sábado, 31 de diciembre de 2016

Oración de fin y principio de año

Padre Tomás del Valle-Reyes

Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad,
tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte gracias
por todo aquello que recibí de TI.
Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol,
por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar
y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé,
las amistades nuevas y los antiguos amores,
los más cercanos a mí y los que estén más lejos,
los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar,
con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón,
perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado,
por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho,
y perdón por vivir sin entusiasmo.
También por la oración que poco a poco fui aplazando
y que hasta ahora vengo a presentarte.
Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
En pocas horas iniciaremos un nuevo año
y detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar
y te presento estos días que sólo Tú sabes si llegaré a vivirlos.
Hoy te pido para mí y los míos la paz y la alegría,
la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad
llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad
y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces o hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno:
que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a mi paso.

El cuadro del hijo

Un hombre rico y su hijo único tenían gran pasión por el arte. Tenían los mejores pintores en su colección; desde Rafael hasta Picasso. Un día, desgraciadamente, el hijo tuvo que ir a la guerra.
A los pocos meses, el padre recibió la noticia de que su hijo murió en la batalla mientras rescataba a otro soldado.
Un mes más tarde, alguien tocó a la puerta. Un joven con un gran paquete en sus manos dijo al padre:
- Señor, usted no me conoce, pero yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Él me estaba llevando a un lugar seguro cuando una bala le atravesó el pecho, y murió al instante. Hablaba muy a menudo de usted y de su amor por el arte.
El muchacho extendió los brazos para entregar el paquete:
- Yo sé que esto no es mucho. No soy un gran artista, pero creo que a su hijo le hubiera gustado que usted recibiera esto.
El padre abrió el paquete. Era un retrato de su hijo, pintado por el joven soldado. Contempló con admiración la manera en que el soldado había captado la personalidad de su hijo en la pintura. El padre estaba tan atraído por la expresión de los ojos de su hijo que los suyos propios se arrasaron de lágrimas. Se lo agradeció al joven y ofreció pagarle por el cuadro.
- Oh no, señor, yo nunca podría pagarle lo que su hijo hizo por mí. Es un regalo.
El padre colgó el retrato en la repisa de su chimenea. Cada vez que los visitantes e invitados llegaban a su casa, les mostraba el retrato de su hijo antes de mostrar su famosa galería.
El hombre murió unos meses más tarde y se anunció una subasta con todas sus pinturas. Mucha gente importante e influyente acudió, con expectativas de hacerse con un famoso cuadro de la colección. Sobre la plataforma estaba el retrato del hijo.
El subastador golpeó su mazo para dar inicio a la subasta.
- Empezaremos la puja con este retrato del hijo, ¿quién ofrece por este retrato?
Hubo un gran silencio. Entonces una voz del fondo de la habitación grito:
- Queremos ver las pinturas famosas, olvídese de esa.
Sin embargo el subastador insistió:
- ¿Alguien ofrece algo por esta pintura? ¿100, 200 dólares?
- No venimos por esa pintura, gritó otro con enojo, sino por los Van Goghs, los Rembrandts. Vamos a las ofertas de verdad.
Pero aun así el subastador continuó con su labor:
- El hijo, el hijo, ¿quién se lleva el cuadro del hijo?
Finalmente una voz se oyó desde atrás: Era el viejo jardinero de la familia:
- Ofrezco 10 dólares”. Siendo pobre, era lo único que podía ofrecer.
- Tenemos 10 dólares, ¿quién da 20?, gritó el subastador”.
La multitud se estaba enfadando. No querían el cuadro del hijo. Querían los que representaban una valiosa inversión para sus propias colecciones. El subastador golpeó por fin el mazo:
- Va una, van dos, ¡VENDIDA por 10 dólares!
- Ya era hora. Empecemos con la colección, gritó uno.
El subastador soltó su mazo y dijo:
- Lo siento mucho, damas y caballeros, pero la subasta llegó a su final.
- Pero, ¿y las pinturas?, dijeron los interesados.
- Lo siento, contestó el subastador. Cuando me llamaron para conducir esta subasta, se me reveló un secreto estipulado en el testamento del dueño. Yo no tenía permitido revelar esta clausula hasta este momento. Solamente la pintura del hijo sería subastada. Porque aquel que la aceptara heredaría absolutamente todas las posesiones de este hombre, incluyendo las famosas pinturas. El hombre que aceptó quedarse con “el hijo” se queda con todo.

martes, 27 de diciembre de 2016

Hoy quisiera ser pastor

J. Leoz 


Hoy quisiera ser pastor, Señor.
Ser el primero en llegarme hasta Ti, Señor y bendecir tu Nombre
Arrodillarme con lo todo lo que soy, pienso y tengo
y postrarme, sabedor, de que mi corazón
a veces anda demasiado perdido en las montañas del mundo.
HOY QUISIERA SER PASTOR, SEÑOR
Y, en medio de la noche fría, que fueran mis palabras calor en tu regazo.
Que en la oscuridad y silencio de tu Nacimiento, fuese mi FE
lámpara que iluminase las sombras y los rostros de este establo
¿ME DEJAS SER PASTOR, SEÑOR?
No tengo más riqueza que la vida que Dios me ha dado
Ni más dulce, que la alegría de tu alumbramiento
Ni más apoyo, que el saber que Tú has venido a nuestro lado
HOY QUISIERA SER PASTOR, SEÑOR
Por ello mismo, he dejado los valles de mi comodidad
Porque, la noticia que tus Ángeles me han dado,
ha superado la importancia de todo lo que yo estaba haciendo
¡DÉJAME SER PASTOR, EN ESTAS HORAS, MI SEÑOR!
Me ha costado esfuerzo llegar hasta Belén
Me he perdido por otros senderos
con los que el maligno me tentaba para alejarme de tu sendero.
Pero lo importante, Señor, es que he tocado tus divinas sienes;
que he alcanzado ese rincón del amor y de ternura
que, los tiempos antiguos, nos anunciaron
y los cuales reyes, patriarcas y profetas soñaron… y desearon vivir.
¡QUIERO SER PASTOR, SEÑOR!
Y cuidarte en esta Noche Santa como quien sabe,
que de su rebaño, eres el más bello Cordero
que, entre maderas nació.
¡DEJAME, TE LO RUEGO, SER UN PASTOR!
Y, dame, Tú Señor, lo que es tu gran tesoro y secreto:
AMOR Y SOLO AMOR DE DIOS

La pelea de los hijos del labrador

Los hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud. Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper así fácilmente dijo:
- «Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa fácil.»
La fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer es la discordia.
Entre los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no podían. «Intentadlo ahora de uno en uno» a medida que los rompían con toda facilidad, les dijo:
- «Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos.»
La hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a las alturas.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Estoy aquí, junto a ti

Estoy aquí, junto a ti;
he nacido en la pobreza y en la humildad,
he venido en la sencillez, y estoy aquí para quedarme contigo.
¿Ya sabes qué lugar de tu corazón me vas a regalar?
Hace tiempo que camino a tu lado y voy dentro de ti,
pero en esta Navidad vengo a quedarme en tu vida.
¿Por qué me tienes aquí, oculto, algo escondido?
Soy la meta de tus caminos. Lloro tus lágrimas. Soy tu alegría.
Estoy contigo cuando te sientes perdido. He sufrido tu miedo.
Mi amor se ha hecho tu prisionero. Estoy en tu necesidad, en tus caídas.
Al nacer abracé todos tus días y tus noches.
Me he metido en la aventura de tu vida, me he hecho tu hermano.
Estoy aquí. ¡Ya es Navidad! Y la Navidad permanece para siempre.

El anciano ingenioso

El sultán sale una mañana rodeado de su fastuosa corte. A poco de salir encuentran a un campesino, que planta afanoso una palmera. El sultán se detiene al verlo y le pregunta asombrado.
— 0h, cheikk (anciano)!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto... muchos años necesita para que madure, y tu vida se acerca a su término.
El anciano lo mira bondadosamente y luego le contesta:
— ¡Oh, sultán! Plantaron otros y comimos nosotros; plantemos nosotros para que otros coman.
El sultán se admira de tan grande generosidad y le entrega cien monedas de plata, que el anciano toma haciendo una reverencia, y luego dice:
— ¿Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera?
Más y más asombrado, el sultán, al ver cómo tiene sabia salida para todo un hombre del campo, le entrega otras cien monedas.
El ingenioso viejo las besa y luego contesta prontamente:
— ¡Oh, sultán!, lo más extraordinario de todo es que generalmente una palmera sólo da fruto una vez al año y la mía me ha dado dos en menos de una hora.
Maravillado está el sultán con esta nueva salida, ríe y exclama dirigiéndose a sus acompañantes:
— ¡Vamos..., vamos pronto! Si estamos aquí un poco más de tiempo este buen hombre se quedará con mi bolsa a fuerza de ingenio.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Navidad es renacer

La Navidad es cercanía: rompe con lo que te separa de los demás
La Navidad es amor: ¡bríndate generosamente!
La Navidad es oración: si estás frío con Dios, háblale
La Navidad es canto: si estás desafinado, entónate
La Navidad es perdón: si estás enojado, reconcíliate
La Navidad es adoración: si eres soberbio, arrodíllate
La Navidad es dulzura: si estás amargado, dulcifica tu persona
La Navidad es cielo: si vives en un infierno, coge la escalera de Jesús
La Navidad es paz: si eres violento, busca las armas de la fraternidad
La Navidad es compartir: si eres tacaño, despréndete de algo
La Navidad es confiar: si eres desconfiado, da otra oportunidad
La Navidad es alegría: si estás triste, busca razones para la sonrisa
La Navidad es esperanza: si estás derrotado, levántate: Dios te quiere
La Navidad es regalos: si no los tienes, aprende a conquistarlos
La Navidad es silencio: si estás afónico, serénate un poco
La Navidad es Dios: si vives lejos de El, aún estás a tiempo para volver
La Navidad es Jesús: si no lo ves, búscalo dentro de ti
La Navidad es María: si te parece pobre, enriquécela con tu cariño
La Navidad es José: si no eres responsable, mírale de cerca
La Navidad es Angel: si no tienes alas, supérate a ti mismo
La Navidad es anuncio: si estás sordo, abre tus oídos a la Buena Noticia
La Navidad es verdad: si vives en la falsedad, recupera la transparencia.

Mensaje de Dios al hombre

Querido hombre:
Con gozo y alegría te comunico que ha llegado el tiempo, se ha cumplido la espera anunciada desde antiguo, ¡y ésta es la noticia!: os envío a mi Hijo.
Alegraos todos, poneos de fiesta porque hoy el cielo y la tierra se unen.
Decidlo a todos; anunciadlo por todos los rincones; pregonadlo allí donde hay desesperación y miedo: mi Hijo ha puesto su morada y ha establecido para siempre su domicilio en la ciudad de los hombres.
Lleva un mensaje de paz y de alegría. Lleva en su corazón todo lo mejor de mi corazón de Dios. Lleva en sus labios la palabra que los afligidos esperaban. Lleva en sus manos la bendición y la ayuda que muchas manos de hombres esperaban. Lleva en su mirada la profundidad del rostro de Dios.
Hombres, abrid los ojos, levantad la mirada: con vosotros está. ¡Reconoced al que ha salido del cielo para abrir las puertas cerradas! Desde ahora todo lo mejor ya es posible en la tierra. Desde ahora la tierra ya es también la “casa de Dios”, porque en ella habita mi Hijo, al que os envío.
No tembléis, hombres, ante esta presencia. Alegraos.
El Hijo que os envío es Salvador. Su presencia es sencilla. Ya podéis mirar a Dios, queridos hombres, sin miedo a morir. Ya podéis entablar un nuevo diálogo conmigo, según Él os enseñe.
Hombres, sabedlo, toda mi imaginación de Dios, todo mi amor reiterado desde antiguo… está concentrado en este Hijo, el recién nacido de Belén.
Vosotros, los sencillos, los que esperáis todo porque el corazón no está agostado por las cosas, sed los primeros en ir a Él y en reconocerlo… y cantad y proclamad: “Grande es el Dios de nuestros padres.”
Querido hombre, desde ahora, cuando quieras saber algo de mí no tienes más que ir a Él. Desde ahora, cuando el peso de tus cadenas te sea insoportable… no tienes más que ir a Él. Yo soy así. Yo, Dios, hago las cosas así: en la fragilidad de este Niño está todo mi poder de Dios. Creedlo. En este Niño recién nacido está la salvación y la Palabra final de Dios. Abrid, hombres, vuestros ojos; abrid vuestros oídos; abrid vuestro corazón; abrid vuestra esperanza… Abríos a esta novedad, hombres de todos los pueblos del mundo.
Este es el mensaje en esta noche. Está permitida la alegría. Está permitido soñar. Está permitido creer en la paz para los hombres… Está permitido creer que lo imposible será posible. Está permitido dar gracias y cantar… Hombres, en esta noche os está permitido mirar al sol en medio de la noche.
Yo, Dios, os comunico esto para que lo reconozcáis y caminéis como hombres razonables. Yo, Dios, os hablo estas cosa para que lo reconozcáis en la sencillez de un pesebre y en la soledad y silencio de esta noche. El grande, el que esperaron los profetas, el anunciado desde antiguo está ya entre vosotros. ¡Paz a los hombres que aman el nombre de Dios!.
Yo, Dios, os lo digo y lo hago. Yo, Dios, os lo anuncio.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Oración ante el Belén

Quisiera ser estrella y guiar a los hombres al encuentro con Jesús.
Quisiera ser un ángel, para anunciar el nacimiento del Niño en Belén.
Quisiera ser pastor para acercarme el primero y adorar al Señor.
Quisiera ser Rey Mago, llevar oro para Aquel que es Rey,
incienso para Aquel que es Dios y mirra para Aquel que es hombre.
Quisiera ser buey y mula y ofrecer a todo el que lo necesite,
el mismo calor, que a Cristo quiero dar.
Quisiera ser José para mirar y acompañar al Dios Emanuel.
Quisiera ser cuna de Jesús para, como María,
mirarle, contemplarle, cuidarle.
Hacer de El, el centro de mi vida. Amén.

El mejor regalo de Navidad

Autor Desconocido, traducido y modificado 

En 1994, dos americanos respondieron a una invitación del Departamento de Educación Rusa, para enseñar moral y ética (basada en principios bíblicos) en las escuelas públicas. Fueron invitados a enseñar en prisiones, negocios, departamentos de bomberos y policía, y en un inmenso orfanato. Alrededor de 100 niños y niñas que habían sido abandonados, sufrido abusos, y dejados al cargo de un programa del gobierno, estaban en este orfanato. Ellos relatan esta historia en sus propias palabras.
Se acercaban los días de fiestas Navideñas, tiempo para que nuestros huérfanos escucharan por primera vez, la historia tradicional de Navidad. Les contamos cómo María y José llegaron a Belén. No encontraron sitio en la posada y la pareja se fue a un establo, donde nació el niño Jesús y fue puesto en un pesebre.
Durante el relato de la historia, los niños y los trabajadores del orfanato escuchaban asombrados. Algunos estaban sentados al borde de sus taburetes, tratando de captar cada palabra. Terminando la historia, le dimos a los niños tres pequeños pedazos de cartulina para que construyeran un pesebre. A cada niño le dimos un pedazo de papel cuadrado cortados de unas servilletas amarillas, que yo había traído conmigo pues no habíaservilletas de colores en la cuidad.
Siguiendo las instrucciones, los niños rasgaron el papel y colocaron las tiras con mucho cuidado en el pesebre. Pequeños pedazos de cuadros de franela, cortados de un viejo camisón de dormir que había desechado una señora al irse de Rusia, se usó para fajar al bebé. Un bebé tipo muñeca fue cortado de una felpa color canela que habíamos traído de Estados Unidos.
Los huérfanos estaban ocupados montando sus pesebres, mientras yo caminaba entre ellos para ver si necesitaban ayuda. Todo parecía ir bien hasta que llegue a una de las mesas donde estaba sentado el pequeño Misha. Debía tener alrededor de 6 años y ya había terminado su proyecto. Cuando miré en el pesebre de este pequeño, me sorprendió ver no uno, sino dos bebés en el pesebre. Enseguida llamé al traductor para que le preguntara al chico porque había dos bebés en el pesebre. Cruzando sus brazos y mirando a su pesebre ya terminado, empezó a repetir la historia muy seriamente.
Para ser un niño tan pequeño que solo había escuchado la historia de Navidad una vez, contó el relato con exactitud… hasta llegar a la parte donde María coloca el bebé en el pesebre. Entonces Misha empezó a agregar. Inventó su propio fin de la historia diciendo, " y cuando María colocó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar donde ir. Yo le dije, "no tengo mamá y no tengo papá, así que no tengo donde quedarme. Entonces Jesús me dijo que me podía quedar con El. Pero le dije que no podía porque no tenía regalo para darle como habían hecho los demás. Pero tenía tantos deseos de quedarme con Jesús que pensé que si lo pudiera mantener calentito, eso sería un buen regalo.
Le pregunté a Jesús, "Si te mantengo caliente, sería eso un buen regalo? "Y Jesús me dijo, "Si me mantienes caliente, ese sería el mejor regalo que me hayan dado". Así que me metí en el pesebre, y entonces Jesús me miró y me dijo que me podría quedar con El… para siempre.
Mientras el pequeño Misha termina su historia, sus ojos se llenaron de lágrimas que les salpicaban por sus cachetes. Puso sus manos sobre su cara encima de la mesa y sus hombros se estremecían mientras sollozaba y sollozaba. El pequeño huérfano había encontrado alguien que nunca lo abandonaría o abusara de él, alguien que se mantendría con él… PARA SIEMPRE.
Gracias a Misha he aprendido que lo que cuenta, no es lo que uno tiene en su vida, si no a quien uno tiene en su vida. No creo que lo ocurrido a Misha fuese imaginación. Creo que Jesús de veras le invitó a estar junto a El PARA SIEMPRE. Jesús hace esa invitación a todos, pero para escucharla hay que tener corazón de niño.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Decálogo para la Navidad

1. Vive con ENTUSIASMO estos días de Navidad: ¡Dios ha bajado a la tierra! Envía este mensaje: «Dios ha nacido: feliz Navidad».
2. Exterioriza PÚBLICAMENTE lo que crees y sientes: ¡Cristo ha nacido! Cuelga en el exterior de tu casa un símbolo cristiano.
3. Tú, como Jesús, también te puedes hacer pequeño en estos días y ser la alegría de alguien: visita a algún enfermo, ejerce la caridad, ayuda en alguna residencia de ancianos.
4. Intercambia regalos con tus familiares y amigos, pero no hagas excesos. El amor se expresa con pequeños detalles.
5. Demuestra la ALEGRÍA cristiana de estos días. No olvides contar villancicos en la sobremesa de la nochebuena o siempre que tu familia esté reunida. Ilumina, además de tu interior, el exterior de tu domicilio. Dios, que está en ti, también habla a través de lo que tú haces.
6. Que no falta el belén, o por lo menos la figura del Niño Jesús, en tu hogar. La imagen del Niño, en Navidad, es tan imprescindible como un balón en un partido de fútbol. ¡Cuántos hay que juegan a la Navidad «sin el esférico de Jesús de Nazaret»!
7. Participa en las celebraciones de tu parroquia. Ofrécete para los distintos ministerios. Tú, como los pastores, también puedes ofrecer algo de tu pan, leche o miel.
8. ADORA al Señor. Visita diferentes belenes instalados en parroquias, plazas o lugares públicos. Explica a tus pequeños, si los tienes, el sentido de la Navidad.
9. REZA con emoción contenida, ante la llegada de un Dios tan divino y humano. ¿Sirve algo una mesa en la que no se coma? ¿Sirven de algo unas navidades en las que no se rece?
10. FELICITA, con lenguaje y símbolos cristianos ’ el acontecimiento que es la razón y el ser de estos días: ¡DIOS HA NACIDO! ¡ALELUYA!

La vendedora de manoplas

Estaba un día esperando el autobús en la parada que está delante de la iglesia. Estaba conmigo mi madre. Se me acercó una señora muy anciana, vestida con un pequeño abrigo negro, ya desgastado por el uso. Caminaba dando pequeños pasos, con la típica rigidez senil de la espalda, de la cabeza y de las manos. Me preguntó si quería comprar una manopla de estambre, que sirven para coger ollas sin quemarse. De momento dije que no me interesaba. Entonces la viejecita se alejó sin insistir y sin dirigirse a nadie más. Me arrepentí de inmediato, porque comprendí que lo importante no era que yo tuviera necesidad de esa manopla, sino que ella tuviera necesidad de venderlas a fin de poder ganar algo.
Intercambié una mirada con mi madre, que la alcanzó enseguida y le preguntó a cuánto las vendía.
- A dos euros la pieza, señora, respondió. Las he hecho yo misma a mano. Tengo noventa y dos años…
- Le compro las cinco que lleva, le dijo mi madre.
La viejecita miró a mi madre con una sonrisa cansada y apenas marcada, sin decir nada, se alejó con su andar tranquilo, un andar que dejaba inmóviles los brazos, los hombros y la cabeza.
Esta escena la he repensado y meditado dentro de mí muchas veces. La viejecita ya se había alejado: ¿Qué otra cosa, o quién, nos convenció para comprar no una, sino todas las que vendía?

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Gracias, Señor, por hacerte humano

Señor, te damos gracias porque, al hacerte humano, 
asumiste la historia de tu pueblo, la historia de la humanidad, 
una historia cuajada de nombres, nombres de héroes y villanos, 
de prostitutas y de santos, de gente mediocre como yo.
Gracias por amarnos, con nuestras luces y sombras, 
con nuestras coherencias y contradicciones. 
Gracias por dar la vida por personas que no lo merecemos.
Jesús, tú nos enseñas el camino de la Encarnación. 
Contigo podemos amar historias heridas, 
la historia de nuestro pueblo y de nuestra iglesia, 
la historia de nuestra familia y de nuestro grupo de fe.
Señor, haznos generosos para servir a todos, 
también a los pecadores, a los desagradecidos. 
Danos tu Espíritu para encarnarnos, amar, servir, entregarnos y morir, 
a fin de que nuestra historia se acerque más a Ti, 
a la corriente de amor y perdón que brota de tu corazón. Amén,

El sueño de María

José, anoche tuve un sueño muy extraño, como una pesadilla. La verdad es que no lo entiendo. Se trataba de una fiesta de cumpleaños de nuestro Hijo.
La familia se había estado preparando por semanas decorando su casa. Se apresuraban de tienda en tienda comprando toda clase de regalos. Parece que toda la ciudad estaba en en lo mismo porque todas las tiendas estaban abarrotadas. Pero algo me extrañó mucho: ninguno de los regalos era para nuestro Hijo.
Envolvieron los regalos en papeles preciosos y les pusieron cintas y lazos muy bellos. Entonces los pusieron bajo un árbol. Si, un árbol, José, ahí mismo dentro de su casa. También decoraron el árbol; las ramas estaban llenas de bolas de colores y ornamentos brillantes. Había una figura en el tope del árbol. Parecía un angelito. Estaba precioso.
Por fin, el día del cumpleaños de nuestro Hijo llegó. Todos reían y parecían estar muy felices con los regalos que daban y recibían. Pero fíjate José, no le dieron nada a nuestro Hijo. Yo creo que ni siquiera lo conocían. En ningún momento mencionaron su nombre. ¿No te parece raro, José, que la gente pase tanto trabajo para celebrar el cumpleaños de alguien que ni siquiera conocen? Me parecía que Jesús se habría sentido como un intruso si hubiera asistido a su propia fiesta de cumpleaños.
Todo estaba precioso, José y todo el mundo estaba tan feliz, pero todo se quedó en las apariencias, en el gusto de los regalos. Me daban ganas de llorar que esa familia no conocía a Jesús. ¡Qué tristeza tan grande para Jesús - no ser invitado a Su propia fiesta! Estoy tan contenta de que todo era un sueño, José. ¡Qué terrible si ese sueño fuera realidad!

lunes, 19 de diciembre de 2016

Desde el Corazón... vivo el amor con mi familia

San Juan Pablo II
Oh Dios, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra,
Padre, que eres Amor y Vida,
haz que cada familia humana sobre la tierra
se convierta, por medio de tu Hijo, Jesucristo, «nacido de Mujer»,
y mediante el Espíritu Santo, fuente de caridad divina,
en verdadero santuario de la vida y del amor
para las generaciones que siempre se renuevan.
Haz que tu gracia
guíe los pensamientos y las obras de los esposos
hacia el bien de sus familias y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones
encuentren en la familia un fuerte apoyo para su humanidad
y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz que el amor
corroborado por la gracia del sacramento del matrimonio,
se demuestre más fuerte que cualquier debilidad y cualquier crisis,
por las que a veces pasan nuestras familias.
Haz finalmente,
te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión
en la familia y por medio de la familia.
Tú, que eres la Vida, la Verdad y el Amor,
en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El rey de los árboles

Una vez los árboles se fueron para ungir a uno como su rey. Y dijeron al olivo:
- «Sé tú nuestro rey». 
Les respondió el olivo: 
- «¿Voy a renunciar a mi aceite, honra de dioses y humanos, para ir a mecerme por encima de los árboles?».
Los árboles dijeron a la higuera: 
- «Ven tú y reina sobre nosotros».
Les respondió la higuera:
- «¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto para ir a mecerme por encima de los árboles?».
Los árboles dijeron a la vid: 
- «Ven tú y reina sobre nosotros».
Les respondió la vid: 
- «¿Voy a renunciar a mi mosto, alegría de dioses y de humanos, para ir a mecerme por encima de los árboles?».
Todos los árboles dijeron a la zarza: 
- «Ven tú y reina sobre nosotros».
La zarza respondió a los árboles: 
- «Si de verdad venís a ungirme para que reine sobre vosotros, venid y cobijaos a mi sombra. Y si no, que brote fuego de la zarza y devore los cedros del Líbano».

sábado, 17 de diciembre de 2016

Quien desespera, es porque no espera

En Adviento, quien desespera,
es porque no espera ni quiere esperar en nada ni en nadie.
En Adviento, quien no espera,
es porque –tal vez- sólo espera en sí mismo.
En Adviento, quien aguarda,
es porque sabe que lo bueno está por llegar.
En Adviento, quien confía,
es porque intuye que Alguien está por llegar.
¿Qué tienes Adviento que truecas la noche en día
y transformas la soledad de vértigo en compañía?
¿Qué tienes Adviento que nos empujas
y nos animas contra toda desesperanza?
¿Qué tienes Adviento que nos despiertas del letargo de la monotonía?
¿Qué tienes Adviento que levantas nuestra vista hacia el horizonte?
Tienes la luz que iluminará la noche más estrellada de la Navidad
Posees el despertador que espabila la fe dormida o amordazada
Tienes, más allá de la Navidad, la llegada de Aquel
que de una vez por todas vendrá hasta nosotros
Escondes, en ti mismo, la fuerza que nos invita a pensar
en un Dios que viene al encuentro del hombre.
¿Qué nos das, Adviento, para que en ese dar,
siempre siembres un poco de paz y de sosiego?
¿Qué secreto te traes entre manos, Adviento,
para que se nos vayan desvelando tantos misterios?
¿Qué grandeza nos descubres, Adviento, para que el corazón
vuelva del rencor al amor y el hombre de la violencia a la paz?
Regalas la capacidad de asombrarnos ante un mundo que nos adormece
Presentas, entre otras cosas, la caricia de Dios
que hace que desparezca la parte más negativa del ser humano.
Gracias, Adviento, porque haces de nuestra mente un pensamiento para Dios.
Gracias, Adviento, porque nos invitas a volvernos sobre nosotros mismos.
Gracias, Adviento, porque cuentas con nosotros como vigilantes de un gran amigo.
Gracias, Adviento, porque aun siendo hijos de Dios,
sabemos que tenemos mil defectos que dejar en el camino,

para poder entrar con libertad, sin dificultades y con amor en Belén.

Una casa en el cielo

Un hombre rico soñó que moría e iba al cielo. San Pedro le daba una vuelta por una calle muy hermosa en la que todas las casas eran auténticos palacios.
- "Esa", le dijo San Pedro, es la casa de uno de tus criados".
- "Si mi criado tiene una casa tan magnífica, me muero de ganas por ver mi futura mansión", exclamó el hombre rico.
Llegaron a una calle estrecha y de casas pequeñitas.
- "Tú vivirás en esa cabaña", le dijo San Pedro.
- "¿Yo, cómo voy a vivir en esa choza?", dijo indignado y furioso.
- "Esto es lo único que te podemos ofrecer. Tienes que comprender que aquí construimos las casas con los materiales que nos envían desde la tierra", le explicó San Pedro.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

¡Ven ya, Señor!

¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
Ven pronto, ven, que el mundo gira a ciegas
ignorando el amor que lo sustenta.
Ven pronto, ven, Señor, que hoy entre hermanos 
se tienden trampas y se esconden lazos.
Ven, que la libertad está entre rejas
del miedo que unos a otros se profesan.
Ven, ven, no dejes ahora de escucharnos 
cuando tanto camino está cerrado
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? ¡Ahora!
¿No has de ser la alegría de los pobres, 
de los que en ti su confianza ponen?
¿No has de ser para el triste y afligido 
consuelo en su pesar, luz en su grito?
¿Quién pondrá paz en nuestros corazones
 si tu ternura y compasión se esconden?
¿Quién colmará este hambre de infinito
si a colmarlo no vienes por ti mismo?
¡Ya, Señor! ¿Para cuándo esperas? Ahora

Dilo Hoy

La historia cuenta que un chico llamado Hugo nació enfermo. Con 17 años, poco podía hacer por si solo y vivía bajo el cuidado de su madre.
Cierto día sintió la necesidad de salir a pasear solo. Al pasar por una tienda de música, se fijó en una chica y quedó impactado por su belleza, con la mirada fija en ella abrió la puerta y entró.
Ella lo miró y le dijo sonriente:
- "¿Te puedo ayudar en algo?"
Hugo se quedó sin palabras, atónito ante tanta belleza. Sólo sentía amor hacia ella. Sin saber qué decir, preguntó los precios de los CD y compró uno al azar.
La chica le sonrió mientras le envolvía el CD. Hugo lo tomó y salió corriendo.
Desde ese momento, ni un solo día dejó de visitar el negocio y, con la excusa de comprar un CD, lo que quería era ver a esa chica por la que sentía un profundo amor.
Ella siempre se los envolvía sonriente y él se los llevaba a su casa y los guardaba en su habitación. Su deseo era invitarla a salir pero su timidez se lo impedía y aunque cada día lo intentaba no pudo hacerlo.
Su mamá se enteró de lo que ocurría e intentó animarlo, así que al siguiente día, Hugo se armó de coraje y se dirigió a ella. Como todos los días compro otra vez un CD y, como siempre, ella se lo envolvió.
El tomó el CD y mientras ella estaba ocupada, dejó su número de teléfono rápidamente anotado en el mostrador y salió corriendo de la tienda.
Pasaron varios días, Hugo no volvió, por lo que la chica llamó al teléfono que le había dejado. La mamá de Hugo contestó. Cuando ella preguntó por Hugo, la madre llorando desconsolada, le dijo que su hijo había muerto.
Días más tarde; la mamá entró al cuarto de su hijo y comenzó a ordenar sus cosas, para su sorpresa vio que había cantidades de CD envueltos, ninguno estaba abierto. Le causó curiosidad verlos de esa manera y comenzó a revisarlos. Al abrir el primero notó que junto al CD, había un pequeño papel que decía: "Hola, eres muy guapo, ¿quieres salir conmigo?" Sofía.
Con gran emoción, la madre abrió los demás y siempre encontró la misma nota con las mismas palabras.

No esperes demasiado para decirle a ese alguien especial lo que sientes en tu corazón. Hoy tienes la oportunidad de pedirle a Jesús que sea el Señor de tu vida, que perdone tus pecados y que venga a morar dentro de ti. Díselo hoy. Mañana puede ser muy tarde.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Cambia de felicidad

"¿A quién se parece esta generación?… pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios” Mt 11,16-19

¡Para qué pides!... Si no tienes fe en ti mismo... en la vida... ¡ni en Dios!
¿Para qué felicidad y maravillas?
Si tienes el mundo, que es un libro de sabiduría... ¡Y no sabes leerlo!
¿Para qué quieres estrellas... Si te falta la luz?
¿Para qué pides felicidad…. Si no te conviertes a ellas, si regateas la fe,
si no le das lugar a Dios, si lo reduces el espacio de tu corazón?
¿Si andas el camino y los acontecimientos, con las antenas cerradas?
Para qué decir: Señor... dame la felicidad... ¿si no estás dispuesto a ser feliz...?
Es Adviento, dejemos que Dios nos envíe, con Jesús, un poco de felicidad.
Y que, la Navidad, sea una razón para dejar que, el corazón, baile, disfrute
y pueda ser una gruta donde Dios nazca de verdad.
¿Lo intentamos? ¡Vamos a ello!

Martín, el zapatero

Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano, barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.

– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...–se dijo el zapatero.
– Tengo sed –exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con la sopa del mediodía.
Cuando el borracho se marchó ya era muy de noche. Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios, como era su costumbre cada día, y los abrió al azar. Y leyó:
– “Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste... Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hiciste...”
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...
El Adviento es la esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Sigue viniendo

Ven, Señor.
Sigue viniendo.
No te canses de venir, en espíritu, en palabra, en verdad y vida.
Ven a este mundo que hambrea de sentido y de esperanza.
Ven a habitar cada horizonte.
Ven a sacudir las inercias, a avivar los amores apagados,
a calentar los hogares fríos, ven.
Ven, de nuevo Niño, a mostrarnos
esa fragilidad poderosa del Dios Niño.
Sigue viniendo, contra viento y marea,
contra escepticismos y rutinas, contra dudas y atrofias.

El océano

- Perdona, le dijo un pez a otro. Tú eres más viejo que yo, y con más experiencia que yo, y probablemente podrás ayudarme. Dime: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes sin resultado.
- El océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo.
- ¿Esto?, replicó el joven pez totalmente desilusionado. Pero si esto no es más que agua…. Lo que yo busco es el Océano!, y se marchó a buscar en otra parte.
- ¡Deja de buscar, pequeño pez! No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir los ojos y mirar. ¡No puedes dejar de verlo!

jueves, 8 de diciembre de 2016

Como tú, María, ayúdanos a ser...

COMO TÚ, MARÍA, AYÚDANOS A SER
limpios, para reflejar luminosamente el amor de Dios,
creyentes del todo , para iluminar con la luz de Cristo,
sencillos, para dejar a Dios que haga en nosotros.
COMO TÚ, MARÍA, AYÚDANOS A SER
generosos, para oír siempre la voz de Dios,
atentos, para captar pronto las necesidades del otro,
sonrientes y alegres, para hacer atractivo el Evangelio.
COMO TÚ, MARÍA, AYÚDANOS A SER
fervorosos y, por ello, enamorados de Dios,
audaces en el cumplimiento de la voluntad del Señor
austeros, para compartir lo nuestro con quien lo necesite.
COMO TÚ, MARÍA, AYÚDANOS A SER
fieles, para vivir en plenitud el Evangelio,
puros, para limpiar tanta suciedad como hay,
piadosos, para ser almas de oración y eucaristía.

COMO TÚ, MARÍA, QUEREMOS SER. AYÚDANOS. Amén.

El rey mendigo

Había un principito que un día salió solo a pasear por la calle, se encontró con otro joven que parecía una copia suya.
- ¿Nos parecemos, verdad?
- Sí, respondió el mendigo, pero mientras yo visto estos harapos usted viste sus galas y sus joyas y sus collares.
Avergonzado el Príncipe le dice: pero podemos cambiarnos las ropas si te parece. Y el mendigo se vistió con las vestiduras del Príncipe mientras el Príncipe se vistió con los harapos del mendigo.
Comenzó a recorrer la ciudad diciendo que él era el Príncipe, pero todo el mundo se rió de él y nadie le creía. Y hasta lo tomaron por loco.
Nadie le daba nada mientras mendigaba. Y debió trabajar por un mísero salario. Mientras tanto, el mendigo vestido de Príncipe vivía la gran vida en el palacio.
El príncipe mendigo debió ir a la guerra. Y un día le dice al General que la batalla estaba mal planificada, que su padre lo hubiera hecho de otra manera.
- ¿Y quién eres tú para darme lecciones a mí?
Murió el Rey y el mendigo vestido de Príncipe le sucedió en el trono. Lleno de resentimiento por la miseria que había vivido, oprimía al pueblo ansioso de sus riquezas. Mientras tanto el verdadero Príncipe, tras las rejas de palacio esperaba a que alguien le diese una limosna.
Un guardia, que estaba custodiando el palacio, descubre unas señales en el cuello del Príncipe mendigo y lo reconoció. Y descubrieron que el mendigo vestido de Príncipe era el falso rey, mientras que el verdadero Príncipe hacía de mendigo.
Destituyeron al falso rey y comenzó a reinar el verdadero. Pero en ningún momento quiso vengarse del usurpador. Y cuando todos alababan el arte de gobernar de su rey y su generosidad él respondía:
- “Es gracias a haber vivido y sufrido con mi pueblo por lo que hoy puedo ser un buen rey”.

martes, 6 de diciembre de 2016

Salid al encuentro del Señor que viene

José Enrique Galarreta
Así que el Adviento es un tiempo de despertar
si nos habíamos dormido, de avivar la fe.
Es muy importante sin embargo recordar
que éste no es un tiempo de amenazas.
Decimos: “¡Viene el Señor!”
Y algunos parece que lo dicen con espanto,
como si viniera el desastre,
como si hubiera que esconderse. Es al revés.
¡Viene el Señor, qué alegría!
Dios está con nosotros, Dios es el Libertador.
¿Ha tenido usted alguna vez
la experiencia de ver amanecer?
Es de noche y está oscuro, pero se adivina ya
cierto resplandor más claro...
Viene la luz, viene el sol, y nos sentimos bien,
nos sentimos llenos de esperanza.
Éste es el mensaje de Adviento:
“Alégrate, porque llega tu Luz”.

El abrazo de Dios

Pedro Ribes

Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño:
- “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.
Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?
“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará... Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.
Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata? Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.
“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi ayuda y servicio a los demás, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.
Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.
Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios:
-  “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.
Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbando de las nubes:
-  “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”
- “Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.
- “Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas?
- “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”
- “Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.

sábado, 3 de diciembre de 2016

“La yegua y el potrillo”

Cuentan que una madre tenía dos hijos. Siendo muy niños aún, murió el padre. La mamá trató de darles una buena educación, sobre todo religiosa. Pero al dejar el Colegio e ingresar a la universidad, algunos profesores influyeron mucho en ellos y los dos muchachos cayeron en sus redes ideológicas y abandonaron la fe.
La pobre madre se sintió defraudada y se preguntó qué había hecho mal. ¿Por qué sus hijos vivían sin Dios? Hasta llegó a cuestionarse ella misma. ¿No sería que la fe que les dio no era la verdadera y ellos tenían razón?
Un día fue a consultar con un Sacerdote que vivía en un pueblo del interior del país. Este escuchó con mucha atención su caso y luego le hizo asomarse a la ventana:
- ¿Qué ve, señora?
- Veo una yegua atada a un árbol y un potrillo suelto que salta muy alegre, va y viene, se aleja y regresa junto a su mamá.
- ¡Exacto!, dijo el Sacerdote. El potrillo anda suelto, pero la yegua está atada. Él se va, pero luego regresa. Si también la yegua estuviera suelta posiblemente el potrillo no tendría el punto de referencia para regresar; estando los dos sueltos la madre y el hijo se alejarían para no volver a encontrarse nunca más... Igual le sucede a Usted: sus hijos se han soltado, hasta se han alejado de Dios. Pero Usted debe seguir firme en su fe. Así, aunque los hijos se vayan, podrán regresar porque siempre tendrán un punto de referencia en su mamá.
Decía muy convencida la mamá: “Si Dios no ocupa el centro de nuestro hogar, nuestra familia se derrumba”.

Detectives del Dios escondido

Hermanos:
hemos ido muchas veces a la enorme estación
y nos han dicho por el altavoz:
“Llega inmediatamente por la vía 12” o “llega por la vía 4”.
Pero no. No llegaba Dios.

Era una estrella o un estrello del cine,
o un magnate de las finanzas, o un general de la OTAN,
o un gran político, o una gran figura eclesial,
quizás hasta un visionario religioso...
Pero no era, no, no era Dios.
¡Tantos advientos! ¡Tantas esperas ya...!
Y volvíamos a casa con el mal sabor de boca
de la tomadura de pelo,
o de nuestra ingenua candidez,
prometiéndonos que otra vez iban a engañar a su tía...
Pero, vamos a ver, hermanos:
¿Dónde podemos encontrar a Dios?
Todo el Antiguo Testamento esperándole los reyes,
los sabios, los importantes.
Quizás esperándole en la torre del templo,
o en el palacio real, en la clase de los teólogos.
Y luego les hace trampa.
Se esconde entre los analfabetos y los animales,
que a tantos les parece casi lo mismo.
¡Dios tiene unas bromas!
¿Dónde esperas a Dios en este adviento, hermano?
¿No piensas que estará en tu barrio,
en tu asociación de vecinos con larga lista de problemas,
en el dolor humilde y rutinario de tu vecino
o en tu misma casa, entre los tuyos,
en medio de tus problemas, de tus luchas y de ti mismo?
Este adviento sería un buen momento
para hacer de detectives de Dios.
Veríamos entonces qué cerca está.
Pero a su manera.
Esa manera que es la nuestra,
porque lo chocante es que Dios nos "imita",
se hace vida nuestra en toda su vulgaridad,
y eso es lo que más desconcierta a los miserables,
hambrientos de magia y milagrería.
Seamos capaces de descubrir a Dios
en la rutina de todos los días
en la enorme grandeza de nuestra vulgaridad.
Vuestro hermano en la esperanza"

Alberto Iniesta

jueves, 1 de diciembre de 2016

Quiero estar en vela, Señor

Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra
Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar
Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro
Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos
Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las definitivas
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte
Para que, cuando vengas, salga a recibirte
Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Para que, la violencia, de lugar a la paz
Para que los enemigos se den la mano
Para que la oscuridad sea vencida por la luz
Para que el cielo se abra sobre la tierra
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza
Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío
Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza
Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas
Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas
Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y encontrarte
Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tu me das
Quiero estar, en vela, Señor
Entre otras cosas porque, tu Nacimiento,
será la mejor noticia de la Noche Santa
que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.
¡VEN, SEÑOR!

El centinela (Cuento de Adviento)

 José Luis Martín Descalzo, en "Razones desde la otra orilla"

Érase que se era un viejo pequeño pueblecito, presidido por un castillo aún más viejo, que estaban situados en la frontera de un país lejano, al lado de un gran desierto. Tanto el pueblo como el castillo eran muy aburridos, porque raramente pasaba alguien cerca de ellos. Alguna vez se detenían a pernoctar extrañas caravanas o caminantes solitarios, pero, en cuanto se alimentaban y descansaban, volvían a irse, dejando a los habitantes del pueblecito y del castillo con su diario aburrimiento.
Y así hasta que un día llegó un mensaje del rey de la nación informando de que, en la corte, se habían recibido noticias de que Dios en persona iba a venir a su país, si bien aún no se sabía qué ciudades y zonas visitaría. Pero era probable o, al menos, posible que pasara por nuestro pueblecito. Por lo cual, por si acaso, el pueblo y el castillo debían prepararse para recibirle tal y como Dios se merecía.
Esto trastornó de entusiasmo a las autoridades, que mandaron reparar las calles, limpiar las fachadas, construir arcos triunfales, llenar de colgaduras los balcones. Y, sobre todo, nombraron centinela al más noble habitante de la aldea. Este centinela tendría la obligación de irse a vivir a la torre más alta del castillo y desde allí otear constantemente el horizonte, para dar lo antes posible la noticia de la llegada de Dios.
El centinela recibió el encargo con orgullo: jamás en su vida había hecho algo tan importante. Y se dispuso a permanecer firme en la torre con los ojos abiertos como platos. "¿Cómo será Dios?", se preguntaba a sí mismo. "¿Y cómo vendrá? ¿Tal vez con un gran ejército? ¿Quizá con una corte de carros majestuosos?" En este caso, se decía, será fácil adivinar su llegada cuando aún esté lejos.
Y durante las veinticuatro horas del día y de la noche no pensaba en otra cosa y permanecía en pie y con los ojos abiertos. Pero, cuando hubieron pasado así algunos días y noches, el sueño comenzó a rendirle y pensó que tampoco pasaría nada si daba unas cabezadas, ya que Dios vendría precedido por sones de trompetas, que, en todo caso, le despertarían.
Y pasaron no sólo los días, sino también las semanas, y la gente del pequeño pueblo regresó a su rutina de cada día y comenzó a olvidarse de la venida de Dios. Y hasta el propio centinela dormía ya tranquilo las noches enteras y él mismo se dedicaba a pensar en otras cosas, porque ya no era capaz de concentrarse sólo en aquella espera.
Y pasaron no sólo las semanas, sino también los meses e incluso los años y ya nadie en el pueblo se acordaba de aquel anuncio para nada. Incluso un año de gran hambre, la población fue desfilando, uno tras otro, hacia tierras más prósperas. Y se quedó solo el centinela, aún subido en su torre, esperando, aunque ya con una muy débil esperanza. Y pasaban ejércitos y caravanas que, por unos momentos, encendían sus sueños, pero ninguno era el ejército o la caravana del Dios anunciado.
Y el centinela comenzó a pensar: "¿Para qué va a venir Dios? Si este pueblo nunca tuvo interés alguno, y ahora, vacío, mucho menos. Y si viniera, ¿por qué iba a detenerse precisamente en este castillo tan insignificante?" Pero, como a él le habían dado esa orden y como esa orden le había levantado la esperanza, su decisión de permanecer era más fuerte que sus dudas.
Hasta que un día se dio cuenta de que, con el paso de los días y los años, se había vuelto viejo y sus piernas se resistían a subir la escalera de la torre. Sintió que sus ojos se iban cerrando, que ya apenas veía y que la muerte estaba acercándose. Y no pudo evitar que de su garganta saliera una especie de grito: "Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle."
Y entonces, justamente en ese momento, oyó una voz muy tierna a sus espaldas.
Una voz que decía: "Pero ¿es que no me conoces?"
Entonces el centinela, aunque no veía a nadie, estalló de alegría y dijo: "¡Oh, ya estás aquí! ¿Por qué me has hecho esperar tanto? Y ¿por dónde has venido que yo no te he visto?"
Y, aún con mayor dulzura, la voz respondió: "Siempre he estado cerca de ti, a tu lado, más aún: dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo los que me esperan, pueden verme."
Y entonces el alma del centinela se llenó de alegría. Y viejo y casi muerto, como estaba, volvió a abrir los ojos y se quedó mirando, amorosamente, al horizonte.
Esta es la fábula de la que hablé al principio. Y el texto que San Lucas escribió en el capítulo 18,8 de su evangelio, y que tanto me ha hecho temblar al ver la paganización de las Navidades, es éste: "Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" Porque podría suceder que, cuando vuelva, no haya nadie en la torre.