domingo, 5 de octubre de 2025

Aquí me tienes, Señor

              Mari Patxi Ayerra

Soy un siervo frágil e inseguro,
pero quiero presentarte hoy mi vida entera,
quiero ofrecerte lo que soy y lo que sueño,
lo que quisiera hacer y no consigo.
Yo sé que conmigo puedes contar poco,
pero contigo al lado, Señor, soy otra cosa.
Tú me haces fuerte.
Tú me das sensatez y prudencia.
Quiero cuidar el tesoro de tu Amor,
y quiero extenderlo en mi entorno,
deseo vivir entregado a mis hermanos,
en justicia, derecho y rectitud.
Soy consciente de que me hiciste para Ti, Señor,
y que mi vida anda desasosegada hasta que te goce.
Por eso te pido que no me abandones nunca,
para que viva en tu sensatez e inteligencia.
Quiero bendecirte con mi vida, Dios mío,
quiero que mis gestos sean de amor a los hermanos
y de alabanza tuya al mismo tiempo,
porque Tú eres el centro de mi vida
y el motor constante de mis días.
Tú llenas mi vida de sentido
y mis momentos cotidianos de gozo;
contigo al lado me vuelvo fecundo,
porque Tú eres mi brújula, mi tesoro y mi pasión.

Cuestión de fe

Érase una vez un pueblo en el que la carretera lo dividía en dos. En la gasolinera paraban muchos camioneros. Unos vecinos decidieron abrir un Club nocturno para que conductores y gentes de los alrededores se divirtieran un poco.
El cura y los feligreses, a pesar de sus protestas, no pudieron impedir su apertura. Decidieron ponerse a rezar y cada noche, en largas vigilias de oración, le pedían a Dios que mandara fuego del cielo y acabar con aquel lugar de pecado.
Una noche, un rayo cayó sobre el Club y el fuego lo redujo a cenizas. Los dueños demandaron a la iglesia por los daños que sus oraciones les habían causado.
El cura y los feligreses contrataron también un abogado que los defendiera de estos cargos.
Oídas las dos partes el juez declaró:
- Es opinión de este juzgado que los dueños del Club son los que creen en el poder de la oración. El cura y los feligreses no creen en la eficacia de sus oraciones porque han buscado un abogado que los defienda.

sábado, 4 de octubre de 2025

Cántico de las criaturas

      San Francisco de Asís

Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan sólo tú eres digno de toda bendición,
y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.
Loado seas por toda criatura, mi Señor,
y en especial loado por el hermano sol,
que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos noticia de su autor.
Y por la hermana luna, de blanca luz menor,
y las estrellas claras, que tu poder creó,
tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,
y brillan en los cielos: ¡loado, mi Señor!
Y por la hermana agua, preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!
Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,
y es fuerte, hermoso, alegre: ¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra, que es toda bendición,
la hermana madre tierra, que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos y flores de color,
y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!
Y por los que perdonan y aguantan por tu amor
los males corporales y la tribulación:
¡felices los que sufren en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo de la consolación!
Y por la hermana muerte: ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa a su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
¡No probarán la muerte de la condenación!
Servidle con ternura y humilde corazón.
Agradeced sus dones, cantad su creación.
Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén.

Francisco de Asís y el hermano lobo.

Cuando San Francisco vivía en la ciudad de Gubbio, apareció por los alrededores un lobo grandísimo, terrible y feroz. El lobo no sólo devoraba las ovejas que los pastores llevaban a pacer, sino que a menudo atacaba a las personas.
Los habitantes de Gubbio temblaban de miedo, sobre todo cuando el lobo merodeaba por las murallas de la ciudad. Si uno se encontraba solo frente a aquel lobo, era incapaz de defenderse y el lobo le devoraba. Nadie se atrevía ya a salir de la ciudad y ni siquiera de casa.
San Francisco, compadecido de aquella pobre gente, decide salir al encuentro del lobo. Los ciudadanos se lo desaconsejan:
- ¡Por Dios! ¡No vayas! ¡El lobo te devorará!
Pero San Francisco toma consigo algunos compañeros y, haciendo el signo de la cruz, sale fuera de las murallas confiando en Dios. Después de caminar un trecho los compañeros le abandonan porque tienen miedo de ir más adelante. San Francisco, por el contrario, sigue caminando hacia el lugar donde solía estar escondido el lobo.
Los habitantes de Gubbio se suben a las murallas para ver qué sucedía. Y decían entre ellos:
- El lobo devorará seguramente a Francisco.
El lobo salió de su guarida rechinando los dientes. Rabioso, echa a correr hacia Francisco.
Francisco no está armado. No tiene ni siquiera un palo. Lleva los brazos cruzados sobre el pecho.
El lobo se para delante de Francisco. El santo levanta mano y hace la señal de la cruz dirigida al lobo, y luego le dice con voz firme:
- ¡Ven aquí, hermano lobo! Te ordeno que no hagas daño ni a mí ni a ninguna otra persona.
San Francisco mira al lobo en los ojos. El lobo entonces cierra la boca, mete el rabo entre las patas y se acerca cabizbajo a San Francisco.
Y cuando llega a los pies del santo, se tumba como un perrito. San Francisco le habla así:
- Hermano lobo, has hecho mucho daño. Has matado a muchas criaturas de Dios sin su permiso. Has devorado a las bestias y hasta has tenido el atrevimiento de matar a hombres y niños. Por tu maldad merecerías morir a palos. La gente de esta ciudad grita contra ti, y en este territorio todos te son enemigos. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer la paz entre ti y los habitantes de Gubbio. Si tú no vuelves a ofenderles, ellos perdonarán tus pasadas fecharías.
Los ciudadanos, desde lo alto de las murallas, oyen las palabras de Francisco y todos se quedan boquiabiertos de estupor. El lobo, a las palabras del santo, mueve el rabo, agacha las orejas e inclina la cabeza, como para dar a entender que acepta lo que el santo ha dicho.
Francisco continúa:
- Hermano lobo, yo te mando que vengas ahora mismo conmigo, sin dudarlo. Tenemos que hacer la paz entre ti y el pueblo de Gubbio.
Francisco da media vuelta y se encamina hacia la ciudad. El lobo le sigue detrás como un perrito domesticado.
En seguida la noticia se esparce por la ciudad. Todos se reúnen en la plaza alrededor de Francisco y el lobo. Los niños están en primera fila, curiosos de ver desde cerca aquel lobo terrible y feroz.
Francisco dice dirigiéndose a la gente:
- Oíd, hermanos míos. El hermano lobo me ha prometido hacer la paz con todos; pero vosotros debéis prometerle que le vais a dar cada día el alimento necesario para quitarle el hambre. Yo os garantizo que el hermano lobo mantendrá la promesa de no volver a molestaros.
El pueblo aplaude y acepta las condiciones del pacto. Francisco se dirige al lobo:
- Y tú, hermano lobo, ¿Prometes solemnemente observar el pacto de paz? ¿Prometes que ya no volverás a molestar ni a los hombres ni a los animales ni a ninguna otra criatura viviente?
El lobo entonces dobla las patas delanteras, se arrodilla, inclina repetidamente la cabeza, mueve el rabo y agacha las orejas. Con estos gestos quiere demostrar, en lo posible, que observará el pacto.
Francisco añade:
- Hermano lobo, quiero que me prometas mantenerte fiel a estas condiciones aquí ante todo el pueblo.
Entonces el lobo, de pie, levanta la pata delantera derecha y la pone en la mano del santo. Francisco estrecha la pata del lobo. Toda la gente aplaude. Los niños se acercan al lobo y empiezan a acariciarlo. El lobo lame la mano de los niños como un perrito domesticado.
Desde aquel día el lobo vivió dentro de la ciudad de Gubbio. Entraba en las casas. Iba de puerta en puerta. Jugaba con los niños. Nadie le molestaba y él no hacía mal a nadie. Ni siquiera los perros le ladraban.
Los habitantes de Gubbio, de acuerdo con lo prometido, se preocupaba de darle de comer todos los días.
Pasados algunos años, el hermano lobo murió de viejo. Una mañana le encontraron tendido ante la puerta de la ciudad. Cuando se esparció la noticia de la muerte del lobo, todos se entristecieron porque se habían acostumbrado a querer al lobo. Muchos lloraron. Sobre todo los niños.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Con dinero...

Con dinero se puede comprar:
La cama, pero NO el sueño.
La comida, pero NO la digestión
El libro, pero NO la inteligencia.
El lujo, pero NO la belleza.
Una casa, pero NO un hogar.
El remedio, pero NO la salud.
La convivencia, pero NO el amor.
La diversión, pero NO la felicidad.
El crucifijo, pero NO la fe.
Un lugar en el cementerio, pero NO el cielo
Señor, dame la sabiduría
para poder discernir con generosidad
la administración de los bienes que me has dado
y que son un regalo de tu gratuidad.

El "poder" de la oración

Érase una vez un hombre muy rico que rezaba todos los días con su familia para que Dios solucionara los problemas de sus amigos misioneros.
Un día cuando terminó su oración su hijo más pequeño le dijo:
— “Papá, me gusta tu oración por los misioneros”.
El padre satisfecho le dijo: Hijo, me agrada mucho que te guste”.
A lo que el muchacho le replicó:
— Si yo fuera dueño del dinero que tienes en el banco ya habría respondido a la mitad de tus oraciones.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Tú mi refugio

           (adaptación del salmo 31, por Rezandovoy)

En ti, Señor, me cobijo,
no quede nunca defraudado.
Líbrame, conforme a tu justicia,
atiéndeme, date prisa.
Sé tú la roca de mi refugio,
fortaleza donde me salve
porque tú eres mi roca y mi fortaleza
por tu nombre me guías y me diriges.
Enséñame a caminar por tus sendas
en tus manos pongo mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Tú me libras en las tormentas,
me defiendes en la lucha,
me orientas en las sombras,
me conduces en la vida.
Cuando estoy en apuros
y la pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas…
cuando pierdo las fuerzas
en ti confío, Señor:

Los tres consejos del abuelo

Esta historia puede servirle a muchos. Aunque en estos tiempos es difícil encontrar a alguien que actúe como lo aconsejaba aquel sabio anciano.
En un pueblito vivía un hombre de edad avanzada. Tenía muchos hijos y nietos. Como había vivido tantos años, acumuló una gran experiencia de vida que siempre deseaba compartir con sus seres queridos. El viejo les enseñaba a sus nietos lecciones sobre la vida y les daba consejos llenos de sabiduría. Además, solía contarles historias con moraleja.
Un día, uno de sus nietos le preguntó:
— Abuelito, ¿cómo hiciste para conservar siempre la calma y la paz en el corazón después de todo lo que has vivido?
El hombre sonrió y respondió que había pasado toda su vida cuidando su corazón de las tentaciones y el orgullo. Luego contó que, cuando era joven, un sacerdote le enseñó tres cosas muy valiosas. Desde entonces, cada día al salir de casa, él las practicaba.
Primero, levantaba la vista al cielo y recordaba que allá estaba su Padre celestial, que lo cuidaba, lo guiaba y lo protegía en el camino correcto.
Segundo, miraba hacia la tierra y se decía a sí mismo: “Al final, lo único que necesitaré será un pedacito de tierra para mi tumba”. Eso le recordaba lo efímera que es la vida.
Tercero, observaba a las personas sin hogar en la calle. Eso le ayudaba a ser profundamente agradecido por todo lo que tenía, por más simple que fuera.
Estas tres pequeñas acciones, repetidas cada día, le ayudaron a ese joven a convertirse en un anciano feliz, en paz y con un corazón ligero.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Natividad de la Virgen

        (Adaptación de un texto de iglesia.org)

¡Felicidades, Madre! Felicidades por Ti, por tu nacimiento.
Felicidades, Madre, porque creciste en el oscuro camino de la fe.
Felicidades, Virgen peregrina, porque nos enseñas la ruta de la santidad.
Felicidades, Madre, porque un día, un mes, en un lugar, de unos padres...
naciste como cualquiera de nosotros
y sin embargo de Ti nacería el Salvador del mundo.
Felicidades, por estar siempre atenta a la palabra del Señor.
Felicidades porque tu vida fue un Si a la voluntad de Dios.
Felicidades, María, porque eres la Madre de Dios.
Feliz soy yo también por tenerte como madre.

