jueves, 3 de julio de 2025

Como el apóstol Tomás

          José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo. Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.
Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.

Lavar los platos

          Leonardo Cirbián·

Durante un almuerzo entre amigos, en la casa de uno de ellos, la charla fluía entre risas y anécdotas. Al terminar de comer, uno de los amigos, llamado Andrés, tomó su servilleta y dijo con naturalidad:
— Bueno, voy a lavar los platos.
Uno de los presentes, Ernesto, lo miró sorprendido y soltó una carcajada.
— ¿En serio acabas de decir eso?, preguntó con tono burlón. Dime que fue un chiste…
Andrés lo miró con calma, sin perder la sonrisa.
— No, no es un chiste. Es lo que suelo hacer en casa también.
Ernesto frunció el ceño.
— Pues yo no ayudo a mi mujer. La semana pasada limpié los suelos y ni las gracias me dio. No pienso volver a hacerlo.
Andrés dejó el plato a un lado, se acomodó en la silla y respondió con voz serena:
— Ernesto… yo tampoco “ayudo” a mi esposa.
Los demás amigos enmudecieron por un instante, curiosos por la respuesta.
—Mi esposa no necesita ayuda —continuó Andrés con paciencia—. Lo que necesita es un compañero. Porque somos un equipo. Y en un equipo, las responsabilidades se comparten.
Ernesto lo miraba en silencio.
— No la ayudo a limpiar la casa, agregó Andrés, porque yo también vivo allí. No la ayudo a cocinar, porque yo también como. No la ayudo a lavar los platos, porque yo también los ensucio. No la ayudo con los niños, porque también son mis hijos. No la ayudo a lavar la ropa… porque también es la mía.
Hizo una breve pausa, mirando a los demás con sinceridad.
— No soy un invitado en mi casa. Soy parte de ella. Y no se trata de “ayudar”, como si todo fuera su obligación y yo solo colaborara de vez en cuando. Se trata de compartir la vida, las tareas y el cuidado del hogar. De asumir lo que también me corresponde.
Ernesto se quedó pensativo. Sus palabras le calaron más profundo de lo que esperaba. Los demás amigos también reflexionaron. A veces, las costumbres y las frases que repetimos sin pensar ocultan creencias que necesitan cambiar.

Reflexión:
El verdadero cambio en nuestra sociedad empieza en el hogar. No se trata de “ayudar” a quien comparte la vida con nosotros, sino de comprender que todos tenemos responsabilidades comunes. Porque la casa es un espacio compartido, los hijos son de ambos, el bienestar es un proyecto en equipo, la convivencia se llena de respeto, equidad y amor genuino. El ejemplo que damos en casa será la base para las futuras generaciones. Y en esa base, el compañerismo vale más que mil palabras.

martes, 1 de julio de 2025

El sacrificio de Kimba

Kimba era uno de los elefantes más grandes que había en el Serengeti (Tanzania). Como era el más sabio y el más fuerte, todos lo habían elegido como jefe de la manada.
Kimba siempre estaba atento a cualquier peligro que pudiera aparecer. Conducía la manada a los mejores prados, donde estaban las hierbas más jugosas y las ramas más tiernas. Cuando hacía mucho calor, los llevaba a las mejores charcas de agua y allí bebían y se bañaban llenos de gozo y parsimonia.
Por la noche, era Kimba el que hacía la guardia para que todos pudieran dormir con seguridad. Si surgía algún problema, todos miraban a Kimba; y su serenidad daba tranquilidad a toda la manada. Aunque a decir verdad, había un peligro que a todos aterrorizaba: el hombre blanco. Si algún día llegaban a descubrirles, no dudarían en matarlos para arrancarles sus valiosos colmillos de marfil.
Kimba, día y noche, no dejaba de vigilar. Y siempre que olía la presencia del hombre blanco, conducía la manada a lugar seguro.
Pero un día ocurrió lo inevitable. Un grupo de cazadores descubrió a la manada por sorpresa. Mientras los elefantes se refugiaban en una sabana cercana, junto al río Grumeti, Kimba se enfrentó a los cazadores. Se lanzó corriendo hacia ellos. Y a pesar de los disparos, no se detuvo. Consiguió hacerles huir de momento, pero quedó herido. Con gran dificultad, volvió a donde estaba la manada para tranquilizarlos.
Los cazadores rodearon el bosque. La manada de Kimba no tenía escapatoria. La única salida era por el río Grumeti, pero la corriente era tan fuerte debido a las crecidas de las lluvias que era imposible atravesarlo.
Estaba anocheciendo. Los cazadores acamparon cerca de donde estaban los elefantes atrapados. Cuando saliera el sol acabarían con ellos.
Todos los elefantes miraban angustiados a Kimba, que estaba herido de gravedad. La situación era desesperante. Después de pasar largo rato así, se levantó como pudo y se dirigió hacia un gran árbol que crecía junto al río. Con la cabeza comenzó a empujarlo con todas sus fuerzas. Los demás elefantes comprendieron su idea y le ayudaron a empujar. Tras muchos esfuerzos, el gran árbol cayó atravesando el río, haciendo un puente que unía las dos orillas.
Uno por uno, todos fueron cruzando el río. Cada vez que pasaba un elefante, el árbol crujía más y más. Kimba quedó el último para pasar. Había perdido mucha sangre y apenas tenía fuerzas. En la otra orilla, todos tenían los ojos fijos en él. Como pudo, empezó a cruzar el río. Pero el árbol no resistió más peso y se partió en dos y fue arrastrado por las aguas. Kimba cayó al caudaloso río y murió; pero toda la manada se había salvado gracias a él.
A la mañana siguiente, los cazadores no encontraron ningún elefante en la zona. No podían explicarse lo ocurrido. Tan sólo encontraron un rastro de sangre y los restos de un árbol arrancado.

lunes, 30 de junio de 2025

Uno de cien

        José María R. Olaizola, SJ

Hay noventa y nueve razones para la comodidad,
y una para la inquietud. Y, sin embargo,
es esa única razón la que pone el tiempo en movimiento,
el corazón en estampida, las manos a la obra,
la mente agitada, buscando soluciones,
y los pies corriendo, para alcanzar las simas
donde yace la oveja perdida.
Hay noventa y nueve formas de amor domesticado,
y una de amor sin medida. Y, sin embargo,
es esa pasión infinita la que, como agua desbocada,
se lleva por delante resistencias y apatía,
la que desatasca los reductos cerrados del alma,
la que convierte la quietud en energía.
Hay noventa y nueve palabras huecas
y una Palabra viva. Pero es esa única Palabra,
acampada entre nosotros, la que le da sentido a todo.
Basta con escucharla.
Y así, con una razón, una pasión y una Palabra,
nos envías al camino. Allá vamos, pues…

sábado, 28 de junio de 2025

Al Corazón de María

    Liturgia de las Horas

Lucero del alba,
luz de mi alma,
santa María.
Virgen y Madre,
hija del Padre,
santa María.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo,
santa María.
Amor maternal
del Cristo total,
santa María. Amén.

