lunes, 15 de diciembre de 2025
ya se acerca el Salvador
y salgamos, peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sion,
que ya viene, ya está cerca,
él es nuestra salvación.
Gloria al Padre que nos ama,
gloria al Hijo salvador
y al Espíritu divino
toda gloria y todo honor. Amén.
Solo te afecta si lo permites
Un día Peters almorzaba en el comedor de la Universidad, Gandhi venía con su bandeja y se sentó a su lado. El profesor muy altanero le dice:
— Estudiante Gandhi, ¡usted no entiende!, un puerco y un pájaro no se sientan a comer juntos.
Gandhi le contesta:
— Esté usted tranquilo profesor, ¡me voy volando! -y se cambió de mesa-.
El profesor Peters lleno de rabia, porque entendió que el estudiante le había llamado puerco, decidió vengarse en el próximo examen, pero el alumno respondió con brillantez a todas las preguntas. Entonces el profesor le hizo la siguiente interpelación:
— Gandhi, si usted va caminando por la calle y se encuentra dos bolsas, una de sabiduría y otra de dinero, ¿Cuál de las dos se lleva?
Gandhi responde sin titubear:
— Claro que el dinero, profesor
El profesor sonriendo le dice:
— Yo, en su lugar, hubiera agarrado la sabiduría, ¿no le parece?
Gandhi responde:
— Cada uno coge lo que no tiene, profesor.
El profesor ya histérico escribe en la hoja de examen: "idiota" y se la devuelve al joven.
Gandhi toma la hoja y se sienta. Al cabo de unos minutos se dirige al profesor y le dice:
— Profesor Peters, usted solo me firmó la hoja, pero no me puso la nota.
MORALEJA: Si permites que una ofensa te dañe, te dañará. Pero si no lo permites, la ofensa volverá al lugar de donde salió
domingo, 14 de diciembre de 2025
Todo lo ha hecho bien
José Mª R. Olaizola, SJ (Rezando voy)
Hace oír a los sordos, y hablar a los mudos.
Hace soñar a los escépticos
y aterrizar a los ingenuos.
Hace amar a los indiferentes
y resistir a los frágiles.
Hace ver a los ciegos
y caminar a los paralíticos.
Hace dudar a los intransigentes
y ayuda a encontrar a los que buscan.
Hace reír a los que lloran
y llorar a los que matan.
Hace vibrar a los fríos
y arriesgarse a los cobardes.
Hace estremecerse a los crueles
y pone un canto de esperanza en los corazones tristes.
Hace resucitar a los que mueren.
Y allá donde pone su mano,
deja una huella de vida.
El gusano y el escarabajo
Una historia que nunca deberíamos olvidar...
El Gusano y el Escarabajo eran amigos. Amigos de verdad. Charlaban durante horas, aunque vivían en mundos distintos.
El escarabajo era veloz, ruidoso, de aspecto fuerte. El gusano era lento, callado y frágil. Pero eso nunca fue un problema…
Hasta que alguien lo hizo ver como un problema. Un día, la compañera del escarabajo le preguntó:
— ¿Cómo puedes ser amigo de alguien tan inferior?
— Ni siquiera te saluda desde lejos…
El escarabajo sabía que el gusano no podía verlo a la distancia. Sabía que le costaba moverse. Pero en vez de defenderlo… se quedó callado. Tanto insistió su pareja, que el escarabajo decidió alejarse.
— “Si realmente me aprecia, vendrá a buscarme…” —pensó.
Y sí… el gusano fue. Todos los días. Lento. Sufriendo. Exponiéndose. Pasando junto a nidos de pájaros. Sobreviviendo ataques de hormigas. Pero nunca lo encontró. Y cada noche, se arrastraba de regreso a su hogar, sin fuerzas. Hasta que un día… ya no volvió.
La noticia corrió: el gusano estaba muriendo. Su cuerpo no resistió más.
El escarabajo, al enterarse, corrió sin decir palabra. Y al llegar, encontró al gusano al pie de un árbol… Esperando su final. Con un hilo de vida, el gusano sonrió y dijo:
— Qué bueno que estás bien… me preocupaba que te hubiera pasado algo.
Y se fue… en paz. Sabiendo que su amigo estaba a salvo.
El escarabajo se quedó en silencio. Llorando. Arrepentido por dejarse llenar de dudas. Por no haber escuchado a su corazón.
Ese día aprendió lo que nunca debió olvidar: La amistad real no entiende de formas, velocidades ni apariencias. Lo que destruye una relación no es la distancia… son las dudas. Quien juzga lo diferente, se pierde la oportunidad de amar algo único.
El escarabajo murió tiempo después. Nunca culpó a nadie. Porque entendió que fue su decisión alejarse.
No sé si tú eres el gusano, o el escarabajo. Pero si esta historia te ha tocado el corazón… no dejes que nadie te aleje de quien te quiere. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.”
jueves, 11 de diciembre de 2025
Ven a mí
(Rezando voy, sobre Mt 8, 12-14)
Ven a mí, tú que a veces te agobias, te fatigas, te desesperas.
Ven, que yo prepararé para ti una mesa, cada día, si quieres.
Para que te alimente un festín de vida.
Disfruta del amor sencillo, concreto, cotidiano.
Ven, y yo te aliviaré, con palabras de esperanza, de justicia y de paz.
Aparca, por un momento, las inquietudes,
siéntate en la vereda de tu camino, para reposar, conmigo.
Ven, y encontrarás, en mi compañía,
otros muchos caminantes mecidos por mi abrazo.
Ven y aprende de mí, que a todos acojo,
porque todos merecen una oportunidad, una palabra de calma
y una mano sobre el hombro que les recuerde que no andan solos.
Ya verás cómo algunos problemas pesan menos,
y te das cuenta de que el evangelio se lleva con facilidad,
porque lo llevas escrito en tu entraña.
Estoy aquí, en la mesa, en la calle, en el silencio,
en el prójimo, en tu interior, en cada gesto de amor…
Anda, ven, pues quiero compartir contigo todo lo que soy.
Los cuatro ángeles del Adviento
Hace mucho tiempo la gente vivía en el mundo, pero no sabían construir casas, ni plantarlas ni cuidarlas, pero vivían en cuevas donde estaba oscuro porque no tenían luz. Dios llamó a los ángeles para traer luz a los cuatro rincones de la tierra y anunciar a los hombres que el Hijo de Dios vendría al mundo.
El primer ángel tenía alas azules. Era para iluminar las cuevas con un rayo de luz que le daba el sol. Fue ese rayo de sol el que ayudó a los enanos a hacer piedras de colores. Este ángel trajo lluvia y lavó las piedras, llenó los lagos, hizo que los ríos fluyeran más rápido.
El segundo ángel tenía alas verdes. Salió del cielo muy temprano, pero a medida que volaba más lentamente, llegó a la tierra al atardecer. El rayo de luz que trajo este ángel le dio el color y la fragancia de las plantas. También enseñó a la gente a plantar y dejar la tierra preparada para recibir las semillas.
El tercer ángel tenía alas amarillas. Fue al sol y el sol le dio un rayo de luz para que pudiera traerlo a la tierra. Cuando llegó, los animales vieron esa luz y se asombraron. El ángel entonces dijo que nacería un niño muy especial y que todos tendrían que prepararse para recibirlo. Al escuchar esto, los pájaros comenzaron a cantar cada vez más bellamente, las mariposas colorearon sus alas, los animales de piel empezaron a hablar entre ellos sobre este evento y el viento difundió la noticia por todos lados.
El cuarto ángel tenía alas rojas. Tanto quería ayudar a la gente que fue hasta Dios, sin esperar a que lo llamaran. Dios tomó una luz del trono y dijo al ángel rojo que pusiera esa luz en el corazón de cada hombre, cada mujer, cada niño, cada anciano porque el día del nacimiento de Jesús ya estaba muy cerca.
Por eso, encendemos 4 velas en la corona de Adviento, para recordar a los cuatro ángeles que nos anunciaron la llegada del Hijo de Dios.
martes, 9 de diciembre de 2025
10 Píldoras de Adviento
Pedro Miguel Lamet
1. Voy de camino, pero no estoy solo. Te siento en lejanía y, paso a paso, cuando me entran ganas de llorar, pronuncio tu nombre, música en mis entrañas.
2. Voy en busca del niño que llevo dentro.
3. Hay noche en mi derredor, un mundo cruel de guerra, odio. Pero detrás, lejos o en lo hondo, más allá del abismo, al fondo del bosque, intuyo tu cabaña de luz.
4. A mi lado, los pobres, los pequeños y olvidados. Son los especialistas de la esperanza, porque tienen más hambre de ti y van más ligeros de equipaje.
5. Con Isaías barrunto al "Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de paz". Cuando pronuncio tus apellidos, un sonajero tintinea en mis entrañas.
6. Debajo de mis pies hay un camino allanado por Juan Bautista: Baja mis montes, prepara mis senderos, aligera mis pies. Por eso, a pesar de todo, no tengo miedo. Esperar es confiar.
7. Me llena el alma la “llena de gracia”. Como a ella, Dios calienta mi seno. Santa María de la Esperanza, ilumina mi andadura de insignificante con tu Magníficat eterno.
8. El Papa Francisco evocaba a Charles Péguy: "La pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores y nadie la mira. En el camino de la salvación, en el camino carnal, en el camino desigual de la salvación, en el camino interminable, en el camino entre sus dos hermanas, la pequeña esperanza avanza". La esperanza avanza entre las dos hermanas mayores, la Fe y la Caridad, bien cogidas de la mano, pero en realidad es ella quien las dirige.
9. Para ir más ligero, voy soltando trastos: ese mirarme el ombligo, darle vueltas al coco, regodearme en lo negativo, creerme el centro de mi universo, un saco de apegos, mendigar cariño, afincarme en mis éxitos, temer el futuro, creerme solo, buscarme en los demás, acumular, mirarme al espejo. Entonces, si suelto, no camino, vuelo.
10. Tu rocío ya está refrescando mi frente. Tu sonrisa ilumina mi noche. Tu corazón arrebata a mi niño. Tu llanto pacifica mi cruz. Tu fragilidad me da fortaleza. Tu pobreza me hace rico. Cojeo de tantas cosas. ¡Cómo corro!
El abrazo se acerca. ¡Ven, Señor Jesús!
Tres árboles sueñan
El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y ser llenado de piedras preciosas. Yo seré el baúl de tesoros más hermoso del mundo".
