domingo, 17 de agosto de 2025

Instrumento de tu paz

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que donde hay odio, yo ponga el amor.
Que donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que donde hay enfados, yo ponga la unión.
Que donde hay error, yo ponga la verdad.
Que donde hay duda, ponga la Fe.
Que donde haya desesperación, yo ponga la esperanza.
Que donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

 

Los verdaderos amigos

      Susana Rangel

— ¡Ayúdennos! ¡La casa de mi hermano está ardiendo! -gritó un hombre por la calle.
Unos cuantos se acercaron. Algunos venían corriendo, otros traían cubetas, otros solo sus manos.
La mayoría… ni se molestó en mirar. Pero al llegar a la supuesta casa en llamas, en lugar de humo, encontraron una mesa llena de comida. El dueño de la casa los miró sorprendido mientras se sentaban a comer. Les ofreció bebida, carne y pan.
Ese mismo hombre había preparado una gran comida. Mató su mejor ternero, encendió la parrilla y le dijo a su hermano:
— Sal y avísales a nuestros amigos, vecinos y seres queridos. Quiero que vengan a compartir esta comida con nosotros.
Después, se acercó a su hermano y le dijo en voz baja:
— No reconozco a ninguno de los que vinieron. ¿Dónde están los que siempre decimos que son los más cercanos?
Y el hermano le respondió:
— Los que están aquí no vinieron por la comida.
Vinieron porque pensaron que necesitabas ayuda. Es por eso que son ellos quienes merecen sentarse contigo a la mesa.

Moraleja: A veces, quienes más quieres no aparecen cuando más los necesitas. Y los que sí llegan… lo hacen por ti, no por lo que tienes. Esos son los que valen.

viernes, 15 de agosto de 2025

Precursora

              Seve Lázaro, SJ (rezando voy)

Brillas en lo alto como humilde servidora, sin corona,
para que nada estorbe lo que tú siempre quisiste,
que Dios lo fuera todo en ti, sin sombra alguna.
Muestras el camino oscuro y claro del futuro:
una humanidad recién nacida, en sus inicios,
libre de dragones con chaqueta y con prestigio.
En la que la fe esté por encima de los resultados,
la humildad derrote a la crecida prepotencia,
y el abrirse a lo desconocido venga vacío de miedos.
Así, como tú, mujer vestida de sol y de faena
que huye de protagonismos y titular alguno,
que guarda la mejor noticia para sus adentros.
Una humanidad de cuidados y de encuentros,
de palabras y respuestas sinceras, como las tuyas,


que quiten clavos y espinas a este mundo en agonía.

Los tres caminos

        Emmanuel Emilio montero

Una mañana, un burro se despertó en medio de un desierto, muy confundido, ya que no sabía cómo había llegado allí. Miró a su alrededor para ver si había algún camino que lo llevara de regreso a casa y, en lugar de un solo camino, pudo ver tres. El burro notó algo en los tres caminos, pues cada uno tenía un letrero. El primero decía 'rencor', el segundo 'amor' y el tercero 'perdón'. En ese momento, el burro se adelantó y decidió tomar el primero, que decía 'rencor'.
Al caminar, el burro se topó con una roca y, sin querer, tropezó. El burro se irritó y maldijo a la roca, llevando su enojo en su interior y deseando que la roca desapareciera. Sin embargo, la roca no sentía nada; el burro era el único que se sentía muy mal. Su enojo lo llevó a golpear la roca, causándose más daño a sí mismo. Posteriormente, el burro regresó de su camino y decidió tomar el segundo que decía 'Amor'. Al entrar por este, el burro se encontró nuevamente con la misma roca y volvió a tropezar.
Muy dolorido, el burro maldijo a la Roca, pero en el fondo se sentía culpable. No quería maldecirla, ya que sabía que la roca no tenía la culpa. Sin embargo, algo dentro de él lo llevaba a estar molesto con ella.
Finalmente, el burro decidió retroceder y tomar otro camino; esta vez eligió el tercero, que decía 'perdón'. Una vez allí, se volvió a encontrar con la roca y tropezó por tercera vez. Sin embargo, a pesar de su dolor, no la maldijo. La miró con ojos alegres y se marchó. Al llegar a casa, se encontró con sus amigos, y uno le preguntó:
- '¿Dónde estabas?'
'No importa dónde estuve -respondió el burro- lo único que sé es que el rencor te destruye a ti mismo. El amor no puede ir de la mano con el rencor, y el perdón es lo que te libera del rencor y te muestra el verdadero amor.'

jueves, 14 de agosto de 2025

Aprender a amar a todos

Dios y Señor nuestro, que sea perfecto como Tú eres perfecto,
que sea comprensivo como Tú eres comprensivo conmigo,
que sea misericordioso como Tú eres misericordioso conmigo,
que sea generoso como Tú eres generoso conmigo,
que sea...
Que sepa perdonar como Tú me perdonas,
que sepa estar cerca como Tú estás cerca de mí,
que sepa cuidar a quien lo necesite como Tú cuidas de mí,
que sepa...
En definitiva, que sepa amar a todos,
a los que me hacen bien y a los que me hacen daño,
como Tú me amas a mí, con todo el corazón,
cuando te amo y cuando te olvido.
¿Señor, no es excesivo lo que te pido,
no es demasiado empinado el camino que me señalas?
Es inalcanzable, Señor, para mis pobres fuerzas,
pero contigo puedo parecerme, cada día, más a Ti.
Porque Tú no sólo eres mi modelo y mi camino,
Tú eres mi fuerza y mi energía. Gracias, Señor.

La joya más valiosa

            

de Angel Arias

Había en un pueblo que llaman Villacuadrada, una mujer viuda, ya con algunos años, a la que la pensión que recibía le daba justo para ir tirando. Tenía una hija, Ana Marilde, que estaba preparando su boda para los próximos meses. Para festejar el acontecimiento, pensó en regalarle una joya que tenía en gran estima y, por ello, sacó de una cajita en la que guardaba recuerdos muy preciados -un mechón de pelo de su primer hijo varón, fallecido de una enfermedad rara a los dos años, el primer diente de leche de Ana Marilde- un broche dorado que tenía engastada en su centro una piedra preciosa.
- No sé por qué te molestas, mamá -le dijo la hija-. Se lo mucho que aprecias esa reliquia de tu juventud.
- Pero, si tanto te empeñas …-se corrigió sobre la marcha- vayamos a un tasador amigo para que valore esta joya y así sabremos cuánto vale tu regalo, por si algún día tengo que ayudarte económicamente.
Cuando el tasador tuvo en sus manos la pieza, la miró por todos lados, la observó detenidamente bajo la lupa y concluyó, meneando la cabeza:
-Tengo que darles la mala noticia, señoras, que este broche es falso. No vale nada. La piedra es un cristal torpemente tallado y el metal no es oro, sino latón.
Salieron de la oficina del experto muy decepcionadas. La hija, que llevaba el broche en la mano, hizo ademán de tirarlo en una papelera.
- No hagas eso -le atajó su madre-. Ese broche es muy valioso.
- No digas tonterías -replicó la otra-. El tasador acaba de decirnos claramente que es una baratija.
La madre, con el broche en su mano, le explicó, mientras una lágrima se deslizaba por sus mejillas.
-Tu padre me regaló ese broche cuando se me declaró. Desde entonces, lo he conservado como testimonio de su cariño. Puede que para el tasador y para muchas otras personas, no tenga ningún valor. Pero, para mi, tiene el valor de la joya más preciada del mundo.
La hija se quedó callada un buen rato. Luego, la abrazó y cogió la mano a su madre, y caminaron juntas.

domingo, 10 de agosto de 2025

Alerta

(Adaptación de Lc 12, 32-48 por Rezandovoy)

No temas, que el Padre ha decidido darte el reino.
Vende tus bienes y da limosna.
Busca algo que no se gaste, que no envejezca,
un tesoro inagotable en el cielo, que no se puede robar ni apolillar.
Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón.
Ten preparada la ropa para echarte al camino,
y ten la luz encendida, mostrando que estás despierto.
Como aquel que espera a que su jefe llegue, y está preparado para atenderle.
Es mejor que en ese momento uno esté dispuesto.
Afortunado es el que está alerta para lo que sea necesario en cada momento,
y las sorpresas no le pillan de improviso.
Pues ahora sabes que el Señor viene. Estate alerta,
porque cuando menos lo piensas, Dios aparece.
Si actúas mal, si tratas a la gente con dureza,
sin pensar que todo lo que uno hace importa,
¿qué ocurrirá el día que tengas que dar explicaciones?
¿Qué ocurrirá el día en que tengas que mirar, cara a cara, a la verdad de tu vida?
Te lo digo con severidad, con sinceridad y porque te quiero.
Te quiero confiar lo mejor que tengo, la verdad del Reino,
pero eso implica una responsabilidad grande,
porque a quien mucho se le dio mucho se le pedirá,
y a quien mucho se le confió mucho más se le exigirá.

¡¡No es culpa de las nueras o yernos!!

            Canal Asombroso.

Entré medio borracho a casa, y allí estaba mi padre, de pie, con una gran sonrisa en su rostro. Se veía a la legua que estaba feliz de verme llegar.
— Pasa, hijo, ¡qué bueno que has llegado! -me dijo entusiasmado-. ¿Y mi nuera?
— Disculpa, papa, por la hora. Casi se acaba el día. Ya sabes, cada año vamos a casa de mi suegro, y se enfada si no vamos.
— No te preocupes, hijo mío. Lo bueno es que estás aquí.
— Tampoco le traigo regalo, papa. Laura le compró uno bien caro a su papá y me dejó sin nada.
— No te preocupes, hijo. Yo solo he estado esperando todo el día a que llegaras. Ese es mi mejor regalo, que estás aquí, mi único hijo. Te he preparado lo que tanto te gustaba de chico.
— No, no, no, papa, ya me voy. Laura ya me está pitando desde el coche. Sigue disfrutando. Vengo la semana que viene.
— A qué caray, ya te vas, caramba.
— Pues sí, pero ya le digo, siga pasándoselo bien.
— ¿Pero con quién? Si estoy más solo que una planta en sequía. Pensé que te quedarías más rato. Hasta natillas te había hecho para que cenaras conmigo.
— Quisiera, papa, pero ya conoces a mi mujer, que no le gusta entrar aquí.
— No me quiere por pobre, hijo, pero tú así la escogiste.
— Cuídate, papa.
— Anda, hijo, Dios te bendiga. Acércate para darte su bendición.
— Hay papa, otro día, voy con prisa.
— Hasta la bendición me desprecias, canijo…
Eso fue lo último que le escuché decir, porque cuando volví la semana siguiente, lo encontré sin vida, y descompuesto. Sus manos, aferradas, sostenían la única foto en la que aparecíamos juntos en la feria de diciembre, cuando yo tenía ocho años.
Le lloré tanto... Mi papá vivió pobre, teniendo a un hijo profesional, pero una esposa egoísta. Pero no es culpa de ella, es mía. Solo mía, por cobarde e idiota.
Lo enterré en un cajón barato, sin Misa, porque teníamos que marcharnos a Vallarta, y ya teníamos los gastos calculados.

sábado, 9 de agosto de 2025

Oración al Espíritu Santo

Compuesta por Santa Edith Stein

¿Quién eres tú, dulce luz, que me llena
e ilumina la oscuridad de mi corazón?
Me conduces como una mano maternal
y si consintieras irte de mí
no sabría como dar un paso más.
Tú eres el espacio
que abraza mi existencia y la sepulta en Ti
lejos de Ti se hunde en el abismo de la nada,
desde donde la elevaste a la luz
Tú, más cerca de mí que yo a mí mismo
y más íntimo que mi más profundo interior
todavía implacable e intangible
y más allá de todo nombre:
¡Espíritu Santo amor eterno!
¿No eres acaso el dulce maná
que del corazón del Hijo
se desborda hacia mi corazón,
el alimento de los ángeles y los santos?
Él, que se elevó a sí mismo de la muerte a la vida,
Él también me ha despertado a una nueva vida
del sueño de muerte.
Y me da una nueva vida día a día
y a veces, su plenitud fluye a través mío
vida de tu vida realmente, Tú mismo:
¡Espíritu Santo, vida eterna!

