Un
negociante en perlas preciosas encontró a un adivino y le preguntó dónde podría
él hacer un gran negocio.
-
Mira si quieres perlas preciosas tienes que ir a la cumbre del Himalaya, le
dijo el adivino.
Aquel
hombre le dio tanto crédito a esas palabras que se fue a la cumbre del
Himalaya, pero tuvo que hacer una travesía enorme antes de llegar allá, atravesar
bosques, subir montañas y sierras nevadas y cruzar ríos caudalosos. Total que
llegó a la cumbre del Himalaya y allí no había perlas preciosas y se sintió totalmente
defraudado. Entonces se prometió a si mismo que al regreso hablaría con el adivino
aquel y le cantaría las cuarenta. Le ajustaría las cuentas.
Y
efectivamente fue allá al regreso, le habló y le contó su frustración y poco
menos que le insultó.
El
adivino le escuchó con mucha paciencia y al final le dijo:
-
Efectivamente, tú has ido al Himalaya, pero fíjate... has atravesado unos
montes, unos bosques de robles y de castaños maravillosos... maravillosos...,
pero los atravesaste sin mirarlos, porque ibas tan obsesionado con las perlas,
que no viste los árboles, ni el bosque, ni los robles, ni los castaños... y
después atravesaste unas cumbres nevadas que eran de una blancura irresistible,
sobre todo cuando amanecía y al atardecer era para quedarse ensimismado de tanta
belleza... pero tú ibas tan ensimismado, tan obsesionado... tan obsesionado con
las perlas que no viste aquella belleza... y después atravesaste ríos caudalosos,
con grandes cascadas... sobre todo una de ellas, enorme por la que bajaba el agua
cantando (habréis observado que el agua
siempre canta, siempre canta, aun cuando vaya por un llano y por una hermosa
alameda, el agua va así... despacito, como... demasiado tranquila... pero va
cantando siempre y no digamos cuando baja por una cascada) y tú atravesaste
aquellos ríos y no te diste cuenta del canto ni de la melodía del agua. ¡ibas
obsesionado con... las perlas en la cumbre! y resulta que aquel río... todo él
eran perlas preciosas, pero... ni viste el bosque, ni viste las montañas, ni
escuchaste el agua, ni el canto del agua. Te lo perdiste... porque ibas obsesionado
con las perlas.
Cuántas veces
estamos obsesionados por cosas y sin embargo lo que encontramos en el camino
podría ser maravilloso.
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