sábado, 20 de mayo de 2017

El anciano y su Caballo Blanco

Esta historia cuenta que en una lejana aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes le envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco.
Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía: “para mí él no es un caballo; es un amigo. ¿Y cómo se puede vender a un amigo?”. Era un hombre pobre, pero nunca vendió a su caballo. 
Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo:
- “Viejo tonto. Sabíamos que algún día te robarían el caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. Ahora no tienes el caballo y tampoco el dinero... ¡Qué desgracia!”.
- “No vayáis tan lejos”, decía el anciano, “solamente podéis decir que el caballo no está en el establo. Éste es el hecho. Todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte yo no lo sé, nadie lo sabe, porque esto es apenas un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?”.
La gente se rio de él. Siempre habían creído que el anciano estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado sino que se había escapado. Y no sólo eso, sino que trajo consigo una docena de hermosos caballos salvajes. De nuevo se reunió la gente diciendo:
- “Tenías razón, anciano, tú tenías razón. No fue una desgracia sino una bendición”.
- “De nuevo estáis yendo demasiado lejos, dijo el anciano, decid sólo que el caballo ha vuelto y que doce caballos más le han acompañado, pero no hagáis juicios. ¿Quién sabe si es una bendición o no? Es sólo un fragmento. Sin saber la historia completa ¿cómo podéis juzgar? Estáis leyendo apenas una palabra de la primera frase ¿Leyendo una página de un libro ¿cómo podéis juzgar el libro entero? Y ni siquiera tenemos una palabra en la mano, la vida es tan amplia. Un fragmento de una palabra y vosotros ya habéis juzgado el todo. No digáis que es una bendición, nadie lo sabe y yo vivo feliz sin hacer juicios. No me molestéis.”
Esta vez la gente no pudo decir nada más, tal vez el anciano tenía razón, pero por dentro sabían que él estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos. Con un poco de entrenamiento los caballos podían venderse por mucho dinero.
El anciano tenía un hijo joven, su único hijo, que comenzó a adiestrar a los caballos. Una semana más tarde se cayó de un caballo y se rompió las piernas. La gente volvió a reunirse y a juzgar lo sucedido. Dijeron:
- “De nuevo tuviste razón”, dijeron. Es una desgracia. Tu único hijo ha perdido sus piernas y, a tu edad, él era tu único apoyo en tu ancianidad. Ahora estás más pobre que nunca”.
- “Estáis obsesionados con los juicios”, dijo el anciano, “no vayáis tan lejos. Sólo podéis decir que mi hijo se ha roto las piernas. Nadie sabe si es una desgracia o una bendición. La vida nos llega en fragmentos, y el juicio es sobre la totalidad”.
Sucedió que, pocas semanas después, el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron obligados a ir a la guerra. Sólo pudo quedarse el hijo del anciano porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba porque de cada casa los jóvenes habían sido sacados y llevados a la fuerza y se quejaba porque era una guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenes ya no volverían, porque era una guerra desigual con un país mucho más poderoso que el suyo. Todo el pueblo lloraba y gemía. Fueron a ver al anciano, y dijeron
- “Tenías razón viejo, la desgracia de tu hijo se transformó en una bendición, puede que tu hijo esté postrado, porque no le funcionen sus piernas, pero tienes a tu hijo aún contigo. Nuestros se han ido para siempre, por lo menos él está vivo y junto a ti. Dentro de poco comenzará a caminar otra vez, quedará cojo, pero, al menos, estará vivo”.
- “Seguís juzgando”, dijo el viejo, nadie sabe. Sólo decid que vuestros hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido obligado. Este es el hecho. Pero nadie puede decir si es una desgracia o una bendición, solo Dios lo sabe”…

Al juzgar, expresar una opinión... o poner una etiqueta, en ese momento, nos limitamos a nosotros mismos... quedamos atrapados, esclavos de nuestros juicios y opiniones.
Cada vez que hacemos un juicio de una situación, a la que calificamos como “desafortunada”, rechazamos eso que se está gestando... que seguramente será infinitamente mejor... Observar los acontecimientos pasados y recordar alguna de las experiencias calificadas de “desafortunadas” en la vida, pueden ser una oportunidad de agradecer a Dios... Porque aquello que ha surgido después, han sido bendiciones en mi vida... 
Tú también puedes darte la oportunidad de agradecer, confiar, y vivir el ahora... este momento... que es lo único real que tienes... sin juicios... ¡No te limites!... así podrás estar abierto a recibir aquello que es correcto y perfecto para ti.

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