domingo, 22 de abril de 2018

El buen pastor

Érase una vez un pueblo de montaña en el que había muchos pastores. Cada pastor se había especializado en un tipo diferente de ovejas. Un pastor las tenía con lana muy larga que les llegaba hasta el suelo. Otro las tenía de lana muy corta. Un pastor tenía ovejas de lana negra, otro de una lana blanquísima. Pero entre tanto pastor había uno que destacaba entre los demás.
Era un pastor muy peculiar y su rebaño era, como él, muy peculiar. Ninguna oveja era igual que otra. Siempre le había gustado tener ovejas de raza diferentes: blancas, negras, marrones, de lana corta, de lana larga...  ninguna era igual a otra. Todas eran diferentes entre si.
En el pueblo siempre pensaron que era un pastor muy raro, incluso algunos pensaban que estaba un poco trastornado. Tener ovejas de diferentes razas, mezcladas, no era bueno para la producción de leche, ni para la crianza de corderos, ni para la obtención de lana. Daba mucho trabajo, cada una con su carácter, sus hábitos...
Pero a este pastor lo que le gustaba era tener las ovejas cuanto más variadas mejor. Era un rebaño muy especial.
Y sus ovejas eran las ovejas más satisfechas de la comarca porque su pastor era el mejor que podían tener. Siempre estaba pendiente de ellas. Siempre las llevaba a los mejores pastos con la hierba más fresca y a las aguas más puras. Incluso algunos días llevaba a su rebaño a un prado en el que podían encontrar fresas y frambuesas para comer. Dedicaba toda su vida y energía por ellas. Y las ovejas lo miraban con admiración porque sabían que no había un pastor mejor que el suyo.
Un día soleado abrió la puerta del redil para ir a comer como todos los días. Conocía a cada oveja por su nombre y según iban saliendo alegres él las iba llamando por su nombre: Felipita, Juanita, Francisquita, Pamelita...
Pasaron todo el día en un prado estupendo, con mucha sombra donde descansar, un arroyo cristalino donde beber y tierna hierba para rumiar. Al caer la tarde dijo el buen pastor:
- Es hora de volver a casa a dormir.
Todas le siguieron alegres. Al llegar al redil, como todos los días, el buen pastor fue contando las ovejas mientras las llamaba por su nombre:
Francisquita, Margarita, Rostrito... ¡pero  y la más pequeña!, exclamó el pastor
El buen pastor se dio cuenta que faltaba la más pequeña y sin pensarlo dos veces cogió un farol, su cayado y salió en busca de su ovejita. Mucha gente le vio salir corriendo del pueblo y muchos le decían:
- ¡Deja a esa oveja pequeña. No merece la pena. Esa oveja no sirve para nada, es muy pequeña!, le gritaban.
El no hizo caso a nadie. Sólo quería recuperar a su oveja querida.
La ovejita como era muy golosa se había quedado comiendo unas moras de un zarzal que encontró por el camino. Y por querer comer más y más moras su lana quedó enganchada en los espinos de la zarza. Una y otra vez intentaba tirar fuerte para soltarse, pero no lo conseguía. Se iba haciendo de noche y se acercaba la hora en la que el lobo salía a cazar.
Y así fue. El lobo enseguida olió en el ambiente que había una oveja que podía ser su cena. La ovejita tiraba cada vez más fuerte para liberarse de la zarza. Por fin lo consiguió y empezó a correr lo más rápido que pudo de camino a su redil. El lobo no podía dejar pasar esta oportunidad de comer una oveja tan tierna y corría detrás de ella.
Estaba a punto de alcanzarla. Estaba tan cerca que la oveja oía su jadeo. La oveja estaba a punto de desfallecer. Daba por terminados sus días felices junto a sus compañeras de rebaño y a aquel pastor incomparable.
De repente en la última curva del camino y de su, por ahora, vida, la oveja se dio de morros con el cayado de su querido pastor. El lobo que ya tenía algo de lana entre los dientes salió huyendo hacia otro lado.
El pastor la cogió en brazos acariciándola hasta que empezó a respirar con normalidad después de semejante susto. Le dio agua y poco a poco caminaron hasta el redil.
Allí sentado en un banco la cepilló y la dejó descansar.
Todo esto se supo en el pueblo y para sorpresa de todos, nuestro pastor siempre decía lo mismo, algo que poca gente entendía:
- Nunca dejaré a ninguna oveja abandonada. Pase lo que pase ellas saben que siempre estaré a su lado.

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