¿Dónde vive Dios?

Del libro CIELO Y LIBERTAD. César Gopar Wachako

Sucedió durante una clase de una escuela primaria, en la que el maestro trataba de persuadir a los alumnos acerca de la no existencia de Dios.
El debate favorecía a este, porque en realidad nadie objetaba el argumento del profesor. La pregunta era sencilla, pero su respuesta sí que hacía mover no solo a la clase sino todo el entorno de aquel lugar.
- ¿Dónde vive Dios?
Esa sí que era la pregunta del millón.
- Tienen cinco minutos antes de que me lean sus respuestas, dijo con todo el educador.
Pasados cinco minutos comenzó la lectura de respuestas. Eso sí que fue algo digno de presenciarse. Y mientras los alumnos leían, el maestro cada vez se alzaba más orgulloso y soberbio, evidenciando un gozo y celebración por las respuestas incongruentes y sin fundamento por parte del alumnado.
¡En mi corazón, decían muchos! ¡En su santo templo!, decían otros. En el tercer cielo expresaban otros, en Jerusalén, en las montañas, en los desiertos, en el aire, en las nubes, en una nave espacial, dijo la más despistada.
- ¿Dónde vive Dios?
Volvió a tronar la pregunta. Y cuando ya el silencio reinaba en la clase, se oyó una voz dulce y agradable, pero firme, con la mano levantada y mirando con seguridad al profesor dijo:
- ¡Yo sé dónde vive, profesor!
- ¡Dónde! -casi gritó el profe.
Ella, la dulce niña, sin titubear, contestó con la más absoluta seguridad.
- ¡En mi casa, profesor! Mi padre lleva años sin consumir alcohol, ya trabaja, nos lleva alimentos y ropa y hasta una lavadora compró a mamá, pero lo más importante es que ya no golpea a mi madre, ni nos corre bajo la lluvia de casa, no nos insulta, ni se escucha la música grotesca a altas horas de la noche y eso ocurría con mucha frecuencia. Mamá ya nos sonríe y hasta ha venido a la escuela a dejarme, pues, no salía porque siempre amanecía golpeada y herida. Mi hermana y mi hermano mayores ya se habían escapado de casa y vivían en la calle como indigentes, hoy nos sentamos todos juntos en nuestra humilde mesa, para disfrutar de nuestros alimentos, ya no se siente el abandono, la miseria, el llanto y el dolor. Ha pasado tiempo sin un grito en mi casa, sin que tengamos que ir a refugiarnos con los vecinos. Hoy mi padre me abraza y me dice que me ama y hasta me ha comprado algún que otro detallito. Mi padre nos ha pedido perdón, no solo a nosotros como familia, sino también a otras personas, y los domingos se levanta muy temprano y lo he visto de rodillas llorando, luego nos lleva a todos a la iglesia.
Le pregunté un día que como había ocurrido ese milagro. Él solo me contestó que le había abierto la puerta de nuestra casa a Dios. Y es por eso que yo afirmo contundentemente qué Dios vive en mi casa y todos los días le pido que jamás se marche de nosotros.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Fiesta de la Transfiguración del Señor

Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de ti en tu gloria traspasado.
Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
Mas no a mí solo, purifica también
a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron,
o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
Si acaso no te saben, o te dudan
o te blasfeman, límpiales el rostro
como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
Que todos puedan, en la misma nube
que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.

El viejo relojero

        Susana Rangel

Cada mañana, a la misma hora, un hombre mayor abría su pequeña relojería. Tenía manos temblorosas por los años, pero seguía siendo el mejor arreglando relojes en todo el barrio.
No solo componía piezas: parecía que, al arreglar un reloj, también reparaba algo más profundo. Como si al ajustar engranes… también ajustara almas. Una tarde lluviosa, entró un hombre joven, con traje caro y cara de estrés. Dejó caer su reloj sobre el mostrador.
— Necesito que lo arregle. Se retrasa dos minutos a la semana. Y tengo reuniones importantes. ¿Puede tenerlo para mañana?
El viejo miró el reloj. Luego, al joven.
— Los relojes, como las personas, se desajustan cuando viven corriendo.
— Solo quiero que funcione, dijo el joven, -mirando su teléfono móvil-. Le pago el doble si me lo entrega mañana.
— Tardará tres días, respondió sin alterarse. Y mientras, puedes usar este.
Le dio un viejo reloj de bolsillo. El joven lo aceptó con cara de pocos amigos.
Durante esos tres días, algo cambió. Notó que el tiempo no se sentía igual. En reuniones aburridas, las agujas casi no se movían. Pero cuando almorzaba con su hija, el reloj parecía ir volando. Las horas ya no eran iguales. Eran distintas según lo que vivía… Volvió al tercer día, desconcertado.
— Este reloj va mal. A veces corre, a veces se detiene.
El viejo sonrió.
— No está mal. Está en sintonía contigo. No marca los segundos… marca los momentos.
Le devolvió su reloj de lujo y dijo:
— Puedo dejarlo perfecto, pero si tú sigues perdiendo tiempo en lo que no importa, volverá a fallar.
— Entonces… ¿qué hago?
— Recuerda que hay dos formas de vivir el tiempo: la que se mide… y la que se siente. Y los mejores relojes no están en la muñeca. Están en el corazón.
El joven se quedó pensativo. Preguntó cuánto debía.
— Por el arreglo, lo que tú creas justo. Por la lección… esa se paga viviendo distinto.
Semanas después, regresó. Traía en la mano el reloj de bolsillo.
— ¿Se descompuso?
— No, respondió con una sonrisa. Quiero quedármelo. Renuncié a mi trabajo. Abriré algo pequeño aquí. Quiero poder recoger a mi hija del colegio cada día.
El viejo le dijo:
— Ese reloj no se vende. Se hereda. Guárdalo. Algún día vas a entender que el tiempo más valioso es … el que estás presente cuando más te necesitan.
Ese invierno, el relojero falleció. En su testamento dejó su taller al joven, con una nota: “Para quien entendió que no se trata de arreglar relojes… sino de reparar la vida.”
Hoy, si pasas por esa tienda, verás un letrero que dice: “Aquí no vendemos tiempo. Solo te recordamos cómo vivirlo.”

Moraleja: A veces, lo que necesitamos no es que un reloj marque la hora perfecta… sino que nuestro corazón vuelva a marcar lo importante.

sábado, 2 de agosto de 2025

Abre nuestra mente y nuestros ojos

Señor, a veces te buscamos sólo en momentos extraordinarios,
y en personas famosas que apenas conocemos…
Abre nuestra mente y nuestra mirada,
para que descubramos tu presencia en lo cotidiano,
en las personas que sonríen a nuestro paso,
en aquellas que trabajan por los demás,
en quienes han cerrado su corazón al rencor,
en los pobres que son capaces de compartir,
en esa compañera pendiente de mi estado de ánimo,
en ese vecino que comparte su pastel de cumpleaños,
en ese rayo postrero que tiñe la tarde de añil,
en esa montaña que nos habla de tu grandeza,
en esa pequeña flor en la que se refleja tu belleza,
en mis deseos de ayudar, de servir, de amar…
Abre nuestra mente y nuestra mirada, Señor.

La pianista mendiga

          Antena Misionera

En una fría noche de invierno, Emilia, una niña de 9 años con ojos llenos de esperanza, vagaba por las calles de la ciudad. Su cabello alborotado y sus ropas raídas contaban historias de abandono y pobreza. Desde que perdió a su madre por una enfermedad, había aprendido a sobrevivir sola, confiando en la bondad de desconocidos.
Esa noche, con los labios azulados por el frío, vio una mansión imponente al final de una calle. Sus luces brillaban como faros en la oscuridad, y a través de las ventanas podía vislumbrar un mundo de lujos que parecía sacado de un sueño. Decidió acercarse, con la esperanza de encontrar refugio.
Cuando llamó a la puerta, fue atendida por un hombre robusto con ceño fruncido, el guardia.
— No puedes estar aquí, niña. Vete antes de que llamemos a la policía.
Pero justo en ese momento apareció el dueño de la mansión, Mauricio Santillán, un millonario de 55 años que, aunque tenía fama de ser frío, sintió algo especial al mirar a Emilia.
— ¿Qué quieres, pequeña?, preguntó, cruzando los brazos.
— Solo un lugar donde dormir esta noche, señor, dijo Emilia, con la voz quebrada.
Mauricio, después de una breve pausa, dio una orden inesperada:
— Déjala dormir en el sótano. Pero solo por esta noche.
El sótano de la mansión, aunque frío y oscuro, era un lugar seguro para Emilia. Allí había cajas llenas de recuerdos antiguos, muebles cubiertos con sábanas blancas y un piano polvoriento en una esquina. Mientras se acomodaba en un rincón con una manta que le ofrecieron, no pudo evitar observar todo con curiosidad.
A pesar de su cansancio, Emilia no podía dormir. Se acercó al piano y, con dedos temblorosos, presionó una tecla. El sonido resonó en el espacio vacío, rompiendo el silencio como una chispa en la oscuridad.
Mauricio, quien solía pasear por la mansión antes de dormir, escuchó la nota y bajó al sótano. Al verla junto al piano, algo se removió en su interior.
— ¿Sabes tocar?, preguntó, sorprendido.
— Mi mamá me enseñó algunas canciones antes de que ella... Emilia no terminó la frase, pero sus ojos contaron el resto de la historia.
Mauricio se sentó a su lado, algo que no había hecho en años. Sus dedos, acostumbrados a firmar contratos millonarios, tocaron suavemente las teclas. Para Emilia, fue como si el piano hablara, narrando emociones que las palabras no podían expresar.
A la mañana siguiente, mientras Emilia desayunaba en la cocina con los empleados, Mauricio recibió una llamada importante. Un evento benéfico que organizaba su empresa necesitaba un cierre memorable, pero la pianista contratada había cancelado.
Fue entonces cuando se le ocurrió una idea audaz. Bajó al sótano y encontró a Emilia explorando entre las cajas.
— ¿Te gustaría tocar el piano frente a muchas personas?, le preguntó.
— ¿Yo? Pero... no soy buena. Solo sé unas cuantas canciones.
Mauricio, con una sonrisa que hacía tiempo no mostraba, respondió:
— A veces, no se trata de ser perfecto, sino de mostrarle al mundo quién eres.
Esa noche, Mauricio llevó a Emilia al evento. El escenario estaba iluminado con luces doradas, y el público, compuesto por empresarios y figuras importantes, se sorprendió al ver a una niña con ropas prestadas acercarse al piano.
Emilia comenzó a tocar una sencilla melodía que su madre le había enseñado. Al principio, sus dedos temblaban, pero poco a poco, se llenó de confianza. Cada nota parecía contar una historia, una que hablaba de lucha, amor y esperanza.
El público quedó hipnotizado. Algunos tenían lágrimas en los ojos, mientras otros aplaudían al terminar. Pero lo más sorprendente ocurrió después. Una mujer del público, visiblemente emocionada, se acercó a Emilia y a Mauricio.
— Esa canción..., dijo la mujer, la escribí hace años, antes de perder a mi hija. ¿De dónde la aprendiste?
Emilia, impactada, respondió:
— Mi mamá me la enseñó. Siempre decía que era especial.
La mujer, cuyo nombre era Clara, era una reconocida compositora. Al hablar con Emilia, descubrieron un vínculo inesperado: Clara era la tía de Emilia, separada de su hermana hacía años. Mauricio, testigo de este momento, comprendió que había hecho más que ofrecerle un refugio a Emilia; le había devuelto una familia.
Mauricio, tocado por la experiencia, decidió cambiar su vida. Adoptó a Emilia oficialmente y comenzó a involucrarse en causas benéficas. El frío sótano de su mansión, que antes era un lugar olvidado, se convirtió en un espacio lleno de música y recuerdos.
Emilia, con el tiempo, se convirtió en una pianista reconocida, llevando su historia de superación a todo el mundo. Y aunque había comenzado como una pequeña mendiga buscando un refugio por una noche, encontró algo mucho más valioso: un hogar, una familia.