El secreto de la vida

           Leonardo Cirbián

Una tarde tranquila, mientras el sol caía lentamente sobre el campo, un padre y su hijo caminaban de regreso a casa después de recoger leña. Iban en silencio, pero el niño, con su mirada curiosa, no pudo evitar preguntar:
— Papá, ¿alguna vez me vas a contar cuál es el secreto de la vida?
El padre lo miró con una sonrisa y dijo con calma:
— Te lo diré… cuando cumplas doce años.
El niño lo miró sorprendido.
— ¿Por qué hasta los doce?
— Porque quiero que lo recuerdes, hijo. Y para eso, necesitas estar listo para entenderlo.
El tiempo pasó. Los años fueron llenando al niño de nuevas experiencias, aprendizajes y preguntas. Pero aquella promesa del padre nunca se borró de su memoria.
Finalmente, llegó el tan esperado día: el niño cumplió doce años. Entre risas, juegos y abrazos, sopló las velas de su pastel, y cuando todo se calmó, se acercó a su padre con ilusión.
— Papá, ¿ya me puedes contar el secreto de la vida?
El padre sonrió y le acarició la cabeza.
— Claro que sí, hijo… pero será mañana por la mañana. Quiero que empieces tu día con esa enseñanza.
Al amanecer, apenas la luz entraba por la ventana, el niño se levantó corriendo, fue hasta donde estaba su padre y dijo con emoción:
— ¡Papá, es hoy! ¡Dijiste que hoy me dirías el secreto!
El padre, que ya lo esperaba con una taza de café caliente, lo miró con ternura.
— Está bien, pero antes… prométeme que lo vas a recordar siempre. Y que no se lo vas a contar a cualquiera. Hay que vivirlo para entenderlo.
— Lo prometo, respondió el niño, serio.
—Entonces escucha bien, hijo…, dijo el padre, con tono firme: La vaca no da leche.
El niño parpadeó, confundido.
— ¿Cómo que no? ¿Y entonces de dónde sale?
El padre se agachó, lo miró a los ojos y dijo:
— La vaca no da leche. Hay que ir a buscarla. Tienes que levantarte temprano, caminar hasta el corral, atarla bien, sentarte con el pozal, y hacer el trabajo de ordeñar. Solo entonces tendrás leche.
— ¿Y ese es el secreto?
— Sí, hijo. El secreto de la vida es ese: nada se consigue sin esfuerzo. La felicidad, los logros, los sueños… nada llega solo. La vida no te da las cosas porque las deseas. Tienes que salir a buscarlas. Tienes que trabajar, insistir, fallar y volver a intentar. Tienes que cansarte y, a veces, empezar de cero.
El niño asintió, más pensativo que antes. El padre sonrió y concluyó:
— Así que ya sabes… si un día quieres tener algo valioso, no esperes que te lo den. Porque las vacas… no dan leche. Tienes que ordeñarlas.

Reflexión final: Nada grande se construye con atajos. Las metas no se logran con deseos, sino con decisiones. La disciplina, el trabajo diario y la voluntad de seguir adelante son los verdaderos secretos de quienes alcanzan lo que sueñan. La vida es generosa, pero no regala. Es el esfuerzo lo que convierte lo imposible en realidad. Así que no esperes que las cosas lleguen por sí solas. Levántate, lucha, trabaja con propósito…
Y recuerda siempre: Las vacas no dan leche. Tienes que ordeñarlas.

martes, 24 de junio de 2025

Himno a san Juan Bautista

 

Profeta de soledades, labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras y para gritar verdades.
Desde el vientre escogido, fuiste tú el pregonero,
para anunciar al mundo la presencia del Verbo.
El desierto encendido fue tu ardiente maestro,
para allanar montañas y encender los senderos.
Cuerpo de duro roble, alma azul de silencio;
miel silvestre de rocas y un jubón de camello.
No fuiste, Juan, la caña tronchada por el viento;
sí la palabra ardiente tu palabra de acero.
En el Jordán lavaste al más puro Cordero,
que apacienta entre lirios y duerme en los almendros.
En tu figura austera se esperanzó tu pueblo:
para una raza nueva abriste cielos nuevos.
Sacudiste el azote ante el poder soberbio;
y, ante el Sol que nacía, se apagó tu lucero.
Por fin, en un banquete y en el placer de un ebrio,
el vino de tu sangre santificó el desierto.
Profeta de soledades, labio hiciste de tus iras,
para fustigar mentiras y para gritar verdades. Amén.

Paseando por el parque

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo por los jardines del campus con un profesor, a quien los alumnos consideraban un buen amigo debido a su bondad para con todos. Mientras caminaban, vieron encima de un banco, de los jardines, un par de zapatos viejos y un abrigo. Supusieron que pertenecían al anciano que trabajaba en el jardín y que estaría por a punto de terminar sus labores.
El alumno dijo al profesor:
— Vamos a gastarle una broma. Escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.
— Querido amigo, le dijo el profesor, nunca debemos divertirnos a expensas de los pobres. Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.
Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos. El hombre pobre, terminó sus tareas del día, y cruzó el jardín en busca de sus zapatos y su abrigo.
Una vez que se hubo puesto el abrigo, deslizó el pie derecho en un zapato, pero al sentir algo dentro, cogió el zapato con la mano para ver qué era, y encontró una moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado. Miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie. Guardó la moneda en el bolsillo del abrigo y se puso el otro zapato. Su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.
En ese momento cayó de rodillas y levantando los ojos al cielo expresó una oración de agradecimiento en voz alta…; en ella se le oía hablar de su esposa enferma y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida hoy podrían comer algo.
El estudiante quedó profundamente conmovido y se le llenaron los ojos de lágrimas.
— Ahora, dijo el profesor, ¿no estás más contento que si le hubieras gastado una broma?
El joven respondió:
— Usted me ha enseñado una doble lección que jamás olvidaré: “Nunca es bueno reírse de los demás” y “es mejor dar que recibir”.

sábado, 21 de junio de 2025

Dios es música

        José María Rodríguez Olaizola SJ

Un canto vibrante, exquisito. A ratos imperceptible,
como un hilo tenue que apenas advertimos.
A ratos arrollador como una ola que avanza, majestuosa,
inundando cada resquicio con su fragor.
Es himno sagrado, tonada envolvente, convergencia de melodías
que se abrazan para describir el amor y la justicia,
la reconciliación y la paz.
Armonía en construcción en la que un día encajará
todo lo hermoso, lo bueno, lo justo.
Nos rodea, nos cautiva, nos espera y nos llama,
nos invade y nos sana.
Solo hay que sumar la propia voz,
con matices y color único,
y empezar a cantar la verdad desnuda,
para hacerse música con Dios.

Llorar es humano

— Papá, ¿me prometes que no te enfadarás si te digo algo?".
— ¿Qué es?
— No, primero tienes que prometer.
— Ok, no me enfado, lo prometo.
— Hoy lloré frente a toda la clase.
— Y, ¿por qué?
— Porque la maestra me dijo que no hice bien la tarea, y me hizo llorar.
— Y, ¿crees que debería enfadarme por esto?
— Mis amigos dicen que llorar es estúpido, que solo lloran los niños débiles.
— Pero, ¿sabías que habías hecho mal la tarea?
— No, pensé que era justo. La hice con mamá ayer.
— Entonces escúchame bien. Hay dos cosas que te voy a decir, y tendrás que recordarlas por siempre. Prométeme que no las olvidarás.
— Ok, papá, lo prometo.
— Primero: ¡Estoy orgulloso de ti! Saber que sabes llorar es una bendición, las lágrimas no son algo malo, son algo maravilloso, créeme, llorar no es para nada estúpido. Si lloras, significa que estás sintiendo emociones, que estás vivo, que no eres una marioneta de madera sin ningún sentimiento, y apuesto a que tus amigos también habrán llorado infinidad de veces, aunque quieran hacerte creer lo contrario. Así que, llora cada vez que quieras, todos lloran, y muy importante, nunca te avergüences de tus lágrimas, ellas son parte de ti. A menudo son las lágrimas las que te hacen sentir mejor cuando estás enfermo, cuando te duele aquí, justo dentro del corazón.
— ¿Y lo segundo?
— Equivocarse es normal. Hacer mal las cosas es normal. ¿Sabes que mamá, y yo también, nos hemos equivocado muchas veces? Es de los errores que aprendes, nunca aprenderás nada de hacer las cosas bien, siempre de una manera correcta. ¡Siéntete siempre libre de equivocarte!
Así que, no me voy a enfadar porque tú y mamá se equivocaron al hacer la tarea, y no me enfadaré porque lloraste, al contrario, ¡estoy feliz! Amo a los niños que se convirtieron en adultos y que todavía saben llorar... Además, saben que tienen derecho a equivocarse. Errar es de humanos, llorar de valientes, así que levanta la cara y enfrenta la vida tal cual...

viernes, 20 de junio de 2025

Tú eres mi tesoro

             Adaptación de una plegaria de Florentino Ulibarri

Cuando te has olvidado de ti mismo,
cuando te has agotado en el servicio a los últimos,
cuando has vencido la tentación de cualquier apego,
cuando has aceptado el sufrimiento como compañero,
cuando has sabido perder,
cuando ya no pretendes ganar,
cuando has compartido lo que tú necesitabas,
cuando te has arriesgado por el pobre,
cuando has enjugado las lágrimas del inocente,
cuando has rescatado a alguien de su infierno,
cuando te has introducido en el corazón del mundo,
cuando has puesto tu voluntad en las manos de Dios,
cuando te has purificado de tu orgullo,
cuando te has vaciado de tanto acopio superfluo,
cuando te sientes herido...
brilla en ti, gratis, la luz de Dios,
sientes su presencia irradiando frescura primaveral,
y su perfume te envuelve y reanima.
Ya no necesitas otros tesoros.
Dios te acompaña, te habla, te protege.
Te sientes esponjado en un mar de dicha...
Es el mejor tesoro, que se te ofrece gratis,
para que disfrutes ya lo presente,
para que lo compartas con tus hermanos;
y camines firme y sin temor.

