Del libro “El Silencio del
Alma”
Mi madre siempre me regañaba por tirar las
cosas al suelo.
“Échalo a la basura, no lo tires al suelo”, me
decía.
Yo no hacía caso, o no me daba cuenta hasta
que veía su mirada recriminatoria.
Un día, paseaba con mis padres comiendo
patatas fritas. Cuando acabé el paquete lo tiré al suelo sin que me vieran mis
padres. Detrás de mí, una viejecita con cachaba y encorvada, se agachó como
pudo, recogió la bolsa vacía y me la dio con una sonrisa mientras decía:
“perdona chaval, se te ha caído”.
Desde aquél día, no volví a tirar nada al suelo. No soportaría el cargo de conciencia de recordar a aquella anciana agachándose de malas maneras para darme una lección.
Desde aquél día, no volví a tirar nada al suelo. No soportaría el cargo de conciencia de recordar a aquella anciana agachándose de malas maneras para darme una lección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario