La
pobre madre se sintió defraudada y se preguntó qué había hecho mal. ¿Por qué
sus hijos vivían sin Dios? Hasta llegó a cuestionarse ella misma. ¿No sería que
la fe que les dio no era la verdadera y ellos tenían razón?
Un día
fue a consultar con un Sacerdote que vivía en un pueblo del interior del país.
Este escuchó con mucha atención su caso y luego le hizo asomarse a la ventana:
- ¿Qué
ve, señora?
- Veo
una yegua atada a un árbol y un potrillo suelto que salta muy alegre, va y
viene, se aleja y regresa junto a su mamá.
-
¡Exacto!, dijo el Sacerdote. El potrillo anda suelto, pero la yegua está atada.
Él se va, pero luego regresa. Si también la yegua estuviera suelta posiblemente
el potrillo no tendría el punto de referencia para regresar; estando los dos
sueltos la madre y el hijo se alejarían para no volver a encontrarse nunca
más... Igual le sucede a Usted: sus hijos se han soltado, hasta se han alejado
de Dios. Pero Usted debe seguir firme en su fe. Así, aunque los hijos se vayan,
podrán regresar porque siempre tendrán un punto de referencia en su mamá.
Decía
muy convencida la mamá: “Si Dios no ocupa el centro de nuestro hogar, nuestra
familia se derrumba”.
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