Escuchar en el Metro

            Arturo Guerrero

Julián tenía 28 años y una costumbre: Cada mañana, cuando subía al metro de la Ciudad de México, se colocaba los auriculares a todo volumen. No quería escuchar nada. Ni el murmullo de la gente. Ni los vendedores ambulantes. Ni las conversaciones ajenas. Solo música. Era su forma de protegerse del ruido del mundo… y del ruido de su cabeza.
Pero un lunes cualquiera, pasó algo distinto. Los auriculares se quedaron sin batería justo en medio del trayecto. Julián suspiró, molesto. Iba a guardarlos cuando, sin querer, escuchó la voz de un niño:
— “Mamá, ¿cuándo vamos a ser felices como los de las películas?”
La madre no respondió. Solo lo abrazó fuerte, como si el abrazo pudiera tapar la pregunta.
Julián se quedó congelado. Sintió un nudo en la garganta. Todo el viaje pensó en esa frase. ¿Cuándo vamos a ser felices como los de las películas? Se bajó en su estación, pero esa pregunta no se le quitó de la cabeza.
Esa noche, en lugar de llegar a casa y meterse directo al móvil, habló con su mamá por teléfono. Después llamó a un amigo al que hacía meses no veía.
Y al día siguiente, cuando subió al metro, decidió no ponerse los auriculares. Por primera vez en años, escuchó la vida real. Escuchó a una señora reírse mientras contaba un chiste malísimo. Escuchó a un muchacho darle las gracias al vendedor de dulces. Escuchó a un papá jugar con su hijo mientras esperaban en la estación.
Y entendió algo: La felicidad no es como en las películas. Es como en el metro. Sucede en medio del ruido, cuando uno se atreve a escuchar. En la vida cotidiana
Desde entonces, Julián ya no viaja con auriculares. Viaja con los oídos abiertos. Porque, aunque no lo parezca, siempre hay alguien diciendo algo que puede cambiarte el día… o la vida.

sábado, 6 de septiembre de 2025

Danos sabiduría, Señor

Señor, Tú nos ofreces tu palabra y tu ley,
para compartir con nosotros tu sabiduría,
para que conducirnos por el camino de bien,
para buscar la concordia y la paz,
para ayudarnos a encontrarnos contigo.
No permitas que utilicemos la ley para condenar,
para someter a las personas más débiles,
para defender los intereses de los poderosos,
para justificar injusticias y atropellos,
para convertirla en un ídolo sin corazón.
Señor, danos sabiduría para comprender tu ley,
confianza para aceptarla como camino de vida
y acierto para mostrarla en positivo a los demás.

El amigo imaginario de mi madre

Es una historia larga pero ¡PRECIOSA! que vale la pena leer hasta el final

Dicen que los niños, suelen tener amigos imaginarios. Dicen también que algunos ancianos llegan a comportarse como niños. Mi madre ya muy anciana, era como una niña, amable, tierna y cariñosa, por esa misma razón, siempre creí que ella había inventado a un amigo imaginario.
Desde que sufrió aquella caída y se fracturó la cadera, mi madre ya no fue la misma. Por su fortaleza y ánimo de vivir, logró caminar un mes después, pero apoyada en ese tipo de bordón de cuatro patas. La mayor parte del tiempo se la pasaba en su cama, mirando televisión o bordando.
Madre de ocho hijos, todos ausentes. Tuve que sacrificar mi trabajo y familia para estar con ella por temporadas. Yo era el único de los ocho que podía hacerse cargo de ella. Esos tres años viajé constantemente para estar con ella.
En uno de esos viajes, me encontré con una sorpresa. La visitaba todos los días un niño.
— Ah vaya ¿Así que te visita un niño? -Le pregunté divertido.
— Sí, viene todos los días a que le cuente cuentos __ me dijo mi madre emocionada. Mi madre había sido una excelente contadora de cuentos.
— ¿Y cómo se llama tu niño?
— Ah, pues no sé. No le he preguntado. Pero la próxima vez que venga le pregunto.
Me dijo que es rubio y muy bonito. Siempre llega corriendo, sonriendo y salta a la cama donde está acostada. A veces le esconde los hilos de su costura. Es porque quiere que le cuente un cuento. Cuando ella come, siempre le pide, dame, dame, dame… por eso ella come bien, porque nunca come sola. Cuando se duermen, se abrazan mutuamente y ella ya no siente frío porque el cuerpecito de su niño le brinda calor. Ambos se dan mucho cariño.
Por la tarde me dijo mi madre.
— Hace rato que vino mi niño, le pregunté cómo se llama. Me dijo que Manuel.
— Muy bien por Manuelito ¿Y ahora en dónde está?
— Pues mira. Aquí lo tengo, bien dormidito, mira que bonito es -Tenía su colcha arropándolo según ella.
— Ah vaya, sí que está hermoso -Le dije siguiéndole el juego- ¿Qué le cuento le contaste?
— Torcuato y Canuto. Ese también era tu favorito, ¿te acuerdas?
— Sí madre, como olvidarlo. Bueno, ahora yo te voy a leer otro capítulo de “Las rosas no aprenden geografía” -Todas las tardes le leía.
— Muy bien, te quedaste en donde el profesor Mario Luján, por fin se va a enfrentar a Ramiro el comisario en un duelo de dominó, bien que le da lata siempre que jueguen, a ver quién gana.
Y le leí en voz baja para no despertar a su niño. Ese niño que, en su imaginación, vino a suplir las ausencias de sus hijos ingratos que no la acompañaron cuando más los necesitaba.
Mi madre, por un problema en los riñones necesitaba de hemodiálisis para que me durara un poco más de tiempo. Ella le tenía miedo a ese tratamiento, me suplicó que por nada del mundo la fuera a torturar con ese proceso. Obvio le obedecí. Se me fue acabando poco a poco. Ya no pudo caminar y si íbamos a cualquier parte, tenía que ser en una silla de ruedas. Se le acabaron las fuerzas.
Una tarde me sentía muy cansado. Mi madre ya no abría los ojos y pedía constantemente agua. En su cuarto estaba una hermana de ella y su hija. Le pedí que la cuidaran un rato, yo tenía que mandar una tarea a la universidad donde estudio literatura. Me fui a un cuarto contiguo y abrí mi computadora, apenas iba a empezar a leer cuando escuché aquella vocecita.
— Hola
Miré a la puerta para ver quien era y ahí en el dintel estaba aquel niño, muy hermoso, vestido de blanco. Me miraba sonriente. “Seguramente ha llegado alguien a visitar a mi madre y este niño viene con ellos” fue lo que pensé, en ese pueblito toda la gente es muy cercana y visitan mucho a los enfermos.
— Hola -le respondí, no pasaría de tener tres años de edad, pero hablaba con mucha claridad.
— ¿Me cuentas un cuento? -me dijo entrando al cuarto y parándose junto a mí.
—¿Te gustan los cuentos? -le respondí divertido.
— Sí, Cuquita me cuenta muchos, pero ahora duerme y no me lo puede contar ¿Me cuentas uno tú?
—¿Así que mi madre te cuenta cuentos? ¿Cómo te llamas?
— Me llamo Emanuel, y sí, ella me ha contado muchos cuentos. Todos sobre su vida.
— Ah vaya, cuentos sobre la vida de mi madre. Por ejemplo ¿Cuál? -conozco a la perfección el enorme repertorio de cuentos que contaba mi madre.
— Por ejemplo, mmmm, el príncipe Amed, Cuquita fue igual de viajera, le gustaba mucho conocer otras partes del mundo. También Torcuato y Canuto, ella lograba superar todos los problemas, aunque a veces se sintiera ciega. Aaaah la cenicienta, cómo trabajó toda su vida para que nada le faltara a sus hijos…así fue Cuquita, una historia de fantasía.
Yo lo escuchaba asombrado. Aquel niño sabía expresarse muy bien para su edad.
— Mira nada más, si sabes las historias de mi madre. Bien, dime, ¿cuál cuento quieres?
— Por ahora ninguno. Pero ya volveré un día para que me lo cuentes.
— ¿Por ahora ninguno? Entonces ¿Cuándo? ¿Por qué?
Me contempló con una mirada muy profunda, en sus ojos había un brillo especial cuando me dijo.
— Porque ahora… aún te escucha la gente, voy a volver, cuando ya seas una sombra, cuando necesites de consuelo y compañía, cuando los seres que amas ya no te hagan caso, cuando tu voz no sea escuchada, cuando tu soledad sea tan abrumadora que te será lo mismo si es de día o es de noche. Entonces vendré y te daré la alegría de volver a ser un cuenta cuentos. Entonces me contarás sobre tu vida y te volverás a sentir importante, siempre es importante, saber que eres importante.
—¿Quién eres? -Le pregunté sumamente intrigado.
— Soy el niño que doña Cuquita ha visto desde hace tiempo y que ustedes consideran una fantasía de ella. Soy real, soy esperanza, soy compañía en la triste soledad, soy el recuerdo de la infancia de sus hijos, soy alegría en su cansado corazón.
No tenía palabras para responder a aquello. Un nudo se puso en mi garganta y empecé a llorar .
— ¿Por qué puedo verte hoy? -Pregunté temeroso.
— Porque vengo a decirte que hoy doña Cuquita tomará camino con rumbo a la ciudad de Irás y no Volverás -Sentí como un golpe en el pecho- Te voy a pedir que ya no se lo impidas. No quiero que ella siga sufriendo, porque ahí donde la ves, está sufriendo. Su destino ya está escrito, igual que el pájaro que habla, el árbol que canta, ella es la fuente de oro. ¿Recuerdas el cuento de la capa que hacía invisible a la gente? Pues así estará ella, como si tuviera la capa puesta, no la vas a poder ver, pero siempre estará presente.
Ella no se irá, pues seguirá estando en ti mientras sigas contando cuentos, mientras en tu mente haya un halo de fantasía, mientras ella viva en tu recuerdo.
Ahora ve, ella te necesita, ve como el príncipe que le da un beso a la reina, solo, que ella no va a despertar, sino al contrario, con tu beso iniciará ese camino que ya no tiene regreso.
Cerré la computadora y corrí al cuarto de mi madre. Ahí seguía su hermana y otros familiares que habían llegado. Todos callados contemplaban a mi viejita que con la boca abierta respiraba difícilmente. Me acerqué a ella y sentándome en la orilla de su cama la abracé con mucho cariño. Le dije al oído
— Vino Emanuel a verte, -después tomé un algodoncito y lo empapé de agua, mojé sus labios, ella seguía respirando con mucha dificultad. Le di un beso en su frente y luego la abracé mientras le decía
— Vete mami, vete a gozar del reino de los cuentos, vete a conocer la montaña del imán y el mundo de las princesas, vete a donde seguirás siendo una reina, porque aquí y allá, para mí siempre serás una reina.
Su respiración se fue tranquilizando.
— Vuela mami, ya cumpliste y cumpliste muy bien. Vete mi reina, es fácil, vuela como vuelan las hadas. Vete a su mundo.
Simplemente lanzó un suspiro largo, muy largo y ella, la contadora de cuentos, la mejor contadora de cuentos del mundo se fue a la ciudad de ‘Irás y no Volverás’.
Yo me sentí muy tranquilo. Con tanta paz en mi alma que no salió ni una lágrima de mis ojos. Escuché los llantos angustiados de mis familiares al darse cuenta que ella moría, sus gritos desesperados, pero ni eso me hizo salir de mi letargo, pues tenía mi conciencia tranquila, hasta el último momento estuve con mi mama. No había dolor ni remordimiento alguno, simplemente la ley de la vida estaba cumplida.

