miércoles, 10 de septiembre de 2025

Tú mi refugio

           (adaptación del salmo 31, por Rezandovoy)

En ti, Señor, me cobijo,
no quede nunca defraudado.
Líbrame, conforme a tu justicia,
atiéndeme, date prisa.
Sé tú la roca de mi refugio,
fortaleza donde me salve
porque tú eres mi roca y mi fortaleza
por tu nombre me guías y me diriges.
Enséñame a caminar por tus sendas
en tus manos pongo mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Tú me libras en las tormentas,
me defiendes en la lucha,
me orientas en las sombras,
me conduces en la vida.
Cuando estoy en apuros
y la pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas…
cuando pierdo las fuerzas
en ti confío, Señor:

Los tres consejos del abuelo

Esta historia puede servirle a muchos. Aunque en estos tiempos es difícil encontrar a alguien que actúe como lo aconsejaba aquel sabio anciano.
En un pueblito vivía un hombre de edad avanzada. Tenía muchos hijos y nietos. Como había vivido tantos años, acumuló una gran experiencia de vida que siempre deseaba compartir con sus seres queridos. El viejo les enseñaba a sus nietos lecciones sobre la vida y les daba consejos llenos de sabiduría. Además, solía contarles historias con moraleja.
Un día, uno de sus nietos le preguntó:
— Abuelito, ¿cómo hiciste para conservar siempre la calma y la paz en el corazón después de todo lo que has vivido?
El hombre sonrió y respondió que había pasado toda su vida cuidando su corazón de las tentaciones y el orgullo. Luego contó que, cuando era joven, un sacerdote le enseñó tres cosas muy valiosas. Desde entonces, cada día al salir de casa, él las practicaba.
Primero, levantaba la vista al cielo y recordaba que allá estaba su Padre celestial, que lo cuidaba, lo guiaba y lo protegía en el camino correcto.
Segundo, miraba hacia la tierra y se decía a sí mismo: “Al final, lo único que necesitaré será un pedacito de tierra para mi tumba”. Eso le recordaba lo efímera que es la vida.
Tercero, observaba a las personas sin hogar en la calle. Eso le ayudaba a ser profundamente agradecido por todo lo que tenía, por más simple que fuera.
Estas tres pequeñas acciones, repetidas cada día, le ayudaron a ese joven a convertirse en un anciano feliz, en paz y con un corazón ligero.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Natividad de la Virgen

        (Adaptación de un texto de iglesia.org)

¡Felicidades, Madre! Felicidades por Ti, por tu nacimiento.
Felicidades, Madre, porque creciste en el oscuro camino de la fe.
Felicidades, Virgen peregrina, porque nos enseñas la ruta de la santidad.
Felicidades, Madre, porque un día, un mes, en un lugar, de unos padres...
naciste como cualquiera de nosotros
y sin embargo de Ti nacería el Salvador del mundo.
Felicidades, por estar siempre atenta a la palabra del Señor.
Felicidades porque tu vida fue un Si a la voluntad de Dios.
Felicidades, María, porque eres la Madre de Dios.
Feliz soy yo también por tenerte como madre.

Escuchar en el Metro

            Arturo Guerrero

Julián tenía 28 años y una costumbre: Cada mañana, cuando subía al metro de la Ciudad de México, se colocaba los auriculares a todo volumen. No quería escuchar nada. Ni el murmullo de la gente. Ni los vendedores ambulantes. Ni las conversaciones ajenas. Solo música. Era su forma de protegerse del ruido del mundo… y del ruido de su cabeza.
Pero un lunes cualquiera, pasó algo distinto. Los auriculares se quedaron sin batería justo en medio del trayecto. Julián suspiró, molesto. Iba a guardarlos cuando, sin querer, escuchó la voz de un niño:
— “Mamá, ¿cuándo vamos a ser felices como los de las películas?”
La madre no respondió. Solo lo abrazó fuerte, como si el abrazo pudiera tapar la pregunta.
Julián se quedó congelado. Sintió un nudo en la garganta. Todo el viaje pensó en esa frase. ¿Cuándo vamos a ser felices como los de las películas? Se bajó en su estación, pero esa pregunta no se le quitó de la cabeza.
Esa noche, en lugar de llegar a casa y meterse directo al móvil, habló con su mamá por teléfono. Después llamó a un amigo al que hacía meses no veía.
Y al día siguiente, cuando subió al metro, decidió no ponerse los auriculares. Por primera vez en años, escuchó la vida real. Escuchó a una señora reírse mientras contaba un chiste malísimo. Escuchó a un muchacho darle las gracias al vendedor de dulces. Escuchó a un papá jugar con su hijo mientras esperaban en la estación.
Y entendió algo: La felicidad no es como en las películas. Es como en el metro. Sucede en medio del ruido, cuando uno se atreve a escuchar. En la vida cotidiana
Desde entonces, Julián ya no viaja con auriculares. Viaja con los oídos abiertos. Porque, aunque no lo parezca, siempre hay alguien diciendo algo que puede cambiarte el día… o la vida.