martes, 31 de diciembre de 2024
Meditación de fin de año
Cuando al mirarme en el espejo, vago
hacia la sombra que detrás me dejo
y desayuno en la ventana un poco
de esta luz que me regala el tiempo,
te pregunto, Señor, cómo me llamo
y quién es este que pregunta al cielo
ahora que dicen que se acaba un año
y lo despiden con risas y festejos,
como si el fin no fuera cada día
y cada hora un nuevo comienzo;
como si pudiera retornar al niño
que jugaba a peonzas en el suelo
o al soñador sentado en la escollera
por bucear tu luz entre los versos.
Me parece este paso como un río
que no puedo atrapar; cual un intento
que no tiene otro fin ni otra diana
que despeñarse en un desfiladero
donde el “yo” ya es la nada iluminada
una gota en el mar del Universo.
Historia de la canción “ven a mi casa esta Navidad”
Compuso un tema que nos hablaba de la necesidad de compartir, de recordar y de perdonar. El mismo Luis Aguilé contó cómo surgió esta canción:
Estábamos en víspera de la navidad y me encontré con un amigo y cuando estábamos conversando, él me contó que iba a pasar la navidad, solo en un cuarto porque no tenía dinero para viajar a Valencia donde se encontraba su familia.
Me quedé pensando y al llegar a mi hogar me senté en un sillón de la sala y en un papel en 20 minutos compuse esta canción. Esa misma tarde lo llamé por teléfono y gracias a Dios me pude comunicar con él, lo invité a mi casa y celebramos la Nochebuena, juntos con mi familia.
Esta hermosa canción navideña, tuvo repercusiones extraordinarias y una inmensa aceptación en toda la América de habla hispana, en España y en las grandes colonias de hispanoamericanos que residen en los Estados Unidos de Norteamérica, precisamente por el sentimiento que su letra envuelve, además por el mensaje que el compositor quiso transmitir, lográndolo de una forma extraordinaria y profundamente sentida.
Hace unos años atrás, en una presentación especial al lado del gran Raphael, Luis Aguilé dijo que “Ven a mi casa esta Navidad” había llegado a ser una canción emblemática porque unía a las familias, porque recordaba los sentimientos y porque era una canción de espíritu de Navidad. “Es una de las mejores canciones de mi vida”, expresó el argentino, quien fallecería en octubre de 2009.
Ven a mi Casa esta Navidad (Luis Aguilé)
Tú que estás lejos de tus amigos, de tu tierra y de tu hogar,
y tienes pena, pena en el alma, porque no dejas de pensar.
Tú que esta noche no puedes dejar de recordar,
Quiero que sepas, que aquí en mi mesa, para ti tengo un lugar.
Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
Tú que recuerdas quizá a tu madre o a un hijo que no está,
Quiero que sepas que, en esta noche, él te acompañará.
No vayas solo por esas calles, queriéndote aturdir,
Ven con nosotros y a nuestro lado intenta sonreír.
Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
Tú que has vivido, siempre de espaldas, sin perdonar ningún error,
Ahora es momento de reencontrarnos, ven a mi casa, por favor.
Ahora ya es tiempo, de que charlemos, pues nada se perdió,
En estos días, todo se olvida, y nada sucedió.
Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
lunes, 30 de diciembre de 2024
Te veo junto a mí
Florentino Ulibarri
Te veo junto a mí
en los días de éxito y favor
y en los oscuros y de tribulación.
Te veo junto a mí,
a veces delante, a veces detrás,
y también en mis flancos débiles y sin cubrir.
Te veo junto a mí
rodeándome y protegiéndome
y también sacándome al horizonte.
Te veo junto a mí
cuando ando entre la gente
y contemplo el rostro de quienes van y vienen.
Y cuando abro mis ojos,
ora camine, ora me detenga,
es tu rostro el que me ilumina y emociona.
En todos los lugares en los que estoy, estás.
A todas las horas que estoy, estás;
y tu rostro encarnado, siempre me ama más.
La brújula de los Reyes Magos
— ¡Levanta del suelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todas las casas del mundo!
Detrás le acompañaban dos séquitos más: el de Gaspar y, el recién llegado, Baltasar. Se cruzaron con estrellas fugaces, auroras boreales… Cuando Melchor quiso consultar la brújula se dio cuenta de que estaba estropeada.
— ¡No puede ser, es la única brújula que me quedaba!
Rodolfo se acercó a Melchor y le dijo:
— Tranquilo, llegaremos bien, con mi bastón mágico podremos ver en la oscuridad.
Y siguieron su camino. A Rodolfo le costaba guiarse en medio de las estrellas. Pero su ilusión esa noche era tan grande que dirigió la caravana perfectamente.
Empezaron en una casa muy pequeña y con muchos niños, entró por el balcón y miró alrededor. El salón era frío y casi no tenían muebles, pero en un rincón había un pequeño árbol, casi sin adornos y un Niño Jesús a los pies del árbol. El Rey Melchor dio una palmada y dijo:
— ¡Ha quedado un salón perfecto!
Y se llenó de muebles preciosos y un gran árbol con adornos y bombillas. Dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo por todas las casas de la ciudad. Los Reyes Magos entraron por balcones y ventanas grandes, pequeñas, altas, bajas…
— ¡Uf! ¡Qué noche! –dijeron Melchor, Gaspar y Baltasar. Estamos cansadísimos, pero aun así he dado los regalos a los niños.
Miró a sus camellos y les dio las gracias.
— Rodolfo guíanos de vuelta a casa, dijo el Rey Melchor.
Llegaron muy rápido. En la puerta le estaban esperando todos con un pequeño regalo, lo abrió y se echó a reír.
— ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo una mejor: ¡Rodolfo!
Le llamó con voz solemne, el paje se acercó y se inclinó ante él. Los dos sabían que esa noche les hizo amigos inseparables
domingo, 29 de diciembre de 2024
Credo de la familia
comunidad y hogar de amor cálido,
que han inyectado ternura al universo
salpicando de cariño todo cuanto existe.
Por ello creemos en el amor,
que viene de Dios, limpio y desinteresado.
Creemos en el cariño que une al hombre y a la mujer
en el camino de la vida.
Creemos en el amor
que se proyecta en cada hijo que nace.
Creemos en la familia, hogar de convivencia,
donde se comparte a diario el pan de la unidad,
la acogida y el perdón.
Damos gracias por lo mucho que nos ha dado
y nos comprometemos a cuidarla
como semilla del amor original de Dios.
La navidad que nos volvió familia
La casa de los Martínez estaba llena de vida... o al menos, de movimiento. Puertas que se abrían y cerraban, pasos rápidos por el pasillo, teléfonos sonando, voces de "¡Voy tarde!" o "¡No me esperen para cenar!". A simple vista, parecía un hogar lleno de energía, pero había algo que no se veía a simple vista: el silencio de dos corazones cansados.
Carmen y Manuel, ambos ya jubilados, miraban la casa que construyeron con tanto amor. Allí habían criado a sus tres hijos: Andrés (43 años), Laura (38 años) y Samuel (35 años). Tres hijos buenos, trabajadores, responsables... pero ausentes. Cada uno con su mundo, sus horarios, sus amigos, sus intereses. Cada uno con su vida independiente, pero bajo el mismo techo.
— Parece un hotel -decía Manuel cada vez que escuchaba la puerta de entrada abrirse y cerrarse otra vez-. Pero no un hotel de cinco estrellas, ¡un hotel sin portero!
Carmen se reía para no llorar.
— Paciencia, Manuel. Los hijos son así. Ya se darán cuenta algún día.
— ¿Cuándo? -replicaba su esposo- ¿cuando sea tarde? ¿cuando ya no estemos?
Ella callaba. No tenía respuesta para eso.
Era 22 de diciembre y la casa ya olía a Navidad. Carmen había sacado el viejo árbol del desván, el mismo que habían colocado durante 30 años. Lo decoró sola, como siempre. Los hijos no tenían tiempo para esas cosas. "Ya somos mayores para eso", había dicho Andrés el año anterior. Esta vez, ni siquiera preguntaron. Manuel, por su parte, limpiaba la mesa del comedor. Sacó el mantel blanco con bordados rojos que solo usaban en Navidad. Sacudió las sillas, puso los platos y se quedó un momento mirando la mesa vacía.
— Cinco sillas -dijo en voz baja- cinco... pero no sé si estaremos todos.
Carmen entró desde la cocina con una bandeja de dulces navideños.
— No te hagas ilusiones, Manuel -le dijo con ternura-. Ya dijeron que tienen "planes". Andrés tiene una cena con sus amigos, Laura sale con sus compañeras del trabajo y Samuel... bueno, Samuel nunca avisa.
Manuel bajó la cabeza y frotó sus ojos. Carmen se dio cuenta.
— No te pongas triste, Manuel. Al menos están bien, tienen trabajo, salud...
- Sí, pero yo quería una cena de Navidad con mis hijos. Solo eso. No quiero más regalos que verlos aquí, juntos, hablando, riendo. Pero parece que eso ya no se usa.
Carmen lo abrazó por la espalda.
— Tendremos nuestra cena tú y yo, Manuel. Como cuando éramos novios, ¿te acuerdas?
— Sí, Carmen. Pero yo quería una cena de cinco...
A las seis de la tarde, Andrés entró con prisa, se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla. Abrió la nevera, tomó un yogur y se fue a su habitación. Ni siquiera saludó. Laura llegó media hora después, con el móvil pegado a la oreja. Hablaba de un proyecto del trabajo, pasó por la cocina, bebió agua y se fue corriendo a cambiarse.
— ¡Mamá, no me esperes para cenar, eh! -gritó desde su habitación.
Samuel llegó el último. Saludó deprisa, dejó la mochila en el sofá y, mientras buscaba sus llaves, preguntó:
— Mamá, ¿quedó algo de comida de ayer?
— Sí, hay lentejas. Están en la olla.
— Genial. No me esperes, salgo en media hora -dijo mientras encendía la televisión.
Ninguno de los tres se dio cuenta de que sus padres los miraban desde la cocina. Manuel apretó la mano de Carmen.
—¿Te das cuenta? No nos ven, Carmen. No nos ven.
Ella no dijo nada. Se sentó, tomó una cuchara y removió el guiso que preparaba para el día siguiente.