viernes, 29 de agosto de 2025

Decir siempre la verdad

      Mahatma Gandhi

Señor...
ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes
y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quietes la razón.
Si me das éxito, no me quites la humildad.
Si me das humildad, no me quites la dignidad.
Ayúdame siempre a ver la otra cara de la medalla,
no me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar igual que yo.
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que perdonar es un signo de grandeza
y que la venganza es una señal de bajeza.
Si me quitas el éxito, déjame fuerzas para aprender del fracaso.
Si yo ofendiera a la gente, dame valor para disculparme
y si la gente me ofende, dame valor para perdonar.
¡Señor... si yo me olvido de ti, nunca te olvides tú de mi!

Los tamales

    Parroquia Ntra Sña de Guadalupe, Puebla

Nota: el tamal es una tortita de maíz rellen de ingredientes salados o dulces, y se cocina envuelto en hojas vegetales

Una mujer, para el cumpleaños de su mejor amiga, le regaló una cadena de oro. Se gastó todo su sueldo; y la verdad, no ganaba mucho.
Pues sí, la compró y se la dio con mucho cariño. Muy pronto en la fábrica donde ambas trabajaban todas se enteraron del regalo. Y empezaron las críticas: que cómo era posible gastar tanto dinero en una amiga, que exageraba, que eso no se hacía. Incluso una compañera se atrevió a decirle en público:
— Oye, ¿y qué te dio ella a cambio? ¿Qué ha hecho como para que la bañes en oro?
Oly, tranquila, contestó con pocas palabras:
— Me dio unos tamales.
Todas se rieron y preguntaron con ironía:
— ¿Tamales? ¿Y por eso le compraste una joya de oro?
Entonces Oly explicó:
— Cuando estuve internada en el hospital, muy grave, sin poder comer nada, ella me llamaba a diario para preguntarme qué se me antojaba. Un día, sin pensarlo, le dije “unos tamales con queso”. No sé ni por qué, así nomás lo solté. Y ¿qué creen? Mi amiga salió en pleno frío, tomando dos buses, y me trajo una olla llena de tamales recién hechos. No una, varias veces vino a verme. Me cuidó, se sentaba junto a mí, me daba ánimo. Así que no entendéis nada. Si yo tuviera un reino o millones de dólares, igual sería poco para pagarle lo que hizo por mí. Porque gracias a ella estoy aquí. Si no fuera por esos tamales y por su cariño, a lo mejor ya en el cementerio en lugar de estar recibiendo este sueldo.
Las demás se quedaron calladas. Empezaron a pensar en voz baja: ¿tendrán ellas una amiga así, de tamales? Porque en realidad no se trataba de los tamales, ni de la cadena de oro. Se trata de dos corazones que tuvieron la fortuna de encontrarse en la verdadera amistad.

Moraleja: Lo importante en la vida es tener a alguien para quien seas indispensable. Y cuando alguien te demuestra amor de esa forma, no importa el costo. Hasta por unos tamales. El cariño, amor, y amistad se demuestra, aunque algunas veces no sea recíproco. Trata siempre de hacer lo correcto.

domingo, 24 de agosto de 2025

Tú, Señor, no te andas con mediocridades

          Mari Patxi Ayerra

Tú, Señor, nos llamas a seguirte personalmente,
no te vale una respuesta mediocre...
Tú quieres un sí valiente, que abarque toda nuestra existencia.
Tú no te conformas con que nos llamemos cristianos.
Tú no quieres que llenemos nuestra vida de ritos.
Tú nos llamas a vivir el amor como Tú, a plantearnos la existencia
como una entrega, una ofrenda, una fiesta,
una familia y una comunión continua.
Tú quieres que seamos gente abierta,
que no está anclada en viejas normas
sino que va dando las respuestas adecuadas
a lo que necesita el ser humano en el momento.
Tú eres Señor de todos los tiempos,
conoces a la mujer que sufre en este siglo
al consumo que nos arrastra con su engaño
al ocio fácil que nos divierte y vacía el alma
a nuestra sociedad del bienestar
que llena la cuneta de hermanos pobres,
a nuestros proyectos de trabajo
que ocupan nuestra vida, dejándonos vacíos
posponiendo la vida familiar y la propia.
Tú conoces todas nuestras realidades
y nuestras profundidades y sentimientos,
mucho mejor aún que nosotros mismos,
por eso ofreces como respuesta tu Evangelio,
esa forma de vivir que libera, transforma
y crea familia y reino, solidaridad y fraternidad.
Por eso no podemos vivir en la mediocridad
que inventa nuevos caminos de libertad,
que hace otra oferta de felicidad
que nada tiene que ver con el puesto de trabajo
sino con lo que uno se regala a los hermanos
y cómo vive en el amor y en la justicia
.

La cebolla que salva

Érase una vez una mujer muy, muy huraña y egoísta. El día en que murió nadie recordaba ningún gesto de caridad que hubiera hecho a lo largo de su vida.
Así pues, el demonio la llevó al infierno. Su ángel de la guarda empezó a repasar su vida para ver si encontraba una buena acción para presentársela a Dios. Finalmente encontró una. Una vez arrancó una cebolla de su huerto y se la dio a un mendigo.
Dios le dijo al ángel de la guarda: "Toma una cebolla, enséñasela y que se agarre a ella, si la puedes subir hasta el paraíso que entre, pero si la cebolla se rompe se quedará en el infierno". El ángel de la guarda corrió hacia ella y le dijo: Ven, agárrate y yo te salvaré.
Con mucho cuidado empezó a subir y ya estaba casi afuera cuando otros pecadores que la vieron ya casi salvada se agarraron a ella para salir también ellos.
Pero como era tan egoísta empezó a darles golpes y les dijo: "Me están sacando a mi, no a vosotros; es mi cebolla, no la vuestra. Soltaos". Al decir esto se soltó de la cebolla y cayó de nuevo al infierno y allí sigue hasta hoy. Su ángel de la guarda sigue llorando por-que no pudo salvarla.

sábado, 23 de agosto de 2025

Señor, dame un corazón…

            El blog de Satu

Señor, dame un corazón abierto que sepa acoger tu amor,
el amor gratuito e incondicional que sostiene mi vida.
Señor, dame un corazón humilde que sepa dejarse amar
por las personas que me ayudan a crecen en humanidad.
Señor, dame un corazón generoso que sepa amarte,
amarte en todo lo que haga y por encima de todo y de todos.
Señor, dame un corazón comprometido que sepa servir,
servir a todos, comenzando por los últimos, por los pobres.
Señor, dame un corazón agradecido que sepa valorarme,
amarme y alegrarme con los dones que he recibido de Ti.
Señor, dame un corazón sabio, para comprender
que sólo tu amor puede llenar del todo mi corazón,
que sólo el que ama con grandeza puede recibir amor,
que sólo el que se deja amar con humildad puede amar,
que sólo el que ama y se dejar amar puede ser feliz.

Construyendo una madriguera

            Antena Misionera

En el rincón más tranquilo del bosque vivía un erizo llamado Luno. Tenía una madriguera pequeña, hecha con hojas secas y ramitas que él mismo había acomodado con paciencia. No era el más rápido ni el más fuerte, pero sí el más dedicado: cuidaba su espacio con amor y cada día salía a buscar bayas, cortezas y flores secas para decorar su hogar.
Una noche, sin aviso, el cielo cambió. Las nubes se volvieron pesadas, el viento rugió con fuerza y una tormenta arrasó con todo a su paso. Cuando el sol volvió a salir, Luno encontró su madriguera destruida. No quedaba nada. Solo barro, ramas partidas… y silencio.
— Lo siento, Luno -dijo una liebre que pasaba cerca-. Si quieres, puedes quedarte en mi cueva un tiempo.
— Gracias, pero voy a empezar de nuevo -respondió Luno, con la voz bajita pero firme.
Durante los días siguientes, mientras algunos animales le ofrecían consuelo, Luno trabajaba en silencio. Buscaba hojas nuevas, limpiaba la tierra mojada, arrastraba ramas fuertes. A veces se detenía, cansado. Otras, se le humedecían los ojos al recordar lo que había perdido. Pero siempre se levantaba otra vez.
— ¿No te da tristeza volver a empezar? -le preguntó un zorro curioso.
— Sí -respondió Luno-. Pero también me da esperanza.
Pasaron semanas. Y donde antes había ruinas, volvió a crecer un hogar. Más sencillo, más fuerte, más lleno de luz. No era el mismo de antes, pero tenía algo nuevo: cicatrices que hablaban de esfuerzo… y una fuerza interior que no se veía a simple vista.
_____________
Ser resiliente no es evitar que las tormentas lleguen. Es seguir de pie cuando pasan. Es reconstruir con lo que queda, aunque duela, aunque cueste.
La resiliencia no se grita, no se presume. Se vive en silencio, en cada intento, en cada nuevo comienzo. Y a veces, lo más valioso no es volver a tener lo que perdiste… sino descubrir de lo que eres capaz cuando todo parece perdido.

domingo, 17 de agosto de 2025

Instrumento de tu paz

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que donde hay odio, yo ponga el amor.
Que donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que donde hay enfados, yo ponga la unión.
Que donde hay error, yo ponga la verdad.
Que donde hay duda, ponga la Fe.
Que donde haya desesperación, yo ponga la esperanza.
Que donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

 

Los verdaderos amigos

      Susana Rangel

— ¡Ayúdennos! ¡La casa de mi hermano está ardiendo! -gritó un hombre por la calle.
Unos cuantos se acercaron. Algunos venían corriendo, otros traían cubetas, otros solo sus manos.
La mayoría… ni se molestó en mirar. Pero al llegar a la supuesta casa en llamas, en lugar de humo, encontraron una mesa llena de comida. El dueño de la casa los miró sorprendido mientras se sentaban a comer. Les ofreció bebida, carne y pan.
Ese mismo hombre había preparado una gran comida. Mató su mejor ternero, encendió la parrilla y le dijo a su hermano:
— Sal y avísales a nuestros amigos, vecinos y seres queridos. Quiero que vengan a compartir esta comida con nosotros.
Después, se acercó a su hermano y le dijo en voz baja:
— No reconozco a ninguno de los que vinieron. ¿Dónde están los que siempre decimos que son los más cercanos?
Y el hermano le respondió:
— Los que están aquí no vinieron por la comida.
Vinieron porque pensaron que necesitabas ayuda. Es por eso que son ellos quienes merecen sentarse contigo a la mesa.