martes, 29 de julio de 2025

Himno a santa Marta, Lázaro y María


Te celebramos, oh, santa Marta,
con tus hermanos Lázaro y María,
afortunada al merecer hospedar a Cristo en tu casa.
Movida a impulsos del amor,
te desvivías solícita en atender a huésped tan ilustre.
Mientras disponías complacida la mesa para el Señor,
María y Lázaro escuchaban sus palabras
para el sustento de la vida y de la gracia.
Tu hermana ungía con nardo puro
al que estaba destinado a morir en la cruz
y tú le ofrecías presurosa tus cuidados.
Oh, huéspedes dichosos de Jesús,
que habite el amor en nuestros corazones,
y serán, como Betania,
cálidos hogares para la amistad y la confianza.
Gloria a la santa Trinidad
y que ella nos hospede al fin
en la casa del cielo donde entonar
con vosotros sus alabanzas. Amén.

Héroes sin capa

           Susana Rangel

Mientras todos dormían… él pasaba la noche trabajando en el hipermercado de la cadena Walmart.
No lo hacía por necesidad propia. Lo hacía por sus alumnos. Henry Darby era director de una escuela en Carolina del Sur. Y aunque ya tenía suficiente con su trabajo de día, decidió tomar un segundo trabajo por las noches, de 10 p.m. a 7 a.m., reponiendo estantes en silencio.
Nadie sabía nada. ¿La razón? Todo lo que ganaba lo donaba para ayudar a sus estudiantes: jóvenes que no tenían para comer, ni dónde vivir, ni con qué estudiar. Muchos estaban al borde de abandonar la escuela… y él no podía quedarse de brazos cruzados.
Nunca lo contó. No lo publicó. Ni siquiera lo mencionaba. Lo hacía porque le salía del corazón hacerlo.
Pero un día, alguien descubrió su historia… Miles de personas se sintieron inspiradas por su ejemplo.
Y la cadena de supermercados Walmart, agradecido por su gran corazón, le donó 50 mil dólares para que pudiera seguir ayudando.
Porque a veces, los héroes no usan capa. Usan uniforme, trabajan en silencio… y cambian vidas sin pedir nada a cambio.

sábado, 26 de julio de 2025

Oración de los Abuelos y de los Mayores

"Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza" (cf. Eclo 14,2)

¡Qué hermosas son estas palabras tuyas, Señor!
Ayúdanos a continuar nuestra peregrinación a lo largo del tiempo
¡animados por la esperanza que viene de Ti!
Ayúdanos a llevar a este mundo, que se está dividiendo,
la esperanza de la comunión.
Ayúdanos a llevar a este mundo, herido por las guerras,
la esperanza de la paz.
Ayúdanos a llevar a este mundo, que se deshumaniza,
la belleza de una sonrisa antigua.
Ayúdanos a ser el recuerdo de tu ternura,
para nuestros nietos, para nuestros seres queridos
y para todos los que encontremos.
¡Ayúdanos a llevar a un mundo que no te presta atención
la Esperanza de una vida nueva que sólo Tú puedes dar!
¡Porque en Ti, Señor, nada está perdido!
¡Porque en Ti, Señor, todo vuelve a empezar! Amén.

La flor silvestre

            Gisel Dominguez

Cada tarde, después del colegio, Tomás llegaba al geriátrico con su mochila colgando de un solo hombro y una flor silvestre en la mano. Siempre la misma rutina: entraba despacio, saludaba a todos con una sonrisa, y caminaba directo a la habitación 214, donde lo esperaba una anciana de cabello blanco y ojos perdidos en algún lugar del tiempo.
— Buenas tardes, señora Clara. ¿Le traje su flor preferida? —decía él, como si fuera la primera vez.
Ella lo miraba y sonreía, sin reconocerlo del todo.
— ¿Y tú quién eres, corazón?
— Un amigo, nada más.
Durante meses, él le leía cuentos, le pintaba las uñas, le peinaba el cabello y le ponía canciones viejas. A veces ella reía, a veces lloraba, y otras lo confundía con un actor de telenovela o con su primer amor.
El resto del personal del geriátrico lo adoraba. Decían había nacido con un corazón demasiado grande. Algunos familiares venían una vez al mes. Pero Clara, la señora de la habitación 214, no recibía a nadie más que a él.
Una tarde, mientras la peinaba, ella se quedó mirándolo fijo.
— Tienes los ojos de mi hijo, ¿sabías? -murmuró.
Tomás tragó saliva.
— ¿Sí? ¿Se los prestó el destino, tal vez?
— Puede ser. Pero mi hijo me dejó. Se enfadó conmigo cuando empecé a olvidar cosas… Me dijo que yo ya no era su mamá. Y se fue.
Ella bajó la vista. Él le acarició la mano.
— A veces, cuando uno olvida, los demás se olvidan también. Pero no todos.
Ella sonrió. Le dio un beso en la mejilla y le susurró:
— Gracias por quedarte conmigo, aunque no sepa bien quién eres.
A los pocos meses, ella falleció. Tranquila. Con una flor silvestre en la mesita de luz.
En el Tanatorio, Tomás se quedó a un lado, en silencio. La gente del geriátrico lo abrazaba, le agradecía. Nadie entendía por qué lloraba tanto.
Hasta que una de las enfermeras se acercó a él y le preguntó:
— ¿Por qué lo hacías, Tomás? Nunca faltaste un solo día…
Él la miró, con los ojos llenos de lágrimas, y dijo:
— Porque era mi abuela.
— ¿Tu abuela?
— Sí. Pero cuando le diagnosticaron Alzheimer, todos la abandonaron. Mis tíos, mis padres… Decían que ya no era ella. Pero yo sí la reconocí. Aunque ella ya no supiera quién era yo.
Y con la misma calma con la que llegaba cada tarde, se fue.

Moraleja: A veces, el amor no necesita ser reconocido para existir. A veces, ser nieto no se trata de sangre… sino de memoria del corazón.

viernes, 25 de julio de 2025

Plegaria al apóstol Santiago

            Juan Pablo II

«Enséñanos, Apóstol y amigo del Señor,
el CAMINO que conduce hacia Él.
Ábrenos, predicador de las Españas,
a la VERDAD que aprendiste de los labios del Maestro.
Danos, testigo del Evangelio,
la fuerza de amar siempre la VIDA.
Contigo, Santiago Apóstol y Peregrino,
queremos enseñar a las gentes de Europa y del mundo
que Cristo es –hoy y siempre–
el CAMINO, la VERDAD y la VIDA».

Escuchar

               Susana Rangel

Después de más de 30 años de casados, él empezó a notar algo raro… Sentía que su esposa ya no escuchaba como antes. Pero no quería armar lío ni hacerla sentir mal, así que fue a un doctor a preguntar qué podía hacer.
El médico le dio un consejo muy simple:
— Hazle una pregunta desde lejos, como a 15 metros. Si no responde, te vas acercando poco a poco y repites la misma pregunta. Así sabrás si realmente hay un problema de audición.
Ese mismo día, cuando llegó a casa del trabajo, vio a su esposa cocinando.
Desde la sala, a buena distancia, le preguntó:
— Amor, ¿qué hay de cenar?
Silencio… Se acercó unos pasos y volvió a preguntar:
— ¿Qué vamos a cenar?
Nada… Ya más cerca, repitió:
— Mi vida… ¿qué estás preparando?
Silencio total… A unos pocos metros, intentó otra vez:
— ¿Qué hiciste de cenar, mi amor?
Y nada… Finalmente, ya justo detrás de ella, con tono suave le dijo:
— Corazón, ¿qué vamos a cenar?
Entonces ella se giró, molesta, y le soltó:
— ¡Te he dicho cinco veces que pollo!
Y fue en ese momento cuando entendió… El del problema no era ella. Era él.

Moraleja: Antes de asumir que el otro está fallando, pregúntate si acaso el que necesita corregirse… eres tú. A veces la verdadera sordera está en no querer escuchar.

domingo, 20 de julio de 2025

Estar junto a Ti, Señor

          Cardenal John Henry Newman

Señor Jesús, como a María,
enséñame a sentarme a tus pies para escuchar tu palabra.
Dame aquella auténtica sabiduría
que busca tu voluntad mediante la plegaria y la meditación,
a través del contacto directo contigo,
más que por razonamientos mentales
o por la lectura de muchos libros.
Concédeme la gracia de distinguir tu voz de la de los extraños;
concédeme la gracia de dejarme guiar por ella
y de buscarla ante todo como una realidad superior a mí mismo.
Respóndeme mediante la conciencia
cuando te adoro y confío en tu grandeza,
que llega mucho más allá de lo que yo puedo entender.