Esa noche, después de cenar en silencio, Carmen hizo algo que nunca antes había hecho. Se sentó en la mesa del comedor, sacó un cuaderno y un bolígrafo y comenzó a escribir.
"Queridos hijos: Esta Navidad, vuestro padre y yo no queremos regalos. Solo queremos cenar juntos. No importa si no traéis nada, no importa si no tenéis tiempo para decorar la casa. Lo único que queremos es sentarnos los cinco a la mesa y hablar, reír y recordar. No importa si no podéis quedaros mucho rato. Solo queremos veros juntos, como cuando erais niños y todos cabíamos en la misma mesa y no había prisa por marcharse. No sabemos cuántas Navidades más podremos estar juntos, pero esta Navidad estamos aquí. Por favor, no faltís. Con amor, Mamá y Papá."
Carmen dejó la carta en la puerta de cada habitación.
— ¿Crees que la leerán? -preguntó Manuel.
— Sí. Lo que no sé es si la entenderán.
El 24 de diciembre amaneció con un silencio extraño. No se escucharon las prisas de Andrés, ni las llamadas de Laura, ni la televisión de Samuel. La casa parecía en pausa. Carmen se asomó al pasillo y notó que las puertas de las habitaciones estaban cerradas. "Se han ido temprano", pensó con tristeza.
Entró a la cocina y, para su sorpresa, encontró la mesa servida. Tres platos colocados con esmero, junto a tres tazas de café caliente. Había pan, frutas y una nota que decía: "Desayunemos juntos. Hoy no hay prisas."
— ¡Manuel, ven! ¡Mira esto! -gritó con una sonrisa que no se veía desde hacía tiempo.
Manuel llegó, miró la mesa y luego a su esposa.
— Parece que la carta funcionó.
Justo en ese momento, se abrieron las puertas de las habitaciones. Primero salió Andrés, con una camisa limpia y una sonrisa algo nerviosa.
— Buenos días, papá. Buenos días, mamá. Hoy no tengo prisa.
— ¡Buenos días, mamá! -dijo Laura, con una bandeja en la mano- hice huevos revueltos. ¿Os sirvo?
— ¡Eh, no empecéis sin mí! -gritó Samuel desde el pasillo, aun poniéndose la camiseta-. Hoy desayuno con mis padres, que para eso es Navidad.
Los ojos de Carmen se llenaron de lágrimas. "No puedo llorar ahora", se dijo, pero no pudo evitarlo. Miró a Manuel y vio que él tampoco podía esconder la emoción. Se sentaron juntos, los cinco. Por primera vez en años, los cinco compartieron el mismo pan, el mismo café, la misma risa.
— ¿Qué vamos a hacer esta noche? -preguntó Andrés, con la boca llena de pan.
— Cenar juntos -dijo Samuel con una sonrisa- cenar los cinco.
— Pero juntos de verdad -añadió Laura-. No como huéspedes, sino como familia.
Manuel miró a Carmen y ella le devolvió la mirada. No necesitaron decir nada. Aquella Navidad, las cinco sillas de la mesa estuvieron ocupadas.
Ya no era un hotel. Había vuelto a ser un hogar.
sábado, 28 de diciembre de 2024
Los Santos Inocentes
en la pobreza y humildad del portal de Belén.
Y nuestro corazón se llena de paz y alegría.
Pero hasta la ternura a veces es mal recibida.
Herodes te recibió con miedo y violencia.
Tu bondad resultó peligrosa para muchos
y acabaste colgado en el madero de la cruz.
Nos parece increíble, pero esto sigue pasando:
muchas personas que aman son incomprendidas,
porque su bondad supone una denuncia de la maldad,
porque preferimos la mediocridad a la santidad.
Señor, no dejes que otros paguen mis temores y enfados,
Perdona el mal que hacemos a muchas personas buenas.
Danos fuerza para compensar con amor nuestros errores
y para defender a los Santos Inocentes de este tiempo.
La Navidad de Alba, la Coneja Aventurera
Cuentos Infantiles
Alba era una pequeña coneja que vivía en un acogedor agujero bajo un gran roble en el bosque. Aunque su hogar era sencillo, Alba siempre tenía una gran sonrisa y un espíritu alegre. Sin embargo, había algo que la hacía diferente de las demás conejas del bosque: Alba amaba la aventura. A diferencia de sus amigos que preferían quedarse cerca de sus hogares durante el invierno, Alba sentía una curiosidad irresistible de explorar los rincones más lejanos del bosque.
Con la Navidad a la vuelta de la esquina, Alba decidió que este año iba a vivir una aventura especial. No quería quedarse en su agujero para celebrar las fiestas, sino que quería encontrar el árbol más hermoso y más alto del bosque, uno que pudiera iluminar toda la Navidad con su belleza.
Así que, una mañana fría y despejada, Alba partió en su travesía, saltando con energía y dejando un rastro de huellas en la nieve recién caída. Mientras caminaba, se encontró con varios animales del bosque que, al verla tan decidida, la animaron a seguir adelante.
— ¡Buena suerte, Alba! -gritó el zorro desde su cueva, con una sonrisa-. ¡Que encuentres el árbol más grande y brillante!
— ¡Hazlo por todos nosotros! -dijo el búho, asomándose desde su árbol, sabiendo que la pequeña coneja siempre estaba lista para una nueva aventura.
Alba siguió su camino a través del bosque, saltando por encima de ramas caídas y cruzando arroyos congelados. Después de varias horas caminando, Alba llegó a una zona del bosque que nunca había explorado antes. Allí, en lo más alto de una colina, encontró un árbol gigante de pino, tan alto que parecía tocar el cielo.
Era un árbol impresionante, con ramas largas y fuertes que se extendían hacia el cielo, cubiertas de nieve brillante. Alba se sintió maravillada ante su tamaño y belleza. Era el árbol perfecto para celebrar la Navidad, pero al acercarse, notó algo que la hizo sonreír aún más: el árbol estaba lleno de pequeños animales del bosque, todos trabajando juntos para decorarlo. Ardillas estaban colocando nueces en las ramas, pájaros colgaban cintas rojas y amarillas, y algunos conejos estaban atando campanillas en las ramas más bajas.
— ¡Hola, Alba! -saludó una de las ardillas, mientras arreglaba una guirnalda de hojas secas- ¡Hemos decidido decorar este árbol para todos los animales del bosque!
Alba se unió rápidamente a la decoración, ayudando a colgar más adornos y ramas. Cuando terminaron, el árbol brillaba con las luces de las estrellas reflejadas en la nieve y los adornos naturales que los animales habían colocado con tanto amor. Todos se reunieron alrededor del árbol, cantando villancicos y celebrando la Navidad como una gran familia.
— ¡Este es el árbol más hermoso de todos! -dijo Alba, mirando con satisfacción el árbol decorado.
Y así, Alba aprendió que la verdadera magia de la Navidad no estaba en encontrar el árbol más alto, sino en compartir momentos especiales con los demás. Al regresar a su agujero bajo el roble, Alba se sintió feliz de haber vivido una aventura, pero aún más feliz por haber sido parte de una Navidad tan especial.
viernes, 27 de diciembre de 2024
Siempre estás Tú, Señor
Florentino Ulibarri
En las plazas y en las iglesias,siempre estás tú.
En los mercados y en los claustros,
siempre estás tú.
En las ciudades y en los desiertos,
siempre estás tú.
En los valles y en las montañas,
siempre estás tú.
En las fábricas y salas de fiesta,
siempre estás tú.
En las playas y en los monasterios,
siempre estás tú.
En las cumbres nevadas y en los oasis,
Siempre estás tú.
En las calles y en los corazones,
siempre estás tú...
Aunque ya no haya estrellas
y yo vaya por caminos inciertos,
tú siempre estás...
Aunque no te ofrezca nada
-ni oro, ni incienso, ni mirra-
tú siempre estás.
Aunque vuelva a mi hogar
en busca de paz y seguridad,
tú siempre estás.
𝐋𝐚 𝐍𝐚𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐱
Clara había pasado toda su vida esperando la Navidad. Desde pequeña, adoraba esas fiestas, las luces brillando en las casas del vecindario, la nieve cayendo suavemente y el aire fresco lleno de esperanza. Pero esta Navidad, había algo que no era igual.
Su compañero de toda la vida, Max, un perrito pequeño de orejas caídas y ojos llenos de ternura, ya no estaba como siempre. Aunque Clara lo había cuidado con todo su amor, Max, que siempre había sido enérgico y juguetón, ya no podía moverse como antes. Sus pasos eran lentos y su mirada más apagada. Clara sabía que no estaba bien, pero no quería aceptar que su querido amigo se estaba despidiendo.
El 24 de diciembre, mientras la familia de Clara preparaba la cena y decoraba el árbol, Max se recostó junto a la chimenea, como siempre lo hacía. Clara lo abrazó y, con lágrimas en los ojos, le susurró:
— Te quiero mucho, Max. Siempre serás mi mejor amigo.
Esa noche, mientras la familia cantaba villancicos y compartía risas alrededor de la mesa, Max cerró los ojos por última vez. Clara, al principio, no entendió lo que había sucedido. Cuando fue a verlo, su corazón se rompió al darse cuenta de que su perrito ya no estaba con ella.
El dolor era inmenso. En medio de la Navidad, cuando todo debería estar lleno de alegría, Clara se sintió vacía. ¿Cómo podría celebrar sin Max a su lado? Pero mientras lloraba junto a él, recordó todas las maravillosas memorias que compartieron: los paseos por el parque, las tardes jugando en el jardín, las mañanas en las que permanecía a su lado de forma incondicional.
A la mañana siguiente, Clara, aunque triste, decidió hacer algo especial para honrar la memoria de Max. Salió al jardín y, con su madre, puso un pequeño árbol de Navidad en su honor. Lo adornaron con luces y una estrella brillante en la cima. Mientras lo hacían, Clara sintió como si Max estuviera allí, a su lado.
El árbol de Navidad, pequeño y sencillo, se convirtió en el recordatorio de que, aunque Max ya no estaba físicamente, su amor seguía vivo en su corazón. Esa Navidad, Clara entendió que el amor de un animal nunca se va, que siempre lleva consigo los momentos que compartimos, y que aunque su perrito ya no podía estar presente, su espíritu siempre sería parte de su vida.
jueves, 26 de diciembre de 2024
Señor, hazme profeta
Oscar Alonso
Al leer hoy tu Palabra me pregunto:
¿Qué tipo de profeta soy? ¿Qué me exige ser profeta?
Y me doy cuenta que a veces me puede la cobardía,
o la incoherencia, o mi falta de autenticidad y valentía.
Y me doy cuenta de que confías siempre en mí.
¡Mucho más de lo que a veces creo!
¡Mucho más de lo que a veces aprovecho!
¡Mucho más de lo que a veces me merezco!
Señor, hazme profeta. Hazme profecía.
Señor, que no tema tanto el rechazo
como la rutina que produce hacer lo de siempre,
lo que todos, lo que se lleva…
simplemente por evitar el conflicto y la reacción
que provoca escuchar tu Palabra
y ponerla en práctica y dar testimonio profético
de que lo de tu reino es verdad y vida verdaderas. Así sea
La navidad del olvido
Don Emilio despertó en la fría mañana de Navidad con una sensación extraña en el pecho, algo que no lograba comprender del todo. A su alrededor, el aire olía a desinfectante y a soledad. Estaba acostado en una cama pequeña, rodeada de paredes blancas que no lograban esconder la sensación de vacío que lo invadía. La habitación del asilo era modesta, pero no era eso lo que le dolía. Lo que más le pesaba era la ausencia de todo lo que alguna vez le había hecho sentir vivo: el bullicio de su hogar, el calor de sus hijos, la risa de sus nietos corriendo por el pasillo.
A sus 85 años, la vida le había dado muchas alegrías, pero también le había arrebatado lo que más amaba. Su hijo, Miguel, y su hija, Clara, le habían prometido que lo cuidarían en su vejez, que lo acompañarían, como él hizo con ellos cuando eran pequeños. Pero la promesa se desvaneció cuando la carga de la vida se hizo demasiado pesada para ellos. Miguel y Clara, ocupados en sus cosas, en sus trabajos, en sus familias, no tenían el tiempo ni la energía para ocuparse de su padre.
El asilo estaba tan cerca de la casa de Clara que él podía verla desde su ventana, esa misma casa en la que vio crecer a sus hijos, esa casa que ahora parecía tan ajena. Cada semana, Clara y Miguel lo visitaban, pero era solo un par de horas. Una vez a la semana, no más. Sus nietos, los pequeños que tanto adoraba, nunca se acercaban. Parecía que las navidades ya no tenían el mismo brillo para ellos.
Era Nochebuena y el salón común del asilo estaba decorado con guirnaldas y luces. Los otros ancianos se encontraban sentados en sillas de ruedas, mirando la televisión sin mucho interés, algunos con una sonrisa forzada, otros simplemente ausentes. Don Emilio observaba todo eso desde su rincón. No podía evitar sentir el vacío en su corazón.
Recordó navidades pasadas, cuando su casa se llenaba de risas y conversaciones, de aromas de pavo y pan dulce, de abrazos y villancicos. Recordó cómo sus hijos se peleaban por colocar la estrella en lo alto del árbol, cómo sus nietos correteaban con entusiasmo alrededor de las luces brillantes. Todo eso parecía pertenecer a otro tiempo que ya no volvería.
— Es Navidad, papá.
La voz de Clara lo sacó de sus pensamientos, interrumpiendo su tristeza. Entró con una sonrisa triste en el rostro. Miguel la seguía detrás, con la mirada cansada, pero ambos trataban de parecer alegres.
Don Emilio intentó sonreír, pero su rostro no pudo ocultar el dolor. Los abrazó, sintiendo que la calidez de sus hijos era solo un susurro del pasado. No pudo evitar echar en falta a sus nietos. Clara había dicho que estaban ocupados con sus amigos, con las actividades de la escuela. Don Emilio lo entendía, pero eso no le quitaba el peso de la soledad que sentía.
— Papá, lo sentimos mucho. -Clara lo miró con compasión, como si él fuera un niño al que había que consolar. Pero las palabras no podían llenar el vacío en su corazón-.
— Ya no es lo mismo, ¿verdad? - susurró Don Emilio, y sus ojos se llenaron de lágrimas- ya no es lo mismo sin ellos.
Miguel se acercó y le dio una palmada en la espalda, un gesto que una vez fue lleno de amor, pero que ahora solo se sentía como una costumbre vacía.
— Sabemos que esto no es fácil, papá. Pero tienes que entender que nosotros… -Miguel dudó un instante-, nosotros también tenemos nuestras vidas.
El padre asintió, aunque su corazón se rompía un poco más con cada palabra. Sabía que sus hijos tenían responsabilidades, que sus nietos no eran culpables. Pero en ese momento, el dolor de sentirse olvidado, de ser solo una carga, lo envolvía como una manta helada.
Esa noche, después de que Clara y Miguel se fueron, Don Emilio se quedó solo en su pequeña habitación. El sonido del reloj en la pared era lo único que se escuchaba, mientras los ecos de las risas y los abrazos familiares seguían resonando en su memoria.
Miró por la ventana. La nieve comenzaba a caer suavemente sobre el mundo exterior, cubriéndolo todo con un manto blanco. En la distancia, intuía las luces de la casa de Clara parpadeando, como una estrella distante que ya no podía alcanzar.
“Quizá la Navidad ya no sea para mí”, pensó mientras cerraba los ojos y se acostaba. Pero en su corazón, aún guardaba una chispa de esperanza, una pequeña llama que no se apagaba por completo. Quizá algún día, tal vez en una Navidad futura, sus hijos y nietos recordarían lo que significaba la familia, el amor, y el verdadero espíritu de la Navidad. Quizá entonces, su soledad se disiparía, y volverían a ser los mismos de antes.
Pero por ahora, solo quedaba esperar, esperando que algún día alguien, aunque fuera una vez más, le dijera: "Te queremos, papá."
Y esa noche, bajo la nieve, Don Emilio se quedó dormido con esa esperanza, mientras las luces navideñas seguían brillando en la casa de sus hijos, a lo lejos.
miércoles, 25 de diciembre de 2024
Mi cuna más secreta
Pedro Miguel Lamet
Nunca estuve tan solo ni agobiado,
ni tan triste, de noche en el camino,
como en el gran dislate sin destino
de este absurdo festín que se han montado,
donde Belén de pronto es un mercado
en el que corren por el bien mezquino
de un inmediato goce repentino
por escapar del Dios que está a su lado.
Dame, Niño, el valor de una mirada
que atraviese esta nube de ruido
y penetre en la luz de esa conciencia
que me conduce a descubrir la Nada
y así hallarte, Jesús, muy escondido
en la cuna interior de tu Presencia.
La estrella perdida del árbol de Navidad
Emma, una niña curiosa y valiente, notó el vacío en el árbol y decidió investigar. “Sin la estrella, no se sentirá como Navidad”, pensó. Armándose con una linterna y una bufanda roja, salió al bosque cercano para buscar pistas.
Mientras caminaba, escuchó un suave llanto entre los árboles. Al seguir el sonido, encontró algo increíble: la estrella estaba sentada sobre un tronco caído, brillando débilmente.
— “¿Por qué estás aquí?”, preguntó Emma sorprendida.
— “No me sentía especial, dijo la estrella con tristeza. Todo el mundo solo me mira desde abajo. Nadie sabe lo difícil que es iluminar toda una Navidad.”
Emma se sentó junto a ella y sonrió.
— “Tal vez no lo dicen, pero todos en el pueblo te admiran. Eres el símbolo que une a todos en estas fechas.”
La estrella titiló, como si estuviera pensando.
— “¿De verdad crees que me necesitan?”
— “Por supuesto. Yo misma vine a buscarte porque Navidad no sería igual sin tu luz,” respondió Emma con sinceridad.
Conmovida, la estrella decidió volver. Pero había un problema: estaba demasiado débil para volar de regreso al árbol.
Emma tuvo una idea. — “Vamos, subiré contigo.”
Con cuidado, Emma tomó a la estrella y regresó al pueblo. Los vecinos, al verla llegar, se reunieron emocionados. Con la ayuda de todos, levantaron a Emma en una escalera hasta que pudo colocar la estrella en la punta del árbol.
De repente, el árbol brilló con más fuerza que nunca. La luz de la estrella iluminó no solo el pueblo, sino también los corazones de todos. Desde ese día, la estrella nunca volvió a dudar de su importancia.
Esa Navidad fue la más mágica que el pueblo había visto, y todo gracias al valor de Emma y al regreso de la estrella perdida.
domingo, 22 de diciembre de 2024
Dijiste sí (canción, ¡escúchala!)
Dijiste sí y en tu vientre latía divina la salvación
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
Gabriel tembló, conmovido con tanta belleza
Madre de Dios, cuélame en tu mirada de amor de la Anunciación
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
La pequeña vendedora de velas
Era una noche fría y oscura de Navidad en un pequeño pueblo. Una niña llamada Valeria se encontraba sentada en la calle, vendiendo velas para ayudar a su familia a pasar las fiestas.
Mientras Valeria esperaba a los compradores, un anciano se acercó a ella. El anciano parecía muy pobre y llevaba un abrigo raído. Valeria se apiadó de él y le ofreció una vela gratis.
El anciano se sorprendió por la generosidad de Valeria y le preguntó por qué lo había hecho. Valeria respondió:
Al día siguiente, Valeria se despertó y encontró un paquete en su puerta. Era un regalo del anciano, que resultó ser un rico empresario que había estado disfrazado para ver cómo la gente reaccionaba a la pobreza.
El regalo era una gran suma de dinero para ayudar a la familia de Valeria También incluía una nota que decía: "Recuerda, Valeria que la bondad y la generosidad siempre serán recompensadas".
Valeria aprendió una valiosa lección ese día: que la verdadera magia de la Navidad está en compartir el amor y la generosidad con los demás, y que siempre hay recompensas para aquellos que actúan con bondad y compasión.
martes, 17 de diciembre de 2024
Soy Adviento
Pedro Miguel Lamet
¡Cómo me gusta andar por los caminos,
sentir bajo mis pies latir al mundo,
mirar al horizonte en lo profundo
y respirar el aire de los pinos!
¡Cómo me calma de mis desatinos
marchar de paso como un vagabundo,
mientras, sin pensar, los ojos hundo
en reflejos de amores tan divinos!