Regalos de Dios

Anoche tuve un sueño raro: En la plaza comercial de la ciudad, habían abierto una tienda nueva. El rótulo decía: “Regalos de Dios”.
Entré, un ángel atendía a los clientes. Yo, asombrado, le pregunté:
— ¿Qué es lo que vendes Ángel del Señor?
— Vendo cualquier Don de Dios
— ¿Cobras muy caro?
— No, los Dones de Dios los damos gratis.
Miré los grandes estantes; estaban llenos de vasijas de amor, frascos de fe, costales de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo tenía la necesidad de todas aquellas cosas, me armé de valor y le dije al ángel:
— Dame, por favor, bastante Amor de Dios Dame perdón de Dios, Un costal de Esperanza, Un frasco de fe y Una caja de Salvación.
Mucho me sorprendí cuando vi que el ángel de todo lo que yo le había pedido, me había hecho un solo paquete; y el paquete estaba ahí en el mostrador, un paquete tan pequeño como el tamaño de mi corazón.
— ¿¡Será posible!? -pregunté- ¿eso es todo?
El ángel me explicó:
— Es todo Dios nunca da frutos maduros; él solo da pequeñas semillas que cada quien debe cultivar.

domingo, 15 de junio de 2025

Himno a la Trinidad

El Dios uno y trino, misterio de amor,
habita en los cielos y en mi corazón.
Dios escondido en el misterio,
como la luz que apaga estrellas;
Dios que te ocultas a los sabios,
y a los pequeños te revelas.
No es soledad, es compañía.
es un hogar tu vida eterna,
es el amor que se desborda
de un mar inmenso sin riberas.
Padre de todos, siempre joven,
al Hijo amado eterno que engendras,
y el Santo Espíritu procede
como el Amor que a los dos sella.
Padre, en tu gracia y tu ternura,
la paz, el gozo y la belleza,
danos ser hijos en el Hijo
y hermanos todos en tu Iglesia.
Al Padre, al Hijo y al Espíritu,
acorde melodía eterna,
honor y gloria por los siglos
canten los cielos y la tierra.

La tía Purita

Hace años conocí a una mujer muy especial: “la tía Purita”. Era una mujer enormemente sacrificada y alegre. Siempre tenía la sonrisa en la boca, y parecía que no tenía que hacer ningún esfuerzo cuando de ayudar a los demás se trataba.
Recuerdo que hacía pocos años se había hecho cargo de cinco niños pequeños y del padre de éstos, que era al mismo tiempo su cuñado, cuando una leucemia arrebató a la joven madre y esposa.
Entonces la tía Purita, que estudiaba el último año de medicina y tenía un novio con el que estaba a punto de casarse, abandonó todo para encargarse de aquellos niños y de su cuñado desarbolado por la situación. Dejó su vida, dejó su futuro, puso de lado su amor, y se entregó a otro amor menos personal y más sacrificado.
Recuerdo que había en aquella mujer algo que me desconcertaba; una extraña mezcla de cariño y distancia. Se volcaba en atender a sus sobrinos, pero guardaba siempre una especie de distancia, que hacía que se la amase siempre con “reparos”. Para muchos del pueblo pasó a ser una solterona con buen corazón.
Tuvieron que pasar muchos años y tuve que ser yo ya sacerdote para que un día me confesase que era sincera a la hora de querer y hacía de actriz al mantener la distancia. Porque -me explicó ella:
— Una tía debe suplir a una madre, pero nunca sustituirla.
Descubrí que la tía Purita tenía miedo a que, sobre todo los pequeños, llegaran un día a quererla tanto que olvidasen a su madre muerta. Y se entregó a aquella especie de doble “comedia” en la que, al mismo tiempo, mantenía el fuego sagrado del amor en la casa, pero dirigía las mejores llamas hacia la madre ausente. Había descubierto que su vocación era actuar en esta vida como una “suplente”.
El ejemplo de esta mujer fue para mí una gran enseñanza. Aprendí mucho de ella, pues sabía muy bien que nosotros debíamos vivir esa misma “comedia”: transmitir a las gentes el amor de Cristo, cuidando mucho de que dirigieran su amor hacia la fuente y no hacia el mensajero, hacia el Cristo.

sábado, 14 de junio de 2025

«¿Me quieres?»

        José María Rodríguez Olaizola

Sabes que te quiero, por mal que lo muestre.
Quizás sea el mío un afecto a medias, roto e inseguro.
Todavía ignoro que el amor no escatima
y la entrega no admite medianías.
Pero tú, Señor, lo sabes,
sabes que te quiero con todas mis luchas.
Prometo y olvido, ofrezco y esquivo, te alejo y te sigo.
No puedo jactarme de pasión por ti,
yo que te he negado de tantas maneras.
No presumiré de ser tu discípulo,
cuando aún me resisto a cargar tu cruz.
Y, con todo, amigo, esta pobre llama
que a veces avivas, me abrasa en la entraña,
más que cualquier fuego de un mundo sin ti.
Sabes que te quiero. Soy yo, quien, quizás,
aún no he comprendido que tu amor lo es todo,
que amarte y seguirte es mi único modo de ser y vivir.

Cenando con otra mujer

Hace un tiempo, después de doce años de matrimonio, mi esposa me dijo algo que no me esperaba:
— Quiero que invites a otra mujer a cenar… y al cine.
Me quedé en shock. Pero ella enseguida aclaró:
— Te amo, pero sé que hay otra mujer que también te quiere muchísimo… y que merece pasar una tarde contigo.
Se refería a mi mamá. Llevaba ya diecinueve años viuda. Y entre el trabajo, la casa y nuestros tres hijos, casi no encontraba tiempo para verla.
Esa misma noche le hablé por teléfono:
— Mamá, pensé que tal vez te gustaría salir conmigo a cenar… y a ver una película.
— ¿Pasó algo? ¿Estáis bien?, me preguntó de inmediato, con ese tono preocupado. Mi mamá es de esas que cuando suena el teléfono tarde… espera malas noticias.
— Todo bien, mamá. Solo quiero pasar un rato contigo.
Se quedó callada. Luego dijo con voz bajita:
— Hace mucho que soñaba con eso...
El viernes salí del trabajo y pasé por ella. Cuando llegué, ya me estaba esperando en la puerta de su casa. Tenía un abrigo sobre los hombros, su cabello recogido con cuidado y vestía ese vestido que guardaba desde su aniversario de bodas con mi papá.
— Les conté a mis amigas que iría a cenar con mi hijo. ¡Estaban impresionadas!, dijo sonriendo mientras se subía al coche.
Cenamos en un restaurante acogedor. Caminaba tomada de mi brazo como si fuera la primera dama. Yo le leía el menú, porque sus ojos ya no alcanzaban a ver las letras pequeñas. Ella solo sonreía con nostalgia.
— Antes yo te leía los menús cuando eras chiquito, me dijo con ternura.
— Hora de devolver con cariño todo lo que me diste, le respondí.
La cena fue tranquila, llena de esas pláticas sencillas que calientan el alma. Hablamos de todo: de la vida, de recuerdos, de tonterías y de cosas profundas. Estuvimos tan metidos en la conversación… que llegamos tarde al cine. Al llevarla de vuelta a casa, me dijo:
— La próxima vez yo te invito. Y yo pago, ¿eh?
— Trato hecho, le sonreí.
— ¿Cómo te fue?, me preguntó mi esposa al volver.
— Mejor de lo que imaginé, le contesté.
Unos días después… mi mamá falleció. De manera repentina. Ya no tuve oportunidad de hacer nada más por ella.
Días después, recibí un sobre. Dentro había una copia del recibo del restaurante… y una nota escrita con su letra: “Pagué por adelantado nuestra segunda cena. No sabía si iba a poder volver a salir contigo, pero por si acaso… pagué para dos: para ti y tu esposa. No sé cómo explicarte lo que significó esa noche para mí. Hijo, te amo con todo mi corazón.”