El amor de la ratita y el burro

El burro se desmayó en el establo tras ser molido a palos por el granjero. Temblaba. Tenía los ojos en blanco.
Una ratita lo encontró así y corrió al bosque, recogió hierbas y preparó un té medicinal. Era pequeña, pero con esfuerzo arrastró una cáscara llena de té hasta él. Llegó jadeando, toda empapada.
Cuando el burrito despertó, la miró con desprecio y le gritó:
— ¡Lárgate! ¡No necesito tu caridad! ¡Sé curarme solo!
De un manotazo tiró el té. El líquido caliente le salpicó la cara. La ratita no dijo nada. Solo se fue con una sonrisa fingida… y, al llegar a su agujero, rompió en llanto.
Esa noche escuchó los quejidos del burro. Tenía fiebre. Y aunque le dolía el alma, arrastró su nido hasta el establo y se quedó a su lado.
Al día siguiente, el burro volvió a gritarle:
— ¡Te odio! ¡No quiero que estés aquí!
Y la golpeó con una coz. Herida, la ratita volvió a su agujero, en silencio.
Días después, fue cojeando hasta la casa de la cascada, donde vivía un sabio.
— Maestro… ¿Algún día el burro entenderá cuánto lo quiero?
El sabio la miró con ternura y le respondió:
—Lo sabrá… cuando escuche a alguien decir: “Cinco minutos para enterrarla.”
La ratita bajó en silencio. Pero ya no era la misma. Las heridas y los desprecios le habían roto el alma. Dejó de corretear, de sonreír… Y nunca más volvió al establo.
Pasaron los días y el burro empezó a notar su ausencia. Extrañaba el té, la sombra compartida, su compañía silenciosa. Y entonces pensó:
— ¿Y si fue mi culpa?
Un día, un ruiseñor se posó en la cerca lleno de tristeza:
— La ratita ha muerto. Están por enterrarla… ¿no vas a despedirte?
El burro corrió. Cada paso era una lágrima. Pero las que más dolían… eran las del arrepentimiento.
Ahí estaba ella. La que nunca se rindió. La que siempre estuvo. Solo que ahora… con las patitas cruzadas sobre el pecho, dentro del ataúd.
El sepulturero habló fuerte:
— ¡Cinco minutos para enterrarla!
Y esas palabras le apretaron el alma al burro. Se acercó llorando, se inclinó sobre ella y, entre llantos, dijo:
— Ella era buena… Siempre estuvo para mí. Yo la amaba… ¡Y no se lo dije a tiempo!
Cinco minutos de palabras… que ella nunca escuchó en vida. Pero justo antes de que la enterraran, algo inesperado pasó. La ratita abrió los ojos, se incorporó y le sonrió.
— Yo también te amo, burro. Y sí… tú eres todo eso que acabas de decir.
El burro la miró, entre coraje y alivio:
— ¡¿No estabas muerta?!
— No. Solo quería que me dieras… amor.
Él suspiró… y la abrazó. Como si quisiera recuperar todo el tiempo. Como si por fin entendiera lo que tenía.

Reflexión final:
A veces, el orgullo nos hace ciegos ante quienes nos aman de verdad. Creemos que siempre estarán allí, esperando… Hasta que un día ya no están, y lo único que queda es el silencio del arrepentimiento.
No esperes que la vida te enseñe con dolor lo que podrías entender con amor. No guardes palabras que podrían sanar. No ignores los gestos sencillos de quien te cuida sin esperar nada a cambio.
Un “te valoro”, un “me importas” o un simple “gracias por estar” pueden ser más poderosos de lo que imaginas. Porque quizás… esas palabras sean justo lo que alguien necesita para seguir adelante.
Di lo que sientes hoy. Abraza antes de que falten brazos. Ama sin reservas, mientras todavía hay tiempo.

sábado, 19 de julio de 2025

Salmo 61

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.
Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

Cuando Dios creó a la mujer

Cuando Dios creó a la mujer, estaba trabajando hasta tarde en el sexto día... Un ángel vino y preguntó:
— ¿Por qué gastar tanto tiempo en ella?
El Señor respondió:
— ¿Has visto todas las cualidades que tengo que conocer para darle forma? Ella debe funcionar en todo tipo de situaciones. Debe ser capaz de abrazar a varios niños al mismo tiempo. dar un beso que pueda curar cualquier cosa, desde una rodilla raspada hasta un corazón roto. Ella debe hacer todo esto con solo dos manos. Ella se cura a sí misma cuando está enferma y puede trabajar 18 horas al día.
El ángel quedó impresionado
— ¿Sólo dos manos?... ¡Imposible! ¿Y este es el modelo estándar?
El ángel se acercó y tocó a la mujer.
— Pero la has hecho tan suave, Señor.
— Ella es suave, dijo el Señor, pero la he hecho fuerte. No puedes imaginar lo que ella puede soportar y superar.
— ¿Puede pensar?, preguntó el ángel...
— El Señor respondió: No sólo puede pensar, puede razonar y negociar.
El ángel tocó sus mejillas...
— ¡Señor, parece que esta creación se está filtrando! Le has puesto demasiadas cargas.
— Ella no se está filtrando... es una lágrima, corrigió el Señor al Ángel...
— ¿De qué sirven? preguntó el ángel...
— Las lágrimas son su forma de expresar su dolor, sus dudas, su amor, su soledad, su sufrimiento y su orgullo. dijo el Señor
Esto causó una gran impresión en el Ángel,
— Señor, eres un genio. Pensaste en todo. Una mujer es realmente maravillosa.
— El Señor dijo: De hecho, ella lo es. Tiene fuerza que asombra a un hombre, puede manejar problemas y llevar cargas pesadas, tiene felicidad, amor y opiniones, sonríe cuando siente ganas de gritar, canta cuando tiene ganas de llorar, llora cuando está feliz y ríe cuando tiene miedo. Ella lucha por lo que cree. Su amor es incondicional. Su corazón está roto cuando un familiar o un amigo muere, pero encuentra fuerza para seguir adelante con la vida.
El Ángel preguntó:
— ¿Así que ella es un ser perfecto?
— El Señor respondió: No. Ella solo tiene un inconveniente... A menudo olvida lo que vale... Toda hija de Dios es una verdadera guerrera delante de Dios...


viernes, 11 de julio de 2025

Himno a San Benito

Cantemos nuestra fe y, al confesarla,
unidas nuestras voces de creyentes,
pidamos al Señor que, al proclamarla,
inunde con su luz a nuestras mentes.
El gozo de creer sea alegría
de servir al Señor, y su Palabra
simiente en crecimiento día a día,
que al don de su verdad el mundo abra.
Clara es la fe y oscuro su camino
de gracia y libertad en puro encuentro,
si crees que Jesús es Dios que vino,
no está lejos de ti, sino muy dentro.
Legión es la asamblea de los santos,
que en el Señor Jesús puso confianza,
sus frutos de justicia fueron tantos
que vieron ya colmada su esperanza.
Demos gracias a Dios, que es nuestra roca,
sigamos a Jesús con entereza,
si nuestra fe vacila, si ella es poca,
su Espíritu de amor nos dará fuerza. Amén.

Los consejos de papa

         Jouls


Era un hijo que no le gustaba vivir en casa de su padre, por la constante "irritación" de su parte.
"Sí no vas a usarlo apaga el ventilador" "La TV está encendida en la sala donde no hay nadie.. ¡Apágala!" "Cierra la puerta" "No gastes tanto el agua"
Al hijo no le gustaba que su padre lo molestara por esas pequeñas cosas. Tuvo que aguantarlas hasta cierto día en que recibió una invitación para una entrevista de trabajo.
′′Tan pronto como consiga el trabajo, voy a dejar esta ciudad. No escucharé ni una queja más de mi padre." Fue lo que pensó.
Cuando salía para la entrevista, el papá le aconsejó:
— "Responde a las preguntas que se te hagan sin dudar. Incluso si no sabes la respuesta, menciónalo con confianza."
Él le dio más dinero del que realmente necesitaba para asistir a la entrevista.
El hijo llegó al lugar de la entrevista y se dio cuenta de que no había guardias de seguridad en la puerta.
Aunque la puerta estaba abierta hacia afuera, probablemente era una molestia para las personas que pasaban o entraban por ahí. Él cerró la puerta y entró en la oficina.
En ambos lados del camino, pudo ver hermosas flores, pero el jardinero había dejado la llave abierta y el agua en la manguera no dejaba de correr. El agua se desbordaba en el camino. Él levantó la manguera, la cambió de lugar y la puso cerca de otras plantas que la necesitaban.
No había nadie en el área de recepción, sin embargo, había un anuncio donde decía que la entrevista sería en el primer piso. Subió lentamente las escaleras.
La luz todavía estaba encendida probablemente desde la noche anterior.
Él recordó la advertencia de su padre:
— ′′¿Por qué estás saliendo de la sala sin apagar la luz?" -parecía que podía escucharlo ahora.
Se sintió molesto por éste pensamiento buscó el interruptor y apagó la luz.
Arriba, en un gran salón, vio a más personas sentadas, esperando su vez.
Él miró la cantidad de personas y se preguntó si tenía alguna oportunidad de conseguir el trabajo.
Entró en el pasillo con algo de nervios y pisó el tapete de "Bienvenida", colocado cerca de la puerta, pero se dio cuenta de que estaba boca abajo. Enderezó el tapete con algo de irritación.
Los hábitos son difíciles de olvidar.
Él vio que en primeras filas había muchas personas amontonadas esperando, mientras que las filas de atrás estaban vacías y varios ventiladores estaban funcionando junto a estos asientos.
Escuchó en su interior la voz de su padre de nuevo: ′′¿Por qué los ventiladores están conectados en el área donde no hay nadie?"
Apagó los ventiladores que no eran necesarios y se sentó en una de las sillas vacías.
Vio a muchos entrar a la sala de entrevista y salir inmediatamente por otra puerta. Así que no había manera de que alguien adivinara lo que se estaba preguntando en la entrevista.
Cuando llegó su turno, él se detuvo ante el entrevistador con cierta preocupación.
El responsable tomó sus papeles y sin mirarlos, preguntó:
— ¿Cuándo puedes empezar a trabajar?
Él pensó: ′′¿Será una pregunta capciosa que se está haciendo en la entrevista o es en serio que me están ofreciendo el trabajo?"
— ¿Qué estás pensando?, -preguntó el jefe-. No hacemos preguntas a nadie aquí, pues creemos que a través de ellas no podremos evaluar las habilidades del entrevistado. Por lo tanto, nuestra prueba es evaluar las actitudes de la persona. Hicimos algunas pruebas basadas en el comportamiento de los candidatos y observamos a todos a través de cámaras del edificio. Ninguno de los que vinieron aquí hoy, hizo nada para arreglar la puerta, la manguera, el tapete de bienvenida, apagar los ventiladores o las luces que estaban funcionando inútilmente. Tú fuiste el único que lo hizo, por eso decidimos darte el trabajo, -dijo el jefe-.
Él siempre solía molestarse con la disciplina de su padre, pero hasta ese momento, se dio cuenta de que, gracias a ello, consiguió su primer trabajo. La irritación e ira por su padre desaparecieron completamente, decidió que llevaría a su padre también al trabajo y regresó a casa feliz.
Todo lo que nuestros padres nos dicen es solo por nuestro bien, deseando un futuro brillante para nosotros. Para convertirnos en un ser humano de valor, necesitamos aceptar amonestaciones, correcciones y orientación, que eliminen los malos hábitos y comportamientos .

jueves, 10 de julio de 2025

Gracias, Jesús

     Adaptación de una plegaria de J. Mª. Olaizola.

Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando tu ternura enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante, siempre esperando.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí, tú que conoces mi debilidad.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
Porque me colmas y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida es plena.
Te doy gracias, Jesús, por tu misericordia.
y te pido que me ayudes a ser misericordioso.

El robo del reloj

"Un anciano se encuentra a un joven quien le pregunta:
- ¿Se acuerda de mí? Y el anciano le dice que NO.
Entonces el joven le dice que fue su alumno. Y el profesor le pregunta:
- ¿Qué estás haciendo, a qué te dedicas?
El joven le contesta:
- Bueno, me convertí en Profesor.
- Ah, qué bueno (le dijo el anciano)
- Pues, sí. De hecho me convertí en Profesor porque usted me inspiró a ser como usted.
El anciano curioso, le pregunta al joven qué momento fue el que lo inspiró a ser Profesor. Y el joven le cuenta la siguiente historia:
- Un día, un amigo mío también estudiante, llegó con un hermoso reloj nuevo, y decidí que lo quería para mí y lo robé, lo saqué de su bolsillo.
Poco después, mi amigo notó el robo y de inmediato se quejó a nuestro Profesor, que era usted. Entonces usted se dirigió a la clase:
- El reloj de su compañero ha sido robado durante la clase de hoy. El que lo robó por favor que lo devuelva.
- No lo devolví porque no quería hacerlo. Luego usted cerró la puerta y nos dijo a todos que nos pusiéramos de pie y que iría uno por uno para buscar en nuestros bolsillos hasta encontrar el reloj.
Pero nos dijo que cerráramos los ojos, porque lo buscaría solamente si todos teníamos los ojos cerrados.
Así lo hicimos y usted fue de bolsillo en bolsillo y cuando llegó al mío encontró el reloj y lo tomó.
Usted continuó buscando los bolsillos de todos y cuando terminó, dijo:
- "Abrid los ojos. Ya tenemos el reloj".
- Usted no me dijo nada y nunca mencionó el episodio. Tampoco dijo nunca quién fue el que había robado el reloj. Ese día usted salvó mi dignidad para siempre. Fue el día más vergonzoso de mi vida.
Pero también fue el día que mi dignidad se salvó de no convertirme en ladrón, mala persona, etc. Usted nunca me dijo nada y aunque no me regañó ni me llamó la atención para darme una lección moral, yo recibí el mensaje claramente. Y gracias a usted entendí que esto es lo que debe hacer un verdadero educador. ¿Se acuerda de ese episodio, Profesor?
Y el Profesor responde:
- "Yo solo recuerdo la situación, el reloj robado que busqué en todos los bolsillos.
Esto es la esencia de la docencia: Si para corregir necesitas humillar; no sabes enseñar"

martes, 8 de julio de 2025

Concédeme la fe

Señor, haz que mi fe sea plena,
que sepa abrirte mis pensamientos y sentimientos y acciones,
mi pasado, mi presente y mi futuro, sin reservas.
Señor, haz que mi fe sea coherente,
que acepte las renuncias y los deberes que comporta
y sepa hacerla vida en cada momento de mi vida.
Señor, haz que mi fe sea fuerte,
que madure ante la contradicción de los problemas,
que encuentre cimiento más firme ante quienes la rechazan.
Señor, haz que mi fe sea alegre,
al saber y sentir que tu amor me envuelve,
al descubrir en cada persona la huella de tu gloria.
Señor, haz que mi fe sea activa
que sepa verte en los pobres y en cuantos me necesitan
y sepa avanzar por el camino de servicio y la entrega.
Señor, haz que mi fe sea humilde.
Porque estoy envuelto en debilidades,
que apoye mi fe en la fe de los hermanos, en la fe de la Iglesia.
Señor, haz que mi fe sea contagiosa,
a través de mis palabras, mi sonrisa y mi vida entera.
Que sepa transmitir, Señor, que Tú eres lo mejor que me ha pasado. Amén.

El león y las hienas

              Susana Rangel

Dicen que el león no pelea con hienas… no porque no pueda. Sino porque no lo necesita. Podría destruirlas en segundos. Podría rugir, atacar, aplastar.
Pero no lo hace. Porque el león no pierde tiempo con lo que no vale la pena. No responde provocaciones. No discute con quien solo viene a molestar.
Observa. Calla. Y sigue su camino.
Y lo más curioso… es que las hienas, aunque lo rodean, le gritan, lo provocan… no lo atacan.
Solo lo ven pasar. Como si supieran que tocarlo… sería un error. Porque la fuerza del león no está en pelear… está en elegir cuándo no hacerlo.
Y aunque lo desafíen, él se mantiene en calma. Porque sabe lo que es. Porque no necesita demostrarlo.
Así también hay personas que aprendieron a no responder. A no entrar en juegos ajenos. A no rebajarse. No porque sean débiles… sino porque ya no están para perder su paz por cualquier ruido.
Hay momentos en la vida en los que entiendes: que no todo merece tu energía. Que hay cosas que no se resuelven peleando, sino ignorando con dignidad.
Y cuando aprendes eso… tu silencio se vuelve más fuerte que mil gritos.

 


domingo, 6 de julio de 2025

Envíame

                 José María R. Olaizola, SJ

Envíame sin temor, que estoy dispuesto.
No me dejes tiempo para inventar excusas,
ni permitas que intente negociar contigo.
Envíame, que estoy dispuesto.
Pon en mi camino gentes, tierras, historias,
vidas heridas y sedientas de ti.
No admitas un 'no' por respuesta
Envíame; a los míos y a los otros,
a los cercanos y a los extraños
a los que te conocen y a los que sólo te sueñan
y pon en mis manos tu tacto que cura.
en mis labios tu verbo que seduce;
en mis acciones tu humanidad que salva;
en mi fe la certeza de tu evangelio.
Envíame, con tantos otros que, cada día,
convierten el mundo en milagro.

 

 

El valor de un centavo

       Susana Rangel 

¿Cuánto vale un centavo? Para muchos… nada. Pero para él, fue el inicio de una fortuna. Esto pasó en Malasia, en los años noventa.
Un joven trabajaba en un banco. Tenía talento, ambición… y un ojo agudo para los detalles. Y un día, se dio cuenta de algo que nadie más veía: Cada vez que un cliente hacía una transferencia, el sistema redondeaba hacia abajo.
¿El resultado? Pequeños centavos desaparecían. Uno por aquí, otro por allá. Nadie los reclamaba. Nadie los extrañaba. Pero él sí. Y entonces… tuvo una idea.
Creó un programa que tomaba todos esos centavos “perdidos” y los enviaba directo a una cuenta secreta. Su cuenta. No le robaba a una persona… Le robaba al sistema. Un centavo por operación. Miles de operaciones por día. Millones por año.
Pasaron semanas. Meses. Y su cuenta creció tanto… que acumuló más de 10 millones de ringgits (equivalente a millones de dólares hoy).
Y nadie sospechaba. Hasta que una auditoría lo cambió todo. Descubrieron el fraude. Lo arrestaron.
Y aunque el escándalo fue enorme… hasta hoy, nadie sabe dónde quedó todo ese dinero.

Moraleja: No todos los ladrones usan máscaras. A veces, usan traje y saben programar. Porque incluso lo que tú consideras “insignificante”… puede ser el oro de alguien más.


jueves, 3 de julio de 2025

Como el apóstol Tomás

          José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.
Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.

Lavar los platos

          Leonardo Cirbián·

Durante un almuerzo entre amigos, en la casa de uno de ellos, la charla fluía entre risas y anécdotas. Al terminar de comer, uno de los amigos, llamado Andrés, tomó su servilleta y dijo con naturalidad:
— Bueno, voy a lavar los platos.
Uno de los presentes, Ernesto, lo miró sorprendido y soltó una carcajada.
— ¿En serio acabas de decir eso?, preguntó con tono burlón. Dime que fue un chiste…
Andrés lo miró con calma, sin perder la sonrisa.
— No, no es un chiste. Es lo que suelo hacer en casa también.
Ernesto frunció el ceño.
— Pues yo no ayudo a mi mujer. La semana pasada limpié los suelos y ni las gracias me dio. No pienso volver a hacerlo.
Andrés dejó el plato a un lado, se acomodó en la silla y respondió con voz serena:
— Ernesto… yo tampoco “ayudo” a mi esposa.
Los demás amigos enmudecieron por un instante, curiosos por la respuesta.
—Mi esposa no necesita ayuda —continuó Andrés con paciencia—. Lo que necesita es un compañero. Porque somos un equipo. Y en un equipo, las responsabilidades se comparten.
Ernesto lo miraba en silencio.
— No la ayudo a limpiar la casa, agregó Andrés, porque yo también vivo allí. No la ayudo a cocinar, porque yo también como. No la ayudo a lavar los platos, porque yo también los ensucio. No la ayudo con los niños, porque también son mis hijos. No la ayudo a lavar la ropa… porque también es la mía.
Hizo una breve pausa, mirando a los demás con sinceridad.
— No soy un invitado en mi casa. Soy parte de ella. Y no se trata de “ayudar”, como si todo fuera su obligación y yo solo colaborara de vez en cuando. Se trata de compartir la vida, las tareas y el cuidado del hogar. De asumir lo que también me corresponde.
Ernesto se quedó pensativo. Sus palabras le calaron más profundo de lo que esperaba. Los demás amigos también reflexionaron. A veces, las costumbres y las frases que repetimos sin pensar ocultan creencias que necesitan cambiar.

Reflexión:
El verdadero cambio en nuestra sociedad empieza en el hogar. No se trata de “ayudar” a quien comparte la vida con nosotros, sino de comprender que todos tenemos responsabilidades comunes. Porque la casa es un espacio compartido, los hijos son de ambos, el bienestar es un proyecto en equipo, la convivencia se llena de respeto, equidad y amor genuino. El ejemplo que damos en casa será la base para las futuras generaciones. Y en esa base, el compañerismo vale más que mil palabras.