Pues de pronto comprendo iluminado
que en caminar consiste nuestra vida
hacia la luz del gran descubrimiento,
puesto que andando advierto que he llegado;
y en el buscar presiento la venida.
Nací para esperar, pues soy Adviento.
La fábula del zapato hablador
— "¡Calla de una vez!" le decían las botas, hablas demasiado y no dices nada importante".
— "¿No te das cuenta de que eres un tonto?, murmuraban las zapatillas, deberías aprender a quedarte en silencio como nosotras".
El zapato hablador, aunque herido por las críticas, no dejó de contar sus historias. Cada noche, cuando las luces se apagaban, sus relatos llenaban el armario de imaginación. Hablaba de aventuras y descubrimientos que encendían la curiosidad de algunos zapatos más jóvenes, como una pequeña sandalia que soñaba con conocer el mundo.
Un día, un terremoto sacudió la casa y el armario se tambaleó. Los zapatos cayeron al suelo, pero solo el zapato hablador tuvo la idea de llamar al dueño de la casa.
— "¡Aquí estamos! ¡Nos hemos caído! ¡Ayúdanos!", gritó con todas sus fuerzas.
El dueño escuchó su voz y vino a recogerlos, devolviendo el orden al armario.
Desde ese día, los demás zapatos miraron al zapato hablador con respeto. Comprendieron que hablar, aunque a veces fuera molesto, podía marcar la diferencia en los momentos importantes.
Moraleja: Nunca temas expresarte, aunque otros te critiquen. A veces, las voces que se atreven a hablar son las que marcan la diferencia.
domingo, 15 de diciembre de 2024
Canto de Adviento
José Mª Rodríguez Olaizola SJ
No hay que temer al fracaso, a la lucha,
al dolor, a los pies de barro o a la debilidad.
No hay que temer a la propia historia,
con sus aciertos y tropiezos;
ni a las dudas; ni al desamor;
que la vida es así, compleja,
turbulenta, hermosa, incierta.
Pero luchemos contra la tristeza perenne,
esa que se instala en el alma y ahoga el canto.
Alimentemos la semilla de alegría
que Dios nos plantó muy dentro.
Que surja, poderosa, la voz esperanzada,
esa que clama en desiertos y montes,
en calles y aulas, en hospitales,
en prisiones, en hogares y en veredas.
Cantemos, hasta la extenuación,
la vida del Dios hecho niño,
del Niño hecho Hombre,
del Hombre crucificado
que ha de vencer a la cruz, una vez más.
Nadie va a detener al Amor
que se despliega, invencible,
en este mundo que aguarda.
Aunque aún no lo veamos
¿Qué estás diciendo?
Anthony De Mello.
El Maestro imprime su sabiduría en el corazón de sus discípulos, no en las páginas de un libro. El discípulo habrá de llevar oculta en su corazón esta sabiduría durante treinta o cuarenta años, hasta encontrar a alguien capaz de recibirla. Tal era la tradición del Zen.
El Maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju. Un día le hizo llamar y le dijo:
— “Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de Maestro a Maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor”.
— “Harías mejor en guardarte el libro”, replicó Shoju. Tú me transmitiste tu Sabiduría sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo”.
— “Lo sé, lo sé… dijo con paciencia Mu-nan. Pero aun así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo”.
Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas.
Mu-nan, a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó:
— “¿Qué disparate estás haciendo?”
— “¿Qué disparate estás diciendo?”, le replicó Shoju
El Maestro habla con autoridad de lo que él mismo ha experimentado. Nunca cita un libro.
sábado, 14 de diciembre de 2024
Concédeme el deseo de imitarte
San Juan de la Cruz
Concédeme, oh Cristo,
un constante deseo de imitarte
en todas mis acciones.
Ilumina mi espíritu, para que contemplando tu ejemplo,
aprenda a vivir como tú has vivido.
Ayúdame, Señor, a renunciar
a todo lo que no es plenamente
a honor y gloria de Dios.
Y esto por amor tuyo Jesús,
que en la vida querías hacer en todo
la voluntad del Padre.
Oh Señor, haz que yo te sirva
con amor puro y entero,
sin esperar en cambio éxitos o felicidad.
Que yo te sirva y te ame, oh Jesús,
sin ningún otro propósito
que tu honor y tu gloria. Amén
El taxista que cambió una vida
Canal Asombroso
Era una tarde lluviosa en Bogotá. Tomás, un joven de 21 años, caminaba por las calles con los zapatos gastados y el peso de un mundo que parecía haberle dado la espalda. Sin un centavo en el bolsillo, llevaba días buscando trabajo, pero la suerte parecía esquivarlo.
Ese día era diferente. Su madre, en el hospital, necesitaba un medicamento urgente que él no podía pagar. El tiempo apremiaba y no había autobuses disponibles. La desesperación lo llevóa detener un taxi.
Con el corazón latiendo como un tambor, hizo una señal y un taxi amarillo se detuvo. Al volante estaba Don Jorge, un hombre de 58 años con un rostro curtido por años de trabajo en la ciudad. Tomás abrió la puerta y, antes de entrar, le dijo:
— Señor, no tengo dinero, pero necesito llegar al hospital. Mi mamá está muy grave. Si no puede llevarme, lo entiendo.
Don Jorge lo miró por el espejo retrovisor, frunció el ceño y luego dijo:
— Súbete, muchacho.
El taxi arrancó, y el trayecto transcurrió en silencio. Tomás miraba por la ventana, intentando encontrar las palabras para expresar su gratitud, mientras Jorge parecía concentrado en el tráfico.
Jorge rompió el silencio.
— ¿Qué le pasa a tu mamá?, preguntó, con la mirada fija en el retrovisor.
— Tiene diabetes -dijo Tomás respirando hondo-. Necesita insulina, pero no he conseguido el dinero para comprarla. He ido a todas partes buscando ayuda, pero... -su voz se rompió-, no he tenido suerte.
El taxista no dijo nada, pero su expresión cambió. Jorge había pasado por algo similar con su propia madre años atrás, y esa herida nunca había sanado del todo.
Al llegar al hospital, Tomás bajó apresuradamente y, antes de cerrar la puerta, dijo:
— Gracias, señor. No tengo cómo pagarle, pero jamás olvidaré esto.
Esa noche, mientras conducía por la ciudad, Jorge no podía quitarse de la cabeza la situación de Tomás: su ropa desgastada, la desesperación en sus ojos, y el recuerdo de su propio pasado. Había crecido en un barrio pobre y sabía lo que era luchar contra la adversidad.
Al terminar su turno, Jorge fue a una farmacia, compró un paquete de insulina y regresó al hospital. Cuando llegó, preguntó en recepción por una mujer con diabetes. Después de insistir, una enfermera lo llevó hasta una pequeña sala donde Tomás estaba sentado, con la cabeza entre las manos. Al verlo entrar, Tomás se levantó de un salto.
— ¿Señor? ¿Qué hace aquí?
Jorge extendió la bolsa con el medicamento.
— Toma. Esto es para tu mamá.
Tomás se quedó paralizado. Quiso decir algo, pero las palabras no salían. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, y lo único que pudo hacer fue abrazar al taxista.
El tiempo pasó, y con el medicamento, la salud de la madre de Tomás mejoró. Aunque la vida seguía siendo difícil, ese acto de bondad se convirtió en la motivación que impulsó a Tomás a seguir adelante. Decidió que algún día pagaría esa deuda, no con dinero, sino ayudando a alguien más, como Jorge lo había hecho con él.
Por otro lado, Jorge no esperaba nada a cambio. Para él, el verdadero pago era saber que había hecho un bien. Sin embargo, un año después, ocurrió algo inesperado. Tomás, después de meses de esfuerzo, consiguió un trabajo en una empresa de logística. Poco a poco fue ahorrando y aprendiendo. Un día, mientras esperaba para subir al autobús, vio pasar un taxi amarillo. Era Jorge. Sin pensarlo dos veces, Tomás hizo señas para detenerlo.
— ¡Don Jorge! -gritó al abrir la puerta.
Jorge lo reconoció al instante y sonrió.
— ¡Muchacho! ¿Cómo está tu mamá?
— Está bien, gracias a usted -dijo Tomás, emocionado-. Pero hoy no hace falta que me ayude, quiero devolverle el favor.
Tomás sacó un sobre de su mochila y se lo entregó a Jorge. Dentro había una carta y una tarjeta de regalo para un chequeo médico completo. Jorge, confundido, lo miró.
— Es un pequeño agradecimiento -explicó Tomás-. Usted me salvó cuando más lo necesitaba. Ahora quiero asegurarme de que usted también esté bien.
Jorge, conmovido, negó con la cabeza.
— No era necesario, muchacho. Pero gracias.
Ese día compartieron una comida, y mientras hablaban, Tomás le confesó algo:
— Usted no solo ayudó a mi mamá, Don Jorge. Me ayudó a entender que todos podemos marcar una diferencia, por pequeña que sea.
Desde entonces, Jorge y Tomás se convirtieron en amigos. Juntos, comenzaron a organizar pequeñas colectas para ayudar a otras personas en situaciones difíciles, formando una cadena de bondad que creció más allá de lo que ambos imaginaron.
martes, 10 de diciembre de 2024
¿Qué es Adviento?
Florentino Ulibarri
Salir con los ojos bien abiertos,
ligero de peso y erguido, libre y dispuesto.
Andar por las calles sin miedo,
otear el horizonte serenamente,
saludar y tocar a la gente.
Escuchar el rumor de la vida, dejarse empapar por ella
y regalar cántaros de esperanza todos los días.
No dormirse en los laureles, vigilar todo lo que acontece
y esperar día y noche al que viene.
Volver con los pies polvorientos,
el corazón enternecido y preñadas las entrañas.
Entrar alegre en su casa, dejarse lavar y curar las llagas
y sentarse a comer en compañía.
Contar lo que me ha sucedido, escuchar a todos como amigo
y cantar con voz humana sus alabanzas.
Permanecer largo tiempo en silencio contemplando el misterio
y cuidando la vida que está floreciendo.
Eso es Adviento. Esto es Adviento.
