Mari Patxi Ayerra
Soy un siervo frágil e inseguro,
pero quiero presentarte hoy mi vida entera,
quiero ofrecerte lo que soy y lo que sueño,
lo que quisiera hacer y no consigo.
Yo sé que conmigo puedes contar poco,
pero contigo al lado, Señor, soy otra cosa.
Tú me haces fuerte.
Tú me das sensatez y prudencia.
Quiero cuidar el tesoro de tu Amor,
y quiero extenderlo en mi entorno,
deseo vivir entregado a mis hermanos,
en justicia, derecho y rectitud.
Soy consciente de que me hiciste para Ti, Señor,
y que mi vida anda desasosegada hasta que te goce.
Por eso te pido que no me abandones nunca,
para que viva en tu sensatez e inteligencia.
Quiero bendecirte con mi vida, Dios mío,
quiero que mis gestos sean de amor a los hermanos
y de alabanza tuya al mismo tiempo,
porque Tú eres el centro de mi vida
y el motor constante de mis días.
Tú llenas mi vida de sentido
y mis momentos cotidianos de gozo;
contigo al lado me vuelvo fecundo,
porque Tú eres mi brújula, mi tesoro y mi pasión.
domingo, 5 de octubre de 2025
Aquí me tienes, Señor
Cuestión de fe
Érase una vez un pueblo en el que la carretera lo dividía en dos. En la gasolinera paraban muchos camioneros. Unos vecinos decidieron abrir un Club nocturno para que conductores y gentes de los alrededores se divirtieran un poco.
El cura y los feligreses, a pesar de sus protestas, no pudieron impedir su apertura. Decidieron ponerse a rezar y cada noche, en largas vigilias de oración, le pedían a Dios que mandara fuego del cielo y acabar con aquel lugar de pecado.
Una noche, un rayo cayó sobre el Club y el fuego lo redujo a cenizas. Los dueños demandaron a la iglesia por los daños que sus oraciones les habían causado.
El cura y los feligreses contrataron también un abogado que los defendiera de estos cargos.
Oídas las dos partes el juez declaró:
- Es opinión de este juzgado que los dueños del Club son los que creen en el poder de la oración. El cura y los feligreses no creen en la eficacia de sus oraciones porque han buscado un abogado que los defienda.
El cura y los feligreses, a pesar de sus protestas, no pudieron impedir su apertura. Decidieron ponerse a rezar y cada noche, en largas vigilias de oración, le pedían a Dios que mandara fuego del cielo y acabar con aquel lugar de pecado.
Una noche, un rayo cayó sobre el Club y el fuego lo redujo a cenizas. Los dueños demandaron a la iglesia por los daños que sus oraciones les habían causado.
El cura y los feligreses contrataron también un abogado que los defendiera de estos cargos.
Oídas las dos partes el juez declaró:
- Es opinión de este juzgado que los dueños del Club son los que creen en el poder de la oración. El cura y los feligreses no creen en la eficacia de sus oraciones porque han buscado un abogado que los defienda.
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