El segundo arbolito observó un arroyo en su camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar a reyes poderosos sobre mí. Yo seré el barco más importante del mundo".
El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamás dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levantarán su mirada al cielo y pensaran en Dios. Yo seré el árbol más alto del mundo".
Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la arremetida de su brillante hacha el primer árbol cayó. "Ahora me deberán convertir en un baúl hermoso, voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.
Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es perfecto para mí!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol, "Deberé ser el barco más importante para los reyes más poderosos de la tierra".
El tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se fijó en él. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el tercer árbol cayó.
El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero lo convirtió en un mero pesebre para alimentar las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras preciosas. Fue solo usado para poner el pasto.
El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero no estaba junto al mar sino a un lago. No había por allí reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, hicieron de él una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia.
Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, de repente, el primer árbol comprendió que contenía el tesoro más grande del universo.
Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba! ¡qué gran pena, pues no servía ni para un lago! Se sentía un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, se levanta y, alzando su mano dio una orden: "calma". Al instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro, supo que llevaba a bordo al rey del cielo, tierra y mares.
El tercer árbol fue convertido en sendos leños y durante muchos años fueron olvidados en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía sintiéndose inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud! De repente un viernes por la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre la espalda de un inocente que había sido golpeado sin misericordia.
Aquel pobre reo lo cargó, doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. el tercer árbol se sintió avergonzado, pues no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquel crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada. Pero el domingo por la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente todo había cambiado.
Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol más valioso que había existido o existirá jamás pues aquel hombre era el rey de reyes y se valió de el para salvar al mundo! La cruz era trono de gloria para el rey victorioso. Cada vez que la gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar más digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en el más alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán Dios.
lunes, 8 de diciembre de 2025
Oración a la Inmaculada
Papa Francisco 8/12/2013
Virgen Santa e Inmaculada,
a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo
y el amparo maternal de nuestra ciudad,
nos acogemos con confianza y amor.
Eres toda belleza, María.
En Ti no hay mancha de pecado.
Renueva en nosotros el deseo de ser santos:
que en nuestras palabras resplandezca la verdad,
que nuestras obras sean un canto a la caridad,
que en nuestro cuerpo y en nuestro corazón brillen la pureza y la castidad,
que en nuestra vida se refleje el esplendor del Evangelio.
Eres toda belleza, María.
En Ti se hizo carne la Palabra de Dios.
Ayúdanos a estar siempre atentos a la voz del Señor:
que no seamos sordos al grito de los pobres,
que el sufrimiento de los enfermos y de los oprimidos no nos encuentre distraídos,
que la soledad de los ancianos y la indefensión de los niños no nos dejen indiferentes,
que amemos y respetemos siempre la vida humana.
Eres toda belleza, María.
En Ti vemos la alegría completa de la vida dichosa con Dios.
Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo:
que la luz de la fe ilumine nuestra vida,
que la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos,
que el ardor entusiasta del amor inflame nuestro corazón,
que nuestros ojos estén fijos en el Señor, fuente de la verdadera alegría.
Eres toda belleza, María.
Escucha nuestra oración, atiende a nuestra súplica:
que el amor misericordioso de Dios en Jesús nos seduzca,
que la belleza divina nos salve, a nosotros, a nuestra ciudad y al mundo entero. Amén.
No termines el día enfadado
— ¡Nunca entiendes nada! -rugió Sam, dominado por su enojo.
— ¿Y tú cuándo dejarás de discutir por todo? -respondió Lina, con tristeza en la mirada.
Esa noche no se hablaron. No hubo abrazos. No hubo reconciliación. Solo silencio… y orgullo.
Al amanecer… El corazón de Lina había dejado de latir. Se fue sin hacer ruido. Frágil. Como si el bosque se la hubiese llevado sin avisar.
Sam cayó de rodillas. Aulló de dolor. El mundo se le vino abajo. Y en ese instante… comprendió lo que realmente importaba.
Pasaron los días, pero el vacío seguía ahí. Hasta que un viejo búho, sabio y apacible, descendió de lo alto de un árbol y se posó junto a él.
— ¿Por qué lloras, joven lobo?
Sam, con los ojos llenos de lágrimas, apenas pudo hablar:
— Discutía con ella… por cosas que ya ni siquiera recuerdo. Y ahora se ha ido. No le dije “perdóname”. No le dije “te amo”. Pensé que tendría más tiempo… Pero no despertó.
El búho lo miró con ternura y le preguntó:
— Dime, Sam… ¿Realmente valía la pena tener la razón esa noche? ¿Valía la pena callar por orgullo?
Sam cerró los ojos, roto por dentro, y susurró:
— No… Hoy cambiaría mil razones por solo un instante más con ella… Para abrazarla. Para decirle que lo siento.
El búho, antes de alzar el vuelo, le dejó estas palabras:
— Ama con paciencia. Perdona de verdad. Porque no sabemos que “buenas noches” será la última.
El amor que viene de Dios es paciente, es bondadoso y no se deja llevar por el orgullo (1 Cor 13:4-5).
No permitas que el enfado destruya lo que el Señor ha puesto en tu vida. Perdona pronto, ama profundamente, y no te vayas a dormir sin haber reconciliado tu corazón. Cristo nos enseñó a amar como Él nos amó: con gracia, con compasión… y sin condiciones.
sábado, 6 de diciembre de 2025
Oración por los niños
acudo hoy a ti para pedir Tu bendición sobre los niños del mundo.
Vela por ellos, mantenlos a salvo, guárdalos del mal y de la tentación.
Ayúdales a abrir los ojos a Tu hermosa presencia en el mundo.
Guíalos mientras crecen, para que,
sea cual sea el camino por el que les lleve la vida,
escuchen Tu voz que les guíe en la vida.
Viendo sus los ojos el entusiasmo por la vida
rezo para que la ilusión permanezca siempre en su vida.
Que posean siempre el amor a la vida y al mundo que Tú has creado.
Rezo porque sean felices y fuertes ante las dificultades.
Dónde les lleve la vida de cualquier modo,
que nunca dejen de conocerte y amarte.
Agradecido por su vida los pongo ante ti,
Señor de la Vida, de la Alegría, el Amor y la Paz.
La historia de San Nicolás
(su fiesta se celebra hoy, 6 de diciembre)
Nicolás nació en el año 250 d.C., en Myra Turkí (Asia Central). Se le conoce
como San Nicolás de Bari porque sus restos mortales descansan en la ciudad de
Bari en Italia.
Heredó una gran fortuna que la destinó a ayudar a los necesitados. Nicolás era
feliz ayudando a los demás, especialmente a los pobres y a los esclavos. Era
bueno, generoso y tenía un gran sentido del humor. Fue sacerdote y más tarde,
fue consagrado obispo.
Se cuenta que en una ocasión supo de tres jovencitas que pretendían casarse,
pero su padre no podía pagar la dote correspondiente. Al saberlo Nicolás
(pretendiendo realizar la caridad sin ser visto), soltó por la chimenea unas
bolsas de monedas de oro que cayeron en unas medias de lana que las jóvenes
habían dejado secando (por eso se cuelgan en la chimenea los calcetines, que
sirven para que nos deje a nosotros los regalos).
Se narra también que tres niños fueron asesinados en una posada, donde el
posadero los descuartizó y metió en un barril de sal, y por la oración de San
Nicolás los infantes volvieron a la vida. Por ello es patrono de los niños y se
le suele representar con tres pequeños a su costado.
El emperador Diocleciano ordena acabar con los cristianos por la fuerza. Es en
esta época cuando San Nicolás es nombrado Obispo de Myra, Turquía (de ahí el
color rojo de su vestimenta).
Fue encarcelado durante casi 30 años, pero Nicolás no perdió su sentido del
humor y su alegría especialmente al hablar con los niños (de ahí el amor a los
niños y el típico Jo, Jo, Jo).
Al convertirse al cristianismo el emperador de Roma, Constantino, hijo de Santa
Elena, el Obispo Nicolás fue liberado, ya anciano con el pelo largo y la barba
blanca. Regresó a su ciudad dispuesto a empezar otra vez la Iglesia de Cristo.
Su sorpresa fue grande cuando llegando al lugar observa la Catedral que había
sido mantenida por los Cristianos entonaban cánticos de Navidad).
Los cristianos de Alemania tomaron la historia de las tres bolsas de oro
echadas por la chimenea el día de Navidad y la imagen de Nicolás al salir de la
cárcel, para entretejer la historia de Santa Claus, viejecito sonriente y larga
barba, vestido de rojo, que entra por la chimenea el día de Navidad para dejar
regalos a los niños buenos.
Su fiesta se celebra el 6 de diciembre. Por haber sido tan amigo de la niñez y
tan generoso, en algunos países europeos repartían dulces y regalos a los niños.
Ese día empezaban las festividades de diciembre, relacionando así al santo con
las fiestas navideñas. Durante los siglos XVII y XVIII coinciden en Estados
Unidos inmigrantes de distintas culturas como ingleses, holandeses y alemanes:
la tradición católica de holandeses y alemanes, que tenía devoción a San
Nicolás se mezcló con la de “Father Christmas” (el padre de la Navidad) que era
la figura típica de las fiestas navideñas en Inglaterra.
Como derivación del nombre del santo en alemán (San Nikolaus) lo empezaron a
llamar Santa Claus, y fue popularizado en la década de 1820 -a través de un
poema famosísimo en los Estados Unidos del poeta Clement Clark Moore- como un
amable y regordete anciano de barba blanca, al que llama “St. Nick”, que la
noche de Navidad pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los
niños en un trineo volador tirado por renos.
La historia del Santa Claus actual tiene sus raíces en este Santo, que fue muy
querido por los niños y el pueblo de su época. Por eso es bueno recordar hoy,
en la fiesta de san Nicolás, que la Navidad es el cumpleaños de Jesús, por
quien San Nicolás dio su vida con el mejor regalo que le pudo dar, su amor a
Dios en los más necesitados.
viernes, 5 de diciembre de 2025
Tu dicha
Seve Lázaro, SJ (Rezando voy)
¿Cuál es tu dicha, Señor?
Porque quiero hacerla mía,
Probármela, llevarla puesta todo el día.
¡No me escondas tu dicha!
¿Será tu dicha ese amor
que Jesús entregó al ser humano?
Un amor de compasión,
un amor de compañía,
un amor para que viva,
un amor que nunca muere,
un amor que no lo olvida,
y de nunca echar el freno.
¿Será tu dicha esa fe fuerte
que tuvo tu madre, María?
