Pedro Miguel Lamet
"Por entonces sucedió que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén" (Mt 2, 1).
Ahora que el niño se acurruca en este gastado cuerpo
y que el mundo va camino de no saber caminos,
devuélveme la estrella en su esplendor de estaño,
que anoche he vuelto a escribir cartas a la vida
y no responde nadie.
Ve al buzón de allí cerca a recoger la mía,
la que hace tantos años deposité a los Magos
pidiéndoles una bicicleta azul
para dar libertad a mi cojera,
pues quisiera escuchar aún sus pasos
desde la almohada, el oído semidespierto
a un lejano rumor de dromedarios
camino de mi casa y de mi ensueño.
Voy ahora a despertar a mis padres,
a levantarlos de la tumba
para ir en pijama hacia el cuarto de estar
y brincar con ellos de alegría,
pues aún conservo intacta la sorpresa
que ellos supieron sembrar
tragándose las lágrimas.
Desde entonces tomé el oficio más bello de la tierra:
restaurador de sueños o, si queréis,
perseguidor y lustrador de estrellas.
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