martes, 1 de julio de 2025

El sacrificio de Kimba

Kimba era uno de los elefantes más grandes que había en el Serengeti (Tanzania). Como era el más sabio y el más fuerte, todos lo habían elegido como jefe de la manada.
Kimba siempre estaba atento a cualquier peligro que pudiera aparecer. Conducía la manada a los mejores prados, donde estaban las hierbas más jugosas y las ramas más tiernas. Cuando hacía mucho calor, los llevaba a las mejores charcas de agua y allí bebían y se bañaban llenos de gozo y parsimonia.
Por la noche, era Kimba el que hacía la guardia para que todos pudieran dormir con seguridad. Si surgía algún problema, todos miraban a Kimba; y su serenidad daba tranquilidad a toda la manada. Aunque a decir verdad, había un peligro que a todos aterrorizaba: el hombre blanco. Si algún día llegaban a descubrirles, no dudarían en matarlos para arrancarles sus valiosos colmillos de marfil.
Kimba, día y noche, no dejaba de vigilar. Y siempre que olía la presencia del hombre blanco, conducía la manada a lugar seguro.
Pero un día ocurrió lo inevitable. Un grupo de cazadores descubrió a la manada por sorpresa. Mientras los elefantes se refugiaban en una sabana cercana, junto al río Grumeti, Kimba se enfrentó a los cazadores. Se lanzó corriendo hacia ellos. Y a pesar de los disparos, no se detuvo. Consiguió hacerles huir de momento, pero quedó herido. Con gran dificultad, volvió a donde estaba la manada para tranquilizarlos.
Los cazadores rodearon el bosque. La manada de Kimba no tenía escapatoria. La única salida era por el río Grumeti, pero la corriente era tan fuerte debido a las crecidas de las lluvias que era imposible atravesarlo.
Estaba anocheciendo. Los cazadores acamparon cerca de donde estaban los elefantes atrapados. Cuando saliera el sol acabarían con ellos.
Todos los elefantes miraban angustiados a Kimba, que estaba herido de gravedad. La situación era desesperante. Después de pasar largo rato así, se levantó como pudo y se dirigió hacia un gran árbol que crecía junto al río. Con la cabeza comenzó a empujarlo con todas sus fuerzas. Los demás elefantes comprendieron su idea y le ayudaron a empujar. Tras muchos esfuerzos, el gran árbol cayó atravesando el río, haciendo un puente que unía las dos orillas.
Uno por uno, todos fueron cruzando el río. Cada vez que pasaba un elefante, el árbol crujía más y más. Kimba quedó el último para pasar. Había perdido mucha sangre y apenas tenía fuerzas. En la otra orilla, todos tenían los ojos fijos en él. Como pudo, empezó a cruzar el río. Pero el árbol no resistió más peso y se partió en dos y fue arrastrado por las aguas. Kimba cayó al caudaloso río y murió; pero toda la manada se había salvado gracias a él.
A la mañana siguiente, los cazadores no encontraron ningún elefante en la zona. No podían explicarse lo ocurrido. Tan sólo encontraron un rastro de sangre y los restos de un árbol arrancado.

lunes, 30 de junio de 2025

Uno de cien

        José María R. Olaizola, SJ

Hay noventa y nueve razones para la comodidad,
y una para la inquietud. Y, sin embargo,
es esa única razón la que pone el tiempo en movimiento,
el corazón en estampida, las manos a la obra,
la mente agitada, buscando soluciones,
y los pies corriendo, para alcanzar las simas
donde yace la oveja perdida.
Hay noventa y nueve formas de amor domesticado,
y una de amor sin medida. Y, sin embargo,
es esa pasión infinita la que, como agua desbocada,
se lleva por delante resistencias y apatía,
la que desatasca los reductos cerrados del alma,
la que convierte la quietud en energía.
Hay noventa y nueve palabras huecas
y una Palabra viva. Pero es esa única Palabra,
acampada entre nosotros, la que le da sentido a todo.
Basta con escucharla.
Y así, con una razón, una pasión y una Palabra,
nos envías al camino. Allá vamos, pues…

sábado, 28 de junio de 2025

Al Corazón de María

    Liturgia de las Horas

Lucero del alba,
luz de mi alma,
santa María.
Virgen y Madre,
hija del Padre,
santa María.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo,
santa María.
Amor maternal
del Cristo total,
santa María. Amén.

El secreto de la vida

           Leonardo Cirbián

Una tarde tranquila, mientras el sol caía lentamente sobre el campo, un padre y su hijo caminaban de regreso a casa después de recoger leña. Iban en silencio, pero el niño, con su mirada curiosa, no pudo evitar preguntar:
— Papá, ¿alguna vez me vas a contar cuál es el secreto de la vida?
El padre lo miró con una sonrisa y dijo con calma:
— Te lo diré… cuando cumplas doce años.
El niño lo miró sorprendido.
— ¿Por qué hasta los doce?
— Porque quiero que lo recuerdes, hijo. Y para eso, necesitas estar listo para entenderlo.
El tiempo pasó. Los años fueron llenando al niño de nuevas experiencias, aprendizajes y preguntas. Pero aquella promesa del padre nunca se borró de su memoria.
Finalmente, llegó el tan esperado día: el niño cumplió doce años. Entre risas, juegos y abrazos, sopló las velas de su pastel, y cuando todo se calmó, se acercó a su padre con ilusión.
— Papá, ¿ya me puedes contar el secreto de la vida?
El padre sonrió y le acarició la cabeza.
— Claro que sí, hijo… pero será mañana por la mañana. Quiero que empieces tu día con esa enseñanza.
Al amanecer, apenas la luz entraba por la ventana, el niño se levantó corriendo, fue hasta donde estaba su padre y dijo con emoción:
— ¡Papá, es hoy! ¡Dijiste que hoy me dirías el secreto!
El padre, que ya lo esperaba con una taza de café caliente, lo miró con ternura.
— Está bien, pero antes… prométeme que lo vas a recordar siempre. Y que no se lo vas a contar a cualquiera. Hay que vivirlo para entenderlo.
— Lo prometo, respondió el niño, serio.
—Entonces escucha bien, hijo…, dijo el padre, con tono firme: La vaca no da leche.
El niño parpadeó, confundido.
— ¿Cómo que no? ¿Y entonces de dónde sale?
El padre se agachó, lo miró a los ojos y dijo:
— La vaca no da leche. Hay que ir a buscarla. Tienes que levantarte temprano, caminar hasta el corral, atarla bien, sentarte con el pozal, y hacer el trabajo de ordeñar. Solo entonces tendrás leche.
— ¿Y ese es el secreto?
— Sí, hijo. El secreto de la vida es ese: nada se consigue sin esfuerzo. La felicidad, los logros, los sueños… nada llega solo. La vida no te da las cosas porque las deseas. Tienes que salir a buscarlas. Tienes que trabajar, insistir, fallar y volver a intentar. Tienes que cansarte y, a veces, empezar de cero.
El niño asintió, más pensativo que antes. El padre sonrió y concluyó:
— Así que ya sabes… si un día quieres tener algo valioso, no esperes que te lo den. Porque las vacas… no dan leche. Tienes que ordeñarlas.

Reflexión final: Nada grande se construye con atajos. Las metas no se logran con deseos, sino con decisiones. La disciplina, el trabajo diario y la voluntad de seguir adelante son los verdaderos secretos de quienes alcanzan lo que sueñan. La vida es generosa, pero no regala. Es el esfuerzo lo que convierte lo imposible en realidad. Así que no esperes que las cosas lleguen por sí solas. Levántate, lucha, trabaja con propósito…
Y recuerda siempre: Las vacas no dan leche. Tienes que ordeñarlas.

martes, 24 de junio de 2025

Himno a san Juan Bautista

 

Profeta de soledades, labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras y para gritar verdades.
Desde el vientre escogido, fuiste tú el pregonero,
para anunciar al mundo la presencia del Verbo.
El desierto encendido fue tu ardiente maestro,
para allanar montañas y encender los senderos.
Cuerpo de duro roble, alma azul de silencio;
miel silvestre de rocas y un jubón de camello.
No fuiste, Juan, la caña tronchada por el viento;
sí la palabra ardiente tu palabra de acero.
En el Jordán lavaste al más puro Cordero,
que apacienta entre lirios y duerme en los almendros.
En tu figura austera se esperanzó tu pueblo:
para una raza nueva abriste cielos nuevos.
Sacudiste el azote ante el poder soberbio;
y, ante el Sol que nacía, se apagó tu lucero.
Por fin, en un banquete y en el placer de un ebrio,
el vino de tu sangre santificó el desierto.
Profeta de soledades, labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras y para gritar verdades. Amén.

Paseando por el parque

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo por los jardines del campus con un profesor, a quien los alumnos consideraban un buen amigo debido a su bondad para con todos. Mientras caminaban, vieron encima de un banco, de los jardines, un par de zapatos viejos y un abrigo. Supusieron que pertenecían al anciano que trabajaba en el jardín y que estaría por a punto de terminar sus labores.
El alumno dijo al profesor:
— Vamos a gastarle una broma. Escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.
— Querido amigo, le dijo el profesor, nunca debemos divertirnos a expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.
Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre, terminó sus tareas del día, y cruzó el jardín en busca de sus zapatos y su abrigo.
Una vez que se hubo puesto el abrigo, deslizó el pie derecho en un zapato, pero al sentir algo dentro, cogió el zapato con la mano para ver qué era, y encontró una moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado. Miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. Guardó la moneda en el bolsillo del abrigo y se puso el otro zapato. Su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.
En ese momento cayó de rodillas y levantando los ojos al cielo expresó una oración de agradecimiento en voz alta…; en ella se le oía hablar de su esposa enferma y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida hoy podrían comer algo.
El estudiante quedó profundamente conmovido y se le llenaron los ojos de lágrimas.
— Ahora, dijo el profesor, ¿no estás más contento que si le hubieras gastado una broma?
El joven respondió:
— Usted me ha enseñado una doble lección que jamás olvidaré: “Nunca es bueno reírse de los demás” y “es mejor dar que recibir”.

sábado, 21 de junio de 2025

Dios es música

        José María Rodríguez Olaizola SJ

Un canto vibrante, exquisito. A ratos imperceptible,
como un hilo tenue que apenas advertimos.
A ratos arrollador como una ola que avanza, majestuosa,
inundando cada resquicio con su fragor.
Es himno sagrado, tonada envolvente, convergencia de melodías
que se abrazan para describir el amor y la justicia,
la reconciliación y la paz.
Armonía en construcción en la que un día encajará
todo lo hermoso, lo bueno, lo justo.
Nos rodea, nos cautiva, nos espera y nos llama,
nos invade y nos sana.
Solo hay que sumar la propia voz,
con matices y color único,
y empezar a cantar la verdad desnuda,
para hacerse música con Dios.