REFLEXIÓN: Cuida a tus padres. Son los que te aman de verdad, que se alegran con tus logros y sufren en silencio cuando algo te duele. No los recuerdes solo en su cumpleaños o en Navidad. Porque algún día… puede ser demasiado tarde.

domingo, 8 de junio de 2025

Himno de Pentecostés

¡El mundo brilla de alegría!
¡Se renueva la faz de la tierra!
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.

El girasol

        Cuento alemán

Dos gallinitas paseaban por el corral. Encontraron dos semillas.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Dorada, ya he comido y no quiero más.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Roja, yo tampoco quiero, vamos a esconderlas.
Cresta Dorada escondió su semilla en una cajita vacía. Cresta Roja hizo un hoyito al lado de la tapia y puso allí la semilla. Apenas tapó el hoyito con tierra, empezó a llover.
-¡Co - co - co!, rió Cresta Dorada, se mojará tu semilla. ¡Mira cómo la has escondido! Da risa.
Cresta Roja quiso responder, pero prefirió callar.
Pasó el verano, llegó el otoño, crecieron las gallinitas, se convirtieron en hermosos gallos.
- ¡Co - co - co!,gritó Cresta Dorada, comeré mi semillita que guardé en la cajita. Lástima que es solo una, no me llenará.
También iré a comer, sonrió Cresta Roja, y se acercó a la tapia donde había enterrado la semillita.
Allí había crecido un gran girasol y en lugar de una, tenía muchas semillitas.
- iVenid!, gritó Cresta Roja.
Invitó a gallinas, pollitos, patitos... convidó a todos a semillas, hubo para todos y hasta sobraron.

domingo, 1 de junio de 2025

¡Déjanos la puerta abierta, Señor!

    J. Leoz

Para gozar contigo, en la presencia de Dios cantando
y proclamando con los ángeles y mil coros celestiales,
que eres Santo y Dios, Dios y Santo,
eternamente santo por los siglos de los siglos.
Y, después de entrar Tú en el reino de los cielos,
Comprender esperando que, un día también nosotros,
tendremos un lugar en algún rincón eterno
Y, al contemplar la grandeza de Dios,
festejar, en la gloria de ese inmenso cielo,
que ha merecido la pena ser de los tuyos
permanecer firmes en tus caminos
guardar tu nombre y tu memoria
meditar tu Palabra y tu mensaje
soñar con ese mundo tan diferente al nuestro
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Que no la cierre el viento del camino fácil
Que no la empuje nuestra falta de fe
Que no la obstruya nuestro afán de tener aquí
¡Déjanos la puerta abierta, Señor!
Para vivir y morar contigo
Para amar y vivir junto a Dios
Para sentir el soplo eterno del Espíritu
Para gozar en el regazo de María Virgen
¡No nos cierres la puerta del cielo, Señor!

El vendedor de globos

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, donde estaban los juegos y los puestitos de venta de cuanta cosa linda uno pudiera imaginarse.
Los niños eran quienes gozaban con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un Circo, con payasos y equilibristas, con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se habían acercado al pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y juguetes para que los chicos gastaran allí los euros que sus padres les habían regalado.
Entre todas estas personas había un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían por sus tamaños. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido o extraño. Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro. Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían comprar alguno.
Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que toda la gente estaba ocupada en curiosear y entretenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de un aire liviano, el globo comenzó a elevarse rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito, y el sol radiante de la mañana iluminaba a aquel globo, que trepaba y trepaba rumbo hacia el cielo, empujado lentamente hacia el Oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño que lo vio lo señaló con el dedo y gritó:
-¡Mira, mamá, un globo!
Inmediatamente fueron varios más los que lo vieron y lo señalaron a sus chicos y a los más cercanos. Pe-ro para entonces el vendedor había soltado un nuevo globo de otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de mirar lo que estaba haciendo y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo de ver cómo un globo perseguía al otro en su subida al cie-lo.
Para completar la cosa el vendedor soltó otros dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que una tropilla de pequeños lo rodeara y pidiendo a gritos que su mamá o su papá le comprara un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran muchos, porque realmente tenía globos de todas las formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que, imitando lo que viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire.
Había allí cerca un niño negro, que con dos lagrimones en los ojos miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente y rehusó cogerlo.
- Te lo regalo, pequeño, le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo cogiera.
Pero el niño negro de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen hombre le preguntó al pequeño qué era entonces lo que le entristecía y el negrito le contestó en forma de pregunta:
- Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene allí, ¿subirá tan alto como los otros globos de colores?
Entonces el vendedor entendió. Agarró un hermoso globo negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:
- Haz tú mismo la prueba. Suéltalo y verás cómo también tu globo sube igual que todos los demás.
Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos. Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad.
Entonces el vendedor, mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño:
- Mira, pequeño, lo que hace subir al globo no es la forma ni el color, sino lo que tiene dentro.

sábado, 31 de mayo de 2025

Himno a la Visita de María a Isabel

Y salta el pequeño Juan
en el seno de Isabel.
Duerme en el tuyo Jesús.
Todos se salvan por él.
Cuando el ángel se alejó,
María salió al camino.
Dios ya estaba entre los hombres.
¿Cómo tenerle escondido?
Ya la semilla de Dios
crecía en su blando seno.
Y un apóstol no es apóstol
si no es también mensajero.
Llevaba a Dios en su entraña
como una preeucaristía.
¡Ah, qué procesión del Corpus
la que se inició aquel día!
Y, al saludar a su prima,
Juan en el seno saltó.
Que Jesús tenía prisa
de empezar su salvación.
Desde entonces, quien te mira
siente el corazón saltar.
Sigues salvando, Señora,
a quien te logre encontrar.

Elige ser feliz

Era una tarde tranquila. En un amplio salón decorado con luces suaves y sillas en orden, las parejas comenzaban a ocupar sus lugares para asistir a un seminario sobre relaciones. Se respiraba un aire de respeto, curiosidad… y en algunos rostros, la esperanza de encontrar respuestas.
El conferenciante, un hombre de mediana edad con voz clara y presencia amable, tomó el micrófono y saludó con una sonrisa.
— Buenas tardes a todos. Gracias por estar aquí, dispuestos a crecer juntos.
El público respondió con un aplauso cálido. Poco después, el conferenciante se paseó entre las filas y de pronto se detuvo frente a una pareja sentada de la mano en la segunda fila.
— Señorita -dijo con cortesía, mirando a la mujer-, ¿su marido la hace feliz?
El esposo, al oír la pregunta, se acomodó con confianza. Estaba seguro de la respuesta. Ella nunca se quejaba, eran cordiales, llevaban años juntos. Su rostro mostraba serenidad.
La mujer lo miró de reojo… y respondió con calma:
— No…, no me hace feliz.
El salón entero se quedó en silencio. El esposo la miró sorprendido, con un nudo en el pecho que no supo cómo explicar. Pero antes de que alguien pudiera decir algo, ella continuó:
— No me hace feliz…, porque yo soy feliz.
Hubo un murmullo leve en la sala. La mujer, miró al conferenciante y dijo con firmeza:
— Mi felicidad no depende de él. Depende de mí. Yo decido ser feliz cada día, sin importar lo que pase a mi alrededor. Si mi felicidad dependiera de otra persona, o de si me dicen lo que quiero escuchar, o de si el día es soleado o lluvioso, entonces estaría atrapada. Y eso… no es felicidad. Eso es dependencia emocional.
Hizo una pausa, respiró profundamente y añadió:
— He aprendido que la vida está llena de altibajos. Por eso, he decidido aprender a perdonar, a ser paciente, a escuchar sin interrumpir… A sonreír incluso cuando las cosas no salen como quisiera. A no permitir que el clima, el dinero, la rutina o las decepciones apaguen mi paz interior.
El conferenciante la miró con respeto, y con voz reflexiva agregó:
— Muchas veces escuchamos frases como: “No soy feliz porque estoy enfermo…”, o “no puedo ser feliz porque alguien me falló, porque alguien no me ama…” -hizo una pausa y miró a la sala entera- Pero lo cierto es que sí puedes ser feliz, incluso cuando las cosas no estén bien. Porque la felicidad no depende de lo que ocurre fuera… sino de cómo eliges vivir lo que ocurre.
La mujer asintió, y con una sonrisa serena concluyó:
— La vida es como una bicicleta: te caes solo si dejas de pedalear. Y yo he decidido no dejar de avanzar.
El salón entero estalló en aplausos.
Reflexión final:
La felicidad no es un regalo que alguien te entrega. Es una elección que haces todos los días, incluso en medio de la incertidumbre. No pongas tu bienestar en manos ajenas. No le des al mundo el poder de apagar tu luz. Porque la vida seguirá teniendo altibajos, errores, momentos duros… pero si eliges seguir pedaleando, seguir sonriendo, seguir creyendo, entonces descubrirás que la felicidad no está en lo que te pasa, sino en cómo decides responder a ello.
Elige ser feliz. Porque esa decisión… cambia tu mundo.

viernes, 30 de mayo de 2025

Si me amas...

