domingo, 31 de mayo de 2020

Aprender a rezar


Sucedió en Canadá, hace muchos años. Un sacerdote, en un largo viaje a caballo por un extenso bosque, llegó hasta un claro y se paró a descansar. Unos hombres ennegrecidos, vestidos con harapos, apilaban leña para hacer carbón. Saltó del caballo y se acercó: Lo recibieron con alegría.
– ¿Son ustedes católicos?
– Si, lo somos -contestó uno de ellos.
– ¿Y rezan aquí, en medio de este bosque?
– Rezamos por la mañana e incluso durante el día, en el trabajo.
El sacerdote le pidió que rezara el padrenuestro y el avemaría. Pero no sabía.
– ¿Estás bautizado?
– Sí. Me bautizó un padre que hace muchos años pasó por mi cabaña. Solamente tuvo tiempo de explicarme algo sobre Jesús, sobre María la Virgen y el bautismo. Después me recomendó que me confesara y recibiera la comunión, cuando encontrarse otro padre. Usted es el primero.
– Pero, ¿cómo rezas?
– Todos los días cuando me levantó, digo: ‘Aquí estoy, Señor. Tu carbonero despertó. Te quiero mucho y quisiera llevarte vivo en mi corazón’. Después me voy a trabajar. Durante el día repito que lo amo y no quiero perderlo. No sé decir otra cosa…
El sacerdote quedó admirado de la profundidad de aquella sencilla oración, que no se encuentra en los libros, pero que estaba en el corazón de aquellos hombres y les había ayudado a mantener viva la fe.

La fe es gratuita y por eso mismo se expresa en la oración. Fe es esperar de Dios aquello que él quiere darnos; no debemos empeñarnos en querer ser nosotros mismos la medida del proyecto de Dios. Es esperar de Dios, no de nosotros mismos ni de nuestras obras

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