Llorar es humano

— Papá, ¿me prometes que no te enfadarás si te digo algo?".
— ¿Qué es?
— No, primero tienes que prometer.
— Ok, no me enfado, lo prometo.
— Hoy lloré frente a toda la clase.
— Y, ¿por qué?
— Porque la maestra me dijo que no hice bien la tarea, y me hizo llorar.
— Y, ¿crees que debería enfadarme por esto?
— Mis amigos dicen que llorar es estúpido, que solo lloran los niños débiles.
— Pero, ¿sabías que habías hecho mal la tarea?
— No, pensé que era justo. La hice con mamá ayer.
— Entonces escúchame bien. Hay dos cosas que te voy a decir, y tendrás que recordarlas por siempre. Prométeme que no las olvidarás.
— Ok, papá, lo prometo.
— Primero: ¡Estoy orgulloso de ti! Saber que sabes llorar es una bendición, las lágrimas no son algo malo, son algo maravilloso, créeme, llorar no es para nada estúpido. Si lloras, significa que estás sintiendo emociones, que estás vivo, que no eres una marioneta de madera sin ningún sentimiento, y apuesto a que tus amigos también habrán llorado infinidad de veces, aunque quieran hacerte creer lo contrario. Así que, llora cada vez que quieras, todos lloran, y muy importante, nunca te avergüences de tus lágrimas, ellas son parte de ti. A menudo son las lágrimas las que te hacen sentir mejor cuando estás enfermo, cuando te duele aquí, justo dentro del corazón.
— ¿Y lo segundo?
— Equivocarse es normal. Hacer mal las cosas es normal. ¿Sabes que mamá, y yo también, nos hemos equivocado muchas veces? Es de los errores que aprendes, nunca aprenderás nada de hacer las cosas bien, siempre de una manera correcta. ¡Siéntete siempre libre de equivocarte!
Así que, no me voy a enfadar porque tú y mamá se equivocaron al hacer la tarea, y no me enfadaré porque lloraste, al contrario, ¡estoy feliz! Amo a los niños que se convirtieron en adultos y que todavía saben llorar... Además, saben que tienen derecho a equivocarse. Errar es de humanos, llorar de valientes, así que levanta la cara y enfrenta la vida tal cual...

viernes, 20 de junio de 2025

Tú eres mi tesoro

             Adaptación de una plegaria de Florentino Ulibarri

Cuando te has olvidado de ti mismo,
cuando te has agotado en el servicio a los últimos,
cuando has vencido la tentación de cualquier apego,
cuando has aceptado el sufrimiento como compañero,
cuando has sabido perder,
cuando ya no pretendes ganar,
cuando has compartido lo que tú necesitabas,
cuando te has arriesgado por el pobre,
cuando has enjugado las lágrimas del inocente,
cuando has rescatado a alguien de su infierno,
cuando te has introducido en el corazón del mundo,
cuando has puesto tu voluntad en las manos de Dios,
cuando te has purificado de tu orgullo,
cuando te has vaciado de tanto acopio superfluo,
cuando te sientes herido...
brilla en ti, gratis, la luz de Dios,
sientes su presencia irradiando frescura primaveral,
y su perfume te envuelve y reanima.
Ya no necesitas otros tesoros.
Dios te acompaña, te habla, te protege.
Te sientes esponjado en un mar de dicha...
Es el mejor tesoro, que se te ofrece gratis,
para que disfrutes ya lo presente,
para que lo compartas con tus hermanos;
y camines firme y sin temor.

Regalos de Dios

Anoche tuve un sueño raro: En la plaza comercial de la ciudad, habían abierto una tienda nueva. El rótulo decía: “Regalos de Dios”.
Entré, un ángel atendía a los clientes. Yo, asombrado, le pregunté:
— ¿Qué es lo que vendes Ángel del Señor?
— Vendo cualquier Don de Dios
— ¿Cobras muy caro?
— No, los Dones de Dios los damos gratis.
Miré los grandes estantes; estaban llenos de vasijas de amor, frascos de fe, costales de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía la necesidad de todas aquellas cosas, me armé de valor y le dije al ángel:
— Dame, por favor, bastante Amor de Dios Dame perdón de Dios, Un costal de Esperanza, Un frasco de fe y Una caja de Salvación.
Mucho me sorprendí cuando vi que el ángel de todo lo que yo le había pedido, me había hecho un solo paquete; y el paquete estaba ahí en el mostrador, un paquete tan pequeño como el tamaño de mi corazón.
— ¿¡Será posible!? -pregunté- ¿eso es todo?
El ángel me explicó:
— Es todo Dios nunca da frutos maduros; él solo da pequeñas semillas que cada quien debe cultivar.

domingo, 15 de junio de 2025

Himno a la Trinidad

El Dios uno y trino, misterio de amor,
habita en los cielos y en mi corazón.
Dios escondido en el misterio,
como la luz que apaga estrellas;
Dios que te ocultas a los sabios,
y a los pequeños te revelas.
No es soledad, es compañía.
es un hogar tu vida eterna,
es el amor que se desborda
de un mar inmenso sin riberas.
Padre de todos, siempre joven,
al Hijo amado eterno que engendras,
y el Santo Espíritu procede
como el Amor que a los dos sella.
Padre, en tu gracia y tu ternura,
la paz, el gozo y la belleza,
danos ser hijos en el Hijo
y hermanos todos en tu Iglesia.
Al Padre, al Hijo y al Espíritu,
acorde melodía eterna,
honor y gloria por los siglos
canten los cielos y la tierra.

La tía Purita

Hace años conocí a una mujer muy especial: “la tía Purita”. Era una mujer enormemente sacrificada y alegre. Siempre tenía la sonrisa en la boca, y parecía que no tenía que hacer ningún esfuerzo cuando de ayudar a los demás se trataba.
Recuerdo que hacía pocos años se había hecho cargo de cinco niños pequeños y del padre de éstos, que era al mismo tiempo su cuñado, cuando una leucemia arrebató a la joven madre y esposa.
Entonces la tía Purita, que estudiaba el último año de medicina y tenía un novio con el que estaba a punto de casarse, abandonó todo para encargarse de aquellos niños y de su cuñado desarbolado por la situación. Dejó su vida, dejó su futuro, puso de lado su amor, y se entregó a otro amor menos personal y más sacrificado.
Recuerdo que había en aquella mujer algo que me desconcertaba; una extraña mezcla de cariño y distancia. Se volcaba en atender a sus sobrinos, pero guardaba siempre una especie de distancia, que hacía que se la amase siempre con “reparos”. Para muchos del pueblo pasó a ser una solterona con buen corazón.
Tuvieron que pasar muchos años y tuve que ser yo ya sacerdote para que un día me confesase que era sincera a la hora de querer y hacía de actriz al mantener la distancia. Porque -me explicó ella:
— Una tía debe suplir a una madre, pero nunca sustituirla.
Descubrí que la tía Purita tenía miedo a que, sobre todo los pequeños, llegaran un día a quererla tanto que olvidasen a su madre muerta. Y se entregó a aquella especie de doble “comedia” en la que, al mismo tiempo, mantenía el fuego sagrado del amor en la casa, pero dirigía las mejores llamas hacia la madre ausente. Había descubierto que su vocación era actuar en esta vida como una “suplente”.
El ejemplo de esta mujer fue para mí una gran enseñanza. Aprendí mucho de ella, pues sabía muy bien que nosotros debíamos vivir esa misma “comedia”: transmitir a las gentes el amor de Cristo, cuidando mucho de que dirigieran su amor hacia la fuente y no hacia el mensajero, hacia el Cristo.

sábado, 14 de junio de 2025

«¿Me quieres?»

        José María Rodríguez Olaizola

Sabes que te quiero, por mal que lo muestre.
Quizás sea el mío un afecto a medias, roto e inseguro.
Todavía ignoro que el amor no escatima
y la entrega no admite medianías.
Pero tú, Señor, lo sabes,
sabes que te quiero con todas mis luchas.
Prometo y olvido, ofrezco y esquivo, te alejo y te sigo.
No puedo jactarme de pasión por ti,
yo que te he negado de tantas maneras.
No presumiré de ser tu discípulo,
cuando aún me resisto a cargar tu cruz.
Y, con todo, amigo, esta pobre llama
que a veces avivas, me abrasa en la entraña,
más que cualquier fuego de un mundo sin ti.
Sabes que te quiero. Soy yo, quien, quizás,
aún no he comprendido que tu amor lo es todo,
que amarte y seguirte es mi único modo de ser y vivir.

Cenando con otra mujer

Hace un tiempo, después de doce años de matrimonio, mi esposa me dijo algo que no me esperaba:
— Quiero que invites a otra mujer a cenar… y al cine.
Me quedé en shock. Pero ella enseguida aclaró:
— Te amo, pero sé que hay otra mujer que también te quiere muchísimo… y que merece pasar una tarde contigo.
Se refería a mi mamá. Llevaba ya diecinueve años viuda. Y entre el trabajo, la casa y nuestros tres hijos, casi no encontraba tiempo para verla.
Esa misma noche le hablé por teléfono:
— Mamá, pensé que tal vez te gustaría salir conmigo a cenar… y a ver una película.
— ¿Pasó algo? ¿Estáis bien?, me preguntó de inmediato, con ese tono preocupado. Mi mamá es de esas que cuando suena el teléfono tarde… espera malas noticias.
— Todo bien, mamá. Solo quiero pasar un rato contigo.
Se quedó callada. Luego dijo con voz bajita:
— Hace mucho que soñaba con eso...
El viernes salí del trabajo y pasé por ella. Cuando llegué, ya me estaba esperando en la puerta de su casa. Tenía un abrigo sobre los hombros, su cabello recogido con cuidado y vestía ese vestido que guardaba desde su aniversario de bodas con mi papá.
— Les conté a mis amigas que iría a cenar con mi hijo. ¡Estaban impresionadas!, dijo sonriendo mientras se subía al coche.
Cenamos en un restaurante acogedor. Caminaba tomada de mi brazo como si fuera la primera dama. Yo le leía el menú, porque sus ojos ya no alcanzaban a ver las letras pequeñas. Ella solo sonreía con nostalgia.
— Antes yo te leía los menús cuando eras chiquito, me dijo con ternura.
— Hora de devolver con cariño todo lo que me diste, le respondí.
La cena fue tranquila, llena de esas pláticas sencillas que calientan el alma. Hablamos de todo: de la vida, de recuerdos, de tonterías y de cosas profundas. Estuvimos tan metidos en la conversación… que llegamos tarde al cine. Al llevarla de vuelta a casa, me dijo:
— La próxima vez yo te invito. Y yo pago, ¿eh?
— Trato hecho, le sonreí.
— ¿Cómo te fue?, me preguntó mi esposa al volver.
— Mejor de lo que imaginé, le contesté.
Unos días después… mi mamá falleció. De manera repentina. Ya no tuve oportunidad de hacer nada más por ella.
Días después, recibí un sobre. Dentro había una copia del recibo del restaurante… y una nota escrita con su letra: “Pagué por adelantado nuestra segunda cena. No sabía si iba a poder volver a salir contigo, pero por si acaso… pagué para dos: para ti y tu esposa. No sé cómo explicarte lo que significó esa noche para mí. Hijo, te amo con todo mi corazón.”

REFLEXIÓN: Cuida a tus padres. Son los que te aman de verdad, que se alegran con tus logros y sufren en silencio cuando algo te duele. No los recuerdes solo en su cumpleaños o en Navidad. Porque algún día… puede ser demasiado tarde.

domingo, 8 de junio de 2025

Himno de Pentecostés

¡El mundo brilla de alegría!
¡Se renueva la faz de la tierra!
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.

El girasol

        Cuento alemán

Dos gallinitas paseaban por el corral. Encontraron dos semillas.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Dorada, ya he comido y no quiero más.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Roja, yo tampoco quiero, vamos a esconderlas.
Cresta Dorada escondió su semilla en una cajita vacía. Cresta Roja hizo un hoyito al lado de la tapia y puso allí la semilla. Apenas tapó el hoyito con tierra, empezó a llover.
-¡Co - co - co!, rió Cresta Dorada, se mojará tu semilla. ¡Mira cómo la has escondido! Da risa.
Cresta Roja quiso responder, pero prefirió callar.
Pasó el verano, llegó el otoño, crecieron las gallinitas, se convirtieron en hermosos gallos.
- ¡Co - co - co!,gritó Cresta Dorada, comeré mi semillita que guardé en la cajita. Lástima que es solo una, no me llenará.
También iré a comer, sonrió Cresta Roja, y se acercó a la tapia donde había enterrado la semillita.
Allí había crecido un gran girasol y en lugar de una, tenía muchas semillitas.
- iVenid!, gritó Cresta Roja.
Invitó a gallinas, pollitos, patitos... convidó a todos a semillas, hubo para todos y hasta sobraron.

domingo, 1 de junio de 2025

¡Déjanos la puerta abierta, Señor!

