Un
místico regresó del desierto.
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Cuéntanos, le dijeron con avidez sus discípulos, ¿cómo es Dios?
Pero
¿Cómo podría él expresar con palabras lo que había experimentado en lo más
profundo de su corazón? ¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al
fin les confió una fórmula inexacta, eso sí, e insuficiente, en la esperanza de
que alguno de ellos pudiera, a través de ella, sentir la tentación de experimentar
por sí mismo lo que él había experimentado.
Ellos
aprendieron la fórmula y la convirtieron en un texto sagrado. Y se la impusieron
a todos, como si se tratara de un dogma. Incluso se tomaron el esfuerzo de difundirla
en países extranjeros. Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y
el místico quedó triste.
-
Tal vez habría sido mejor que no hubiese dicho nada.
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