Moraleja: A veces, quienes más quieres no aparecen cuando más los necesitas. Y los que sí llegan… lo hacen por ti, no por lo que tienes. Esos son los que valen.

viernes, 15 de agosto de 2025

Precursora

              Seve Lázaro, SJ (rezando voy)

Brillas en lo alto como humilde servidora, sin corona,
para que nada estorbe lo que tú siempre quisiste,
que Dios lo fuera todo en ti, sin sombra alguna.
Muestras el camino oscuro y claro del futuro:
una humanidad recién nacida, en sus inicios,
libre de dragones con chaqueta y con prestigio.
En la que la fe esté por encima de los resultados,
la humildad derrote a la crecida prepotencia,
y el abrirse a lo desconocido venga vacío de miedos.
Así, como tú, mujer vestida de sol y de faena
que huye de protagonismos y titular alguno,
que guarda la mejor noticia para sus adentros.
Una humanidad de cuidados y de encuentros,
de palabras y respuestas sinceras, como las tuyas,


que quiten clavos y espinas a este mundo en agonía.

Los tres caminos

        Emmanuel Emilio montero

Una mañana, un burro se despertó en medio de un desierto, muy confundido, ya que no sabía cómo había llegado allí. Miró a su alrededor para ver si había algún camino que lo llevara de regreso a casa y, en lugar de un solo camino, pudo ver tres. El burro notó algo en los tres caminos, pues cada uno tenía un letrero. El primero decía 'rencor', el segundo 'amor' y el tercero 'perdón'. En ese momento, el burro se adelantó y decidió tomar el primero, que decía 'rencor'.
Al caminar, el burro se topó con una roca y, sin querer, tropezó. El burro se irritó y maldijo a la roca, llevando su enojo en su interior y deseando que la roca desapareciera. Sin embargo, la roca no sentía nada; el burro era el único que se sentía muy mal. Su enojo lo llevó a golpear la roca, causándose más daño a sí mismo. Posteriormente, el burro regresó de su camino y decidió tomar el segundo que decía 'Amor'. Al entrar por este, el burro se encontró nuevamente con la misma roca y volvió a tropezar.
Muy dolorido, el burro maldijo a la Roca, pero en el fondo se sentía culpable. No quería maldecirla, ya que sabía que la roca no tenía la culpa. Sin embargo, algo dentro de él lo llevaba a estar molesto con ella.
Finalmente, el burro decidió retroceder y tomar otro camino; esta vez eligió el tercero, que decía 'perdón'. Una vez allí, se volvió a encontrar con la roca y tropezó por tercera vez. Sin embargo, a pesar de su dolor, no la maldijo. La miró con ojos alegres y se marchó. Al llegar a casa, se encontró con sus amigos, y uno le preguntó:
- '¿Dónde estabas?'
'No importa dónde estuve -respondió el burro- lo único que sé es que el rencor te destruye a ti mismo. El amor no puede ir de la mano con el rencor, y el perdón es lo que te libera del rencor y te muestra el verdadero amor.'

jueves, 14 de agosto de 2025

Aprender a amar a todos

Dios y Señor nuestro, que sea perfecto como Tú eres perfecto,
que sea comprensivo como Tú eres comprensivo conmigo,
que sea misericordioso como Tú eres misericordioso conmigo,
que sea generoso como Tú eres generoso conmigo,
que sea...
Que sepa perdonar como Tú me perdonas,
que sepa estar cerca como Tú estás cerca de mí,
que sepa cuidar a quien lo necesite como Tú cuidas de mí,
que sepa...
En definitiva, que sepa amar a todos,
a los que me hacen bien y a los que me hacen daño,
como Tú me amas a mí, con todo el corazón,
cuando te amo y cuando te olvido.
¿Señor, no es excesivo lo que te pido,
no es demasiado empinado el camino que me señalas?
Es inalcanzable, Señor, para mis pobres fuerzas,
pero contigo puedo parecerme, cada día, más a Ti.
Porque Tú no sólo eres mi modelo y mi camino,
Tú eres mi fuerza y mi energía. Gracias, Señor.

La joya más valiosa

            

de Angel Arias

Había en un pueblo que llaman Villacuadrada, una mujer viuda, ya con algunos años, a la que la pensión que recibía le daba justo para ir tirando. Tenía una hija, Ana Marilde, que estaba preparando su boda para los próximos meses. Para festejar el acontecimiento, pensó en regalarle una joya que tenía en gran estima y, por ello, sacó de una cajita en la que guardaba recuerdos muy preciados -un mechón de pelo de su primer hijo varón, fallecido de una enfermedad rara a los dos años, el primer diente de leche de Ana Marilde- un broche dorado que tenía engastada en su centro una piedra preciosa.
- No sé por qué te molestas, mamá -le dijo la hija-. Se lo mucho que aprecias esa reliquia de tu juventud.
- Pero, si tanto te empeñas …-se corrigió sobre la marcha- vayamos a un tasador amigo para que valore esta joya y así sabremos cuánto vale tu regalo, por si algún día tengo que ayudarte económicamente.
Cuando el tasador tuvo en sus manos la pieza, la miró por todos lados, la observó detenidamente bajo la lupa y concluyó, meneando la cabeza:
-Tengo que darles la mala noticia, señoras, que este broche es falso. No vale nada. La piedra es un cristal torpemente tallado y el metal no es oro, sino latón.
Salieron de la oficina del experto muy decepcionadas. La hija, que llevaba el broche en la mano, hizo ademán de tirarlo en una papelera.
- No hagas eso -le atajó su madre-. Ese broche es muy valioso.
- No digas tonterías -replicó la otra-. El tasador acaba de decirnos claramente que es una baratija.
La madre, con el broche en su mano, le explicó, mientras una lágrima se deslizaba por sus mejillas.
-Tu padre me regaló ese broche cuando se me declaró. Desde entonces, lo he conservado como testimonio de su cariño. Puede que para el tasador y para muchas otras personas, no tenga ningún valor. Pero, para mi, tiene el valor de la joya más preciada del mundo.
La hija se quedó callada un buen rato. Luego, la abrazó y cogió la mano a su madre, y caminaron juntas.

domingo, 10 de agosto de 2025

Alerta

(Adaptación de Lc 12, 32-48 por Rezandovoy)

No temas, que el Padre ha decidido darte el reino.
Vende tus bienes y da limosna.
Busca algo que no se gaste, que no envejezca,
un tesoro inagotable en el cielo, que no se puede robar ni apolillar.
Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón.
Ten preparada la ropa para echarte al camino,
y ten la luz encendida, mostrando que estás despierto.
Como aquel que espera a que su jefe llegue, y está preparado para atenderle.
Es mejor que en ese momento uno esté dispuesto.
Afortunado es el que está alerta para lo que sea necesario en cada momento,
y las sorpresas no le pillan de improviso.
Pues ahora sabes que el Señor viene. Estate alerta,
porque cuando menos lo piensas, Dios aparece.
Si actúas mal, si tratas a la gente con dureza,
sin pensar que todo lo que uno hace importa,
¿qué ocurrirá el día que tengas que dar explicaciones?
¿Qué ocurrirá el día en que tengas que mirar, cara a cara, a la verdad de tu vida?
Te lo digo con severidad, con sinceridad y porque te quiero.
Te quiero confiar lo mejor que tengo, la verdad del Reino,
pero eso implica una responsabilidad grande,
porque a quien mucho se le dio mucho se le pedirá,
y a quien mucho se le confió mucho más se le exigirá.

¡¡No es culpa de las nueras o yernos!!

            Canal Asombroso.

Entré medio borracho a casa, y allí estaba mi padre, de pie, con una gran sonrisa en su rostro. Se veía a la legua que estaba feliz de verme llegar.
— Pasa, hijo, ¡qué bueno que has llegado! -me dijo entusiasmado-. ¿Y mi nuera?
— Disculpa, papa, por la hora. Casi se acaba el día. Ya sabes, cada año vamos a casa de mi suegro, y se enfada si no vamos.
— No te preocupes, hijo mío. Lo bueno es que estás aquí.
— Tampoco le traigo regalo, papa. Laura le compró uno bien caro a su papá y me dejó sin nada.
— No te preocupes, hijo. Yo solo he estado esperando todo el día a que llegaras. Ese es mi mejor regalo, que estás aquí, mi único hijo. Te he preparado lo que tanto te gustaba de chico.
— No, no, no, papa, ya me voy. Laura ya me está pitando desde el coche. Sigue disfrutando. Vengo la semana que viene.
— A qué caray, ya te vas, caramba.
— Pues sí, pero ya le digo, siga pasándoselo bien.
— ¿Pero con quién? Si estoy más solo que una planta en sequía. Pensé que te quedarías más rato. Hasta natillas te había hecho para que cenaras conmigo.
— Quisiera, papa, pero ya conoces a mi mujer, que no le gusta entrar aquí.
— No me quiere por pobre, hijo, pero tú así la escogiste.
— Cuídate, papa.
— Anda, hijo, Dios te bendiga. Acércate para darte su bendición.
— Hay papa, otro día, voy con prisa.
— Hasta la bendición me desprecias, canijo…
Eso fue lo último que le escuché decir, porque cuando volví la semana siguiente, lo encontré sin vida, y descompuesto. Sus manos, aferradas, sostenían la única foto en la que aparecíamos juntos en la feria de diciembre, cuando yo tenía ocho años.
Le lloré tanto... Mi papá vivió pobre, teniendo a un hijo profesional, pero una esposa egoísta. Pero no es culpa de ella, es mía. Solo mía, por cobarde e idiota.
Lo enterré en un cajón barato, sin Misa, porque teníamos que marcharnos a Vallarta, y ya teníamos los gastos calculados.

sábado, 9 de agosto de 2025

Oración al Espíritu Santo

Compuesta por Santa Edith Stein

¿Quién eres tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me conduces como una mano maternal
y si consintieras irte de mí
no sabría como dar un paso más.
Tú eres el espacio
que abraza mi existencia y la sepulta en Ti
lejos de Ti se hunde en el abismo de la nada,
desde donde la elevaste a la luz
Tú, más cerca de mí que yo a mí mismo
y más íntimo que mi más profundo interior
todavía implacable e intangible
y más allá de todo nombre:
¡Espíritu Santo amor eterno!
¿No eres acaso el dulce maná
que del corazón del Hijo
se desborda hacia mi corazón,
el alimento de los ángeles y los santos?
Él, que se elevó a sí mismo de la muerte a la vida,
Él también me ha despertado a una nueva vida
del sueño de muerte.
Y me da una nueva vida día a día
y a veces, su plenitud fluye a través mío
vida de tu vida realmente, Tú mismo:
¡Espíritu Santo, vida eterna!

¿Dónde vive Dios?

