El pequeño Naga quería llegar a ser un samurai,
un valiente guerrero. En su aldea vivía un famoso pintor y decidió pedirle consejo.
- Maestro -le preguntó-, ¿qué debo hacer
para ser un buen samurai?
El artista lo miró en silencio y respondió:
- Un buen samurai debe apreciar la belleza.
No basta con saber pelear. ¡Abre tus ojos a la belleza, joven Naga!
- ¿Y dónde se encuentra la belleza, maestro?
- En todas partes, hijo mío, sólo hay que saber
verla. Toma este pelo y guárdalo. Quizás te ayude.
Naga salió al campo y encontró un pequeño
ratón.
- ¡No huyas ratoncito! ¿Hay algo que pueda
aprender de ti?
- La prudencia es mi mayor virtud -y arrancándose
un pelo del bigote, le dijo que lo guardase.
El pequeño Naga caminó y caminó hasta encontrarse
con una tortuga. A la tortuga le preguntó qué podía aprender de ella. Y arrancándose
una escama, ésta le contestó que la paciencia era su mayor virtud.
Después fue a buscar al dragón al que le pidió
su fuerza de voluntad y recibió el aliento de fuego.
Naga volvió a encontrarse con la tortuga y
la anciana le dijo, que sin la dignidad de nada le sirve todo lo demás. Le
aconsejó que fuese en busca del águila que habitaba en las cumbres más altas. Cuando
se encontró con el ave rapaz ésta le explicó que la dignidad es el orgullo sin soberbia.
- Yo vuelo más alto que nadie, sin embargo
no desprecio al ratón que me sirve de alimento. Toma una pluma mía y guárdala.
Naga lo iba recogiendo todo. El siguiente
animal que encontró fue un gato, quien le enseñó que la discreción, el saber estar
en todas partes sin que parezca que estés, sin molestar, era su mejor virtud, y
dándole un pelo de su bigote, se marchó.
Después se encontró con un poderoso guerrero
que le aconsejó que para ser un buen samurai debería vencer el miedo y dándole un
pelo de su bigote para que lo ayudase, se marchó.
Más adelante se encontró con un zorro del
que aprendió la astucia y, al igual que los otros animales, le dio un pelo de su
bigote para que lo guardara.
Naga continuó viajando y llamó su atención
los chillidos de una bandada de monos de los cuales se llevó un pelo de la cola
y se fijó en su agilidad.
Entonces oyó como el viento silbaba entre
los bambúes, Naga reparó en su flexibilidad, recogió una hoja y la guardó.
Al cabo de un rato oyó un melodioso trino,
vio un ruiseñor. De él aprendió a sentir la ternura, recogió una pluma y se
marchó.
Llegó a un pueblo en el que habitaba el
sabio Hideki San. Naga le pidió su consejo. El sabio quiso saber lo que llevaba
en la bolsa. Naga le contó todo lo que había recogido en su largo viaje. El
sabio le escuchó con mucha atención y le dijo:
- Muchos y buenos amigos has hecho en tu camino,
pero te falta la virtud más importante: la humildad. El pequeño Naga preguntó dónde
estaba la humildad y el gran sabio le respondió:
- La estás pisando. Coge una brizna de hierba
y guárdala en tu bolsa. Nada hay más humilde que la hierba y, sin embargo, sin ella
la vida no sería posible sobre la tierra.
El sabio le dio un consejo: sé generoso y no
guardes todo ese tesoro para ti. Enseña todas esas virtudes a tus semejantes, yo
te enseñaré las letras, y cuando domines el arte de la escritura, podrás transmitir
tus conocimientos a los demás. Entonces serás un escritor, un poeta, un maestro
y te aseguro que harás de tu vida algo mucho más útil y hermoso que luchar simplemente
por el Emperador.
Y así lo hizo el joven Naga. Y con el tiempo
llegó a ser un gran sabio, amado y respetado por todos.
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