       Rezando voy

Si me amas, cumplirás mi palabra,
mi Padre te amará, vendremos a ti en ti habitaremos.
Quien no me ama no cumple mis palabras.
La palabra que me has oído no es mía, sino del Padre que me envió.
Te cuento esto mientras estoy contigo.
El valedor, el Espíritu Santo que enviará mi Padre en mi nombre,
te lo enseñará todo y te ayudará a recordar mis enseñanzas.
Te dejo mi paz, te doy mi paz. No como la da el mundo.
No te turbes, y no tengas miedo.
De una manera, me voy, pero volveré a hacerme presente en tu vida.
Porque me amas, alégrate de que vaya al Padre, que es más que yo.
Y cuando esto suceda, cuando no me sientas tan cerca,
cuando parezca callar, acuérdate de estas palabras,
siente que estoy contigo, y cree.

Los clavos del enfado

       Leonardo Cirbián

Una tarde, al regresar de la escuela, un niño entró a su casa con el rostro rojo de furia. Caminó con pasos fuertes hasta el comedor, donde su padre leía el periódico, y sin contenerse, gritó:
— ¡Papá, no aguanto tanta rabia! ¡Hoy insulté a una compañera en clase y me echaron del aula!
El padre bajó el periódico con calma. No levantó la voz, ni lo regañó de inmediato. Lo miró con atención, notando la mezcla de enfado y frustración en los ojos de su hijo.
— Acompáñame al patio -le dijo con voz firme, pero serena.
El niño lo siguió en silencio. Una vez allí, el padre fue al cobertizo y regresó con una bolsa de clavos y un martillo. Señaló una vieja cerca de madera que rodeaba el jardín.
— Hijo -dijo el padre mientras le entregaba la bolsa-, cada vez que sientas enojo, cada vez que no puedas controlar tus palabras o tus impulsos… quiero que tomes un clavo de esta bolsa y lo claves en esta cerca.
El niño lo miró confundido, pero asintió. Ese primer día, su rabia todavía lo dominaba. Sin entender del todo el propósito, descargó su enojo clavando con fuerza cuarenta clavos en la madera.

Los días pasaron. El niño continuaba con el ejercicio. A veces eran veinte clavos, otras diez. Poco a poco, con esfuerzo y reflexión, comenzó a detenerse antes de estallar. A respirar antes de hablar. A pensar antes de actuar.
Pasadas unas semanas, una tarde llegó a casa con una sonrisa y corrió hacia su padre.
— ¡Papá! ¡Hoy no me he enfadado ni una sola vez! -exclamó con orgullo.
El padre le sonrió con calidez y respondió:
— Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Ahora quiero que hagas otra cosa: por cada día que logres mantener la calma, ve y quita uno de los clavos que clavaste.
El niño obedeció con entusiasmo. Día tras día, iba al patio y sacaba un clavo. El proceso fue largo, pero constante. Hasta que finalmente, un atardecer, volvió a buscar a su padre.
— ¡Papá! ¡He sacado todos los clavos!
El padre lo tomó de la mano, lo llevó frente a la cerca y le señaló la madera.
— Hiciste un gran trabajo. Has aprendido a controlar tu carácter y eso es valioso. Pero mira bien esta cerca…
El niño observó detenidamente. Aunque los clavos ya no estaban, la madera había quedado llena de agujeros.
— Estas marcas que ves -explicó el padre con voz pausada- son como las que dejan nuestras palabras cuando nos dejamos llevar por la ira. Puedes sacar el clavo… puedes pedir perdón… pero las heridas quedan, hijo. Y a veces, aunque sanen, no desaparecen del todo.
El niño bajó la mirada, conmovido.
— Entonces… aunque yo no lo quiera, puedo herir a alguien -dijo en voz baja.
— Exactamente -respondió el padre-. Por eso es tan importante aprender a cuidar lo que decimos, sobre todo cuando estamos enfadados. Porque el enfado pasa… pero lo que dijiste en ese momento, puede quedarse para siempre en el corazón de alguien más.
Reflexión final:
Aprender a dominar la ira es una de las mayores señales de crecimiento emocional. No se trata solo de evitar gritar o pelear, sino de proteger a quienes amamos de heridas que no siempre se ven, pero que duelen profundamente.
Las palabras pueden marcar más que los golpes. Y aunque el perdón sane, las cicatrices quedan.
Piensa antes de hablar. Respira antes de reaccionar. Porque las personas que más queremos merecen lo mejor de nosotros, incluso en nuestros peores días.

lunes, 26 de mayo de 2025

Oración del buen humor

 Santo Tomás Moro

                                        En la fiesta de San Felipe Neri


Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa 
que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, 
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo 
de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos 
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos 
 y no permitas que sufra excesivamente 
por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás.

Merienda de amigas ancianas

— ¡Ya voy, hijo! -dijo la señora Lola con entusiasmo, tomando su bolso y poniéndose el sombrero.
— ¿A dónde vas, mamá? -preguntó su hijo, viéndola tan animada.
Ella sonrió ampliamente y respondió:
— Quiero organizar una reunión con mis amigas para celebrar mi cumpleaños número 88.
El hijo, enternecido al verla tan ilusionada, se apresuró a decir:
— ¡Yo te ayudo, mamá!
Quédate a descansar, yo me encargo de dejar todo listo para tu fiesta.
Horas más tarde, con mucho cariño y atención, preparó todo en la cocina. Para asegurarse de que su madre no olvidara ningún detalle, escribió unas instrucciones claras en una hoja de papel y la pegó en la puerta de la nevera: 1º- Servir café. 2º- Servir sándwiches. 3º- Servir zumo. 4º- Servir pastelitos.
Todo estaba preparado: la mesa ordenada, las tazas limpias, los bocadillos a mano.
Solo faltaba esperar a las invitadas. Cuando sonó el timbre, la señora Lola fue la primera en llegar a la puerta, recibiendo a sus amigas con un abrazo y palabras de bienvenida.
La reunión comenzó llena de risas, anécdotas y la alegría típica de una tarde entre viejas amigas.
Sin embargo, había un pequeño detalle… Cada vez que Lola miraba la nevera para recordar qué debía hacer, empezaba desde el primer punto: servir café.
Y así, durante toda la tarde, no hizo más que llenar las tazas una y otra vez.
— ¿Otro cafecito? -ofrecía con una sonrisa.
Y sus invitadas, un poco desconcertadas, aceptaban por cortesía.
Pasadas varias horas, cuando las señoras ya se disponían a marcharse, algunas comentaban entre ellas:
— ¿De qué Lola me hablas?
— ¡Tampoco sé quién eres tú!
Parecía que, entre olvidos y confusiones, la memoria ya había empezado a jugarles bromas a todas.
Mientras tanto, el hijo, curioso por saber cómo había salido todo, se acercó a la cocina.
Revisó el lugar y notó algo muy particular:
—¡Todo está intacto! -exclamó sorprendido-.
Por lo visto… solo les sirvió café. Sin embargo, la señora Lola, ajena a todo, suspiró al ver la casa vacía y comentó con tristeza:
— ¿Te puedes creer que las muy ingratas de mis amigas no vinieron?
Reflexión:
La vida pasa, la memoria se desvanece, los rostros se confunden… Por eso, no dejes para mañana el abrazo, la visita, la risa compartida. Reúnete ahora con quienes amas, mientras todavía pueden mirarse a los ojos y reconocerse. Hazlo hoy, antes de que sea demasiado tarde.


domingo, 25 de mayo de 2025

“En esperanza fuimos salvados”

        Jornada Pascual del Enfermo

Padre que estás en el cielo, despierta en nosotros
la bienaventurada esperanza en la venida de tu Reino.
La gracia del Jubileo reavive en nosotros,
Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales
y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.

