lunes, 22 de junio de 2020

La vasija de barro


El maestro estaba buscando una vasija para usar. En el estante había muchas.
- No sé cuál escoger, se decía a sí mismo.
- Llévame, grito la dorada. Soy brillante, tengo un gran valor y todo lo que hago, lo hago bien; mi belleza y mi brillo sobrepasa al resto y para alguien como tu, Maestro, el oro sería lo mejor.
El maestro pasó sin pronunciar palabra; se fijó en una plateada, angosta y alta;
- Yo te sirvo amado Maestro, vertería tu vino y estaría en tu mesa cada vez que comieras; mis líneas son agraciadas y mis esculturas son originales, y la plata te alabaría para siempre.
Sin prestar atención el Maestro camino hacia la de bronce, era superficial, con una boca ancha y brillaba como un espejo:
- “Aquí” grito la vasija. Sé que te será útil, colócame en tu mesa donde todos me vean.
- “Mírame” gritó una copa de cristal muy limpia. Mi transparencia muestra mi contenido claramente, soy frágil y te serviré con orgullo y sé con seguridad que seré feliz de estar en tu casa.
Vino el maestro seguidamente hacia la vasija de madera, sólidamente pulida y tallada:
- Me puedes usar Maestro amado, pero úsame para las frutas dulces y no para el insípido pan.
Luego el Maestro miro hacia abajo y fijo sus ojos en una vasija de barro, vacía, quebrantada y destruida, ninguna esperanza tenía la vasija de que el Maestro la pudiera escoger para depurarla y volverla a formar, para llenarla y usarla.
- Ah, esta es la vasija que he deseado encontrar, la restauraré y la usaré, la haré toda mía. No necesito la vasija que se enorgullezca de sí misma, ni la que se luzca en el estante, ni la de boca ancha, ruidosa y superficial, ni la que demuestre su contenido con orgullo, ni la que piensa que todo lo puede hacer correctamente, pero si esta sencilla, llena de mi fuerza y de mi poder.
Cuidadosamente el Maestro levantó la vasija de barro; la restauró, la limpió y la llenó ese día. Le hablo tiernamente: ‘Tienes mucho que hacer, solamente viértete en otros como yo me he volcado en ti’.
Moraleja: soy simplemente una vasija que por misericordia Dios me ha llenado. Hoy, por lo tanto no debo olvidar que sigo siendo la vasija de misericordia para que el orgullo no se eleve por encima de mi corazón y termine perdiendo fácilmente lo que por misericordia he recibido. Hoy soy lo que soy, solo por misericordia. Ayúdame en este día a no creerme la vasija de cristal, de oro o de plata, recuérdame, en mi diario caminar, que soy simplemente una vasija quebrada y en tus manos restaurada.

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