Un niño llamado Leo
Sin embargo, Leo también tenía una sombra en su corazón. Sus padres, Marta y Roberto, estaban siempre ocupados. Entre el trabajo y las preocupaciones del día a día, había poco tiempo para comprender a su hijo. Cuando a Leo se le caía al leche al desayunar o rompía algún vaso por accidente, Marta solía gritar: “¡Siempre haces todo mal!” Y cuando Roberto revisaba las tareas de Leo y encontraba errores, decía: “¿Por qué eres tan tonto?”.
Con cada palabra dura, algo dentro de Leo se rompía un poquito. Aunque por fuera mantenía la calma, en su interior creía que tal vez sus padres tenían razón: “Quizá sí soy tonto”, pensaba.
Una noche, después de un largo día lleno de regaños, Leo se encerró en su habitación y dibujó algo diferente. Era un bosque oscuro, lleno de árboles torcidos y sombras amenazantes. En el centro del dibujo, había un pequeño pájaro atrapado en una jaula. Sus alas eran enormes, pero la jaula era demasiado pequeña para que pudiera usarlas. Leo miró su obra y sintió un nudo en el estómago. “Ése soy yo”, susurró.
A la mañana siguiente, mientras Marta limpiaba, encontró el dibujo sobre la cama de Leo. Lo observó con detenimiento y sintió un pinchazo en el corazón. “¿Por qué dibujó algo tan triste?”, pensó. Esa noche, le mostró el dibujo a Roberto.
— Es solo un dibujo, Marta -dijo Roberto, intentando restarle importancia.
Pero Marta no podía quitarse la imagen de la cabeza. Al día siguiente, decidió hablar con la maestra de Leo. La maestra, una mujer sabia llamada Clara, escuchó atentamente y luego dijo:
— Leo es un niño sensible y con mucho talento. Pero también necesita sentirse valorado. Los niños son como pequeñas plantas; si les hablas con dureza, se marchitan. Pero si los riegas con amor y palabras amables, florecen.
Marta regresó a casa pensativa. Esa noche, cuando a Leo se le cayó un poco de zumo, Marta estuvo a punto de gritarle, pero algo la detuvo. Respiró profundo y dijo:
— No pasa nada, Leo. Todos cometemos errores.
Leo la miró sorprendido, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Poco a poco, Marta y Roberto comenzaron a cambiar. En lugar de gritarle cuando cometía errores, le enseñaban cómo arreglarlos. Cuando Leo dibujaba algo, lo felicitaban y le preguntaban por sus historias. Cada palabra amable era como un rayo de sol que derretía el hielo en el corazón de Leo.
Con el tiempo, Leo volvió a llenar sus cuadernos de colores brillantes y mundos fantásticos. Y en uno de sus dibujos, Marta y Roberto vieron algo que los hizo llorar: un pájaro con alas enormes, volando libre bajo un cielo despejado.
Desde entonces, Marta y Roberto entendieron que las palabras tienen un poder inmenso. Pueden ser jaulas que atrapan o vientos que impulsan a volar. Y ellos eligieron ser el viento bajo las alas de su hijo.
lunes, 9 de diciembre de 2024
Aquí estoy, Señor
Aquí estoy, Señor Jesús, y quiero aceptar tu plan con riesgo
y lanzarme a tu programa de vida,
en tu manera de vivir para alumbrar vida.
Aquí estoy, Señor Jesús, para cumplir tu voluntad,
la misma que tú cumpliste en la llamada del Padre.
Aquí estoy, en Comunión para hacer de mi existencia
llama que no se apague.
Quiero ser, Señor Jesús, como la arcilla en tus manos.
Me pongo en tus manos, Señor de mi vida
para que se realice tu obra.
Tú estás presente en la fuerza de tu Espíritu que hermana a los hombres
que se olvidan de sus cosas y se dan sin recibir nada.
Tú estás presente, Señor, en tu espíritu.
Tú caminas conmigo. Amén.
La hormiga y el saltamontes
— ¡Oh, qué hermoso día! La, la, la, la. Tocaré y cantaré junto con mi violín… y no sé el resto de las palabras de esta canción, pero está bien…
Cuando terminó su escandalosa y chillante canción pudo notar un ruido y escuchó atenta mente. Para entender de dónde y de quién provenía el ruido saltó rápidamente hacia las ramas del árbol. Y allí mismo vio desde lejos un rastro de hormigas. Marchaban como soldados. Con gran dificultad, las hormigas transportaban semillas y frutos secos que se habían caído de los árboles. El saltamontes saltó al suelo y, totalmente confundido, vio cómo desaparecía el rastro de las hormigas.
— Nunca he logrado entender el rastro de estas hormigas. No paran de trabajar.
Justo en ese momento, notó que se acercaba una hormiga. La hormiga estaba tratando de llevar una semilla mucho más grande que ella misma. Justo cuando pasaba al lado del saltamontes, la hormiga dejó caer la semilla que llevaba. De hecho, necesitaba descansar. El saltamontes la miró con ojos asombrados.
—¿Te estás mudando a algún lugar?
— No
— No me digas que se acerca un gran desastre y es por eso por lo que estás huyendo.
— No
— Bueno, entonces ¿qué es lo que estás haciendo?
— Llevando comida a nuestros nidos.
— Ya veo. Debes estar esperando una gran cantidad de visitas esta noche.
— Estamos almacenando comida para el invierno
— ¿Estás almacenando comida para el invierno? ¿Para qué? Y, además, ¿por qué la prisa? Todavía queda mucho para el invierno. Diviértete. Solo aprovecha al máximo el verano.
— Si es así, entonces ¿qué quieres que hagamos para el invierno?
— Seguro que encontramos algo divertido que hacer. No te preocupes.
— Tú solo piensas en divertirte y ¿qué vamos a comer? Dime qué piensas.
— Pensaré en eso cuando llegue el inverno. Ahora es verano y hay mucho que comer en todas partes.
La hormiga ya se había cansado de escuchar las tonterías del saltamontes. Y trató de poner la semilla en su espalda una vez más.
— Debo seguir el paso de mis amigos. ¿Me pondrías esta semilla en mi espalda?
— Un cantante y artista como yo no debería llevar cosas tan pesadas.
Después de escuchar tal respuesta del saltamontes, la hormiga miró con desilusión al saltamontes y continuó intentando poner la semilla en su espalda.
— Supongo que podría ayudarte un poco.
El saltamontes recogió la semilla del suelo y la colocó sobre la hormiga. La hormiga le dio las gracias y siguió su camino.
—¡Qué inútil y ridículo esfuerzo!
El saltamontes siguió acostado debajo del árbol. Después de comer un bocadillo, continuó tocando su violín.
— ¡Oh, qué hermoso día! La, la, la, la. Tocaré y cantaré junto con mi violín… y ya olvidé el resto de la canción… La, la, la, la…
En ese momento una ardilla sacó su cabeza del árbol.
— ¡Suficiente! ¡Suficiente, por favor! ¡Ya es suficiente! Canta tu canción en otro lugar. Estoy tratando de descansar aquí.
En ese instante el saltamontes dejó de cantar. Echó un vistazo a la ardilla, agarró su violín y se fue.
— Nadie sabe apreciar a un artista en este bosque.
Los calurosos días de verano continuaban y las hormigas seguían llevando comida a sus nidos. Mientras, el saltamontes seguía comiendo, paseando y se divertía tocando su violín y cantando.
Finalmente, el frío invierno había llegado. Una mañana, cuando las hormigas se despertaron, miraron desde dentro de sus nidos y vieron que todo estaba cubierto de nieve blanca. La pequeña hormiga no podía parar de pensar en los otros animales que vivían fríos, congelados y hambrientos. Por otra parte, ya que todas las plantas estaban cubiertas de nieve, el saltamontes no había comido nada durante varios días. Estaba temblando. Había perdido toda su fuerza y no podía tocar el violín ni cantar. Con gran fuerza intentaba caminar sobre la nieve. De repente pensó en los calurosos días de verano.
— ¡Qué bonitos fueron esos días! Había comida por todos lados. Tenía un estómago lleno y estaba feliz.
En ese momento pensó en la hormiga. Llevando comida a su nido todo el verano. Y se dio cuenta de que se había burlado de ella durante todo el verano. ¿Le ayudaría ahora? Se preguntaba. Hacía demasiado frío para que el saltamontes pudiera caminar.
— No es momento de ser orgulloso. Es el momento de encontrar el nido de las hormigas y pedir ayuda.
Se dirigió directamente al nido de las hormigas. Se paró frente a la puerta y gritó:
—¿Hay alguien ahí? Por favor pido ayuda.
— ¿Quién es?
Desde el nido se escuchó un ruido. El saltamontes con sus últimas fuerzas respondió:
— Mi querida amiga hormiga, soy yo, el saltamontes. Por favor, déjame entrar.
En ese momento, al escuchar lo que pasaba, la hormiga reina se acercó a la pequeña hormiga.
— ¿Qué está pasando? ¿Quién pide ayuda?
— Solo un saltamontes perezoso que se sienta por ahí y se pasa el día cantando, mi reina. Creo que tiene hambre y busca ayuda.
— Cualquier persona que llegue a nuestra puerta y busque ayuda no debe ser rechazada.
La reina y todas las demás hormigas se acercaron a la puerta principal del nido y la abrieron. El saltamontes. El saltamontes estaba allí tumbado en la nieve, porque ya no tenía fuerzas. Las hormigas inmediatamente recogieron al saltamontes y lo llevaron al nido. El saltamontes recobró el conocimiento gracias al calor de su nido. Le dieron agua y comida. Ahora se sentía mucho mejor. El saltamontes agradeció a la reina y se acercó a la pequeña hormiga.
— He sido muy injusto contigo. Mientras estabas trabajando todo el verano, me senté y canté. Y, en realidad, me avistaste, pero no te tomé en serio. Me arrepiento de eso.
— Esta debería ser una gran lección para ti. También nos gustaría divertirnos todo el verano, pero también tenemos que pensar en el futuro. Si no recogemos comida durante el verano, también estaríamos en tu misma situación.
El saltamontes se quedó en su nido durante un tiempo. Ahora estaba mucho mejor y más sano. Cuando llegó la hora de irse, las hormigas le dieron algo de comida al saltamontes.
— Gracias por todo. Me salvaron la vida y nunca lo olvidaré. Y no seré perezoso de ahora en adelante.