Una fe alegre y esclava,
que vuelve humilde y engrandece,
de esas que operan en lo oculto,
de esas que no tienen grietas,
de esas que nunca se rinden,
de esas que siempre confían.
¿Será tu dicha ese aliento
que tu Espíritu dejó en este mundo?
Ese aliento que traza futuros,
ese aliento que abre caminos.
Un aliento novedoso, un aliento de osadía,
de esos que desatan nudos
de aquellos que quieren vivir juntos.
Abrazos gratis
Ankor Inclán
En la fría ciudad de Oslo, donde los inviernos parecen no terminar nunca, vivía Håkon, un hombre de 65 años que tenía un oficio tan extraño que nadie sabía si tomarlo en serio o en broma: regalar abrazos.
Cada mañana se colocaba en el mismo banco del parque con un pequeño cartel hecho a mano: “Abrazo gratis. Duración: la que necesites.”
No hablaba. No preguntaba nada. No juzgaba. Solo tenía los brazos abiertos.
La mayoría de la gente pasaba de largo. Otros sonreían. Algunos se burlaban. Pero de vez en cuando… alguien se detenía.
Una joven llamada Raniya, recién llegada a la ciudad, se sentó junto a él. Observaba en silencio cómo Håkon ofrecía abrazos sin decir palabra. Aquel día, nadie se detuvo. Cuando el sol comenzó a asomarse, él recogió el cartel.
— ¿Puedo preguntarte por qué lo haces? -dijo Raniya con timidez.
Håkon se acomodó la bufanda.
— Porque un abrazo me salvó la vida -respondió.
Ella abrió los ojos con sorpresa.
— ¿Cómo puede un abrazo salvar a alguien?
Él respiró hondo.
— Hace quince años perdí a mi esposa, Ingrid.
Me quedé solo, sin hijos, sin familia cercana. Una noche, cansado de sufrir, caminé hacia el puente del río. Tenía pensado dejar de luchar. Cuando estaba allí, un desconocido se me acercó. No dijo nada. Solo me abrazó. Un abrazo simple. Tibio. Real. Como si me recordara que yo también pertenecía al mundo. Ese abrazo me hizo bajar del puente.
Nunca supe quién era esa persona. Nunca la volví a ver. Pero aprendí algo: A veces la vida te devuelve con un gesto sencillo lo que te quitó con un golpe enorme.
Hubo un silencio largo. Y entonces Raniya, temblando un poco, preguntó:
— ¿Puedo… tener un abrazo tuyo?
Håkon abrió los brazos lentamente. Ella se acercó. Cuando la abrazó, sintió cómo su cuerpo se derrumbaba en un llanto silencioso. Él no soltó hasta que ella respiró hondo.
— Gracias -dijo ella, intentando sonreír-. No sabía cuánto lo necesitaba.
— Nadie lo sabe hasta que se permite sentir -respondió él.
Pasaron los días. Raniya empezó a visitarlo cada mañana antes del trabajo. A veces hablaban, otras no. Pero siempre había un abrazo esperando.
Raniya tuvo que irse varios meses a su país. Corrió al parque para despedirse, pero Håkon no estaba. En su lugar, encontró su cartel de madera apoyado en el banco. Y una nota escrita a mano: “El mundo a veces se rompe. Pero siempre se repara en los brazos adecuados. No dejes de abrazar incluso en los días fríos. H.” Raniya guardó la nota contra su pecho.
Cuando volvió meses después, buscó el banco, pero no encontró a Håkon. Solo un grupo de personas reunidas alrededor de un nuevo cartel: “Håkon no está. Pero su abrazo sigue aquí. Si necesitas uno, solo abre los brazos. Firmado: “los que Hakon salvó.”
Raniya se quedó paralizada. Miró a su alrededor. La gente se abrazaba: jóvenes, ancianos, trabajadores, estudiantes, desconocidos que compartían una humanidad que él había sembrado.
Ella cerró los ojos, levantó los brazos… y alguien la abrazó desde atrás. Un abrazo cálido. Vivo. Humano.
El legado de Håkon seguía allí. En cada abrazo dado. En cada persona que tuvo el valor de pedirlo. Porque algunos héroes no salvan vidas con ruido… sino con silencio. Y con los brazos abiertos.
jueves, 4 de diciembre de 2025
Si puedo
Grevnille Kleiser
Si puedo hacer, hoy, alguna cosa,
si puedo realizar algún servicio,
si puedo decir algo bien dicho,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo arreglar un fallo humano,
si puedo dar fuerzas a mi prójimo,
si puedo alegrarlo con mi canto,
dime cómo hacerlo, Señor.
Si puedo ayudar a un desgraciado,
si puedo aliviar alguna carga,
si puedo irradiar más alegría,
dime cómo hacerlo, Señor
Cuento de Adviento: el zapatero al que Dios visitó tres veces
Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.
Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo del evangelio junto al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...
Se levantó muy temprano, barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.
Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además, fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.
Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con fuerza, entró dando tumbos el borracho del pueblo.
– ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...– se dijo el zapatero.
– Tengo sed –exclamó el borracho.
Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con la sopa del mediodía.
Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó el evangelio, como era su costumbre, y los abrió al azar. Y leyó:
– ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestiste...Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis...’
Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...
Esperemos que este pequeño relato te ayude a comprender la riqueza y la honra de recibir al niño Dios durante el tiempo Adviento o en cualquier otro tiempo de su vida, y le fortalezca el deseo de darle una bienvenida a Cristo con todo su corazón
Recuerda: El Adviento, es la esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.
martes, 2 de diciembre de 2025
Padre nuestro, Padre de todos
Cipri Díaz Marcos, sj
Haznos saber, Padre compasivo,que nuestra vida es don recibido:
gratuidad, misterio y bendición;
que somos alianza de amor.
Enséñanos a ser agradecidos como Jesús,
que salía del camino y elevaba los ojos a ti.
Haznos conscientes, Padre amoroso,
de lo mucho recibido en nuestra existencia cotidiana:
de las manos que nos cuidaron,
de los hombros que soportaron nuestro peso
y nos rescataron de nuestros abismos.
Muéstranos también, Padre de huérfanos y solos,
el don que hemos sido para tantos y tantas
que acudieron a nosotros en busca de refugio.
Y pon en nuestros labios, Padre bueno,
aquel hermoso rezo que nos enseñó tu Hijo:
Padre nuestro...
Los elefantes atados
Intrigado, me acerqué al cuidador y le pregunté:
— Oiga, ¿cómo es posible que estos animales tan fuertes se queden quietos, amarrados solo con una cuerdita tan frágil? El hombre sonrió y me dijo:
— Cuando eran bebés, los amarrábamos con esa misma cuerda. En aquel entonces no tenían la fuerza suficiente para soltarse. Lo intentaron muchas veces: tiraron, empujaron, lucharon… y siempre fracasaban. Con el tiempo, se convencieron de que no podían liberarse. Y ahora, aunque son enormes y podrían romperla en segundos, ya ni lo intentan. Siguen creyendo en aquella derrota, no en su fuerza.
Me quedé helado. Estos animales tienen todo el poder para ser libres, pero su mente los mantiene prisioneros. Y entonces pensé: ¿cuántos de nosotros vivimos igual? ¿Cuántas personas dejaron de intentar solo porque una vez fallaron? ¿Cuántos siguen atados no por una cuerda, sino por una vieja creencia de “no puedo”?
A veces, las cuerdas más fuertes no están en los pies, sino en la mente.
domingo, 30 de noviembre de 2025
Estoy por abrir. ¡Espérame!
¡Golpea mi puerta, Señor! Sigue llamando a mi puerta.
No es fácil para mí escuchar tu llegada.
Por favor, no te vayas si no abro de inmediato.
No lo hago a propósito:
Es porque mis oídos son débiles
Sienten la frustración del mundo.
¡No te alejes de mi puerta Jesús!
Estoy deseando abrir para darte la bienvenida
Te dejaré entrar en los colores de mi alma.
Están todos allí. Incluso los que no me gustan.
Incluso aquellos que ahora se desvanecen por el tiempo.
Tráeme tu luz y haz que todo brille.
Sólo tú eres el que salva al mundo,
empezando desde nuestro propio mundo.
Aquí estoy Jesús, Palabra de Vida Eterna.
Estoy detrás de la puerta y siento tu aliento.
Estoy a un paso de tu mirada.
Mi mano está en el mango.
La mesa está puesta
Parece que todo el mundo está gritando.
Necesitamos tu paz.
¡No te alejes de la salida!
“Mira que estoy a la puerta y llamo. “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, vendré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Hechos 3:20).
Las cuatro velas
Cuatro velas se quemaban lentamente. En el ambiente había tal silencio que se podía escuchar el diálogo que sostenían. La primera dijo:
— ¡Yo soy la paz! Pero las personas no consiguen mantenerme encendida. Creo que me voy a apagar.
Y, disminuyendo su fuego rápidamente, se apagó por completo. Dijo la segunda:
— ¡Yo soy la fe! Lamentablemente a los hombres no les intereso. Las personas no quieren saber de mí. No tiene sentido permanecer encendida.
Cuando terminó de hablar, una brisa pasó suavemente sobre ella y se apagó. Rápida y triste la tercera vela se manifestó:
— ¡Yo soy el amor! No tengo fuerzas para seguir encendida. Las personas me dejan a un lado y no comprenden mi importancia. Se olvidan hasta de aquellos que están muy cerca y les aman.
Y, sin esperar más, se apagó.
De repente, entró un niño y vio las tres velas apagadas.
— Pero, ¿qué es esto? Deberían estar encendidas hasta el final.
Al decir esto, comenzó a llorar. Entonces, la cuarta vela habló:
— No tengas miedo: mientras yo tenga fuego podremos encender las demás velas: ¡Yo soy la esperanza!
Con los ojos brillantes, el niño agarró la vela que todavía ardía... Y encendió las demás.
¡Que la esperanza nunca se apague dentro de nosotros! ¡Y que cada uno de nosotros sepamos ser la herramienta que los niños necesitan para mantener con ellos la fe, la paz y el amor!
sábado, 29 de noviembre de 2025
Ten cuidado
(REZANDO VOY, adaptación libre de Lc 31,34-36)
Ten cuidado. No te dejes atrapar en cadenas que secuestran la vida
en lugar de hacerla digna y plena.
Ten cuidado, no sea que se atrofie tu corazón y se emboten tus sentidos,
distrayéndote constantemente con ruidos, imágenes, diversiones…
Desconéctate un poco de tanta red, tanto eslogan, tanta inmediatez,
que te entretiene y te ocupa, pero no te alimenta en lo profundo.