El burro y los sacos de sal

Un hombre cruzaba el río con su burro. Vendía sacos de sal en el mercado. Cada día, al terminar el trabajo, el hombre le agradecía al burro su labor:
— Gracias, amigo, por tu esfuerzo. Sin ti no podría mantener a mi familia.
El burro movía las orejas orgulloso. Se sentía importante.
Un día, mientras cruzaban el río, el burro tropezó y cayó al agua. Los sacos de sal se mojaron, y parte de la sal se disolvió. Al levantarse, el burro notó que todo pesaba menos. Y pensó:
— ¡Qué maravilla! Si me caigo cada vez, no tendré que esforzarme tanto.
Desde aquel día el burro empezó a fingir caídas en el río. Cada vez se decía a si mismo:
—¡Eso es! Menos peso, menos esfuerzo.
El hombre notó que algo iba mal. Cuando vendía la sal, obtenía menos de lo esperado. Tenía menos ganancias. Y reflexionó:
— No puedo permitir que esto siga así. Cada caída del burro me cuesta mucho dinero. Se le ha convertido en una manía. Tengo que darle una lección a mi amigo.
Al día siguiente, el hombre cargó los sacos como siempre, pero esta vez añadió tela en algunos de ellos.
Cuando cruzaban el río, el burro cayó a propósito y dijo con una risita:
— ¡Una vez más, más ligero! ¡Soy el mejor!
Las telas se empaparon de agua y se volvieron más pesadas. Al levantarse el burro notó que los sacos pesaban como piedras y gruñó:
— ¿Qué pasa? ¡Esto pesa más que nunca!
El hombre, que lo miraba de cerca con una sonrisa sabia, le dijo:
— Los trucos pueden ayudarte un momento, pero el trabajo honesto es el que te lleva lejos.
El burro entendió la lección y nunca más intentó engañar. Desde aquel día cruzaba el río con cuidado. Al final de cada día el hombre le decía:
—Así me gusta, compañero. ¡Juntos y, con esfuerzo, somos imparables!

jueves, 22 de mayo de 2025

Callar, cerrar y ¡abrir!

        Florentino Ulibarri

Callar las radios, callar los ordenadores,
callar los móviles y las teles.
Callar los micrófonos, callar los relojes,
callar las máquinas y sus vibraciones.
Callar los ruidos, callar las palabras,
callar los gestos y las reuniones..
Cerrar las puertas, cerrar las ventanas,
cerrar todas las brechas y entradas.
Callar los discursos, callar las explicaciones,
callar los sueños y las pasiones.
Callar los sentidos, callar los pensamientos,
callar las noticias y los argumentos.
Cerrar las puertas, cerrar las ventanas,
cerrar las almenas y las murallas.
Callar imágenes, callar inquietudes,
callar ideas y tareas.
Callar los recuerdos, callar las tensiones,
callar miedos y preocupaciones.
Callar apetencias, callar compromisos,
callar urgencias e imprevistos.
Cerrar las puertas, cerrar las ventanas,
cerrar los visillos y las persianas.
Callar las dudas, callar las curiosidades,
callar las insidiosas necesidades.
Abrir el corazón, abrir las entrañas,
abrir nuestro ser y casa.
Y escuchar tu voz de amor
que nos hace hijas e hijos
y resuena en toda la creación.

La ventana del hospital

En un hospital tranquilo donde los días parecían avanzar con lentitud, dos pacientes compartían la misma habitación.
Uno de ellos, Ernesto, estaba postrado boca abajo por una compleja operación. No podía girarse, ni moverse, ni mirar más allá de una pared blanca frente a su cama. Su única compañía eran los ruidos del pasillo, el zumbido de los monitores… y el hombre que estaba en la cama junto a la ventana.
Ese otro paciente, Raúl, tenía una voz suave y una presencia serena. Había notado desde el primer día la desgracia de Ernesto al no poder ver nada más que el yeso agrietado de la pared. Una tarde, con calma, Raúl le habló:
— ¿Quieres que te cuente lo que veo por la ventana? -preguntó con amabilidad.
— Sí… me gustaría, respondió Ernesto, con voz apagada.
Y así comenzó una rutina diaria.
— Hoy el cielo está completamente azul -decía Raúl-. Se refleja en el lago que hay justo frente al hospital. Hay niños corriendo por el sendero, algunos andan en bicicleta. Vi un par de patos flotando tranquilos, y las ramas de los árboles se movían con el viento… como si saludaran.
Ernesto cerraba los ojos y dejaba volar su imaginación. En su mente aparecían colores, sonidos, paisajes. Cada descripción era una pequeña alegría para salir de su penosa situación.
— ¿Y qué más ves? -preguntaba todos los días con entusiasmo renovado.
Raúl siempre tenía una nueva escena para contarle. Flores, personas leyendo bajo los árboles, parejas caminando de la mano. A veces, incluso inventaba nombres para los niños que jugaban o las canciones que alguien silbaba al pasar.
Así pasaron varios días. Ernesto comenzó a sonreír más. Esperaba con ansia esas descripciones como quien espera una carta querida.
Pero una noche, mientras todos dormían, Raúl tuvo un infarto. Y al amanecer, su cama estaba vacía.
Días después, cuando Ernesto se recuperó lo suficiente, pidió con emoción que lo trasladaran a la cama junto a la ventana.
Las enfermeras lo ayudaron con cuidado. Cuando finalmente lo acomodaron, él mismo abrió las cortinas, ansioso por ver aquello que durante tanto tiempo había imaginado con tanta claridad.
Pero al correrlas, su corazón se detuvo. Lo que vio fue… una pared alta, vieja, sin colores.
No había lago. No había niños. No había cielo azul.
— ¿Dónde está todo lo que él me contaba? -preguntó confundido.
Entonces se acercó la enfermera de turno, con una expresión dulce y triste.
— Señor Ernesto -dijo con ternura-, su amigo… era ciego. Nunca pudo ver nada. Solo quería hacerle el día más bonito, aunque fuera con sus palabras.
Ernesto guardó silencio. Y por primera vez en muchos días, lloró.

Reflexión: Hay personas que, aún sin tener mucho, lo dan todo. Que, aunque no puedan ver con los ojos, saben mirar con el alma. Y encuentran la manera de iluminar el camino de otros.
Aprendamos a dar, no desde lo que tenemos, sino desde lo que somos. Porque el verdadero amor no necesita ver… solo necesita sentir.


jueves, 15 de mayo de 2025

Oración a san Isidro

Glorioso San Isidro Labrador,
tu vida fue ejemplo de humildad y sencillez,
de trabajo y oración;
enséñanos a compartir el pan de cada día
con nuestros hermanos los hombres,
y haz que el trabajo de nuestras manos
humanice nuestro mundo
y sea al mismo tiempo
plegaria de alabanza al nombre de Dios.
Como tú queremos
acudir confiadamente a la bondad de Dios
y ver su mano providente en nuestras vidas.
Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor

El hijo perezoso

Una madre tenía al hijo más haragán del pueblo. Se la pasaba en la cama todo el día... no hacía nada.
Cansada de verlo así, le reclamaba una y otra vez:
— ¡No puedes seguir así! ¡Yo trabajo todo el día para traer el pan a casa, y tú ni te levantas! ¡Vas a acabar conmigo!
El joven, muy tranquilo, le contestaba:
— No te preocupes, mamá… algún día seremos ricos y ya no tendrás que trabajar.
— ¿Y cómo vamos a ser ricos si ni siquiera te mueves?
— Me contaron que, más allá de las montañas, vive un sabio que tiene las respuestas. Iré a preguntarle.
El hijo partió al día siguiente.
En el camino, se encontró con un león flaco, muy muy flaco.
— ¿A dónde vas? -le preguntó el león.
— Voy a buscar al sabio para que me diga cómo ser rico.
— Ya que vas, ¿puedes preguntarle qué debo hacer para dejar de estar tan flaco? Da igual cuánto coma, no engordo.
— Está bien -respondió el flojo.
Más adelante, junto a un manzano de frutos podridos, el árbol le pidió:
— Por favor, si ves al sabio, pregúntale por qué mis frutos se pudren apenas comienzan a madurar.
—Claro que sí -dijo el flojo- sin detenerse.
Y un poco más allá, un pez que apenas podía hablar ,desde el lago le suplicó:
— ¡Ayúdame! Tengo algo atascado en la garganta. Pregunta al sabio qué puedo hacer.
— De acuerdo -dijo el flojo-. Yo también necesito su consejo y por eso voy.
Después de mucho andar, encontró al sabio meditando a la puesta de sol. El flojo, sin rodeos, preguntó:
— ¿Qué puedo hacer para ser rico? Ah, y traigo algunas otras preguntas.
El sabio, tras escucharlo, le respondió:
— El pez tiene una piedra preciosa en la garganta. Si alguien la saca, volverá a comer. El manzano tiene un gran tesoro enterrado bajo sus raíces. Si alguien lo desentierra, sanará y dará frutos sanos y ricos. Y el león… debe comerse al primer holgazán que encuentre en el camino.
— ¿Y yo? ¿Qué tengo que hacer para ser rico?
— Tú solo debes desandar el camino que hiciste.
El flojo, contento, creyó haber encontrado la mejor receta: no hacer nada. Al regresar, el pez le pidió ayuda:
— ¡Sácame la piedra! ¡La joya es tuya!
— ¿Meterme al agua helada? ¡Ni loco! El sabio dijo que solo debo desandar el camino.
Llegó al manzano:
— ¡Desentierra el tesoro! ¡Serás rico!
— ¿Excavar? ¡Qué flojera! Yo solo tengo que seguir caminando e igual seré rico.
Finalmente, se encontró de nuevo con el león flaco:
— ¿Qué dijo el sabio sobre mí? -preguntó el león.
— Que debías comerte al primer flojo que encontraras.
— Perfecto -dijo el león mientras se relamía.
Y así, la pereza terminó devorando al flojo... literalmente.

MORALEJA: Recuerda, la pereza no solo te roba oportunidades, también puede terminar contigo. El esfuerzo no es un castigo. Es el camino real hacia el crecimiento, la prosperidad y el éxito. Pon esfuerzo a lo que haces en tu trabajo, en tus estudios, en la vida. El éxito real solo depende de ti y de lo que decidas hacer.

lunes, 5 de mayo de 2025

«¿Me quieres?»

        José Mª Rodríguez Olaizola SJ

Sabes que te quiero, por mal que lo muestre.
Quizás sea el mío un afecto a medias, roto e inseguro.
Todavía ignoro que el amor no escatima
y la entrega no admite medianías.
Pero tú, señor, lo sabes, sabes que te quiero con todas mis luchas.
Prometo y olvido, ofrezco y esquivo, te alejo y te sigo.
No puedo jactarme de pasión por ti,
yo que te he negado de tantas maneras.
No presumiré de ser tu discípulo,
cuando aún me resisto a cargar tu cruz.
Y, con todo, amigo, esta pobre llama
que a veces avivas abrasa en la entraña,
más que cualquier fuego de un mundo sin ti.
Sabes que te quiero.
Soy yo, quien, quizás, aún no he comprendido
que tu amor lo es todo,
que amarte y seguirte es mi único modo de ser y vivir.

Los cuervos agradecidos

        Emmanuel Emilio Montero

Un grupo de cuervos, que eran muy amigos, decidió un día asistir a una fiesta. Se reunirían con otros para conversar sobre la vida y disfrutar, ya que hacía tiempo que no se veían. Tras unos minutos, se dirigieron al evento y, al llegar, se encontraron con sus amigos. Muchos de ellos lucían elegantes, con sombreros y una apariencia de adinerados. Allí disfrutaron de bebidas y se divirtieron un rato. Después de media hora, todos se agruparon para hablar sobre sus logros.
Todos conversaron sobre las razones por las cuales se sentían agradecidos en la vida, y muchos de ellos habían alcanzado grandes logros. En medio de la conversación, uno de los cuervos permaneció en silencio y, tras reflexionar durante unos minutos, expresó:
-- "No tengo nada que agradecer, no he conseguido nada".
El grupo quedó en silencio, y en ese instante, otro cuervo se acercó y le preguntó:
-- "¿Por qué has venido a la fiesta?"
El cuervo, visiblemente confundido, respondió: "Porque ustedes me invitaron".
Fue entonces cuando el otro cuervo le dijo:
-- "Creo que no me estás entendiendo, amigo. Has venido a esta fiesta porque estás vivo, y eso es un motivo suficiente para estar agradecido".
Luego le preguntó: ¿Dónde duermes?
El cuervo respondió: "En mi nido".
Su amigo le comentó: "Entonces tienes otra razón para estar agradecido, ya que cuentas con un techo donde descansar".
El cuervo comenzó a reflexionar sobre esto. Sin embargo, su amigo le volvió a preguntar:
-- "¿Por qué sigues de pie?"
El cuervo, algo confundido, respondió: "No comprendo tu pregunta".
Su amigo explicó: "Sigues de pie porque estás bien alimentado e hidratado, lo cual es otra razón para agradecer".
Finalmente, el cuervo dijo: "Lo entiendo perfectamente, pero más allá de eso, no he logrado nada, mientras que ustedes sí".
Fue entonces cuando su amigo le respondió: "Cada proceso es único, cada uno avanza a su propio ritmo. El hecho de que tú vayas más despacio no significa que hayas fracasado, porque estoy convencido de que mientras haya vida, hay esperanza".

domingo, 20 de abril de 2025

Apariciones

          (José María R. Olaizola, SJ)

Se convirtió en faro para muchos
que vagaban perdidos en la tormenta
y sacudidos por las olas.
Se convirtió en refugio,
lugar al que regresábamos
sabiendo que siempre encontraríamos
un abrazo sanador, un plato en la mesa
y una palabra oportuna.
Se convirtió en mar
en el que nos zambullíamos
para recobrar la pasión primera.
Se convirtió en árbol,
con dos grandes ramas que apuntaban al cielo,
pero, dobladas por el peso de sus frutos,
nos envolvían a todos.
Se convirtió en canción,
y a veces sonaba muy dentro
reavivando memorias y proyectos.
Se convirtió en misterio, una pregunta eterna
que nos libera para siempre
de la prisión de las certezas.