Esta conocida fábula nos enseña a estar preparados. El Adviento en el que estamos inmersos es una oportunidad para preparar el nacimiento de Jesús. Esperar no significa estar sentados, sino haciendo cosas y ayudando a los demás. ¿Qué puedes hacer para Jesús encuentre en tu corazón un lugar para nacer y quedarse contigo?
sábado, 7 de diciembre de 2024
Plegaria el comenzar el día
En ti pongo mi confianza, como un niño en su madre: ayúdame.
A Ti abro mis proyectos y los planes de este día: acompáñame.
A Ti ofrezco lo que soy y lo que yo tengo: acógelo.
A Ti, que eres Dios de la vida, te pido fuerza: anímame.
Mi corazón te ama y, lleno de gozo, exulta en Ti.
Bendíceme, Señor, y guíame por el camino justo;
como un gran escudo, defiéndeme, sé mi fortaleza.
Que tus alas, Señor, me cobijen y me guarden
mientras yo voy viviendo el día que hoy me entregas.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
La vaca no da leche…
— Cuando tengáis 12 años os contaré el secreto de la vida.
Cuando el mayor cumplió los 12 años, preguntó ansiosamente a su padre cuál era el secreto de la vida.
El padre le respondió que se lo iba a decir, pero que no debía revelárselo a sus hermanos.
— El secreto de la vida es este: La vaca no da leche.
— ¿Qué dices?, preguntó incrédulo el muchacho.
— Como lo oyes, hijo: La vaca no da leche, hay que ordeñarla. Hay que levantarse a las 4 de la mañana, ir al campo, caminar por el corral lleno de excrementos, atar la cola a la pata de la vaca, sentarte en el banquito, colocar el cubo y hacer los movimientos adecuados. Ese es el secreto de la vida. La vaca, la cabra, no dan leche. Las ordeñas… o no tienes leche.
Hay una generación que piensa que las vacas dan leche. Que las cosas son automáticas y gratis: deseo, pido, y obtengo.
Hay quienes piensan que las vacas dan la leche. Que las cosas son automáticas y gratuitas. No. La vida no es cuestión de desear, pedir y obtener. Las cosas que uno recibe son el esfuerzo de lo que uno hace.
La felicidad es el resultado del esfuerzo. La ausencia de esfuerzo genera frustración.
Así que, comparte con tus hijos, desde pequeños, este secreto de la vida. Para que no crean que el gobierno, o sus padres, o su cara bonita va a conseguirles leche cual vaca lechera. No. Las vacas no dan leche. Hay que trabajar por ella.
viernes, 6 de diciembre de 2024
Himno de Adviento
porque el Sol que del cielo ha venido
en el seno feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que en su gracia y su amor nos bendijo
y a su reino nos ha destinado. Amén
El duendecillo de la felicidad
Pedro Pablo Sacristán
Hace tanto tiempo que ya nadie se acuerda de que hubo una época en la que cada niño vivía con un duendecillo de la felicidad que lo acompañaba desde el día de su nacimiento. Los duendecillos se alimentaban de la alegría de los niños, y por eso eran expertos inventores de juguetes y magníficos artistas capaces de provocar las mejores sonrisas.
Con el paso de los años, los duendes mejoraron sus inventos y espectáculos, pero la alegría que conseguían era cada vez más breve. Por más que hicieran, los niños se volvían gruñones y exigentes cada vez más temprano. Todo les parecía poco y siempre querían más. Y ante la escasez de felicidad, los duendes comenzaron a pasar hambre.
Pero cuando pensaban que todo estaba perdido, apareció la pequeña Elsa. Elsa había sido una niña muy triste, pero de pronto se convirtió en la más poderosa fuente de alegría. Ella sola bastaba para alimentar cientos de duendes. Pero cuando quisieron felicitar a su duende, el pequeño Flop, no lo encontraron por ningún sitio. Por más que buscaron no hubo suerte, y cuando lo dieron por muerto, decidieron sustituirlo por Pin, el mejor duende de todos.
Pin descubrió enseguida que Elsa era diferente. Ella no disfrutaba mucho con los regalos y maravillas de su duende. Regalaba a otros niños la mayoría de los juguetes que recibía de Pin, y nunca dejaba que su duende actuase solo para ella. Vamos, que parecía que su propia alegría le importaba mucho menos que la de los demás niños y a Pin le preocupaba que con esa actitud pudiera gastar toda su energía.
Una noche, mientras Pin descansaba en su cama de duende, sintió algo extraño bajo el colchón, y al levantarlo descubrió la ropa de Flop, cubierta de chocolate dorado. Como todos los duendes, Pin conocía las leyendas sobre el chocolate dorado, pero pensaba que eran mentira. Ahora, viendo que podían ser ciertas, Pin corrió hacia la cama en la que dormía Elsa y miró a través de sus ojos. ¡Allí estaba Flop, regordete de tanta felicidad! Pin sabía que desde dentro Flop no podía verle, pero volvió a su cama feliz por haber encontrado a su amigo, y por haber descubierto el secreto de la felicidad de Elsa: Flop la había convertido desde dentro en un duendecillo de la felicidad, y ahora que estaba tan ocupada haciendo felices a otros se había convertido en una niña verdaderamente feliz.
Los días siguientes Pin investigó cuanto pudo sobre el chocolate dorado para enseñar a los demás duendes cómo hacer el mismo viaje. Bastaba con elegir un niño triste, posarse en su mano mientras dormía, darle un fuerte abrazo, y desear ayudarlo con todas sus fuerzas.
Así fue como Pin se convirtió en un bombón dorado. Y a la mañana siguiente aquel niño triste se lo comió. Aunque sabía que no le dolería, pasó muchísimo miedo, al menos hasta que le tocó la lengua, porque a partir de ese momento sintió las cosquillas más salvajes y se echó a reír… hasta que estalló de risa. Y entonces apareció en el alma de aquel niño triste, dispuesto a convertirlo en un auténtico duendecillo de la felicidad ayudando a otros a ser más felices.
Los demás duendes no tardaron en imitar a Pin y a Flop, y pronto cada niño tuvo en su interior un duendecillo de la felicidad. El mismo que aún hoy nos habla todos los días para decirnos que para ser verdaderamente felices hay que olvidarse un poco de las propias diversiones y hacer algo más por los demás.
martes, 3 de diciembre de 2024
Nos faltan héroes
Antonio Ordóñez, SJ
Nos faltan héroes, Señor, nos faltan héroes…
Que te vean entre los pobres y nos griten y lo señalen…
¡ES EL SEÑOR!
Nos faltan héroes que te vean
en los que huyen, en los hambrientos,
y que nos griten que Dios está en los pequeños,
y en los perseguidos, y en los silenciosos…
Nos faltan héroes, Señor, nos faltan héroes…
que nos animen a salir a la calle
a gritarle al mundo que estás escondido
entre las mantas de una mujer abandonada…
Nos faltan héroes.
Hemos visto a un héroe, que rezaba de rodillas.
Hemos visto a un héroe
que animaba con la voz a los sin voz.
Hemos visto a un héroe, Señor,
hemos visto a Pedro de rodillas,
hemos visto a un héroe…
que se dejó la vida, y la oración, y el corazón
en los más pobres.
La profecía que iba a hacerme rico
Pedro Pablo Sacristán
Hace muchísimos años Orimón, un pícaro y rico comerciante, descubrió extraños signos en el cielo. Uno de sus sirvientes le informó que seguramente se trataba de la profecía de los judíos, que anunciaba el nacimiento de su nuevo rey. Así que, pensando que el evento atraería a las personas más ricas e importantes, preparó una enorme caravana con todas sus mercancías y se dirigió al lugar señalado por la profecía.
Tal como esperaba, fue el primero en llegar, y reservó todas las habitaciones de la posada para él mismo y sus sirvientes. Luego instaló un magnífico mercado y esperó a los poderosos clientes que le harían aún más rico.
Pero por allí no apareció nadie en días. Solo una noche se acercó un hombre buscando sitio en la posada para él y su esposa; tenía un aspecto tan pobre que Orimón pensó que su presencia ahuyentaría a gente importante, así que se las arregló para que lo echaran del pueblo sobornando al posadero para que lo enviara a un establo abandonado que estaba bastante lejos.
La noche siguiente oyó cantar y vio luces a las afueras. Seguro de que sería alguien importante, preparó un carro con sus más ricos productos y fue a su encuentro. Pero llenó tanto el carro que, para cuando llegaron, ya solo quedaban unos pocos pastores; la fiesta debió ser magnífica, porque hasta los pastores hablaban de ángeles, de coros celestiales y de seguir celebrándolo cerca de allí… Aunque le insistieron para que fuese con ellos, él solo pensaba en vender sus mercancías, y marchó rápidamente para buscar al señor que había celebrado tan lujosa fiesta. Pero, tras pasar toda la noche buscando, regresó sin encontrarlo.
Días después, viendo que su plan había fracasado, decidió irse. Mientras recogía, reconoció a aquel pobre hombre al que había enviado al establo. Llegaba con su mujer y su hijo, y se acercó a la posada, pidiendo hablar con el rico comerciante que la ocupaba. Pero Orimón, avergonzado por lo que había hecho, mandó decir que no estaba y, tras insistir un rato, el hombre desapareció con su familia.
Y así volvió Orimón a su hogar, renegando de aquella estúpida profecía, sin saber que su obsesión por el dinero y la grandeza le había hecho rechazar con insistencia, nada menos que tres veces, la invitación a participar en aquella primera Navidad que cambió el mundo.
Como muchos seguimos haciendo cada año, tan preocupados por regalos y banquetes que somos incapaces de ver la verdadera Navidad que pasa constantemente a nuestro lado.
lunes, 2 de diciembre de 2024
Al comenzar el día
Escucha las palabras de quien siente la vida de nuevo,
y estate atento, Señor; sé cercano a mi mano abierta.
Da respuesta a mi pregunta; ayúdame en mi inquietud,
Tú que eres mi Señor y mi Dios, en quien yo confío.
A Ti abro mi ser, mis ganas de vivir, mi despertar:
de mañana, en tus manos pongo mis miedos y mis ilusiones;
de mañana, ante tus ojos pongo la pureza y sinceridad de mi búsqueda;
de mañana, en tu camino quiero dirigir mis pasos.
Oye mi voz, Señor, Tú que eres bueno y compasivo
y alienta mi vida que busca en Ti luz y calor.