No des tanta importancia a inquietudes que son fugaces.
No sea que un día, de repente, caigas en la cuenta de que la vida era otra cosa.
Que a veces se te hace tarde para subir a los trenes importantes de la vida,
y cuando te quieres dar cuenta ya ha pasado.
Despierta, pide poder escapar de todas esas trampas cotidianas,
y mantente en pie ante mí, el Hijo del hombre,
que te daré perspectiva y lucidez para ver el mundo con mis ojos.
El cuervo y el tigre
Antena Misionera
Un tigre y un
cuervo se encontraban en medio de una acalorada discusión sobre quién de los
dos era el más formidable. Con su arrogancia habitual, el tigre proclamó:
— "Soy una bestia salvaje, mi poder es incomparable".
El cuervo, sin inmutarse, replicó:
— "Tus palabras no me
afectan, yo soy el verdadero rey del aire".
Justo cuando la disputa alcanzaba su apogeo, un grupo de cazadores apareció,
armados y decididos. Con astucia, lanzaron una red que atrapó al tigre, quien
fue sedado sin poder resistir. El cuervo, también víctima de un dardo
tranquilizante, fue apresado y llevado a una jaula, mientras el tigre era
conducido a una oscura mazmorra.
Al abrir los ojos, el tigre se percató de su triste realidad: estaba atrapado
en una celda, sin posibilidad de huir. Sus garras nada podían hacer con los
fríos barrotes de hierro, pero la libertad se le escapaba como un sueño lejano.
Por su parte, el cuervo, al despertar, también se dio cuenta de que su destino
era el mismo; su jaula le robaba el vuelo, y a pesar de sus intentos de
aletear, no podía elevarse hacia el cielo. Así transcurrieron los meses, y la
tristeza se apoderó de ambos, prisioneros de la codicia de los cazadores que
los mantenían bajo su control. El tigre, debilitado por la escasa alimentación,
compartía su sufrimiento con el cuervo, que también padecía la falta de
sustento.
En un día cualquiera, uno de los cazadores se dejó la jaula del cuervo
entreabierta. Fue en ese instante cuando el cuervo, sintiendo el aire fresco de
la libertad, alzó el vuelo y se alejó a gran velocidad. Sin embargo, mientras
surcaba los cielos, un pensamiento cruzó su mente: el tigre, su amigo, aún
estaba atrapado. Decidido a ayudarlo, regresó con cautela al lugar donde se
encontraban los cazadores. Con sigilo, tomó la llave que abría la mazmorra y
llamó al tigre:
— "¡Hola, amigo! He venido
a salvarte".
Al asomarse por la ventana, el tigre vio al cuervo sosteniendo la llave con sus
garras. Extendió sus patas y el cuervo le entregó la llave. Juntos, escaparon
con furia: el cuervo surcando el cielo y el tigre corriendo ágilmente entre los
árboles.
Una vez que lograron escapar, el tigre se volvió hacia el cuervo y le dijo:
— Gracias, amigo, por tu valiosa
ayuda; sin duda, tú eres superior a mí.
El cuervo, con sabiduría, le respondió:
— No, amigo, no soy mejor que
tú, así como tú no eres mejor que yo. La clave está en mantener la humildad,
reconocer nuestras fortalezas sin vanidad y ayudar a los demás. La vida es como
una ruleta, y nunca sabemos en qué momento nos sorprenderá. No sabemos quién
estará dispuesto a extendernos la mano.
El tigre sonrió y dijo:
— Gracias, amigo, te admiro.
Luego continuaron su huida, y los cazadores jamás volvieron a tener noticias de
ellos.
miércoles, 26 de noviembre de 2025
Perseverancia
José María R. Olaizola, SJ (Rezando voy)
Cuando falten las fuerzas, tú serás el sustento.
Cuando olvide el por qué, tú serás la memoria.
Cuando pierda las ganas, tú serás el aliento.
Cuando vacile la fe, tú serás la respuesta.
Cuando añore la alegría, tú serás el horizonte.
Cuando necesite valor tú serás el escudo.
Cuando tema el rechazo tú serás el abrazo.
Cuando confunda el camino, tú serás la guía.
Cuando quiera rendirme, tú serás el freno.
Cuando me aturda el ruido tú serás el silencio.
Cuando ignore el amor tú serás la pasión.
Cuando derroche los motivos tú serás la última reserva.
Y, siendo tú mi todo, nada más hará falta para seguir adelante.
La vida del jubilado
Pero mi mujer pensaba otra cosa y ya el primer día, subió la persiana a las 8.
- Arriba que tengo que hacer la cama.
!!Vaya!!, las 8 y ya tenía que hacer la cama. Fui hacia el salón, me siento en el sofá y me dice:
- ¡¡¡Qué bien estas sin hacer nada!!! Levanta que tengo que pasar el aspirador. Qué... ¿piensas pasar toda la jubilación “tirao” en el sofá?
Toda la Jubilación?,…. ¡¡Si era el primer día!! Para no discutir me fui a dar un paseo, me junte con más compañeros y ahora somos unos… 23. Vamos todos juntos. A las 9 ya no hay quien ande, “todo lleno” de gente. Así que empezamos a madrugar cada vez más y ahora ya nos levantamos a las 5 y media,… ¡¡pa poder caminar tranquilos !!
Vuelvo a casa, me aseo y al volver a salir, ya desde el primer día, me dice:
- A la vez que vienes tráete el pan, anda.
Luego fueron los tomates, las patatas... Todo lo que se le olvidaba a ella.
Ayer ya me hizo encargado general de compras. Ahora tengo que hacer la compra y quiere que gaste poco, así que: el azúcar voy a comprarlo al Lidel, el aceite en Mercadona, el detergente en Eroski, la fruta al Aldi, y los yogures en el Dia.
A mis amigos les pasó lo mismo y como somos jubilados, que no tontos, nos organizamos en grupos y cada grupo va para un lado, para ganar tiempo, luego repartimos las cosas y hacemos cuentas.
A las 11 nos toca la revisión de obras, tenemos controladas 18. Vamos “payá” y nos apalancamos los 23 en un lado de la obra. En el centro, que es el mejor sitio, no podemos ponernos, eso está reservado para los más antiguos…
Ayer un jubilado de banca dijo que estaban mal puestos unos ladrillos, ¡¡Se armó la de Dios!!
En el grupo mío hay uno que fue albañil y dijo:
- Tú que sabrás..., patoso, si siempre estuviste en el banco calentando la silla. Lo sabré yo, que soy albañil.
Y dijo otro:
- Que soy no..., dirás que fuiste.
- Es lo mismo, eso nunca se olvida. Es como montar en bici.
A las 6 ya me están llamando, la mujer y la hija, para ir de cursillos.
- ¿Qué pasa? ¿Vas a estar jubilado sin hacer nada? ¡¡Se te atrofia la cabeza!!
Así que: lunes y miércoles tengo internet, martes y jueves, encaje de bolillos y el viernes,… el viernes, baile. El sábado a yoga....
A las 10, después de cenar, me siento en el sofá y caigo frito. Es entonces cuando siento un codazo en el hombro…
- ¡¡Venga, vete a la cama que ya estas roncando!! No, ¡¡si debes estar “reventáo” de estar todo día sin hacer nada!!
Vaya con estar jubilado... Como ya soy agente de bolsa (de la compra), ahora estudio 'árabe': Arabe ahí y... arabe allí, árabe y trae...
lunes, 24 de noviembre de 2025
Preguntas a un rey en cruz
José María R. Olaizola, SJ (Rezando voy)
¿Qué corona es esa que te adorna,
que por joyas tiene espinas?
¿Qué trono de árbol te tiene clavado?
¿Qué corte te acompaña,
poblada de plañideras y fracasados?
¿Dónde está tu poder?
¿Por qué no hay manto real
que envuelva tu desnudez?
¿Dónde está tu pueblo?
Me corona el dolor de los inocentes.
Me retiene un amor invencible.
Me acompañan los desheredados,
los frágiles, los de corazón justo,
todo aquel que se sabe fuerte en la debilidad.
Mi poder no compra ni pisa,
no mata ni obliga, tan solo ama.
Me viste la dignidad de la justicia
y cubre mi desnudez la misericordia.
Míos son quienes dan sin medida,
quienes miran en torno con ojos limpios,
los que tienen coraje para luchar
y paciencia para esperar.
Y, si me entiendes, vendrás conmigo.
El cristal roto
Tenía 10 años cuando rompí la ventana del aula. Estábamos jugando fútbol en el recreo. Le pegué con todas mis fuerzas… Y la pelota salió disparada contra el cristal. Se hizo un silencio seco. Todos se quedaron mirando. Yo también… pero fingí sorpresa. Al rato, llegó el director. Nos miró uno por uno. Y sin levantar la voz, dijo:
—¿Quién fue?
Nadie habló. Yo sentía que el corazón se me salía. Y entonces él dijo:
— No se preocupen. No voy a castigar a nadie. Solo quiero saber quién fue… para enseñarle cómo se arregla una ventana.
Seguí callado. Pero al rato, uno de los niños levantó la mano. Y dijo que había sido él. Era mi mejor amigo. Y yo… lo dejé cargar con mi error. Ese día no lo regañaron. Lo llevaron con el conserje. Le enseñaron a usar herramientas, a limpiar los cristales rotos con cuidado, a poner cinta… Y mientras lo hacía, el director se quedó a su lado. Yo lo miraba desde lejos. Me sentía el peor ser humano del planeta.
Esa noche no pude dormir. Al día siguiente, fui directo al director. Le confesé la verdad. Él no se sorprendió. Solo me dijo:
— A veces, el error más grande… es callar lo que uno ya sabe que debe decir. Pero decirlo, incluso con miedo, es el primer paso para empezar de nuevo.
Luego, busqué a mi amigo. Y le pregunté por qué lo había hecho. Por qué me cubrió. Y él me respondió algo que nunca voy a olvidar:
— Porque sabía que tú no estabas listo. Pero también sabía que un día… sí lo estarías.
Ese día entendí que no todos los errores necesitan castigo. Algunos solo necesitan tiempo. Tiempo para comprender, para tener coraje, para hacer lo correcto.
Y también entendí que un verdadero amigo no siempre te empuja a hablar… A veces te espera en silencio. Hasta que tú solo… encuentras el momento de decir aquello que tenías atorado.
sábado, 22 de noviembre de 2025
SALMO 146 Poder y bondad del Señor
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;
que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado
y a las crías de cuervo que graznan.
