— ¡Levanta del suelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todas las casas del mundo!
Detrás le acompañaban dos séquitos más: el de Gaspar y, el recién llegado, Baltasar. Se cruzaron con estrellas fugaces, auroras boreales… Cuando Melchor quiso consultar la brújula se dio cuenta de que estaba estropeada.
— ¡No puede ser, es la única brújula que me quedaba!
Rodolfo se acercó a Melchor y le dijo:
— Tranquilo, llegaremos bien, con mi bastón mágico podremos ver en la oscuridad.
Y siguieron su camino. A Rodolfo le costaba guiarse en medio de las estrellas. Pero su ilusión esa noche era tan grande que dirigió la caravana perfectamente.
Empezaron en una casa muy pequeña y con muchos niños, entró por el balcón y miró alrededor. El salón era frío y casi no tenían muebles, pero en un rincón había un pequeño árbol, casi sin adornos y un Niño Jesús a los pies del árbol. El Rey Melchor dio una palmada y dijo:
— ¡Ha quedado un salón perfecto!
Y se llenó de muebles preciosos y un gran árbol con adornos y bombillas. Dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo por todas las casas de la ciudad. Los Reyes Magos entraron por balcones y ventanas grandes, pequeñas, altas, bajas…
— ¡Uf! ¡Qué noche! –dijeron Melchor, Gaspar y Baltasar. Estamos cansadísimos, pero aun así he dado los regalos a los niños.
Miró a sus camellos y les dio las gracias.
— Rodolfo guíanos de vuelta a casa, dijo el Rey Melchor.
Llegaron muy rápido. En la puerta le estaban esperando todos con un pequeño regalo, lo abrió y se echó a reír.
— ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo una mejor: ¡Rodolfo!
Le llamó con voz solemne, el paje se acercó y se inclinó ante él. Los dos sabían que esa noche les hizo amigos inseparables
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