- ¿Nos parecemos, verdad?
- Sí, respondió el mendigo, pero mientras yo visto estos harapos usted viste sus galas y sus joyas y sus collares.
Avergonzado
el Príncipe le dice: pero podemos cambiarnos las ropas si te parece. Y el
mendigo se vistió con las vestiduras del Príncipe mientras el Príncipe se
vistió con los harapos del mendigo.
Comenzó
a recorrer la ciudad diciendo que él era el Príncipe, pero todo el mundo se rió
de él y nadie le creía. Y hasta lo tomaron por loco.
Nadie
le daba nada mientras mendigaba. Y debió trabajar por un mísero salario.
Mientras tanto, el mendigo vestido de Príncipe vivía la gran vida en el
palacio.
El
príncipe mendigo debió ir a la guerra. Y un día le dice al General que la
batalla estaba mal planificada, que su padre lo hubiera hecho de otra manera.
- ¿Y
quién eres tú para darme lecciones a mí?
Murió
el Rey y el mendigo vestido de Príncipe le sucedió en el trono. Lleno de
resentimiento por la miseria que había vivido, oprimía al pueblo ansioso de sus
riquezas. Mientras tanto el verdadero Príncipe, tras las rejas de palacio
esperaba a que alguien le diese una limosna.
Un
guardia, que estaba custodiando el palacio, descubre unas señales en el cuello
del Príncipe mendigo y lo reconoció. Y descubrieron que el mendigo vestido de
Príncipe era el falso rey, mientras que el verdadero Príncipe hacía de mendigo.
Destituyeron
al falso rey y comenzó a reinar el verdadero. Pero en ningún momento quiso
vengarse del usurpador. Y cuando todos alababan el arte de gobernar de su rey y
su generosidad él respondía:
- “Es
gracias a haber vivido y sufrido con mi pueblo por lo que hoy puedo ser un buen
rey”.
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