¿Has oído el canto de ese pájaro?
Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su creación. Dios “danza” su Creación. Él es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y en el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras… Ruido, ruido, ruido…
Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra… Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a Él, al bailarín en persona.
El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen:
– “No haces más que ocultarme el secreto último del Zen”.
Y se resistía a creer la consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.
– “¿Has oído el canto de ese pájaro”?, le preguntó el Maestro.
– “Sí”, respondió el discípulo.
– “Bien”; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada”.
– “Sí”, asintió el discípulo.
Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol; deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos).
¿Qué dices? ¿Qué has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
domingo, 1 de diciembre de 2024
Si estoy sentado, levántame, Señor
Si aumentan mis pesares; alza mi ánimo, Señor
Si me acosan mil dificultades; haz inmensa mi fortaleza, Señor
Si mi interior se acobarda; reaviva mi espíritu, Señor
Si me ciegan los ídolos; dirige mi vista hacia Ti, Señor
Si me enloquece la apariencia; lleva mi corazón a Ti, Señor
Si mi cabeza se inclina; sostenla para poder verte
Si me encuentro esclavo; rompe mis cadenas para poder caminar
Si me encierro en mí mismo; reorienta mi alma hacia Ti, Señor
Si me conformo con lo que veo; recupera mi afán de buscarte
Si sufro por la ansiedad; alimenta en mí la conformidad
Si prefiero la comodidad; llámame y ponme en pie, Señor
Si duermo y no te espero; abre mis ojos y despiértame, Señor
Si me despisto y no te busco; espabílame y condúceme, Señor
Si me equivoco de dirección; recondúceme y reoriéntame, Señor
Si prefiero otros señores; háblame y hazme ver tu grandeza
Si no tengo miedo a nada; dame fe y dame tu santo temor
Si me creo único e invencible; acércate y dame humildad
Si pasa el tiempo y desespero; ayúdame y ven a mi encuentro en Navidad
El Malamén
- Pedrito, ¿tú de quién tienes más miedo?
- Del 'Coco', profesora
- Pero Pedrito, “el Coco” no existe, es una leyenda, no debes tener miedo.
- Luisita, ¿de quién tienes más miedo?
- De los fantasmas, profesora.
- Pero Luisita, los fantasmas tampoco existen, son una leyenda, no debes tener miedo.
- ¿Y tú Juanito? ¿De quién tienes más miedo?
- Del “Malamén”, profesora
El silencio invadió la sala de clases hasta que la maestra dijo.
- ¿Malamén?; nunca oí hablar de ése, ¿quién es?
- Yo tampoco sé quién es, pero tiene que ser lo más terrible que pueda pisar la tierra, su maldad es implacable y su legado de terror se ha esparcido durante varias generaciones, ya que todas las noches mi mamá dice al final de las oraciones: ¡No nos dejes caer en la tentación y líbranos del ¡Malamén!
sábado, 30 de noviembre de 2024
Himno a San Andrés Apóstol
luchador entre barcas y tempestades,
abrazaste a Jesús por vez primera
a orillas del Lago Tiberíades.
Por Apóstol primero te reclama,
trocando tu camino y tu destino,
al pasar de pescar peces con redes,
para hacerte pescador de las almas.
Por fervor de cristianos
por patrón te proclamamos, San Andrés.
Bendice a tus fieles que te aman,
implorando con fe y devoción,
que veles y salves nuestras almas,
des alivio y consuelo a su dolor.
Salve Apóstol y mártir glorioso,
entregaste tu vida en la cruz,
para darnos ejemplo de tu amor,
a la cruz donde murió Jesús.
Patrón San Andrés, Santo pescador,
protege a tu pueblo, postrado a tus pies.
¿Huevo, zanahoria o café?
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo.
En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los 15 minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bol. Sacó los huevos y los colocó en otro. Coló el café y lo puso en un tercer bol.
Mirando a su hija le dijo: "Querida, ¿qué ves?"
"Zanahorias, huevos y café" fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que rompiera un huevo. Al quitarle la cáscara el huevo estaba duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma.
Intrigada, la hija pregunto: "¿Qué significa esto, Padre?"
Él le explicó que los tres elementos habían pasado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer.
El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.
"¿Cuál de ellos eres tú?", preguntó a su hija. Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?"
¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿estás amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido?
¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor.
Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
jueves, 28 de noviembre de 2024
Todo esto deseo
José María R. Olaizola, SJ
Que mi oído esté atento a tus susurros.
Que el ruido cotidiano no tape tu voz.
Que te encuentre, y te reconozca y te siga.
Que en mi vida brille tu luz.
Que mis manos estén abiertas para dar y proteger.
Que mi corazón tiemble con cada hombre y mujer que padecen.
Que acierte para encontrar un lugar en tu mundo.
Que mi vida no sea estéril.
Que deje un recuerdo cálido en la gente que encuentre.
Que sepa hablar de paz, imaginar la paz, construir la paz.
Que ame, aunque a veces duela.
Que distinga en el horizonte las señales de tu obra.
Todo esto deseo, todo esto te pido, todo esto te ofrezco, Padre.
¡Qué suerte!
Cuando el cielo se tiñó de rojo y el sol empezó a salir, sintió un escozor en sus ojos somnolientos. Vio un gran árbol en el jardín y decidió sentarse a sus pies para descansar un rato antes de volver a casa. En un abrir y cerrar de ojos, el jugador cayó en un sueño profundo. Durmió todo el día y toda la noche.
Había dormido exactamente 24 horas cuando se despertó. Era el alba, y el sol estaba empezando a subir al cielo.
- ¡Que suerte! -exclamó contento- casi me duermo.
martes, 26 de noviembre de 2024
Enséñame a mirar
una mirada que no se quede en lo superficial,
que sepa bucear a lo más profundo de la realidad.
Señor, convencerme de que sólo permanece
lo que se construye sobre el cimiento sólido
del amor y la verdad, aunque parezca pequeño y débil.
Ayúdame a darme cuenta de que no quedará
piedra sobre piedra de todo lo que se levanta
sobre la mentira y el egoísmo, por grande y bello que parezca.
Señor, orienta y dirige mi trabajo y mi vida,
para que no pierda el tiempo y la fuerza
con lo que no tiene fundamento y desaparece;
para que todas mis obras broten de ti, como de su fuente,
y tiendan siempre a ti, como a su fin.
Bajo sus alas
Cuando el asombrado guardabosques la golpeó suavemente con una vara, tres pequeños polluelos vivos emergieron de debajo de las alas de su madre, que sabiendo que sus hijos no podrían escapar del fuego, no los abandonó en ese momento crítico. Tampoco se quedó con ellos en el nido sobre el árbol, donde el humo sube y el calor se acumula, sino que los llevó, quizás uno a uno, a la base de aquel árbol, y ahí dio su vida por salvar la de ellos.
¿Puedes imaginar la escena? El fuego rodeándolos, los polluelos asustados y la madre muy decidida, infundiendo paz a sus hijos, como diciéndoles:
— "No tengáis miedo, bajo mis alas nada os pasará".
Tan seguros estaban ahí tocando sus plumas, aislados del fuego, que ni siquiera habían salido de ahí horas después de apagado el incendio. Estaban totalmente confiados en la protección de su madre, y solo al sentir el golpe del guardabosques pensaron que podían salir.
domingo, 24 de noviembre de 2024
Gracias por ser nuestro Rey
Gracias, Señor, porque tu reino es la justicia y el servicio.
Gracias, Señor, porque tus armas son el perdón, el amor y la misericordia.
Gracias, Señor, porque tu castillo es el corazón de cada persona.
Gracias, Señor, porque tu corona no es de oro sino los pobres.
Gracias, Señor, porque tus vestidos no son de seda.
Gracias, Señor, porque tus pies van descalzos.
Gracias, Señor, porque tu trono es una cruz.
Gracias, Señor, porque nos esperas al final de los tiempos.
Gracias, Señor, porque Tú eres el centro de nuestra vida.
Gracias, Señor, por ser nuestro Rey.
El grano de oro
R. Tagore
Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos como un sueño magnífico. Y, yo me preguntaba maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida había llegado al fin. Y de pronto, tú me tendiste tu diestra diciéndome:
– “¿Puedes darme alguna cosa?”
¡Qué ocurrencia de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo y te lo di.
Pero, qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para dártelo todo!
viernes, 22 de noviembre de 2024
Oración de la Música
En Ti residen la santidad, la gracia y la belleza.
Esplendor y majestad irradia tu trono,
fuerza y magnificencia adornan tu santuario.
En tu palacio todo proclama: ¡Gloria!
Tú has hecho todas las cosas bellas,
que manifiestan el esplendor de tu grandeza;
sus acentos armoniosos resuenan en todo el Universo.
Cuando el viento murmura a través de las hojas,
cuando el manantial balbucea, es como un reflejo de tu gracia.
Y cuando los pájaros hacen resonar sus cantos
tan variados y tan melodiosos,
percibimos como un eco de la música de tu voz.
Tú has hecho nacer en nuestro corazón el deseo de celebrarte.
Tú te complaces con nuestras alabanzas y aceptas nuestros cantos.
Tú nos has dado la música como un medio privilegiado
para expresar nuestros sentimientos: ¡Gracias por este regalo!
Queremos utilizarlo para cantar tus alabanzas
y para revelarte a los que viven sin esperanza.
¡Gracias por todos los salmos, los himnos y los cánticos
compuestos por los que nos han precedido!
¡Gracias por los dones musicales que has dado a tu Iglesia,
concédenos en tu amor, utilizarlos para tu Gloria!
Desde aquí abajo Señor, queremos unir nuestras alabanzas,
a aquellas que hacen resonar el coro de miles de ángeles
que te celebran en el cielo, esperando el día glorioso,
en el que entonaremos el cántico nuevo en compañía de los redimidos
de todos los tiempos y lugares reunidos delante de Ti.
Las dos semillas
– ¡Quiero crecer! Quiero impulsar a mis raíces a lo profundo de la tierra que está debajo de mí, y extender mis brotes a través de la corteza de la tierra que esta sobre mí. Quiero desplegar mis tiernos brotes como banderas que anuncian la llegada de la primavera. Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío matinal sobre mis pétalos.