Del libro CIELO Y LIBERTAD. César Gopar Wachako

Sucedió durante una clase de una escuela primaria, en la que el maestro trataba de persuadir a los alumnos acerca de la no existencia de Dios.
El debate favorecía a este, porque en realidad nadie objetaba el argumento del profesor. La pregunta era sencilla, pero su respuesta sí que hacía mover no solo a la clase sino todo el entorno de aquel lugar.
- ¿Dónde vive Dios?
Esa sí que era la pregunta del millón.
- Tienen cinco minutos antes de que me lean sus respuestas, dijo con todo el educador.
Pasados cinco minutos comenzó la lectura de respuestas. Eso sí que fue algo digno de presenciarse. Y mientras los alumnos leían, el maestro cada vez se alzaba más orgulloso y soberbio, evidenciando un gozo y celebración por las respuestas incongruentes y sin fundamento por parte del alumnado.
¡En mi corazón, decían muchos! ¡En su santo templo!, decían otros. En el tercer cielo expresaban otros, en Jerusalén, en las montañas, en los desiertos, en el aire, en las nubes, en una nave espacial, dijo la más despistada.
- ¿Dónde vive Dios?
Volvió a tronar la pregunta. Y cuando ya el silencio reinaba en la clase, se oyó una voz dulce y agradable, pero firme, con la mano levantada y mirando con seguridad al profesor dijo:
- ¡Yo sé dónde vive, profesor!
- ¡Dónde! -casi gritó el profe.
Ella, la dulce niña, sin titubear, contestó con la más absoluta seguridad.
- ¡En mi casa, profesor! Mi padre lleva años sin consumir alcohol, ya trabaja, nos lleva alimentos y ropa y hasta una lavadora compró a mamá, pero lo más importante es que ya no golpea a mi madre, ni nos corre bajo la lluvia de casa, no nos insulta, ni se escucha la música grotesca a altas horas de la noche y eso ocurría con mucha frecuencia. Mamá ya nos sonríe y hasta ha venido a la escuela a dejarme, pues, no salía porque siempre amanecía golpeada y herida. Mi hermana y mi hermano mayores ya se habían escapado de casa y vivían en la calle como indigentes, hoy nos sentamos todos juntos en nuestra humilde mesa, para disfrutar de nuestros alimentos, ya no se siente el abandono, la miseria, el llanto y el dolor. Ha pasado tiempo sin un grito en mi casa, sin que tengamos que ir a refugiarnos con los vecinos. Hoy mi padre me abraza y me dice que me ama y hasta me ha comprado algún que otro detallito. Mi padre nos ha pedido perdón, no solo a nosotros como familia, sino también a otras personas, y los domingos se levanta muy temprano y lo he visto de rodillas llorando, luego nos lleva a todos a la iglesia.
Le pregunté un día que como había ocurrido ese milagro. Él solo me contestó que le había abierto la puerta de nuestra casa a Dios. Y es por eso que yo afirmo contundentemente qué Dios vive en mi casa y todos los días le pido que jamás se marche de nosotros.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo, purifica también
a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron,
o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
Si acaso no te saben, o te dudan
o te blasfeman, límpiales el rostro
como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, en la misma nube
que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

El viejo relojero

        Susana Rangel

Cada mañana, a la misma hora, un hombre mayor abría su pequeña relojería. Tenía manos temblorosas por los años, pero seguía siendo el mejor arreglando relojes en todo el barrio.
No solo componía piezas: parecía que, al arreglar un reloj, también reparaba algo más profundo. Como si al ajustar engranes… también ajustara almas. Una tarde lluviosa, entró un hombre joven, con traje caro y cara de estrés. Dejó caer su reloj sobre el mostrador.
— Necesito que lo arregle. Se retrasa dos minutos a la semana. Y tengo reuniones importantes. ¿Puede tenerlo para mañana?
El viejo miró el reloj. Luego, al joven.
— Los relojes, como las personas, se desajustan cuando viven corriendo.
— Solo quiero que funcione, dijo el joven, -mirando su teléfono móvil-. Le pago el doble si me lo entrega mañana.
— Tardará tres días, respondió sin alterarse. Y mientras, puedes usar este.
Le dio un viejo reloj de bolsillo. El joven lo aceptó con cara de pocos amigos.
Durante esos tres días, algo cambió. Notó que el tiempo no se sentía igual. En reuniones aburridas, las agujas casi no se movían. Pero cuando almorzaba con su hija, el reloj parecía ir volando. Las horas ya no eran iguales. Eran distintas según lo que vivía… Volvió al tercer día, desconcertado.
— Este reloj va mal. A veces corre, a veces se detiene.
El viejo sonrió.
— No está mal. Está en sintonía contigo. No marca los segundos… marca los momentos.
Le devolvió su reloj de lujo y dijo:
— Puedo dejarlo perfecto, pero si tú sigues perdiendo tiempo en lo que no importa, volverá a fallar.
— Entonces… ¿qué hago?
— Recuerda que hay dos formas de vivir el tiempo: la que se mide… y la que se siente. Y los mejores relojes no están en la muñeca. Están en el corazón.
El joven se quedó pensativo. Preguntó cuánto debía.
— Por el arreglo, lo que tú creas justo. Por la lección… esa se paga viviendo distinto.
Semanas después, regresó. Traía en la mano el reloj de bolsillo.
— ¿Se descompuso?
— No, respondió con una sonrisa. Quiero quedármelo. Renuncié a mi trabajo. Abriré algo pequeño aquí. Quiero poder recoger a mi hija del colegio cada día.
El viejo le dijo:
— Ese reloj no se vende. Se hereda. Guárdalo. Algún día vas a entender que el tiempo más valioso es … el que estás presente cuando más te necesitan.
Ese invierno, el relojero falleció. En su testamento dejó su taller al joven, con una nota: “Para quien entendió que no se trata de arreglar relojes… sino de reparar la vida.”
Hoy, si pasas por esa tienda, verás un letrero que dice: “Aquí no vendemos tiempo. Solo te recordamos cómo vivirlo.”

Moraleja: A veces, lo que necesitamos no es que un reloj marque la hora perfecta… sino que nuestro corazón vuelva a marcar lo importante.

sábado, 2 de agosto de 2025

Abre nuestra mente y nuestros ojos

Señor, a veces te buscamos sólo en momentos extraordinarios,
y en personas famosas que apenas conocemos…
Abre nuestra mente y nuestra mirada,
para que descubramos tu presencia en lo cotidiano,
en las personas que sonríen a nuestro paso,
en aquellas que trabajan por los demás,
en quienes han cerrado su corazón al rencor,
en los pobres que son capaces de compartir,
en esa compañera pendiente de mi estado de ánimo,
en ese vecino que comparte su pastel de cumpleaños,
en ese rayo postrero que tiñe la tarde de añil,
en esa montaña que nos habla de tu grandeza,
en esa pequeña flor en la que se refleja tu belleza,
en mis deseos de ayudar, de servir, de amar…
Abre nuestra mente y nuestra mirada, Señor.

La pianista mendiga

          Antena Misionera

En una fría noche de invierno, Emilia, una niña de 9 años con ojos llenos de esperanza, vagaba por las calles de la ciudad. Su cabello alborotado y sus ropas raídas contaban historias de abandono y pobreza. Desde que perdió a su madre por una enfermedad, había aprendido a sobrevivir sola, confiando en la bondad de desconocidos.
Esa noche, con los labios azulados por el frío, vio una mansión imponente al final de una calle. Sus luces brillaban como faros en la oscuridad, y a través de las ventanas podía vislumbrar un mundo de lujos que parecía sacado de un sueño. Decidió acercarse, con la esperanza de encontrar refugio.
Cuando llamó a la puerta, fue atendida por un hombre robusto con ceño fruncido, el guardia.
— No puedes estar aquí, niña. Vete antes de que llamemos a la policía.
Pero justo en ese momento apareció el dueño de la mansión, Mauricio Santillán, un millonario de 55 años que, aunque tenía fama de ser frío, sintió algo especial al mirar a Emilia.
— ¿Qué quieres, pequeña?, preguntó, cruzando los brazos.
— Solo un lugar donde dormir esta noche, señor, dijo Emilia, con la voz quebrada.
Mauricio, después de una breve pausa, dio una orden inesperada:
— Déjala dormir en el sótano. Pero solo por esta noche.
El sótano de la mansión, aunque frío y oscuro, era un lugar seguro para Emilia. Allí había cajas llenas de recuerdos antiguos, muebles cubiertos con sábanas blancas y un piano polvoriento en una esquina. Mientras se acomodaba en un rincón con una manta que le ofrecieron, no pudo evitar observar todo con curiosidad.
A pesar de su cansancio, Emilia no podía dormir. Se acercó al piano y, con dedos temblorosos, presionó una tecla. El sonido resonó en el espacio vacío, rompiendo el silencio como una chispa en la oscuridad.
Mauricio, quien solía pasear por la mansión antes de dormir, escuchó la nota y bajó al sótano. Al verla junto al piano, algo se removió en su interior.
— ¿Sabes tocar?, preguntó, sorprendido.
— Mi mamá me enseñó algunas canciones antes de que ella... Emilia no terminó la frase, pero sus ojos contaron el resto de la historia.
Mauricio se sentó a su lado, algo que no había hecho en años. Sus dedos, acostumbrados a firmar contratos millonarios, tocaron suavemente las teclas. Para Emilia, fue como si el piano hablara, narrando emociones que las palabras no podían expresar.
A la mañana siguiente, mientras Emilia desayunaba en la cocina con los empleados, Mauricio recibió una llamada importante. Un evento benéfico que organizaba su empresa necesitaba un cierre memorable, pero la pianista contratada había cancelado.
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea audaz. Bajó al sótano y encontró a Emilia explorando entre las cajas.
— ¿Te gustaría tocar el piano frente a muchas personas?, le preguntó.
— ¿Yo? Pero... no soy buena. Solo sé unas cuantas canciones.
Mauricio, con una sonrisa que hacía tiempo no mostraba, respondió:
— A veces, no se trata de ser perfecto, sino de mostrarle al mundo quién eres.
Esa noche, Mauricio llevó a Emilia al evento. El escenario estaba iluminado con luces doradas, y el público, compuesto por empresarios y figuras importantes, se sorprendió al ver a una niña con ropas prestadas acercarse al piano.
Emilia comenzó a tocar una sencilla melodía que su madre le había enseñado. Al principio, sus dedos temblaban, pero poco a poco, se llenó de confianza. Cada nota parecía contar una historia, una que hablaba de lucha, amor y esperanza.
El público quedó hipnotizado. Algunos tenían lágrimas en los ojos, mientras otros aplaudían al terminar. Pero lo más sorprendente ocurrió después. Una mujer del público, visiblemente emocionada, se acercó a Emilia y a Mauricio.
— Esa canción..., dijo la mujer, la escribí hace años, antes de perder a mi hija. ¿De dónde la aprendiste?
Emilia, impactada, respondió:
— Mi mamá me la enseñó. Siempre decía que era especial.
La mujer, cuyo nombre era Clara, era una reconocida compositora. Al hablar con Emilia, descubrieron un vínculo inesperado: Clara era la tía de Emilia, separada de su hermana hacía años. Mauricio, testigo de este momento, comprendió que había hecho más que ofrecerle un refugio a Emilia; le había devuelto una familia.
Mauricio, tocado por la experiencia, decidió cambiar su vida. Adoptó a Emilia oficialmente y comenzó a involucrarse en causas benéficas. El frío sótano de su mansión, que antes era un lugar olvidado, se convirtió en un espacio lleno de música y recuerdos.
Emilia, con el tiempo, se convirtió en una pianista reconocida, llevando su historia de superación a todo el mundo. Y aunque había comenzado como una pequeña mendiga buscando un refugio por una noche, encontró algo mucho más valioso: un hogar, una familia.

martes, 29 de julio de 2025

Himno a santa Marta, Lázaro y María


Te celebramos, oh, santa Marta,
con tus hermanos Lázaro y María,
afortunada al merecer hospedar a Cristo en tu casa.
Movida a impulsos del amor,
te desvivías solícita en atender a huésped tan ilustre.
Mientras disponías complacida la mesa para el Señor,
María y Lázaro escuchaban sus palabras
para el sustento de la vida y de la gracia.
Tu hermana ungía con nardo puro
al que estaba destinado a morir en la cruz
y tú le ofrecías presurosa tus cuidados.
Oh, huéspedes dichosos de Jesús,
que habite el amor en nuestros corazones,
y serán, como Betania,
cálidos hogares para la amistad y la confianza.
Gloria a la santa Trinidad
y que ella nos hospede al fin
en la casa del cielo donde entonar
con vosotros sus alabanzas. Amén.