No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los jarretes del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.
El saco de piedras pesado
Una tarde, mientras los rayos dorados del sol acariciaban los campos, Martín llegó a casa de su abuelo arrastrando los pies. Su madre había pedido que lo cuidara unas horas porque estaba atacada de los nervios después de intentar, sin éxito, que el niño terminara sus deberes.
— ¿Qué te pasa, Martín? -preguntó Esteban mientras el niño se sentaba en la vieja silla junto al fuego.
— Es la tarea, abuelo. ¡Es aburrida, no la entiendo y no quiero hacerla! -respondió Martín, cruzando los brazos enfadado.
El abuelo lo observó en silencio y luego se levantó. Fue hasta un rincón de la casa y regresó con un saco lleno de piedras.
— Martín, ayúdame con esto -le dijo, colocando el saco frente a él.
Martín lo miró con extrañeza.
— ¿Qué es esto, abuelo? Está lleno de piedras.
— Quiero que me ayudes a llevarlo al otro lado del campo.
— ¡Pero pesa mucho! ¿Para qué? protestó el niño.
— Te lo explicaré mientras caminamos -dijo el abuelo sonriendo.
A regañadientes, Martín tomó el saco y comenzó a caminar junto a su abuelo. El camino era largo, y las piedras parecían volverse más pesadas con cada paso.
— ¿Sabes, Martín? -dijo Esteban después de un rato-. La tarea que te ponen en la escuela es como este saco. Puede parecer inútil, aburrido y pesado. Pero, ¿sabes qué pasaría si alguien lleva un saco así todos los días?
Martín lo miró, sofocado por el esfuerzo.
— ¿Qué?
— Sus brazos se vuelven más fuertes -dijo Esteban con una sonrisa-. La tarea no es para fastidiarte, hijo. Es para que tu mente se fortalezca. Para que un día, cuando te enfrentes a problemas más grandes que este saco de piedras, sepas cómo resolverlos.
Martín frunció el ceño, pensando en lo que su abuelo había dicho.
— ¿Y si no quiero hacerlo, abuelo?
Esteban se detuvo y miró al niño con ternura.
— Entonces alguien más llevará el saco por ti. Pero, ¿quieres depender de otros toda tu vida?
El niño no respondió, pero sus pasos se hicieron más firmes. Al llegar al otro lado del campo, Esteban le pidió que dejara el saco en el suelo.
— ¿Sabes, Martín? -dijo mientras se sentaban bajo un árbol-. Yo también odiaba llevar sacos cuando era niño. Pero ahora, cada vez que cargo uno, recuerdo que puedo hacerlo porque ya lo he hecho antes.
Martín miró el saco y luego a su abuelo. Algo en sus palabras había hecho eco en su corazón.
Esa noche, cuando su madre vino a recogerlo, Martín le pidió que se sentara a su lado mientras hacía su tarea. No fue fácil, y no terminó todo, pero por primera vez no se rindió.
A veces, las cosas que parecen más pesadas son las que nos hacen más fuertes. La vida no siempre será amable, pero cada pequeño esfuerzo nos prepara para enfrentarla con más valor. Y en esos momentos de duda, tal vez lo único que necesitemos sea alguien como Esteban, que nos recuerde que lo pesado no es un castigo, sino un entrenamiento para el alma.
viernes, 21 de noviembre de 2025
Decir tu nombre, María
Pedro Casaldáliga
Decir tu nombre, María,
es decir que la Pobreza
compra los ojos de Dios.
Decir tu nombre, María,
es decir que la Promesa
sabe a leche de mujer.
Decir tu nombre, María,
es decir que nuestra carne
viste el silencio del Verbo.
Decir tu nombre, María,
es decir que el Reino viene
caminando con la Historia.
Decir tu nombre, María,
es decir junto a la Cruz
y en las llamas del Espíritu.
Decir tu nombre, María,
es decir que todo nombre
puede estar lleno de Gracia.
Decir tu nombre, María,
es decir que toda suerte
puede ser también Su Pascua.
Decir tu nombre, María,
es decirte toda Suya,
Causa de Nuestra Alegría.
El jardín de los símbolos invisibles
En una aldea olvidada por todos los mapas, allí donde la niebla dormía sobre los techos y los relojes se rendían al ritmo de los soles internos, vivía una mujer llamada Raela. No tenía linaje noble ni pasado glorioso. Pero sus ojos eran hondos y su voz tenía la textura de la tierra húmeda después de la lluvia. No hablaba mucho. Solo lo necesario. Algunos decían que venía de otro mundo. Otros, que había nacido muerta y regresado con un secreto entre los huesos. Pero nadie se atrevía a preguntárselo directamente. No por miedo… sino por respeto.
Raela cuidaba un jardín extraño. Allí no crecían flores ni hortalizas, sino símbolos. Sí, símbolos vivos. Algunos flotaban como espirales doradas; otros vibraban como acordes suspendidos. Había signos que sólo aparecían si uno se acercaba sin intención, y otros que sólo podían verse cuando se lloraba desde lo más profundo. Era un jardín que respondía al alma, no al cuerpo. Y Raela era su guardiana.
Una tarde llegó a la aldea un hombre cansado. No era viejo, pero su piel dibujaba surcos invisibles de haber recorrido un largo trecho. En sus ojos se notaba el cansancio de alguien que ha buscado mucho y que todavía no se ha encontrado a sí mismo. Deambuló sin rumbo por las callejas hasta que algo en su pecho se estremeció al ver el jardín. No entendió por qué, pero supo que ahí tenía que detenerse.
Raela lo miró sin juzgarlo. Le ofreció un cuenco con agua, y él bebió. Entonces ella habló por 1ª vez:
— ¿Qué has olvidado tan profundamente como para venir hasta aquí sin saberlo?
El hombre no supo qué responder. Creía haber olvidado muchas cosas. Pero ninguna de ellas dolía tanto como para explicar el peso de su pecho.
— No sé -dijo al fin.
Raela asintió, como si eso fuera suficiente. Lo invitó a entrar al jardín, pero antes le pidió que dejara fuera sus nombres. Todos. Incluso el que creía llevar desde niño. Él obedeció. Entró sin títulos, sin historias, sin definiciones.
El jardín se cerró tras él. Allí dentro, el tiempo no transcurría en línea recta. Cada paso que daba era también un recuerdo, un presagio… Vio símbolos que resonaban en un eco antiguo. Uno en forma de espiral se le posó en el pecho. Otro, en forma de ojo abierto, flotó ante su frente durante días o segundos. Y entonces comprendió que él no había venido a aprender, sino a despejar el camino de todo lo aprendido que ya no le servía. No había venido a llenarse, sino a vaciarse con dignidad.
Raela no le hablaba, solo lo acompañaba. A veces le tocaba levemente el hombro, y él rompía en llanto sin saber por qué. Otras veces ella le sostenía la mirada, y él sentía como si su alma se abriera igual que una semilla dispuesta a brotar. No había consuelo, pero sí presencia; no había respuestas, pero sí un orden invisible que lo envolvía todo.
Una noche, mientras dormía entre los símbolos, el hombre soñó con su nacimiento. No el físico, el otro; el que ocurre cuando un alma toma forma por primera vez en un plano de manifestación. Recordó su propósito original. No el que había creído tener hasta aquel momento, sino el verdadero. Y vio que era simple y sencillo. Tan simple y sencillo que hasta le dolía. Su propósito consistía en ser memoria viva del Amor que no necesita forma para existir.
Al despertar, el jardín estaba distinto. Los símbolos ya no flotaban ni vibraban. Guardaban silencio. Como si lo miraran desde dentro. Raela lo esperaba junto a la puerta invisible por la que había entrado.
— Ya puedes irte -le dijo-. Pero ahora sabiendo que lo externo no existe en realidad.
— ¿Y tú? -preguntó él-. ¿Te quedarás aquí sola?
Ella sonrió, pero no respondió. Porque quienes cuidan los jardines del alma no están nunca solos. Están con cada uno que alguna vez se atrevió a rendirse ante el Misterio sin exigirle forma alguna.
El hombre continuó su camino, pero no como antes; ahora ya no buscaba, ya no huía. Ya no se justificaba a sí mismo. Caminaba como quien a cada paso recuerda que no es él quien camina, sino el Misterio que se despliega a través de sus pies.
Y tú que has llegado hasta aquí, dime: ¿qué símbolos flotan en tu propio jardín y que todavía no te atreves a ver? No, no tienes por qué responder ahora. Solo guarda silencio un rato más, porque puede que empiecen a vibrar.
Yo soy aquel que fue conocido como Numír; y este cuento también iba dirigido a ti, aunque no lo hayas notado hasta ahora.
jueves, 20 de noviembre de 2025
Talentos
José María R. Olaizola, SJ
Si el pintor entierra sus pinceles
y la bailarina sus zapatillas.
Si el cantor se calla y el sabio olvida.
Si se apaga el fuego. Si muere el viento.
Si el novelista deja de imaginar.
y el fotógrafo cierra los ojos…
… ¿Quién dibujará las olas?
¿Quién trazará, con su cuerpo, siluetas imposibles?
Nadie cantará. Se disipará la memoria,
maestra de niños y roca de ancianos.
Huirá el calor de la piel, y del alma.
Se detendrá el molino.
Se extenderá la sed por el mundo.
Los pobladores de relatos eternos
no llegarán a nacer.
Nadie apresará la magia fugaz de un instante.
¡No bajes los brazos!
¡No entierres el talento en la tierra amarga
de la inseguridad y el desaliento!
¿Cuándo descubrirás
la grandeza que hay en tus manos,
el poder que hay en tus sueños?
La llamada de teléfono
Silvia Morales
— Abuelo, ¿por qué marcas a tu propio número todos los días?
El nieto veía a su abuelo hacer algo extraño cada mañana. Se sentaba en su sillón, tomaba el teléfono antiguo, y marcaba… su propio número. Lo dejaba sonar unas cuantas veces… y luego colgaba.
— ¿Abuelo, por qué haces eso? -preguntó un día, intrigado.
El anciano sonrió con tristeza.
— Porque cuando tu abuela vivía… solía llamarme todos los días a esta hora.
Y aunque sé que ya no va a contestar nadie… marcar el número me hace sentir que todavía la estoy esperando.
