la portuguesa. Llegaron funcionarios portugueses, mercaderes, soldados y aventureros. La mezcla con aquel mundo pagano, la escasez de sacerdotes, etc. relajaron la fe y costumbres de los portugueses. Solteros casi todos (no iban mujeres portuguesas) vivían públicamente amancebados... Goa era una Babilonia... Javier visitó enseguida al venerable obispo D. Juan de Alburquerque. Le mostró las bulas del Papa, en que le nombraba su Delegado, con enormes poderes. Pero le dijo que sólo los usaría con su permiso. El obispo se admiró de su humildad y le abrazó. Los dos se hicieron muy amigos, Era el mes más caluroso. Javier empezó su apostolado. Vivía en el hospital, atendiendo y confesando a los enfermos. Dormía sobre una estera junto al más grave. "Eran tantos -escribe, él mismo- los que venían a confesarse que si estuviera en diez partes partido en todas ellas tuviera que confesar".
Por las tardes iba a la cárcel. Los domingos atendía a los leprosos.
Por las calles tocaba una campanilla, gritando:
-"Cristianos, amigos de Jesucristo, por amor de Dios, enviad a vuestros hijos y esclavos a la doctrina".
En una ermita cerca del hospital reunía a los niños. Les enseñaba las oraciones, el Credo y los Mandamientos. Pronto acudieron más de trescientos. En vista del éxito, el obispo mandó que en todas las iglesias se hiciera lo mismo.
Las catequesis de Javier eran modelo. Las dramatizaba, las intercalaba de oraciones y cánticos. Le ayudaban catequistas indígenas.
Cinco meses estuvo Javier en Goa. En tan poco tiempo la cambió. Se abrieron escuelas y catequesis. Se instauró la práctica de los sacramentos. En las calles, en los campos, y el mar se cantaban el Padre nuestro, el Ave María y los Mandamientos. 

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