Héroes sin capa

           Susana Rangel

Mientras todos dormían… él pasaba la noche trabajando en el hipermercado de la cadena Walmart.
No lo hacía por necesidad propia. Lo hacía por sus alumnos. Henry Darby era director de una escuela en Carolina del Sur. Y aunque ya tenía suficiente con su trabajo de día, decidió tomar un segundo trabajo por las noches, de 10 p.m. a 7 a.m., reponiendo estantes en silencio.
Nadie sabía nada. ¿La razón? Todo lo que ganaba lo donaba para ayudar a sus estudiantes: jóvenes que no tenían para comer, ni dónde vivir, ni con qué estudiar. Muchos estaban al borde de abandonar la escuela… y él no podía quedarse de brazos cruzados.
Nunca lo contó. No lo publicó. Ni siquiera lo mencionaba. Lo hacía porque le salía del corazón hacerlo.
Pero un día, alguien descubrió su historia… Miles de personas se sintieron inspiradas por su ejemplo.
Y la cadena de supermercados Walmart, agradecido por su gran corazón, le donó 50 mil dólares para que pudiera seguir ayudando.
Porque a veces, los héroes no usan capa. Usan uniforme, trabajan en silencio… y cambian vidas sin pedir nada a cambio.

sábado, 26 de julio de 2025

Oración de los Abuelos y de los Mayores

"Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza" (cf. Eclo 14,2)

¡Qué hermosas son estas palabras tuyas, Señor!
Ayúdanos a continuar nuestra peregrinación a lo largo del tiempo
¡animados por la esperanza que viene de Ti!
Ayúdanos a llevar a este mundo, que se está dividiendo,
la esperanza de la comunión.
Ayúdanos a llevar a este mundo, herido por las guerras,
la esperanza de la paz.
Ayúdanos a llevar a este mundo, que se deshumaniza,
la belleza de una sonrisa antigua.
Ayúdanos a ser el recuerdo de tu ternura,
para nuestros nietos, para nuestros seres queridos
y para todos los que encontremos.
¡Ayúdanos a llevar a un mundo que no te presta atención
la Esperanza de una vida nueva que sólo Tú puedes dar!
¡Porque en Ti, Señor, nada está perdido!
¡Porque en Ti, Señor, todo vuelve a empezar! Amén.

La flor silvestre

            Gisel Dominguez

Cada tarde, después del colegio, Tomás llegaba al geriátrico con su mochila colgando de un solo hombro y una flor silvestre en la mano. Siempre la misma rutina: entraba despacio, saludaba a todos con una sonrisa, y caminaba directo a la habitación 214, donde lo esperaba una anciana de cabello blanco y ojos perdidos en algún lugar del tiempo.
— Buenas tardes, señora Clara. ¿Le traje su flor preferida? —decía él, como si fuera la primera vez.
Ella lo miraba y sonreía, sin reconocerlo del todo.
— ¿Y tú quién eres, corazón?
— Un amigo, nada más.
Durante meses, él le leía cuentos, le pintaba las uñas, le peinaba el cabello y le ponía canciones viejas. A veces ella reía, a veces lloraba, y otras lo confundía con un actor de telenovela o con su primer amor.
El resto del personal del geriátrico lo adoraba. Decían había nacido con un corazón demasiado grande. Algunos familiares venían una vez al mes. Pero Clara, la señora de la habitación 214, no recibía a nadie más que a él.
Una tarde, mientras la peinaba, ella se quedó mirándolo fijo.
— Tienes los ojos de mi hijo, ¿sabías? -murmuró.
Tomás tragó saliva.
— ¿Sí? ¿Se los prestó el destino, tal vez?
— Puede ser. Pero mi hijo me dejó. Se enfadó conmigo cuando empecé a olvidar cosas… Me dijo que yo ya no era su mamá. Y se fue.
Ella bajó la vista. Él le acarició la mano.
— A veces, cuando uno olvida, los demás se olvidan también. Pero no todos.
Ella sonrió. Le dio un beso en la mejilla y le susurró:
— Gracias por quedarte conmigo, aunque no sepa bien quién eres.
A los pocos meses, ella falleció. Tranquila. Con una flor silvestre en la mesita de luz.
En el Tanatorio, Tomás se quedó a un lado, en silencio. La gente del geriátrico lo abrazaba, le agradecía. Nadie entendía por qué lloraba tanto.
Hasta que una de las enfermeras se acercó a él y le preguntó:
— ¿Por qué lo hacías, Tomás? Nunca faltaste un solo día…
Él la miró, con los ojos llenos de lágrimas, y dijo:
— Porque era mi abuela.
— ¿Tu abuela?
— Sí. Pero cuando le diagnosticaron Alzheimer, todos la abandonaron. Mis tíos, mis padres… Decían que ya no era ella. Pero yo sí la reconocí. Aunque ella ya no supiera quién era yo.
Y con la misma calma con la que llegaba cada tarde, se fue.

Moraleja: A veces, el amor no necesita ser reconocido para existir. A veces, ser nieto no se trata de sangre… sino de memoria del corazón.

viernes, 25 de julio de 2025

Plegaria al apóstol Santiago

            Juan Pablo II

«Enséñanos, Apóstol y amigo del Señor,
el CAMINO que conduce hacia Él.
Ábrenos, predicador de las Españas,
a la VERDAD que aprendiste de los labios del Maestro.
Danos, testigo del Evangelio,
la fuerza de amar siempre la VIDA.
Contigo, Santiago Apóstol y Peregrino,
queremos enseñar a las gentes de Europa y del mundo
que Cristo es –hoy y siempre–
el CAMINO, la VERDAD y la VIDA».

Escuchar

               Susana Rangel

Después de más de 30 años de casados, él empezó a notar algo raro… Sentía que su esposa ya no escuchaba como antes. Pero no quería armar lío ni hacerla sentir mal, así que fue a un doctor a preguntar qué podía hacer.
El médico le dio un consejo muy simple:
— Hazle una pregunta desde lejos, como a 15 metros. Si no responde, te vas acercando poco a poco y repites la misma pregunta. Así sabrás si realmente hay un problema de audición.
Ese mismo día, cuando llegó a casa del trabajo, vio a su esposa cocinando.
Desde la sala, a buena distancia, le preguntó:
— Amor, ¿qué hay de cenar?
Silencio… Se acercó unos pasos y volvió a preguntar:
— ¿Qué vamos a cenar?
Nada… Ya más cerca, repitió:
— Mi vida… ¿qué estás preparando?
Silencio total… A unos pocos metros, intentó otra vez:
— ¿Qué hiciste de cenar, mi amor?
Y nada… Finalmente, ya justo detrás de ella, con tono suave le dijo:
— Corazón, ¿qué vamos a cenar?
Entonces ella se giró, molesta, y le soltó:
— ¡Te he dicho cinco veces que pollo!
Y fue en ese momento cuando entendió… El del problema no era ella. Era él.

Moraleja: Antes de asumir que el otro está fallando, pregúntate si acaso el que necesita corregirse… eres tú. A veces la verdadera sordera está en no querer escuchar.

domingo, 20 de julio de 2025

Estar junto a Ti, Señor

          Cardenal John Henry Newman

Señor Jesús, como a María,
enséñame a sentarme a tus pies para escuchar tu palabra.
Dame aquella auténtica sabiduría
que busca tu voluntad mediante la plegaria y la meditación,
a través del contacto directo contigo,
más que por razonamientos mentales
o por la lectura de muchos libros.
Concédeme la gracia de distinguir tu voz de la de los extraños;
concédeme la gracia de dejarme guiar por ella
y de buscarla ante todo como una realidad superior a mí mismo.
Respóndeme mediante la conciencia
cuando te adoro y confío en tu grandeza,
que llega mucho más allá de lo que yo puedo entender.

El amor de la ratita y el burro

El burro se desmayó en el establo tras ser molido a palos por el granjero. Temblaba. Tenía los ojos en blanco.
Una ratita lo encontró así y corrió al bosque, recogió hierbas y preparó un té medicinal. Era pequeña, pero con esfuerzo arrastró una cáscara llena de té hasta él. Llegó jadeando, toda empapada.
Cuando el burrito despertó, la miró con desprecio y le gritó:
— ¡Lárgate! ¡No necesito tu caridad! ¡Sé curarme solo!
De un manotazo tiró el té. El líquido caliente le salpicó la cara. La ratita no dijo nada. Solo se fue con una sonrisa fingida… y, al llegar a su agujero, rompió en llanto.
Esa noche escuchó los quejidos del burro. Tenía fiebre. Y aunque le dolía el alma, arrastró su nido hasta el establo y se quedó a su lado.
Al día siguiente, el burro volvió a gritarle:
— ¡Te odio! ¡No quiero que estés aquí!
Y la golpeó con una coz. Herida, la ratita volvió a su agujero, en silencio.
Días después, fue cojeando hasta la casa de la cascada, donde vivía un sabio.
— Maestro… ¿Algún día el burro entenderá cuánto lo quiero?
El sabio la miró con ternura y le respondió:
—Lo sabrá… cuando escuche a alguien decir: “Cinco minutos para enterrarla.”
La ratita bajó en silencio. Pero ya no era la misma. Las heridas y los desprecios le habían roto el alma. Dejó de corretear, de sonreír… Y nunca más volvió al establo.
Pasaron los días y el burro empezó a notar su ausencia. Extrañaba el té, la sombra compartida, su compañía silenciosa. Y entonces pensó:
— ¿Y si fue mi culpa?
Un día, un ruiseñor se posó en la cerca lleno de tristeza:
— La ratita ha muerto. Están por enterrarla… ¿no vas a despedirte?
El burro corrió. Cada paso era una lágrima. Pero las que más dolían… eran las del arrepentimiento.
Ahí estaba ella. La que nunca se rindió. La que siempre estuvo. Solo que ahora… con las patitas cruzadas sobre el pecho, dentro del ataúd.
El sepulturero habló fuerte:
— ¡Cinco minutos para enterrarla!
Y esas palabras le apretaron el alma al burro. Se acercó llorando, se inclinó sobre ella y, entre llantos, dijo:
— Ella era buena… Siempre estuvo para mí. Yo la amaba… ¡Y no se lo dije a tiempo!
Cinco minutos de palabras… que ella nunca escuchó en vida. Pero justo antes de que la enterraran, algo inesperado pasó. La ratita abrió los ojos, se incorporó y le sonrió.
— Yo también te amo, burro. Y sí… tú eres todo eso que acabas de decir.
El burro la miró, entre coraje y alivio:
— ¡¿No estabas muerta?!
— No. Solo quería que me dieras… amor.
Él suspiró… y la abrazó. Como si quisiera recuperar todo el tiempo. Como si por fin entendiera lo que tenía.

