- Un hombre tenía una casa con grandes ventanas
a través de cuyos cristales transparentes veía a los niños jugar en el jardín,
al anciano sentado en un banco tomando el sol, a la joven madre empujando el
cochecito de su hijo, a la pareja de novios cogidos de la mano. A través de los
cristales transparentes participaba en la vida de los demás, se conmovía su
corazón, se comunicaba con las personas, y al fin llegaba a Dios.
Pero un día comenzó a cambiar los
cristales transparentes por espejos y al poco se vio aislado de todos y de todo.
Dejó de ver a las personas y dejó de ver a Dios. Sólo se veía a sí mismo reflejado
en cientos de espejos. Siempre veía su rostro, cada vez más sombrío, más
aislado, más triste. Encerrado en vida en una tumba de espejos.
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