Estando en esas cavilaciones encontró a un niño que había excavado un pequeño hoyo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niño corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una concha marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez. Aquello llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le preguntó al niño sobre lo que hacía:
– Intento meter toda el agua del océano en este hoyo –le respondió el niño.
– Pero eso es imposible –replicó el teólogo– ¿cómo piensas meter toda el agua del océano que es tan inmenso en un hoyo tan pequeñito?
– Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito…
Y en ese instante el niño desapareció.
Aquí hay una respuesta breve la fe, que sólo tiene dos letras, nos da la posibilidad de pensar menos y creer más
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