El niño se quedó callado. Y al día siguiente, sin que el abuelo lo supiera, llamó al teléfono justo a esa hora. El abuelo levantó el auricular, temblando… Y del otro lado, escuchó la voz más dulce del mundo:
— Hola, abuelito… solo quería que supieras que todavía hay alguien que piensa en ti a esta hora.
A veces, el amor no muere… solo cambia de voz.
Y lo único que necesita para revivir… es una llamada.
domingo, 16 de noviembre de 2025
Himno a la Virgen de la Peña de Fustiñana
dulce, dulce Madre de amor,
mira a este tu pueblo que canta
y a fe de amante te dice amor.
Oye el ruego que el pecho anhelante
a Ti envía con fuego amoroso,
que tu rostro divino y gracioso
levantó en nuestras almas, robó el
¡Qué gustoso este pueblo venera
a su Reina y Señora adorada
y protesta te quiere servir!
y si llega la hora dichosa,
sabrá por tu gloria vencer o morir.
Mira, Señora, tu pueblo venera,
tuyos por siempre queremos ser,
sea tu nombre nuestro consuelo,
sea tu nombre nuestro querer.
Hoy Fustiñana te aclama su Reina,
Virgen de la Peña su gloria y honor,
suenen los ¡vivas! Digamos ¡gloria!
gloria a María nuestro blasón.
El gorrión y el cuervo
— ¡Ayuda… no puedo volar! ¡ayúdame!
Una urraca vio al cuervo y se burló:
— ¡Jaja, te lo mereces por orgulloso! Te reías de nosotros porque podías volar alto y mírate ahora, dando pena...
Otras aves volaron alrededor, pero miraban al cuervo con desprecio e indiferencia. El cuervo agachó la cabeza. Estaba solo, hambriento y herido; perdió la fe. Pero entonces, una vocecita linda surgió de un arbusto:
— Soy pequeño, pero si quieres… puedo ayudarte.
Era un gorrión, diminuto, tímido, tierno. Saltó junto a él, llevando en su pico una migaja de pan seco.
Luego trajo una gota de agua, un poco de hojas secas y preparó un nido junto a las raíces del árbol.
— ¿Por qué haces esto? -preguntó débilmente el cuervo.
— ¡Porque estás vivo! Y porque, si yo hubiera caído, me gustaría que alguien me ayudara.
Pasaron los días. Al principio, el cuervo no podía ni moverse, pero el gorrión no lo abandonó. Lo alimentaba, le contaba cuentos y le trinaba canciones. Y cuando el cuervo pudo extender su ala nuevamente, se sintió feliz de tener a un nuevo amigo, pero tuvo que despedirse y seguir su camino.
La primavera llegó rápidamente. Y un día, mientras el gorrión recogía semillas, un halcón saltó sobre él. El pobre gorrión no pudo escapar. Pero de pronto, una silueta negra apareció en el cielo. El cuervo, fuerte y majestuoso, se lanzó, extendiendo sus alas con fuerza. Se estrelló contra el halcón, se enfrentó a él y logró que se alejara del débil gorrión.
— Me salvaste... -dijo el gorrión, aun temblando de miedo.
— No, ¡fuiste tú! Fuiste tú quien me salvó primero -respondió el cuervo-. Gracias a ti sé que la bondad puede ser enorme incluso en el pecho más pequeño.
Jamás desprecies la ayuda de nadie. “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.” Lo dijo Eduardo Galeano. Hay gente que tiene poco, pero no duda en compartirlo con sus amigos y con quienes ama. Esa gente es de otro nivel, es gente buena. También dicen que a quien da sin esperar nada a cambio, la vida siempre los bendecirá dándoles el doble o el triple, porque la bondad siempre vuelve. En esta vida hay gente malagradecida y mala, pero también hay gente que vale la pena ayudar, porque es gente que sabe ser agradecida y decente. Son nobles y no necesitan que nadie les cobre el favor; les nace del corazón.
jueves, 13 de noviembre de 2025
El Padre Nuestro desde el otro lado
Hijo mío, que estás en la tierra
haz que tu vida sea el mejor reflejo de mi nombre.
Adéntrate en mi Reino en cada paso que des,
en cada decisión que tomes,
en cada caricia y en cada gesto.
Constrúyelo tú por mí, y conmigo.
Esa es mi voluntad en la tierra como en el Cielo.
Toma el pan de cada día
consciente de que es un privilegio y un milagro.
Perdono tus errores, tus caídas, tus abandonos,
pero haz tú lo mismo con la fragilidad de tus hermanos.
Lucha por seguir el camino correcto en la vida
que yo estaré a tu lado, y no tengas miedo
que el mal no ha de tener en tu vida
la última palabra. Amén
El barbero y el Papa León XIV (y no es un cuento)
Según relata Reyes al medio italiano, su primer encuentro con el entonces cardenal Robert Prevost fue hace año y medio. En su primera visita, Reyes notó que el cardenal hablaba con un acento peculiar, no del todo italiano, no completamente español. Al preguntarle de dónde era, Prevost respondió que era estadounidense, pero que había vivido muchos años en Perú. “¡Qué coincidencia, yo soy peruano!”, le dijo Mario.
Así nació una amistad marcada por conversaciones espontáneas en español sobre gastronomía, política, fútbol y, especialmente, recuerdos de Chiclayo, la ciudad donde el hoy Papa fue obispo.
Con el tiempo, las visitas mensuales del entonces cardenal se volvieron rutina. Prevost llegaba con la barba ya hecha y pedía solo un recorte de cabello. La última vez que fue a la barbería fue en Semana Santa, poco antes del fallecimiento del Papa Francisco, según recuerda Reyes.
Todo cambió tras la elección papal. Mario narra que, al terminar una jornada laboral, vio el video de la proclamación del nuevo Papa. Estaba distraído, pero al oír el apellido “Prevost”, sintió un vuelco en el corazón. “Grité a mi compañero: ¡es nuestro cliente estadounidense!”, contó a La Stampa.
La sorpresa se transformó en nostalgia. Reyes pensó que no volvería a ver al nuevo Papa, pues “un protocolo tan complejo como el del Vaticano no permitiría algo tan ordinario como salir a cortarse el pelo”. Pero dos semanas después recibió una llamada inesperada:
“Contesto al teléfono fijo y escucho una voz familiar: ‘Buenos días, necesitaría un corte para mañana en mi casa’. Me quedo sorprendido: ‘No damos servicio a domicilio’. Sospecho que se trata de una broma, porque tenemos muchos amigos entre los clientes. Así que pregunto: ‘Pero ¿tú quién eres?’ Y él, tranquilo: ‘Robert Prevost’. No dijo El Papa, y seguido responde: ‘Mario, soy yo, ¿cómo estás?’”.
“En español empiezo a felicitarlo, y entonces él se disculpa por no poder venir a la barbería como siempre. Y agrega: ‘Necesitaría que vinieras tú al Vaticano’, y me da todas las indicaciones para llegar a su casa. Le digo que no se preocupe, que a la mañana siguiente estaré allí. Apenas cuelgo, mi colega me ve desorientado y me pregunta quién era al teléfono. ‘León XIV’, dije”.
Aunque no hacen servicios a domicilio, Reyes aceptó. Al llegar al Vaticano, fue recibido con amabilidad y llevado hasta el departamento provisional de León XIV en el Palacio del Santo Oficio. Allí también cortó el pelo al secretario del Papa, el sacerdote peruano Edgard Iván Rimaycuna Inga, de Chiclayo.
Cuando el Papa entró en la sala, lo saludó con un afectuoso “¡Mario!” y lo abrazó. La conversación retomó el tono de siempre: memorias del Perú, de su misión como obispo, de su servicio en la Curia romana y del llamado que recibió del Papa Francisco para ir a Roma. “Jamás pensé que sería elegido Papa. Es una cosa impresionante”, le dijo el Pontífice, según el testimonio de Mario.
Ahora, después de unos días de descanso en Castel Gandolfo, Mario asegura que espera una nueva llamada. “Sé que volverá a comunicarse conmigo personalmente, como siempre lo ha hecho”.
domingo, 9 de noviembre de 2025
Oración por la Iglesia Diocesana
manifiestas la Iglesia, una, santa, católica y apostólica,
haz que tu familia se una de tal modo a su pastor que,
congregada en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía,
manifieste la universalidad de tu pueblo
y sea signo e instrumento de la presencia de Cristo en el mundo.
Te rogamos, Señor, que florezcan
con toda su fuerza y perseveren hasta el fin en esta Iglesia tuya
la integridad de la fe, la santidad de las costumbres,
la caridad fraterna y la devoción sincera,
y a la que no dejas de alimentar con tu palabra y con el Cuerpo de tu Hijo,
no ceses tampoco de conducirla bajo tu protección.
Alicia busca a Dios
Dios escuchó su pregunta y a la mañana siguiente le regaló un bello amanecer. Pero Alicia no le dio importancia. En el colegio, le preguntó a la profesora de religión y ella le respondió:
– Dedica todos los días unos minutos a estar en silencio y sentirás a Dios.
Alicia lo intentó, pero no lo consiguió, pues le gustaba mucho hablar.
Dios deseaba que Alicia lo encontrara así que siguió enviándole señales de su presencia. Una tarde, unos pajaritos se posaron en su ventana y comenzaron a piar una bella melodía, pero Alicia estaba tan distraída jugando que no los oyó.
Salió a pasear al parque y entró en una iglesia. Pero allí sólo vio imágenes inmóviles que no hablaban, y se marchó de allí.
Cuando llegó a su casa, su madre se acercó y le dio un beso. Alicia no se dio cuenta; estaba muy ensimismada pensando en cómo podía encontrar a Dios.
Esa misma noche se acostó muy triste porque le parecía que era imposible encontrarse con Dios. Pero mientras dormía, Dios le dijo en sueños:
– Alicia, hoy te he enviado muchas señales: el bello amanecer, los pajaritos, la iglesia y el beso de tu mamá. Todos son regalos para que te puedas encontrar conmigo.
Al día siguiente, Alicia sintió un cambio muy importante en su interior. Al fin lo había encontrado. Sintió que Dios estaba en su corazón, en las personas cercanas y en la naturaleza.
sábado, 8 de noviembre de 2025
¿Quién te separará de mi amor?
Rezando Voy (adaptación de Rom 8,31b-35.37-39)
Hijos míos, si yo estoy con vosotros, ¿quién estará en contra?
Yo que entregué a mi propio hijo a una vida vivida hasta el final,
hasta el punto de dar la vida por vosotros,
por mostrar mi amor, mi justicia, y mi verdad,
¿qué más me falta por daros?
