domingo, 29 de diciembre de 2024

La navidad que nos volvió familia

        Parroquia de San Pedro Apóstol, El Sauzal·

La casa de los Martínez estaba llena de vida... o al menos, de movimiento. Puertas que se abrían y cerraban, pasos rápidos por el pasillo, teléfonos sonando, voces de "¡Voy tarde!" o "¡No me esperen para cenar!". A simple vista, parecía un hogar lleno de energía, pero había algo que no se veía a simple vista: el silencio de dos corazones cansados.
Carmen y Manuel, ambos ya jubilados, miraban la casa que construyeron con tanto amor. Allí habían criado a sus tres hijos: Andrés (43 años), Laura (38 años) y Samuel (35 años). Tres hijos buenos, trabajadores, responsables... pero ausentes. Cada uno con su mundo, sus horarios, sus amigos, sus intereses. Cada uno con su vida independiente, pero bajo el mismo techo.
— Parece un hotel -decía Manuel cada vez que escuchaba la puerta de entrada abrirse y cerrarse otra vez-. Pero no un hotel de cinco estrellas, ¡un hotel sin portero!
Carmen se reía para no llorar.
— Paciencia, Manuel. Los hijos son así. Ya se darán cuenta algún día.
— ¿Cuándo? -replicaba su esposo- ¿cuando sea tarde? ¿cuando ya no estemos?
Ella callaba. No tenía respuesta para eso.
Era 22 de diciembre y la casa ya olía a Navidad. Carmen había sacado el viejo árbol del desván, el mismo que habían colocado durante 30 años. Lo decoró sola, como siempre. Los hijos no tenían tiempo para esas cosas. "Ya somos mayores para eso", había dicho Andrés el año anterior. Esta vez, ni siquiera preguntaron. Manuel, por su parte, limpiaba la mesa del comedor. Sacó el mantel blanco con bordados rojos que solo usaban en Navidad. Sacudió las sillas, puso los platos y se quedó un momento mirando la mesa vacía.
— Cinco sillas -dijo en voz baja- cinco... pero no sé si estaremos todos.
Carmen entró desde la cocina con una bandeja de dulces navideños.
— No te hagas ilusiones, Manuel -le dijo con ternura-. Ya dijeron que tienen "planes". Andrés tiene una cena con sus amigos, Laura sale con sus compañeras del trabajo y Samuel... bueno, Samuel nunca avisa.
Manuel bajó la cabeza y frotó sus ojos. Carmen se dio cuenta.
— No te pongas triste, Manuel. Al menos están bien, tienen trabajo, salud...
- Sí, pero yo quería una cena de Navidad con mis hijos. Solo eso. No quiero más regalos que verlos aquí, juntos, hablando, riendo. Pero parece que eso ya no se usa.
Carmen lo abrazó por la espalda.
— Tendremos nuestra cena tú y yo, Manuel. Como cuando éramos novios, ¿te acuerdas?
— Sí, Carmen. Pero yo quería una cena de cinco...
A las seis de la tarde, Andrés entró con prisa, se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla. Abrió la nevera, tomó un yogur y se fue a su habitación. Ni siquiera saludó. Laura llegó media hora después, con el móvil pegado a la oreja. Hablaba de un proyecto del trabajo, pasó por la cocina, bebió agua y se fue corriendo a cambiarse.
— ¡Mamá, no me esperes para cenar, eh! -gritó desde su habitación.
Samuel llegó el último. Saludó deprisa, dejó la mochila en el sofá y, mientras buscaba sus llaves, preguntó:
— Mamá, ¿quedó algo de comida de ayer?
— Sí, hay lentejas. Están en la olla.
— Genial. No me esperes, salgo en media hora -dijo mientras encendía la televisión.
Ninguno de los tres se dio cuenta de que sus padres los miraban desde la cocina. Manuel apretó la mano de Carmen.
—¿Te das cuenta? No nos ven, Carmen. No nos ven.
Ella no dijo nada. Se sentó, tomó una cuchara y removió el guiso que preparaba para el día siguiente.
Esa noche, después de cenar en silencio, Carmen hizo algo que nunca antes había hecho. Se sentó en la mesa del comedor, sacó un cuaderno y un bolígrafo y comenzó a escribir.
"Queridos hijos: Esta Navidad, vuestro padre y yo no queremos regalos. Solo queremos cenar juntos. No importa si no traéis nada, no importa si no tenéis tiempo para decorar la casa. Lo único que queremos es sentarnos los cinco a la mesa y hablar, reír y recordar. No importa si no podéis quedaros mucho rato. Solo queremos veros juntos, como cuando erais niños y todos cabíamos en la misma mesa y no había prisa por marcharse. No sabemos cuántas Navidades más podremos estar juntos, pero esta Navidad estamos aquí. Por favor, no faltís. Con amor, Mamá y Papá."
Carmen dejó la carta en la puerta de cada habitación.
— ¿Crees que la leerán? -preguntó Manuel.
— Sí. Lo que no sé es si la entenderán.
El 24 de diciembre amaneció con un silencio extraño. No se escucharon las prisas de Andrés, ni las llamadas de Laura, ni la televisión de Samuel. La casa parecía en pausa. Carmen se asomó al pasillo y notó que las puertas de las habitaciones estaban cerradas. "Se han ido temprano", pensó con tristeza.
Entró a la cocina y, para su sorpresa, encontró la mesa servida. Tres platos colocados con esmero, junto a tres tazas de café caliente. Había pan, frutas y una nota que decía: "Desayunemos juntos. Hoy no hay prisas."
— ¡Manuel, ven! ¡Mira esto! -gritó con una sonrisa que no se veía desde hacía tiempo.
Manuel llegó, miró la mesa y luego a su esposa.
— Parece que la carta funcionó.
Justo en ese momento, se abrieron las puertas de las habitaciones. Primero salió Andrés, con una camisa limpia y una sonrisa algo nerviosa.
— Buenos días, papá. Buenos días, mamá. Hoy no tengo prisa.
— ¡Buenos días, mamá! -dijo Laura, con una bandeja en la mano- hice huevos revueltos. ¿Os sirvo?
— ¡Eh, no empecéis sin mí! -gritó Samuel desde el pasillo, aun poniéndose la camiseta-. Hoy desayuno con mis padres, que para eso es Navidad.
Los ojos de Carmen se llenaron de lágrimas. "No puedo llorar ahora", se dijo, pero no pudo evitarlo. Miró a Manuel y vio que él tampoco podía esconder la emoción. Se sentaron juntos, los cinco. Por primera vez en años, los cinco compartieron el mismo pan, el mismo café, la misma risa.
— ¿Qué vamos a hacer esta noche? -preguntó Andrés, con la boca llena de pan.
— Cenar juntos -dijo Samuel con una sonrisa- cenar los cinco.
— Pero juntos de verdad -añadió Laura-. No como huéspedes, sino como familia.
Manuel miró a Carmen y ella le devolvió la mirada. No necesitaron decir nada. Aquella Navidad, las cinco sillas de la mesa estuvieron ocupadas.
Ya no era un hotel. Había vuelto a ser un hogar.

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