Reflexión final:
A veces, el orgullo nos hace ciegos ante quienes nos aman de verdad. Creemos que siempre estarán allí, esperando… Hasta que un día ya no están, y lo único que queda es el silencio del arrepentimiento.
No esperes que la vida te enseñe con dolor lo que podrías entender con amor. No guardes palabras que podrían sanar. No ignores los gestos sencillos de quien te cuida sin esperar nada a cambio.
Un “te valoro”, un “me importas” o un simple “gracias por estar” pueden ser más poderosos de lo que imaginas. Porque quizás… esas palabras sean justo lo que alguien necesita para seguir adelante.
Di lo que sientes hoy. Abraza antes de que falten brazos. Ama sin reservas, mientras todavía hay tiempo.

sábado, 19 de julio de 2025

Salmo 61

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

Cuando Dios creó a la mujer

Cuando Dios creó a la mujer, estaba trabajando hasta tarde en el sexto día... Un ángel vino y preguntó:
— ¿Por qué gastar tanto tiempo en ella?
El Señor respondió:
— ¿Has visto todas las cualidades que tengo que conocer para darle forma? Ella debe funcionar en todo tipo de situaciones. Debe ser capaz de abrazar a varios niños al mismo tiempo. dar un beso que pueda curar cualquier cosa, desde una rodilla raspada hasta un corazón roto. Ella debe hacer todo esto con solo dos manos. Ella se cura a sí misma cuando está enferma y puede trabajar 18 horas al día.
El ángel quedó impresionado
— ¿Sólo dos manos?... ¡Imposible! ¿Y este es el modelo estándar?
El ángel se acercó y tocó a la mujer.
— Pero la has hecho tan suave, Señor.
— Ella es suave, dijo el Señor, pero la he hecho fuerte. No puedes imaginar lo que ella puede soportar y superar.
— ¿Puede pensar?, preguntó el ángel...
— El Señor respondió: No sólo puede pensar, puede razonar y negociar.
El ángel tocó sus mejillas...
— ¡Señor, parece que esta creación se está filtrando! Le has puesto demasiadas cargas.
— Ella no se está filtrando... es una lágrima, corrigió el Señor al Ángel...
— ¿De qué sirven? preguntó el ángel...
— Las lágrimas son su forma de expresar su dolor, sus dudas, su amor, su soledad, su sufrimiento y su orgullo. dijo el Señor
Esto causó una gran impresión en el Ángel,
— Señor, eres un genio. Pensaste en todo. Una mujer es realmente maravillosa.
— El Señor dijo: De hecho, ella lo es. Tiene fuerza que asombra a un hombre, puede manejar problemas y llevar cargas pesadas, tiene felicidad, amor y opiniones, sonríe cuando siente ganas de gritar, canta cuando tiene ganas de llorar, llora cuando está feliz y ríe cuando tiene miedo. Ella lucha por lo que cree. Su amor es incondicional. Su corazón está roto cuando un familiar o un amigo muere, pero encuentra fuerza para seguir adelante con la vida.
El Ángel preguntó:
— ¿Así que ella es un ser perfecto?
— El Señor respondió: No. Ella solo tiene un inconveniente... A menudo olvida lo que vale... Toda hija de Dios es una verdadera guerrera delante de Dios...


viernes, 11 de julio de 2025

Himno a San Benito

Cantemos nuestra fe y, al confesarla,
unidas nuestras voces de creyentes,
pidamos al Señor que, al proclamarla,
inunde con su luz a nuestras mentes.
El gozo de creer sea alegría
de servir al Señor, y su Palabra
simiente en crecimiento día a día,
que al don de su verdad el mundo abra.
Clara es la fe y oscuro su camino
de gracia y libertad en puro encuentro,
si crees que Jesús es Dios que vino,
no está lejos de ti, sino muy dentro.
Legión es la asamblea de los santos,
que en el Señor Jesús puso confianza,
sus frutos de justicia fueron tantos
que vieron ya colmada su esperanza.
Demos gracias a Dios, que es nuestra roca,
sigamos a Jesús con entereza,
si nuestra fe vacila, si ella es poca,
su Espíritu de amor nos dará fuerza. Amén.

Los consejos de papa

         Jouls


Era un hijo que no le gustaba vivir en casa de su padre, por la constante "irritación" de su parte.
"Sí no vas a usarlo apaga el ventilador" "La TV está encendida en la sala donde no hay nadie.. ¡Apágala!" "Cierra la puerta" "No gastes tanto el agua"
Al hijo no le gustaba que su padre lo molestara por esas pequeñas cosas. Tuvo que aguantarlas hasta cierto día en que recibió una invitación para una entrevista de trabajo.
′′Tan pronto como consiga el trabajo, voy a dejar esta ciudad. No escucharé ni una queja más de mi padre." Fue lo que pensó.
Cuando salía para la entrevista, el papá le aconsejó:
— "Responde a las preguntas que se te hagan sin dudar. Incluso si no sabes la respuesta, menciónalo con confianza."
Él le dio más dinero del que realmente necesitaba para asistir a la entrevista.
El hijo llegó al lugar de la entrevista y se dio cuenta de que no había guardias de seguridad en la puerta.
Aunque la puerta estaba abierta hacia afuera, probablemente era una molestia para las personas que pasaban o entraban por ahí. Él cerró la puerta y entró en la oficina.
En ambos lados del camino, pudo ver hermosas flores, pero el jardinero había dejado la llave abierta y el agua en la manguera no dejaba de correr. El agua se desbordaba en el camino. Él levantó la manguera, la cambió de lugar y la puso cerca de otras plantas que la necesitaban.
No había nadie en el área de recepción, sin embargo, había un anuncio donde decía que la entrevista sería en el primer piso. Subió lentamente las escaleras.
La luz todavía estaba encendida probablemente desde la noche anterior.
Él recordó la advertencia de su padre:
— ′′¿Por qué estás saliendo de la sala sin apagar la luz?" -parecía que podía escucharlo ahora.
Se sintió molesto por éste pensamiento buscó el interruptor y apagó la luz.
Arriba, en un gran salón, vio a más personas sentadas, esperando su vez.
Él miró la cantidad de personas y se preguntó si tenía alguna oportunidad de conseguir el trabajo.
Entró en el pasillo con algo de nervios y pisó el tapete de "Bienvenida", colocado cerca de la puerta, pero se dio cuenta de que estaba boca abajo. Enderezó el tapete con algo de irritación.
Los hábitos son difíciles de olvidar.
Él vio que en primeras filas había muchas personas amontonadas esperando, mientras que las filas de atrás estaban vacías y varios ventiladores estaban funcionando junto a estos asientos.
Escuchó en su interior la voz de su padre de nuevo: ′′¿Por qué los ventiladores están conectados en el área donde no hay nadie?"
Apagó los ventiladores que no eran necesarios y se sentó en una de las sillas vacías.
Vio a muchos entrar a la sala de entrevista y salir inmediatamente por otra puerta. Así que no había manera de que alguien adivinara lo que se estaba preguntando en la entrevista.
Cuando llegó su turno, él se detuvo ante el entrevistador con cierta preocupación.
El responsable tomó sus papeles y sin mirarlos, preguntó:
— ¿Cuándo puedes empezar a trabajar?
Él pensó: ′′¿Será una pregunta capciosa que se está haciendo en la entrevista o es en serio que me están ofreciendo el trabajo?"
— ¿Qué estás pensando?, -preguntó el jefe-. No hacemos preguntas a nadie aquí, pues creemos que a través de ellas no podremos evaluar las habilidades del entrevistado. Por lo tanto, nuestra prueba es evaluar las actitudes de la persona. Hicimos algunas pruebas basadas en el comportamiento de los candidatos y observamos a todos a través de cámaras del edificio. Ninguno de los que vinieron aquí hoy, hizo nada para arreglar la puerta, la manguera, el tapete de bienvenida, apagar los ventiladores o las luces que estaban funcionando inútilmente. Tú fuiste el único que lo hizo, por eso decidimos darte el trabajo, -dijo el jefe-.
Él siempre solía molestarse con la disciplina de su padre, pero hasta ese momento, se dio cuenta de que, gracias a ello, consiguió su primer trabajo. La irritación e ira por su padre desaparecieron completamente, decidió que llevaría a su padre también al trabajo y regresó a casa feliz.
Todo lo que nuestros padres nos dicen es solo por nuestro bien, deseando un futuro brillante para nosotros. Para convertirnos en un ser humano de valor, necesitamos aceptar amonestaciones, correcciones y orientación, que eliminen los malos hábitos y comportamientos .

jueves, 10 de julio de 2025

Gracias, Jesús

     Adaptación de una plegaria de J. Mª. Olaizola.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando tu ternura enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante, siempre esperando.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí, tú que conoces mi debilidad.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me colmas y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida es plena.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
y te pido que me ayudes a ser misericordioso.

El robo del reloj

"Un anciano se encuentra a un joven quien le pregunta:
- ¿Se acuerda de mí? Y el anciano le dice que NO.
Entonces el joven le dice que fue su alumno. Y el profesor le pregunta:
- ¿Qué estás haciendo, a qué te dedicas?
El joven le contesta:
- Bueno, me convertí en Profesor.
- Ah, qué bueno (le dijo el anciano)
- Pues, sí. De hecho me convertí en Profesor porque usted me inspiró a ser como usted.
El anciano curioso, le pregunta al joven qué momento fue el que lo inspiró a ser Profesor. Y el joven le cuenta la siguiente historia:
- Un día, un amigo mío también estudiante, llegó con un hermoso reloj nuevo, y decidí que lo quería para mí y lo robé, lo saqué de su bolsillo.
Poco después, mi amigo notó el robo y de inmediato se quejó a nuestro Profesor, que era usted. Entonces usted se dirigió a la clase:
- El reloj de su compañero ha sido robado durante la clase de hoy. El que lo robó por favor que lo devuelva.
- No lo devolví porque no quería hacerlo. Luego usted cerró la puerta y nos dijo a todos que nos pusiéramos de pie y que iría uno por uno para buscar en nuestros bolsillos hasta encontrar el reloj.
Pero nos dijo que cerráramos los ojos, porque lo buscaría solamente si todos teníamos los ojos cerrados.
Así lo hicimos y usted fue de bolsillo en bolsillo y cuando llegó al mío encontró el reloj y lo tomó.
Usted continuó buscando los bolsillos de todos y cuando terminó, dijo:
- "Abrid los ojos. Ya tenemos el reloj".
- Usted no me dijo nada y nunca mencionó el episodio. Tampoco dijo nunca quién fue el que había robado el reloj. Ese día usted salvó mi dignidad para siempre. Fue el día más vergonzoso de mi vida.
Pero también fue el día que mi dignidad se salvó de no convertirme en ladrón, mala persona, etc. Usted nunca me dijo nada y aunque no me regañó ni me llamó la atención para darme una lección moral, yo recibí el mensaje claramente. Y gracias a usted entendí que esto es lo que debe hacer un verdadero educador. ¿Se acuerda de ese episodio, Profesor?
Y el Profesor responde:
- "Yo solo recuerdo la situación, el reloj robado que busqué en todos los bolsillos.
Esto es la esencia de la docencia: Si para corregir necesitas humillar; no sabes enseñar"

martes, 8 de julio de 2025

Concédeme la fe

Señor, haz que mi fe sea plena,
que sepa abrirte mis pensamientos y sentimientos y acciones,
mi pasado, mi presente y mi futuro, sin reservas.
Señor, haz que mi fe sea coherente,
que acepte las renuncias y los deberes que comporta
y sepa hacerla vida en cada momento de mi vida.
Señor, haz que mi fe sea fuerte,
que madure ante la contradicción de los problemas,
que encuentre cimiento más firme ante quienes la rechazan.
Señor, haz que mi fe sea alegre,
al saber y sentir que tu amor me envuelve,
al descubrir en cada persona la huella de tu gloria.
Señor, haz que mi fe sea activa
que sepa verte en los pobres y en cuantos me necesitan
y sepa avanzar por el camino de servicio y la entrega.
Señor, haz que mi fe sea humilde.
Porque estoy envuelto en debilidades,
que apoye mi fe en la fe de los hermanos, en la fe de la Iglesia.
Señor, haz que mi fe sea contagiosa,
a través de mis palabras, mi sonrisa y mi vida entera.
Que sepa transmitir, Señor, que Tú eres lo mejor que me ha pasado. Amén.