¿Quién os va a acusar? Yo soy el juez y os declaro inocentes.
¿Quién os va a condenar? No será Cristo,
que, por no condenar ni a justos ni a pecadores murió,
más aún, resucitó y está a mi derecha, e intercede por todos vosotros.
¿Quién podrá apartaros del amor de Cristo?
¿la aflicción? ¿la angustia? ¿el hambre?
¿la desnudez? ¿el peligro? ¿la espada?
A todo eso lo venceréis fácilmente
con la ayuda de Quien os ha amado hasta el extremo.
Estad convencidos de que ni la muerte, ni la vida,
ni los ángeles, ni el tiempo, ni el espacio, ni criatura alguna
podrá apartaros de mi amor, manifestado en Cristo Jesús, vuestro Señor
Andrés y la abuela
Todos la querían mucho. La visitaban en el campo, bebían leche recién ordeñada, comían pasteles que ella horneaba al alba y se relajaban juntos bajo la sombra de un viejo naranjo. Crecieron escuchando sus historias, aprendiendo de su paciencia y su bondad silenciosa. La abuela los miraba con ojos que no juzgaban, sino que acogían. Y estaba profundamente orgullosa de ellos.
Todos… excepto Andrés. Andrés era el nieto que siempre parecía fuera de lugar. Le iba mal en la escuela, se escapaba de casa, mentía, robaba pequeñas cosas -a veces por necesidad, a veces por rabia, a veces solo porque no sabía cómo pedir ayuda-. Pasó un tiempo en la cárcel. La familia, avergonzada, empezó a hablar de él en susurros. Con el tiempo, dejaron de invitarlo a las reuniones. “No es como los demás”, decían, como si el amor pudiera medirse en logros o en buen comportamiento.
Los otros cuatro nietos, mientras tanto, se reunían con frecuencia. Reían, recordaban anécdotas, y a menudo, entre bocado y bocado de pastel, volvía el mismo juego:
— ¿Quién crees que más quiere a la abuela?
— ¡Yo, claro! Siempre la visito.
— Pero yo le escribo cartas…
— ¡Yo le traigo flores cada primavera!
Era su debate favorito. Inocente, quizás. Pero también revelador.
Una primavera, los vecinos llamaron con una mala noticia: la abuela había sufrido un derrame cerebral. Necesitaba a su familia. Pero afuera, el mundo se deshacía: la nieve se derretía, la lluvia no cesaba, y los caminos se habían convertido en ríos de barro. Conducir era peligroso. “Esperaremos unos días”, dijeron los nietos. “Cuando mejore el clima, iremos todos juntos”.
Pero Andrés no esperó. Vendió la única chaqueta decente que tenía para comprar un billete de tren. Tomó un autobús hasta donde pudo. Y luego, con la aguanieve azotando su rostro y el barro hasta las rodillas, caminó dos horas sin abrigo, sin comida, sin más compañía que su miedo y su amor.
Llegó al hospital con las manos vacías. No traía flores, ni pasteles, ni regalos envueltos en papel brillante. Pero con esas manos vacías, le cambió las sábanas, le sostuvo la cabeza cuando tosía, le llevó la bacinilla con la misma ternura con la que ella alguna vez le limpió las rodillas sangrantes. Se quedó a dormir en su casa vacía, para poder volver al hospital cada mañana antes del alba.
Y poco a poco, la abuela despertó. No solo de la enfermedad, sino de una verdad que ya intuía, pero que ahora veía con claridad absoluta.
Cuando el camino se secó y el resto de la familia llegó -con cestas de frutas, ramos de flores silvestres y pasteles envueltos en servilletas bordadas-, Andrés ya se había ido. Nunca fue bien recibido entre ellos. Prefería desaparecer antes que enfrentar sus miradas de distancia.
Se sentaron alrededor de la mesa, como siempre. Sirvieron té, partieron pasteles… y volvieron a su viejo juego:
— ¿Quién crees que más quiere a la abuela?
Esta vez, la abuela no respondió. Solo sonrió con los ojos húmedos.
Ya había firmado su testamento. La casa del campo, con su naranjo y su huerto, se la dejó a Andrés.
Porque había aprendido algo sobre el amor: No es el que llega con las manos llenas, sino el que llega con el corazón abierto. No es el que demuestra, sino el que se entrega. No es el que dice “te quiero”, sino el que, en medio del barro y la tormenta, camina sin abrigo solo para estar a tu lado.
Y a veces, el amor más verdadero viene disfrazado de quien todos han olvidado… pero que nunca dejó de recordarte.
jueves, 6 de noviembre de 2025
Las manos del Padre
Benjamín G. Buelta, SJ rezando voy
Con tu mano rodeas el pábilo vacilante
y proteges su llama del viento
que arrastra los fríos del Norte.
Con tu mano sanas célula a célula
la herida de la caña quebrada
por las botas de la competencia ciega.
Veo arañadas tus manos de viñador
por los sarmientos secos
de una vida exitosa cortados en la poda.
En los surcos de tus manos hay color de arcilla
que delata tu oficio
de perpetuo alfarero de nuestro barro.
En tus palmas abiertas
palpo los callos del bastón
en tu búsqueda incesante
para reunir en tu rebaño
los perdidos en sus soledades.
La sabiduría del perro viejo
Antena Misionera
Cierto día un perro, ya viejo, salió a cazar mariposas. Después de un rato se dio cuenta de que se había perdido. Dio varias vueltas tratando de hallar el camino cuándo, de repente, vio que un joven leopardo corría en su dirección con la intención de pegarse un buen almuerzo.
El perro viejo se dijo ¡ahora sí que estoy perdido. Viendo alrededor suyo algunos huesos, se puso rápidamente a roerlos, dando la espalda al leopardo que se aproximaba cada vez más.
Cuando éste estaba a punto de abalanzarse sobre él, el perro viejo exclamó en voz alta:
— "Este leopardo estaba realmente delicioso! Me pregunto si no habrá otros por aquí ".
Al escuchar eso, el joven leopardo interrumpió su ataque, miró al perro con miedo y sigilosamente huyó espantado.
— "¡Ufff!, suspiró el leopardo, por poco; el perro viejo me come".
Mientras tanto, un mono, que había presenciado toda la escena desde una rama cercana, pensó que podía utilizar la situación, negociando con el leopardo lo que sabía, a cambio de protección.
Por lo tanto, salió ligero a alcanzarlo, pero el perro cuándo lo vio correr a toda velocidad detrás del leopardo, se dio cuenta que algo iban a tramar.
El mono alcanzó al leopardo y le contó todo, pidiendo que a cambio de tan interesante dato lo protegiera.
El joven leopardo se enfureció y le dijo al mono:
— Ven aquí, mono, monta en mi lomo y vas a ver lo que le va a ocurrir a ese viejo inútil que se cree inteligente.
El perro viejo vio al leopardo que se acercaba con el mono montado en sus espaldas y se inquietó de verdad: Y ¿ahora qué hago?
Pero en vez de huir, se sentó de nuevo de espaldas a sus agresores haciendo una vez más como sí no los hubiera visto y en el momento en que se aproximaron lo suficiente como para oírlo dijo:
— "¿Dónde estará el mono?, hace una hora que lo envié a buscarme otro leopardo y no ha vuelto".
Moraleja: La edad y la sabiduría que se adquiere con ella siempre triunfan ante la juventud y la fuerza...! Mas sabe el diablo por viejo que por diablo.
domingo, 2 de noviembre de 2025
Siguen estando con nosotros
José Mª Rodríguez Olaizola sj
Ellos siguen estando. No solo en la esperanza de futuro.Siguen estando en nosotros, que los recordamos.
Siguen estando en el amor que compartimos.
En la memoria de los abrazos que nadie nos puede arrancar.
En las imágenes que cada uno atesoramos en nuestra memoria.
En las conversaciones que nos construyeron.
En las canciones que nos hacen evocarlos.
En la sonrisa con la que a veces acogemos un recuerdo.
En lo que aprendimos de ellos.
En el sentimiento que hace que a veces
queramos obrar de tal manera que, donde estén, estén orgullosos de nosotros.
Siguen estando en nosotros, porque cuando amas,
eliges que alguien se quede contigo para siempre.
Hasta más allá de la vida. Hasta más allá de la muerte.
¿Dónde está la abuelita?
- Para visitar a la abuelita y llevarle flores, mi cielo -explicó cariñosamente la madre.
- ¿Abuelita está en el cementerio? -siguió preguntando la pequeña.
- Sí, mi hijita -respondió tristemente la mamá.
- ¿Y por qué no te la traes a casa entonces? -dijo la niña.
- Bueno, porque está muerta y enterrada -dijo la madre.
- ¡Ah! ¡Cómo me engañaste! -respondió la chiquilla.
- ¿Por qué te engañé? -preguntó la madre.
- Porque cuando la abuelita se fue, me dijiste que estaba con Dios en el cielo -dijo la niña.
- Bueno, en el cielo está la abuelita viva y en el cementerio está la abuelita muerta -intentó explicar un tanto acorralada la madre.
¡Era una abuelita y ahora son dos abuelitas! -pensó extrañada la niña-. Las personas mayores no se aclaran. Y siguió pidiendo explicaciones…
- Y tú, ¿a quién quieres más, mamá? ¿A la abuelita muerta del cementerio o a la abuelita viva del cielo?
Pero la mamá ya no sabía qué decir. Y salió al paso diciendo:
- Después hablaremos, mi amor.
sábado, 1 de noviembre de 2025
Todos los Santos
Carlos Maza, SJ (Rezando voy)
Prometimos quedarnos hasta el final.
Juntos.
Pero a vosotros vinieron y os mataron.
Nosotros
(los supervivientes que esperan la vida)
tenemos que levantarnos y seguir trabajando.
Levantarnos, tomar la azada.
Que pesa más por la ausencia.
Que pesa menos por las manos invisibles.
Nosotros somos los santos
que necesitan aún despertador.
Que lloran con cuerpo.
Que trabajan por la paz con cuerpo.
Que tienen hambre y sed de justicia en el cuerpo.
Insuflad vosotros (Santos sin fines de semana)
aire en él desde el cielo.
Porque seguimos juntos
en las Bienaventuranzas.
El niño que pudo hacerlo...
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos. Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
— Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
— Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
— ¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
— No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
jueves, 30 de octubre de 2025
Aquí estoy, Señor
con mi presente y con mi pasado a cuestas;
con lo que he sido y con lo que soy ahora;
con todas mis capacidades y todas mis limitaciones;
con todas mis fortalezas y todas mis debilidades.