Y creció. La segunda semilla dijo:
– Tengo miedo. Sí impulso mis raíces dentro de la tierra que esta debajo de mí, no sé qué encontrarán en la oscuridad. Sí me abro paso por la corteza dura que esta sobre mí, puedo hacer daño a mis delicados brotes. Y ¿si al dejar que mis brotes se abren, un caracol intenta comérselos? Y si abro mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra. No, será mejor que espere hasta que no haya peligro.
Y esperó.
Una gallina de corral que buscaba comer afanosamente entre la tierra de comienzos de primavera encontró a la semilla en espera y rápidamente se la comió.
Maestro: aquellos de nosotros que nos negamos a arriesgarnos a crecer, pudríamos ser engullidos por la vida.
jueves, 21 de noviembre de 2024
Himno a la niña María
En la fiesta de la Presentación de la Virgen
La niña María -¡qué gracia en su vuelo!-
paloma del cielo, al templo subía
y a Dios ofrecía el más puro don:
sagrario y mansión por él consagrada
y al él reservada es su corazón.
¡Oh blanca azucena!,
la Sabiduría su trono te hacía,
dorada patena, de la gracia llena,
llena de hermosura.
Tu luz, Virgen pura, niña inmaculada,
rasgue en alborada nuestra noche oscura.
Tu presentación, princesa María,
de paz y alegría llena el corazón.
De Dios posesión y casa habitada,
eres la morada de la Trinidad.
A su Majestad la gloria sea dada. Amén.
Mateo y la puerta mágica
Entonces, cuando Mateo preguntó la razón por la cual no podía entrar, su padre dijo solemnemente:
— Hoy vas a tener que confiar en tu padre. No puedo decirte la razón por la cual no puedes atravesar esa puerta, pero sí puedo decirte que, cuando crezcas y tengas edad suficiente, podrás verlo con tus ojos y lo entenderás.
Aquellas palabras retumbarían en la cabeza de Mateo durante muchos años y, aunque podría haberlas olvidado, como otros tantos recuerdos de cuando era más pequeño, nunca lo hizo.
Y era normal, porque aquella habitación no salía nunca de su cabeza, y muchas veces sorprendía a su padre o a su madre entrando por la puerta. A veces Mateo se asomaba como podía para tratar de ver aunque fuera un poquito, pero no lograba saber qué era aquel misterio tan grande.
Y así pasaron los años hasta que un día, poco después de haber cumplido años, su padre le dijo:
— ¿Recuerdas esa conversación que tuvimos hace años? Pues ha llegado el momento de que sepas qué es lo que hay detrás de esa puerta.
Y aquello hizo que Mateo se emocionara mucho.
— Pero algo debo advertirte -continuó su padre-, si no logras superar los peligros que hay ahí dentro, te quedarás allí para siempre.
Así que Mateo, que era muy valiente, no dudó en entrar y cruzar aquella puerta, pasando primero por un pasillo oscuro para encontrarse al final con algo que parecía un campo abierto. Era como un gran prado, pero no estaba vacío, sino que había toda clase de criaturas en él: hadas, duendes, trolls, minotauros y muchas otras especies extrañas.
Mateo estaba muy impresionado con aquello y no tenía palabras para describirlo. Sin embargo, tal y como le había dicho su padre, también había peligros: ¡un gran dragón rojo que lanzaba fuego por la boca empezó a perseguirle al poco de llegar! Entonces Mateo pidió ayuda a las demás criaturas, que parecían amigables, pero nadie acudía a su rescate.
— ¡Debes usar tu ingenio! -gritó uno de los minotauros.
Pero Mateo no sabía qué hacer, el dragón lanzaba llamas de fuego sin parar y no veía dónde esconderse. De pronto vio un lago y, sin pensarlo, Mateo corrió y se sumergió en él. El dragón hizo lo mismo, pero al entrar en el agua desapareció y así Mateo logró salvarse del gran peligro. Tras esto, las demás criaturas se acercaron para aplaudirle por lo bien que lo había hecho: ¡Hurra! ¡Al fin lo lograste!
Poco después apareció su padre, como de la nada, diciéndole:
— Me alegra que hayas logrado superar la prueba, hijo, es hora de que sepas que en esta casa hay mucha magia, y ya estás preparado para practicarla. Pero la magia, al igual que otras habilidades, depende del ingenio, que fue lo que utilizaste para escabullirte del dragón. Ahora quiero que conozcas a estas maravillosas criaturas, que van a ayudarte a descubrir todos tus poderes mágicos.
Y su padre le dio un gran abrazo. De esta forma Mateo conoció el secreto que había detrás de aquella puerta y que no era otra cosa que el comienzo del resto de su vida… una vida absolutamente preciosa y mágica.
domingo, 17 de noviembre de 2024
Himno de alabanza dominical
con su mirada inocente, llena de gozo y de gracia.
Es domingo; la alegría del mensaje de la Pascua
es la noticia que llega siempre y que nunca se gasta.
Es domingo; la pureza no solo la tierra baña
que ha penetrado en la vida por las ventanas del alma.
Es domingo; la presencia de Cristo llena la casa:
la Iglesia, misterio y fiesta, por él y en él convocada.
Es domingo; «este es el día que hizo el Señor», es la Pascua,
día de la creación nueva y siempre renovada.
Es domingo; de su hoguera brilla toda la semana
y vence oscuras tinieblas en jornadas de esperanza.
Es domingo; un canto nuevo toda la tierra le canta
al Padre, al Hijo, al Espíritu, único Dios que nos salva. Amén
El halcón de Gengis Khan
Sin embargo, a pesar de los entusiastas esfuerzos del grupo, no encontraron nada. Decepcionado, Khan regresó al campamento, dejó al resto del grupo y continuó su camino solo. Habían permanecido en el bosque más tiempo del esperado y Khan estaba cansado y sediento. Con el calor del verano, todos los arroyos se habían secado y no pudo encontrar nada para beber. Entonces, para su asombro, vio un hilo de agua que fluía de una roca justo frente a él.
Se quitó el halcón del brazo y sacó la copa de plata que siempre llevaba consigo. Justo cuando estaba a punto de llevársela a los labios, el halcón voló, le arrancó la copa de las manos y la arrojó al suelo.
Khan se puso furioso, pero el halcón era su favorito y quizá también tenía sed. Cogió la copa, la limpió y la llenó de nuevo. Cuando la copa quedó solo medio vacía, el halcón volvió a atacarla y derramó el agua.
Khan adoraba a su ave, pero no podía, bajo ninguna circunstancia, permitir tal falta de respeto; alguien podría estar observando esa escena desde lejos y, más tarde, diría a sus guerreros que el gran conquistador era incapaz de dominar a un simple pájaro.
Esta vez, sacó su espada, cogió la copa y la volvió a llenar, sin perder de vista al halcón. En cuanto se puso a beber, el halcón volvió a volar hacia él. De un solo golpe, Khan atravesó el pecho del ave.
El agua, sin embargo, se había secado; pero Khan decidió buscar agua para beber y subió a la roca en busca del manantial. Para su sorpresa, allí había un estanque de agua y, en él, yacía muerta una de las serpientes más venenosas de la región. Si hubiera bebido el agua, él también habría muerto.
Khan regresó al campamento con el halcón muerto en sus brazos. Mandó hacer una figura de oro del halcón. En una de las alas hizo grabar: “Incluso cuando un amigo hace algo que no te gusta, sigue siendo tu amigo”. Y en la otra ala tenía grabadas estas palabras: “Cualquier acción cometida con ira es una acción condenada al fracaso”..
viernes, 15 de noviembre de 2024
Himno matinal
abres los anchos cielos, que sostiene
como columna el brazo de tu Padre.
Arrebatada en rojos torbellinos,
el alba apaga estrellas lejanísimas;
la tierra se estremece de rocío.
Mientras la noche cede y se disuelve,
la estrella matinal, signo de Cristo,
levanta el nuevo día y lo establece.
Eres la luz total, día del día,
el Uno en todo, el Trino todo en Uno:
¡gloria a tu misteriosa teofanía! Amén.
Las "mentiras" del abuelo
— ¿En serio? ¿Y qué te dijo?
— Ayer le pedí que tirara todos mis dibujos viejos. Hoy, buscando un lápiz en su cajón, ¡encontré todos mis dibujos ahí!
— ¿Y le preguntaste por qué los tenía?
— Sí, y me dijo que los había tirado, pero que luego una señora los encontró en la basura, los puso a la venta y él los compró de vuelta a cambio de una cena.
— ¿De verdad?
— De verdad.
— Entonces, creo que tengo algo aquí en mi bolsillo que te puede interesar...
— ¿Qué es?
— Es una invitación a cenar.
— ¿Qué? ¿Es la misma invitación? ¿Eres la señora de la historia del abuelo?
— Así es, cariño. En realidad, el abuelo nunca los tiró. Me los dio para guardarlos, pero después me pidió que se los devolviera. Le dije que sí, pero con una condición: invitarme a cenar.
— Pero, ¿por qué querías guardar mis dibujos? Son viejos y feos.
— Para nosotros son preciosos, son parte de ti. Aunque pasen los años, esos dibujos no son feos. Nos muestran a un niño lleno de sueños, y esa magia no se tira ni se olvida. Ese niño, aunque haya crecido, sigue aquí y siempre merece ser amado.
— ¿Crees que esos dibujos aún importan?
— Claro que sí, mi amor. Aunque el tiempo pase, esos dibujos nos recuerdan que, en el fondo, seguimos siendo niños soñadores. Aunque nuestros cuerpos cambien, el soñador que llevamos dentro siempre quiere seguir adelante. Así que, conservaremos esos dibujos siempre. Y si alguna vez tus abuelos necesitan recordar cómo soñar, solo tendrán que abrir ese cajón para reencontrarse contigo.
domingo, 10 de noviembre de 2024
La buena gente
José María R. Olaizola, SJ
No te sonríen con blancura dentífrica,
desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes en los eventos de moda.
No reciben premios en las galas con más glamour
ni las multitudes corean sus nombres
en el concierto de los poderosos.
Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia
en el baile de la historia.
Son el hombre justo, y la viuda pobre,
el profeta valiente y la mujer perdonada.
Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra,
y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta.
Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada,
el emigrante que no pierde la esperanza.
Son la buena gente, que, en lo discreto,
transforma el duelo en danza.