El león y las hienas

              Susana Rangel

Dicen que el león no pelea con hienas… no porque no pueda. Sino porque no lo necesita. Podría destruirlas en segundos. Podría rugir, atacar, aplastar.
Pero no lo hace. Porque el león no pierde tiempo con lo que no vale la pena. No responde provocaciones. No discute con quien solo viene a molestar.
Observa. Calla. Y sigue su camino.
Y lo más curioso… es que las hienas, aunque lo rodean, le gritan, lo provocan… no lo atacan.
Solo lo ven pasar. Como si supieran que tocarlo… sería un error. Porque la fuerza del león no está en pelear… está en elegir cuándo no hacerlo.
Y aunque lo desafíen, él se mantiene en calma. Porque sabe lo que es. Porque no necesita demostrarlo.
Así también hay personas que aprendieron a no responder. A no entrar en juegos ajenos. A no rebajarse. No porque sean débiles… sino porque ya no están para perder su paz por cualquier ruido.
Hay momentos en la vida en los que entiendes: que no todo merece tu energía. Que hay cosas que no se resuelven peleando, sino ignorando con dignidad.
Y cuando aprendes eso… tu silencio se vuelve más fuerte que mil gritos.

 


domingo, 6 de julio de 2025

Envíame

                 José María R. Olaizola, SJ

Envíame sin temor, que estoy dispuesto.
No me dejes tiempo para inventar excusas,
ni permitas que intente negociar contigo.
Envíame, que estoy dispuesto.
Pon en mi camino gentes, tierras, historias,
vidas heridas y sedientas de ti.
No admitas un 'no' por respuesta
Envíame; a los míos y a los otros,
a los cercanos y a los extraños
a los que te conocen y a los que sólo te sueñan
y pon en mis manos tu tacto que cura.
en mis labios tu verbo que seduce;
en mis acciones tu humanidad que salva;
en mi fe la certeza de tu evangelio.
Envíame, con tantos otros que, cada día,
convierten el mundo en milagro.

 

 

El valor de un centavo

       Susana Rangel 

¿Cuánto vale un centavo? Para muchos… nada. Pero para él, fue el inicio de una fortuna. Esto pasó en Malasia, en los años noventa.
Un joven trabajaba en un banco. Tenía talento, ambición… y un ojo agudo para los detalles. Y un día, se dio cuenta de algo que nadie más veía: Cada vez que un cliente hacía una transferencia, el sistema redondeaba hacia abajo.
¿El resultado? Pequeños centavos desaparecían. Uno por aquí, otro por allá. Nadie los reclamaba. Nadie los extrañaba. Pero él sí. Y entonces… tuvo una idea.
Creó un programa que tomaba todos esos centavos “perdidos” y los enviaba directo a una cuenta secreta. Su cuenta. No le robaba a una persona… Le robaba al sistema. Un centavo por operación. Miles de operaciones por día. Millones por año.
Pasaron semanas. Meses. Y su cuenta creció tanto… que acumuló más de 10 millones de ringgits (equivalente a millones de dólares hoy).
Y nadie sospechaba. Hasta que una auditoría lo cambió todo. Descubrieron el fraude. Lo arrestaron.
Y aunque el escándalo fue enorme… hasta hoy, nadie sabe dónde quedó todo ese dinero.

Moraleja: No todos los ladrones usan máscaras. A veces, usan traje y saben programar. Porque incluso lo que tú consideras “insignificante”… puede ser el oro de alguien más.


jueves, 3 de julio de 2025

Como el apóstol Tomás

          José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.
Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.

Lavar los platos

          Leonardo Cirbián·

Durante un almuerzo entre amigos, en la casa de uno de ellos, la charla fluía entre risas y anécdotas. Al terminar de comer, uno de los amigos, llamado Andrés, tomó su servilleta y dijo con naturalidad:
— Bueno, voy a lavar los platos.
Uno de los presentes, Ernesto, lo miró sorprendido y soltó una carcajada.
— ¿En serio acabas de decir eso?, preguntó con tono burlón. Dime que fue un chiste…
Andrés lo miró con calma, sin perder la sonrisa.
— No, no es un chiste. Es lo que suelo hacer en casa también.
Ernesto frunció el ceño.
— Pues yo no ayudo a mi mujer. La semana pasada limpié los suelos y ni las gracias me dio. No pienso volver a hacerlo.
Andrés dejó el plato a un lado, se acomodó en la silla y respondió con voz serena:
— Ernesto… yo tampoco “ayudo” a mi esposa.
Los demás amigos enmudecieron por un instante, curiosos por la respuesta.
—Mi esposa no necesita ayuda —continuó Andrés con paciencia—. Lo que necesita es un compañero. Porque somos un equipo. Y en un equipo, las responsabilidades se comparten.
Ernesto lo miraba en silencio.
— No la ayudo a limpiar la casa, agregó Andrés, porque yo también vivo allí. No la ayudo a cocinar, porque yo también como. No la ayudo a lavar los platos, porque yo también los ensucio. No la ayudo con los niños, porque también son mis hijos. No la ayudo a lavar la ropa… porque también es la mía.
Hizo una breve pausa, mirando a los demás con sinceridad.
— No soy un invitado en mi casa. Soy parte de ella. Y no se trata de “ayudar”, como si todo fuera su obligación y yo solo colaborara de vez en cuando. Se trata de compartir la vida, las tareas y el cuidado del hogar. De asumir lo que también me corresponde.
Ernesto se quedó pensativo. Sus palabras le calaron más profundo de lo que esperaba. Los demás amigos también reflexionaron. A veces, las costumbres y las frases que repetimos sin pensar ocultan creencias que necesitan cambiar.

Reflexión:
El verdadero cambio en nuestra sociedad empieza en el hogar. No se trata de “ayudar” a quien comparte la vida con nosotros, sino de comprender que todos tenemos responsabilidades comunes. Porque la casa es un espacio compartido, los hijos son de ambos, el bienestar es un proyecto en equipo, la convivencia se llena de respeto, equidad y amor genuino. El ejemplo que damos en casa será la base para las futuras generaciones. Y en esa base, el compañerismo vale más que mil palabras.

martes, 1 de julio de 2025

El sacrificio de Kimba

Kimba era uno de los elefantes más grandes que había en el Serengeti (Tanzania). Como era el más sabio y el más fuerte, todos lo habían elegido como jefe de la manada.
Kimba siempre estaba atento a cualquier peligro que pudiera aparecer. Conducía la manada a los mejores prados, donde estaban las hierbas más jugosas y las ramas más tiernas. Cuando hacía mucho calor, los llevaba a las mejores charcas de agua y allí bebían y se bañaban llenos de gozo y parsimonia.
Por la noche, era Kimba el que hacía la guardia para que todos pudieran dormir con seguridad. Si surgía algún problema, todos miraban a Kimba; y su serenidad daba tranquilidad a toda la manada. Aunque a decir verdad, había un peligro que a todos aterrorizaba: el hombre blanco. Si algún día llegaban a descubrirles, no dudarían en matarlos para arrancarles sus valiosos colmillos de marfil.
Kimba, día y noche, no dejaba de vigilar. Y siempre que olía la presencia del hombre blanco, conducía la manada a lugar seguro.
Pero un día ocurrió lo inevitable. Un grupo de cazadores descubrió a la manada por sorpresa. Mientras los elefantes se refugiaban en una sabana cercana, junto al río Grumeti, Kimba se enfrentó a los cazadores. Se lanzó corriendo hacia ellos. Y a pesar de los disparos, no se detuvo. Consiguió hacerles huir de momento, pero quedó herido. Con gran dificultad, volvió a donde estaba la manada para tranquilizarlos.
Los cazadores rodearon el bosque. La manada de Kimba no tenía escapatoria. La única salida era por el río Grumeti, pero la corriente era tan fuerte debido a las crecidas de las lluvias que era imposible atravesarlo.
Estaba anocheciendo. Los cazadores acamparon cerca de donde estaban los elefantes atrapados. Cuando saliera el sol acabarían con ellos.
Todos los elefantes miraban angustiados a Kimba, que estaba herido de gravedad. La situación era desesperante. Después de pasar largo rato así, se levantó como pudo y se dirigió hacia un gran árbol que crecía junto al río. Con la cabeza comenzó a empujarlo con todas sus fuerzas. Los demás elefantes comprendieron su idea y le ayudaron a empujar. Tras muchos esfuerzos, el gran árbol cayó atravesando el río, haciendo un puente que unía las dos orillas.
Uno por uno, todos fueron cruzando el río. Cada vez que pasaba un elefante, el árbol crujía más y más. Kimba quedó el último para pasar. Había perdido mucha sangre y apenas tenía fuerzas. En la otra orilla, todos tenían los ojos fijos en él. Como pudo, empezó a cruzar el río. Pero el árbol no resistió más peso y se partió en dos y fue arrastrado por las aguas. Kimba cayó al caudaloso río y murió; pero toda la manada se había salvado gracias a él.
A la mañana siguiente, los cazadores no encontraron ningún elefante en la zona. No podían explicarse lo ocurrido. Tan sólo encontraron un rastro de sangre y los restos de un árbol arrancado.

lunes, 30 de junio de 2025

Uno de cien

        José María R. Olaizola, SJ

Hay noventa y nueve razones para la comodidad,
y una para la inquietud. Y, sin embargo,
es esa única razón la que pone el tiempo en movimiento,
el corazón en estampida, las manos a la obra,
la mente agitada, buscando soluciones,
y los pies corriendo, para alcanzar las simas
donde yace la oveja perdida.
Hay noventa y nueve formas de amor domesticado,
y una de amor sin medida. Y, sin embargo,
es esa pasión infinita la que, como agua desbocada,
se lleva por delante resistencias y apatía,
la que desatasca los reductos cerrados del alma,
la que convierte la quietud en energía.
Hay noventa y nueve palabras huecas
y una Palabra viva. Pero es esa única Palabra,
acampada entre nosotros, la que le da sentido a todo.
Basta con escucharla.
Y así, con una razón, una pasión y una Palabra,
nos envías al camino. Allá vamos, pues…