Te doy gracias por el amor con el que me has amado,
y por el amor con el que me amas ahora, a pesar de mis fallos.
Sé bien, Señor, que por muy cerca que crea estar de Ti,
por muy bueno que me juzgue a mí mismo,
tengo mucho que cambiar en mi vida,
mucho de qué convertirme,
para ser lo que Tú quieres que yo sea,
lo que pensaste para mí cuando me creaste.
Ilumina, Señor, mi entendimiento y mi corazón,
para que Tú seas cada día con más fuerza,
el dueño de mis pensamientos, de mis palabras y de mis actos;
para que todo en mi vida gire en torno a Ti;
para que todo en mi vida sea reflejo de tu amor infinito,
de tu bondad infinita,
de tu misericordia y tu compasión.
Dame, Señor, la gracia de la conversión sincera y constante.
Dame, Señor, la gracia de mantenerme unido a Ti siempre,
hasta el último instante de mi vida en el mundo,
para luego resucitar Contigo a la Vida eterna. Amén.
Reparar TV antiguos
Ankor Inclán
A los 82 años, mi abuelo aprendió a usar YouTube. No porque quisiera ver videos de cocina o escuchar boleros de antaño. Sino porque tenía una misión.
Durante más de cinco décadas, había trabajado como reparador de televisores en un pequeño pueblo. Era de esos hombres que sabían identificar un problema solo con escuchar el zumbido de un aparato. Decía que los televisores, como las personas, también daban señales antes de apagarse del todo.
Pero con la llegada de las pantallas planas, los LED y los Smart TV, los clientes dejaron de venir. Su taller, ese santuario de destornilladores y resistencias, se volvió museo. Sus hijos lo animaban a venderlo. Él se negaba.
— Todavía hay cosas que puedo enseñar -decía.
Nadie le prestaba atención. Hasta que una tarde, su nieta -mi prima- lo grabó arreglando un viejo televisor.
— “Mira esto”, le dijo. “Vamos a subirlo a YouTube. A lo mejor a alguien le sirve.”
Mi abuelo no entendía del todo. Solo dijo: “Si puede ayudar a alguien, hazlo”.
El video se tituló: “Abuelo enseña cómo revivir un televisor de tubo”. Tenía sus manos temblorosas, su voz pausada, y una ternura que no se aprende: se vive. A la semana, tenía 18 vistas. A las tres semanas, 12.000. A los dos meses, lo invitaron a un programa de tecnología en la TV local para que hablara de “oficios que no deberían morir”. Yo lo acompañé. Antes de entrar al set, me apretó la mano y murmuró:
— Nunca imaginé que lo que aprendí en soledad le serviría a tanta gente.
Ese día, contó que aprendió electrónica por correspondencia. Que hacía dibujos en cuadernos con regla y lápiz. Que nunca tuvo computador, pero podía leer un circuito como quien lee una carta de amor.
Cuando terminó, el público lo ovacionó de pie. Y él, que nunca había usado un micrófono, solo dijo:
— No importa cuántos años pasen, lo que uno sabe puede seguir ayudando… si alguien lo escucha.
Volvió al pueblo como una leyenda. Su taller, que antes era un desván lleno de polvo, se transformó en aula. Venían chicos de otros barrios a aprender cómo funcionaban los radios antiguos. Traían sus dudas, sus ganas de saber, y él respondía con una mezcla de ciencia y cariño.
Hace poco, cumplió 84. En lugar de pedir regalos, pidió que todos los que lo querían trajeran un aparato viejo para arreglar entre todos.
— Así se aprende: no con cosas nuevas, sino dando nueva vida a las que aún pueden funcionar -dijo.
Ese día, estropeó a propósito su propio televisor. Lo abrió delante de todos y les enseñó a cada uno cómo encontrar la pieza rota.
Después encendieron el aparato y todos aplaudieron. Mi abuelo se rio y dijo:
— ¿Veis? La vida también es así. A veces no hay que reemplazar… solo entender dónde está el fallo y tener paciencia para repararlo.
domingo, 26 de octubre de 2025
Sólo a veces, Señor
Florentino Ulibarri
A veces, Señor, sólo a veces,
harto de este malvivir,
de tanto aparentar y de ser fariseo,
subo al templo a estar contigo
como el publicano del evangelio.
Me coloco en los últimos puestos
sin atreverme a levantar cabeza,
me desnudo en tu presencia
y se opera el milagro esperado.
A veces, Señor, sólo a veces,
me hago sencillo y transparente,
y en esos diálogos sinceros
se me estremece el corazón
y fecundan las entrañas
con tantas semillas de vida y gracia,
que me siento joven y libre
para caminar por la historia
sin tener que justificar mis andanzas.
A veces; Señor, sólo a veces,
leo el evangelio y descubro
que no necesita explicaciones
para que fecunde mis entrañas.
La señora Marcela
— Señora Marcela, hemos llegado. Este es el hogar de ancianos “Santa Ana”. A partir de hoy, usted vivirá aquí.
— ¿Cómo que… viviré aquí? -su voz tembló- ¿Y mi hija? ¿No viene?
— Dijo que la llamará, -respondió el conductor mientras dejaba una pequeña maleta en la acera: un suéter, un cepillo, una vieja fotografía.
— Le deseo mucha salud, señora Marcela. Aquí estará bien.
El coche se alejó. Marcela se quedó sola, con el viento frío acariciando sus mejillas húmedas.
En la puerta, una mujer con bata azul la esperaba.
— Bienvenida, señora Marcela. Soy Nicoleta, la enfermera. Venga, le mostraré su habitación.
— ¿Habitación? Yo tenía una casa… un jardín… y flores…
— Aquí también tendrá flores, ya lo verá, -dijo Nicoleta con dulzura.
La habitación era pequeña pero limpia. En la otra cama dormía una anciana.
— Se llama tía Ileana, -explicó la enfermera- Habla poco.
— No importa, -sonrió Marcela- Yo siempre hablo por dos.
Los días pasaban lentamente. Los residentes eran callados, cansados, cada uno atrapado en sus recuerdos. Algunos esperaban visitas que nunca llegaban, otros vivían de sus memorias. Pero Marcela no sabía quedarse quieta. Una mañana pidió una pala.
— ¿Qué quiere hacer, señora Marcela? -preguntó el guardia.
— Quiero plantar flores. No puedo vivir entre paredes sin tocar la tierra.
Y plantó -menta, albahaca y caléndulas.
— Aquí crecerá nuestra primavera, -dijo a las demás- Si no tenemos a quién esperar, al menos esperemos a que florezca algo.
Semanas después, el patio olía a vida.
Un día, tía Ileana susurró:
— Huele a infancia…
— Sí, querida. A infancia y a Dios, -respondió Marcela con ternura.
Desde entonces, Ileana volvió a hablar. Luego, Marcela fue a ver a la directora.
— Permítanos crear un pequeño taller de costura y recuerdos. Cada persona tiene una historia. Si no la contamos, muere con nosotros. La directora sonrió.
— Está bien, señora Marcela. Si logra convencer a los demás, le traeré materiales.
Y lo logró. En pocos días, la sala se llenó de risas, hilos de colores y voces.
— ¡Yo fui modista en Cortefiel! -decía una.
— ¡Y yo cosía ropa para artistas! -añadía otra.
Marcela reía:
— ¿Veis? Aún estamos vivas. Tenemos manos, tenemos corazón. Solo nos faltaba ilusión.
Llegó la verdadera primavera. El hogar cambió: flores por todas partes, paredes pintadas, gente sonriente. En la puerta colgaba un poema de Marcela:
“No importa dónde esté tu casa,
lo que importa es tener a alguien que te escuche,
y un pedacito de cielo bajo el cual decir ‘gracias’.”
Un domingo, un coche elegante se detuvo frente a la puerta. De él bajó una mujer joven y elegante.
— Busco a mi madre. Marcela Ionița.
Marcela estaba en el jardín, regando las flores.
— Irina…
— Mamá… he venido a llevarte a casa.
— ¿A casa? -sonrió-. Ya estoy en casa.
— Mamá, perdóname… creí que hacía lo correcto.
— Hiciste lo que sabías, hija mía. Pero mira a estas personas: nadie más viene a verlas. Si me voy, ¿quién les contará una historia? ¿Quién regará sus flores?
— Pero no tienes obligación de cuidarlas, mamá.
— El amor nunca es una obligación, Irina. Es un regalo.
Irina miró alrededor: rostros tranquilos, flores, paz.
— Es hermoso este lugar, mamá.
— Sí. Pero ¿sabes qué es lo más hermoso? Pensé que mi vida había terminado… y apenas comenzaba.
Desde ese día, Irina venía todos los fines de semana. Traía dulces, frutas, libros. Marcela la presentaba con orgullo:
— Esta es mi hija. Ella me enseñó que no hay que enfadarse con quienes te dejaron sola. Solo hay que mostrarles que aún puedes ser feliz.
Con el tiempo, la directora le dijo:
— Señora Marcela, todos la quieren. Queremos que sea la coordinadora de actividades.
— ¿Yo? ¿A los setenta y tres años? -y se echó a reír.
— Sí. Usted es el alma de este lugar.
Así se convirtió en “Doña Marcela” -la mujer que sembraba esperanza. Escribía poemas, preparaba té de menta, organizaba noches de canto.
— ¿De dónde saca tanta fuerza? -le preguntó Nicoleta.
— De las lágrimas que ya no quise llorar. Las convertí en sonrisas.
Tres años después, el hogar “Santa Ana” ya no era un lugar de soledad, sino un lugar lleno de vida. Los periódicos escribían: “Los ancianos que renacieron gracias a una mujer sencilla.”
Marcela recibió un reconocimiento del ayuntamiento. Al subir al escenario, dijo solo:
— Gracias. El mayor premio es saber que aún tienes un propósito. La felicidad no se va con la juventud, se va cuando dejas de amar.
Una mañana, Marcela se fue en silencio, mientras dormía. En la mesita, un papelito:
“No lloréis. Solo fui a regar las flores del otro lado.
Cuídense unos a otros. El amor nunca se jubila.”
Irina encontró la nota y lloró -no de tristeza, sino de gratitud. Siguió el camino de su madre: visitaba, ayudaba, traía flores, contaba historias.
Y así, una mujer sencilla y olvidada se convirtió en el comienzo de una nueva vida para muchas almas.
Porque a veces no hace falta cambiar el mundo entero. Basta con regar una flor. Y un corazón.