    J. Leoz

Para gozar contigo, en la presencia de Dios cantando
y proclamando con los ángeles y mil coros celestiales,
que eres Santo y Dios, Dios y Santo,
eternamente santo por los siglos de los siglos.
Y, después de entrar Tú en el reino de los cielos,
Comprender esperando que, un día también nosotros,
tendremos un lugar en algún rincón eterno
Y, al contemplar la grandeza de Dios,
festejar, en la gloria de ese inmenso cielo,
que ha merecido la pena ser de los tuyos
permanecer firmes en tus caminos
guardar tu nombre y tu memoria
meditar tu Palabra y tu mensaje
soñar con ese mundo tan diferente al nuestro
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Que no la cierre el viento del camino fácil
Que no la empuje nuestra falta de fe
Que no la obstruya nuestro afán de tener aquí
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Para vivir y morar contigo
Para amar y vivir junto a Dios
Para sentir el soplo eterno del Espíritu
Para gozar en el regazo de María Virgen
¡No nos cierres la puerta del cielo, Señor!

El vendedor de globos

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda uno pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un Circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado al pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los euros que sus padres les habían regalado.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por sus tamaños. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían comprar alguno.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y entretenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de un aire liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba a aquel globo, que trepaba y trepaba rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el Oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño que lo vio lo señaló con el dedo y gritó:
-¡Mira, mamá, un globo!
Inmediatamente fueron varios más los que lo vieron y lo señalaron a sus chicos y a los más cercanos. Pe-ro para entonces el vendedor había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver cómo un globo perseguía al otro en su subida al cie-lo.
Para completar la cosa el vendedor soltó otros dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de pequeños lo rodeara y pidiendo a gritos que su mamá o su papá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos, porque realmente tenía globos de todas las formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que, imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente y rehusó cogerlo.
- Te lo regalo, pequeño, le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo cogiera.
Pero el niño negro de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño qué era entonces lo que le entristecía y el negrito le contestó en forma de pregunta:
- Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene allí, ¿subirá tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Agarró un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:
- Haz tú mismo la prueba. Suéltalo y verás cómo también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
- Mira, pequeño, lo que hace subir al globo no es la forma ni el color, sino lo que tiene dentro.

sábado, 31 de mayo de 2025

Himno a la Visita de María a Isabel

Y salta el pequeño Juan
en el seno de Isabel.
Duerme en el tuyo Jesús.
Todos se salvan por él.
Cuando el ángel se alejó,
María salió al camino.
Dios ya estaba entre los hombres.
¿Cómo tenerle escondido?
Ya la semilla de Dios
crecía en su blando seno.
Y un apóstol no es apóstol
si no es también mensajero.
Llevaba a Dios en su entraña
como una preeucaristía.
¡Ah, qué procesión del Corpus
la que se inició aquel día!
Y, al saludar a su prima,
Juan en el seno saltó.
Que Jesús tenía prisa
de empezar su salvación.
Desde entonces, quien te mira
siente el corazón saltar.
Sigues salvando, Señora,
a quien te logre encontrar.

Elige ser feliz

Era una tarde tranquila. En un amplio salón decorado con luces suaves y sillas en orden, las parejas comenzaban a ocupar sus lugares para asistir a un seminario sobre relaciones. Se respiraba un aire de respeto, curiosidad… y en algunos rostros, la esperanza de encontrar respuestas.
El conferenciante, un hombre de mediana edad con voz clara y presencia amable, tomó el micrófono y saludó con una sonrisa.
— Buenas tardes a todos. Gracias por estar aquí, dispuestos a crecer juntos.
El público respondió con un aplauso cálido. Poco después, el conferenciante se paseó entre las filas y de pronto se detuvo frente a una pareja sentada de la mano en la segunda fila.
— Señorita -dijo con cortesía, mirando a la mujer-, ¿su marido la hace feliz?
El esposo, al oír la pregunta, se acomodó con confianza. Estaba seguro de la respuesta. Ella nunca se quejaba, eran cordiales, llevaban años juntos. Su rostro mostraba serenidad.
La mujer lo miró de reojo… y respondió con calma:
— No…, no me hace feliz.
El salón entero se quedó en silencio. El esposo la miró sorprendido, con un nudo en el pecho que no supo cómo explicar. Pero antes de que alguien pudiera decir algo, ella continuó:
— No me hace feliz…, porque yo soy feliz.
Hubo un murmullo leve en la sala. La mujer, miró al conferenciante y dijo con firmeza:
— Mi felicidad no depende de él. Depende de mí. Yo decido ser feliz cada día, sin importar lo que pase a mi alrededor. Si mi felicidad dependiera de otra persona, o de si me dicen lo que quiero escuchar, o de si el día es soleado o lluvioso, entonces estaría atrapada. Y eso… no es felicidad. Eso es dependencia emocional.
Hizo una pausa, respiró profundamente y añadió:
— He aprendido que la vida está llena de altibajos. Por eso, he decidido aprender a perdonar, a ser paciente, a escuchar sin interrumpir… A sonreír incluso cuando las cosas no salen como quisiera. A no permitir que el clima, el dinero, la rutina o las decepciones apaguen mi paz interior.
El conferenciante la miró con respeto, y con voz reflexiva agregó:
— Muchas veces escuchamos frases como: “No soy feliz porque estoy enfermo…”, o “no puedo ser feliz porque alguien me falló, porque alguien no me ama…” -hizo una pausa y miró a la sala entera- Pero lo cierto es que sí puedes ser feliz, incluso cuando las cosas no estén bien. Porque la felicidad no depende de lo que ocurre fuera… sino de cómo eliges vivir lo que ocurre.
La mujer asintió, y con una sonrisa serena concluyó:
— La vida es como una bicicleta: te caes solo si dejas de pedalear. Y yo he decidido no dejar de avanzar.
El salón entero estalló en aplausos.
Reflexión final:
La felicidad no es un regalo que alguien te entrega. Es una elección que haces todos los días, incluso en medio de la incertidumbre. No pongas tu bienestar en manos ajenas. No le des al mundo el poder de apagar tu luz. Porque la vida seguirá teniendo altibajos, errores, momentos duros… pero si eliges seguir pedaleando, seguir sonriendo, seguir creyendo, entonces descubrirás que la felicidad no está en lo que te pasa, sino en cómo decides responder a ello.
Elige ser feliz. Porque esa decisión… cambia tu mundo.

viernes, 30 de mayo de 2025

Si me amas...

       Rezando voy

Si me amas, cumplirás mi palabra,
mi Padre te amará, vendremos a ti en ti habitaremos.
Quien no me ama no cumple mis palabras.
La palabra que me has oído no es mía, sino del Padre que me envió.
Te cuento esto mientras estoy contigo.
El valedor, el Espíritu Santo que enviará mi Padre en mi nombre,
te lo enseñará todo y te ayudará a recordar mis enseñanzas.
Te dejo mi paz, te doy mi paz. No como la da el mundo.
No te turbes, y no tengas miedo.
De una manera, me voy, pero volveré a hacerme presente en tu vida.
Porque me amas, alégrate de que vaya al Padre, que es más que yo.
Y cuando esto suceda, cuando no me sientas tan cerca,
cuando parezca callar, acuérdate de estas palabras,
siente que estoy contigo, y cree.

Los clavos del enfado

       Leonardo Cirbián

Una tarde, al regresar de la escuela, un niño entró a su casa con el rostro rojo de furia. Caminó con pasos fuertes hasta el comedor, donde su padre leía el periódico, y sin contenerse, gritó:
— ¡Papá, no aguanto tanta rabia! ¡Hoy insulté a una compañera en clase y me echaron del aula!
El padre bajó el periódico con calma. No levantó la voz, ni lo regañó de inmediato. Lo miró con atención, notando la mezcla de enfado y frustración en los ojos de su hijo.
— Acompáñame al patio -le dijo con voz firme, pero serena.
El niño lo siguió en silencio. Una vez allí, el padre fue al cobertizo y regresó con una bolsa de clavos y un martillo. Señaló una vieja cerca de madera que rodeaba el jardín.
— Hijo -dijo el padre mientras le entregaba la bolsa-, cada vez que sientas enojo, cada vez que no puedas controlar tus palabras o tus impulsos… quiero que tomes un clavo de esta bolsa y lo claves en esta cerca.
El niño lo miró confundido, pero asintió. Ese primer día, su rabia todavía lo dominaba. Sin entender del todo el propósito, descargó su enojo clavando con fuerza cuarenta clavos en la madera.

Los días pasaron. El niño continuaba con el ejercicio. A veces eran veinte clavos, otras diez. Poco a poco, con esfuerzo y reflexión, comenzó a detenerse antes de estallar. A respirar antes de hablar. A pensar antes de actuar.
Pasadas unas semanas, una tarde llegó a casa con una sonrisa y corrió hacia su padre.
— ¡Papá! ¡Hoy no me he enfadado ni una sola vez! -exclamó con orgullo.
El padre le sonrió con calidez y respondió:
— Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Ahora quiero que hagas otra cosa: por cada día que logres mantener la calma, ve y quita uno de los clavos que clavaste.
El niño obedeció con entusiasmo. Día tras día, iba al patio y sacaba un clavo. El proceso fue largo, pero constante. Hasta que finalmente, un atardecer, volvió a buscar a su padre.
— ¡Papá! ¡He sacado todos los clavos!
El padre lo tomó de la mano, lo llevó frente a la cerca y le señaló la madera.
— Hiciste un gran trabajo. Has aprendido a controlar tu carácter y eso es valioso. Pero mira bien esta cerca…
El niño observó detenidamente. Aunque los clavos ya no estaban, la madera había quedado llena de agujeros.
— Estas marcas que ves -explicó el padre con voz pausada- son como las que dejan nuestras palabras cuando nos dejamos llevar por la ira. Puedes sacar el clavo… puedes pedir perdón… pero las heridas quedan, hijo. Y a veces, aunque sanen, no desaparecen del todo.
El niño bajó la mirada, conmovido.
— Entonces… aunque yo no lo quiera, puedo herir a alguien -dijo en voz baja.
— Exactamente -respondió el padre-. Por eso es tan importante aprender a cuidar lo que decimos, sobre todo cuando estamos enfadados. Porque el enfado pasa… pero lo que dijiste en ese momento, puede quedarse para siempre en el corazón de alguien más.
Reflexión final:
Aprender a dominar la ira es una de las mayores señales de crecimiento emocional. No se trata solo de evitar gritar o pelear, sino de proteger a quienes amamos de heridas que no siempre se ven, pero que duelen profundamente.
Las palabras pueden marcar más que los golpes. Y aunque el perdón sane, las cicatrices quedan.
Piensa antes de hablar. Respira antes de reaccionar. Porque las personas que más queremos merecen lo mejor de nosotros, incluso en nuestros peores días.