Había una vez un perrito abandonado que
vivía muy triste y solito porque nadie le quería. Era el más feo de sus
hermanos y ningún niño le había querido adoptar.
Comía lo que encontraba por la calle y siempre tenía miedo porque a veces los
niños le tiraban piedras.
Un día vio a unos señores con unos trajes
muy bonitos y como parecía que tenían bastante comida y tenían cara de ser
buenos, se puso a seguirles.
Pasaron montañas y ríos, desiertos y
bosques. El perrito estaba ya cansado y se preguntaba cuándo llegarían a su
casa aquellos señores. Algunas veces pensaba que se debían haber perdido porque
no sabían seguir, hasta que veían una estrella en el cielo y se ponían a
seguirla.
Una noche, llegaron hasta un pueblo
pequeño, y al final, llegaron hasta una casa un tanto destartalada. La estrella
estaba brillando encima de la casa. Dentro había una señora muy guapa y un
señor con barba y en una cunita de paja un niño pequeño que no paraba de
llorar.
Mucha gente entraba y dejaba alguna cosa
en el suelo: pan, frutas, una manta… y el niño seguía llorando. Los tres
señores sacaron tres cajitas y se las dieron también, pero el niño no dejaba de
llorar.
Sus papás parecían preocupados. Entonces
se acercó el perrito con mucho cuidado hasta la cunita y le puso el hocico
encima, moviendo la cola. José, que así se llamaba el señor de la barba le iba
a echar de allí, pero entonces el niño miró los ojitos del perrito, dejó de
llorar y luego se puso a reír sin parar y a mover sus manitas…
El perrito sintió que por fin tenía una familia de verdad y el niño sintió que aquél era su mejor regalo.
El perrito sintió que por fin tenía una familia de verdad y el niño sintió que aquél era su mejor regalo.
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