domingo, 21 de junio de 2020

El hombre que velaba por su asno


Un hombre viejo, rico y avaro, prestaba dinero a intereses altos; no dejaba pasar un día sin que fuera a recaudar sus intereses. Pero estas cotidianas salidas lo cansaban sobremanera. Compró un asno y lo cuidaba tanto que sólo lo montaba cuando se sentía verdaderamente extenuado. En realidad, el hombre, como mucho, montaba su asno unas quince veces al año.
En un día de mucho calor y teniendo que hacer un largo trayecto, el usurero resolvió llevar consigo al asno. En mitad del camino, el viejo, jadeante, decidió montarlo. Después de dos o tres millas de camino, el asno que no estaba acostumbrado a cargar a nadie, empezó a jadear a su vez. Su amo, enloquecido, se apresuró a bajarse y le quitó la albarda. El asno pensó que ya no necesitaba sus servicios, dio media vuelta y tomó el camino de regreso. El anciano le gritaba que volviera, pero el asno continuó trotando sin volverse. Dividido entre el temor de perder a su asno y el de perder su albarda, el viejo tomó el camino de regreso cargando la albarda en sus espaldas. Una vez llegado a su casa, sus primeras palabras fueron para preguntar si el asno había regresado.
- Claro que sí –contestó su hijo.
El anciano tuvo una gran alegría, pero después de desembarazarse de la albarda empezó a sentir el calor y la fatiga, tuvo que acostarse y estuvo un mes enfermo.

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