miércoles, 14 de junio de 2017

El Círculo del Amor

Paulo Coehlo

Una mañana un campesino llamó con fuerza a la puerta del convento. Cuando el hermano portero abrió, él le ofreció un magnífico racimo de uvas.
- Querido hermano portero, éstas son las más bellas uvas producidas por mi viñedo. Y vengo aquí a ofrecerlas.
- ¡Gracias! Voy a llevárselas inmediatamente al Abad, que se pondrá contento con esta ofrenda.
- ¡No!, las he traído para ti.
- ¿Para mí? Yo no merezco tan bello regalo de la naturaleza.
- Siempre que he llamado a la puerta has abierto tú. Cuando necesité ayuda porque la cosecha había sido destruida por la sequía, tú me dabas un trozo de pan y un vaso de vino todos los días. Yo quiero que este racimo te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios.
El hermano portero puso el racimo enfrente de él y se pasó la mañana entera admirándolo: era realmente hermoso. Por ello, decidió entregarle el regalo al Abad, que siempre le había estimulado con palabras de sabiduría.
El Abad se puso muy contento con las uvas, pero recordó que había en el convento un hermano que estaba enfermo, y pensó: - Voy a darle el racimo. Quien sabe, puede traerle un poco de alegría a su vida.
Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en el cuarto del hermano enfermo, porque este reflexionó: 
- El hermano cocinero ha cuidado de mí, me ha dado para comer lo mejor que tiene. Estoy seguro que esto le hará muy feliz.
Cuando el hermano cocinero apareció a la hora de comer para llevarle su comida, él le dio las uvas.
- Son para ti. Como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.
El hermano cocinero perplejo por la belleza del racimo pensó que nadie las iba a apreciar mejor que el hermano sacristán, que muchos en el convento veían como un hombre santo.
El hermano sacristán, a su vez, le regaló las uvas al novicio más joven, de modo que éste pudiese admirar la belleza de la naturaleza. Al ver el gesto del hermano sacristán su corazón se llenó de gozo. Al mismo tiempo se acordó de la primera vez que llegó al monasterio y de la persona que le abrió la puerta: había sido ese gesto el que le animó a formar parte de esta comunidad. Así le llevó el racimo al hermano portero.
- Come y que te aproveche. Pasas la mayor parte del tiempo aquí solo, y estas uvas te harán mucho bien.
El hermano portero entendió que aquel regalo estaba realmente destinado para él, saboreó cada una de las uvas y durmió feliz.
De esta manera el círculo se cerró; un círculo de felicidad y alegría, que siempre se extiende en torno al que está en contacto con la energía del amor.

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