El pez Arcoiris

En alta mar, en un lugar muy muy lejano, vivía un pez. Pero no se trataba de un pez cualquiera. Era el pez más hermoso de todo el océano. Su brillante traje de escamas tenía todos los colores del arco iris. Los demás peces admiraban sus preciosas escamas y le llamaban “el pez Arcoiris”.
– ¡Ven, pez Arcoiris! ¡Ven a jugar con nosotros! –le decían.
Pero el pez Arcoiris ni siquiera les contestaba, y pasaba de largo con sus escamas relucientes. Pero un día, un pececito azul quiso hablar con él.
– ¡Pez Arcoiris, pez Arcoiris! –le llamó- Por favor, ¿me regalas una de tus brillantes escamas? Son preciosas, ¡y como tienes tantas...!
– ¿Que te regale una de mis escamas? ¡Pero tú qué te has creído! –gritó enfadado el pez Arcoiris- ¡Venga, fuera de aquí!
El pececito azul se alejó muy asustado. Cuando se encontró con sus amigos, les dijo lo que le había contestado el pez Arcoiris. A partir de aquel día nadie quiso volver a hacerle caso, y ya ni le miraban; cuando se acercaba a ellos, todos le daban la espalda. ¿De qué le servían ahora al pez Arcoiris sus brillantes escamas, si nadie le miraba? Ahora era el pez más solitario de todo el océano. Un día, Aroiris le preguntó a la estrella de mar:
– ¡Con lo guapo que soy...! ¿por qué no le gusto a nadie?
No lo sé –le contestó la estrella de mar-. Pregúntale al pulpo Octopus, que vive en la cueva que hay detrás del banco de coral. A lo mejor él tiene la respuesta. El pez Arcoiris encontró la cueva. Era tan oscura que casi no se veía nada. Pero, de pronto, en medio de la oscuridad, se encontró con dos ojos brillantes que lo miraban.
– Te estaba esperando –le dijo Octopus con una voz muy profunda-. Las olas me han contado tu historia. Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus brillantes escamas. Entonces, aunque ya no seas el pez más hermoso del océano, volverás a estar muy contento. Pero. . .
Cuando el pez Arcoiris quiso contestarle, Octopus ya había desaparecido.
“¿Que regale mis escamas? ¿Mis preciosas escamas brillantes? –pensó el pez Arcoiris, horrorizado. ¡De ninguna manera! ¡No! ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?”
De pronto, sintió que alguien le rozaba suavemente con una aleta. ¡Era otra vez el pececito azul!
– Pez Arcoiris, por favor, ¡no seas malo! Dame una de tus escamas brillantes, ¡aunque sea una muy pequeñita!
El pez Arcoiris dudó por un momento. “Si le doy una escama brillante muy pequeñita –pensó-, seguro que no la echaré de menos.” Con mucho cuidado, para no hacerse daño, el pez Arcoiris arrancó de su traje la escama brillante más pequeña de todas.
– ¡Toma, te la regalo! ¡Pero ya no me pidas más! ¿eh?
– ¡Muchísimas gracias! –contestó el pececito azul, loco de alegría-. ¡Qué bueno eres, pez Arcoiris!
El pez Arcoiris se sentía muy raro. Siguió con la mirada al pececito azul durante un buen rato, viendo cómo se alejaba, haciendo zig-zags, y deslizándose como un rayo en el agua con su escama brillante. Al cabo de un rato, el pez Arcoiris se vio rodeado de muchos otros peces que también querían que les regalase una escama brillante. Y, ¡quién lo iba a decir! Arcoiris repartió sus escamas entre todos los peces. Cada vez estaba más contento. ¡Cuánto más brillaba el agua a su alrededor, más feliz se sentía entre los demás peces! Al final, sólo se quedó con una escama brillante para él. ¡había regalado todas las demás! ¡y era feliz! ¡tan feliz como jamás lo había sido!
– ¡Ven pez Arcoiris, ven a jugar con nosotros! –le dijeron todos los peces. ¡Ahora mismo voy! –les contó el pez. Artcoiris, y se fue contentísimo a jugar con sus nuevos amigos.


miércoles, 16 de abril de 2025

Testimonio de uno de los Soldados

Testimonio de uno de los Soldados 15 de abril de 2006 José Real Navarro Relatos

Aquella noche regresé al campamento bastante afectado. Me había tocado estar en una crucifixión y tenía el estómago revuelto. Quise disimularlo para que nadie lo notara. Mis compañeros parecían haber disfrutado participando activamente en aquella tortura. Pero yo estaba cansado de ver tanta muerte y tanto sufrimiento inútil.
Desde que salí de Roma, siendo un joven cargado de ideales y sueños de gloria, lo único que había hecho era hacer correr la sangre y las lágrimas de los que se cruzaban conmigo. Y todo para qué. Para que unos pocos privilegiados se creyeran los dueños del mundo, y se sirvieran de ilusos como yo para mantenerlos en su buena vida. Todo para gloria de Roma.
Estaba ya harto de que me utilizaran. Harto de cumplir siempre órdenes, de matar, dominar y pisotear a gente inocente, porque así le interesaba al César y a sus arcas. Aquel viernes de Pascua judía había sido la gota que colmaba el vaso. Me habían obligado a clavar en la cruz a un hombre inocente. Le conocía de oídas y sabía que era un hombre justo. Pero qué podía hacer yo sino cumplir órdenes.
Sus últimas palabras de agonía se clavaron en mi mente y no dejaban de repetirse una y otra vez: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Pero yo sí sabía lo que hacía, como tantas veces que mataba a gente inocente cumpliendo órdenes. Era un cobarde.
Mis ideales y sueños de gloria me habían llevado a ser una marioneta repugnante en manos del sistema. En aquellos momentos cayó sobre mis hombros todo el peso de mi culpa. Quedé aplastado, hundido en mi miseria. sin posibilidad de salvación. No la merecía. Estaba manchado de sangre inocente y no había perdón posible.
Pasé la noche sin dormir. Al amanecer escapé del campamento para nunca más volver. Me dirigí hacia el desierto para que él fuera el que acabara conmigo. Estuve un par de días vagando sin rumbo fijo. hasta que caí desfallecido esperando mi final.
Pero estando en aquel estado tuve una especie de delirio o visión. No sabría cómo explicarlo. Sólo sé que vi ante mí a ese hombre al que yo había crucificado y visto morir en la cruz. Tenía las señales de los clavos en los pies y en las manos. Y me dijo:
— La Paz esté contigo, amigo. Descarga tu pesada culpa sobre mí y recibe mi perdón. Para eso he dado la vida, para que tú puedas vivir de una forma nueva, como hasta ahora nunca lo has hecho. Déjate llevar por el Espíritu que te ha llevado hasta este desierto, y desde ahora, confía en mí. Así descubrirás cuál es la verdadera Gloria que debes perseguir.
Es todo lo que recuerdo. Después, unos camelleros me recogieron del desierto y salvaron mi vida. Pronto me enteré del revuelo que se había formado en Jerusalén, porque algunos decían que aquel crucificado había resucitado, Dios le había devuelto a la Vida.
Me quedé sin habla. No fue entonces un delirio lo que tuve en el desierto. Era verdad. Aquel que yo mismo había crucificado, vino al desierto para encontrarse conmigo y hablarme de Paz y Perdón. Una gran alegría invadió mi corazón. Yo mismo era testigo de todo aquello que decían. Era verdad; el Dios de los judíos lo había resucitado.
Y no sólo eso; de alguna manera también me había resucitado a mí. Porque yo estaba muerto, aplastado por el peso de mi culpa, y sin embargo, me había regalado la Paz y el Perdón, haciéndome participar gratuitamente de su Nueva Vida Resucitada.
Desde aquel momento, mis pasos se dejaron guiar por ese Dios; el único Dios que habitaba en mí, el que al resucitar a Jesús también me resucitó a mí. Y los que ahora se cruzaban conmigo en el camino de la vida, ya no derramaban más lágrimas ni sangre porque una Nueva Vida había comenzado a latir en mí.

viernes, 4 de abril de 2025

Himno de Cuaresma

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos ya no enrojeceremos
a causa del antiguo pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde de corazón sincero.
En medio de las gentes nos guardas como un resto
para cantar tus obras y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe, según tu Primogénito.
Caerán los opresores y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio serán tus herederos.
Señalarás entonces el día del regreso
para los que comían su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas! ¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo revoca sus decretos:
La salvación se anuncia donde acechó el infierno,
porque el Señor habita en medio de su pueblo.

Las apariencias engañan

En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía un relojero llamado Elías, conocido por su cuidado y su amor por los relojes antiguos. Un día, Elías notó que su reloj de bolsillo más preciado, una herencia familiar, había desaparecido. La sospecha cayó sobre Mateo, un joven recién llegado al pueblo, con una apariencia desaliñada y una forma de hablar poco convencional.
Elías, consumido por la angustia y el resentimiento, comenzó a observar a Mateo detenidamente. Cada movimiento, cada palabra, parecía confirmar sus sospechas. Mateo siempre llegaba tarde a su trabajo, no le gustaba bañarse, y siempre vestía ropa sucia. Su presencia en la relojería era una espina clavada en el corazón de Elías.
Un día, mientras limpiaba el taller, Elías encontró el reloj escondido detrás de una estantería. El sentimiento de culpa lo invadió al momento. Se dio cuenta de lo injusto que había sido al juzgar a Mateo por su apariencia y sus modales. Con el corazón apenado, Elías buscó a Mateo y le manifestó su error. Mateo, sorprendentemente, lo perdonó con una sonrisa amable.
-- "Todos cometemos errores, dijo, lo importante es aprender de ellos".
La experiencia cambió a Elías. Ya no se dejaba llevar por las apariencias y conceder a cada persona el beneficio de la duda. Comprendió que la verdadera justicia está en la comprensión y el perdón, y que los prejuicios solo nublan nuestro juicio y nos impiden ver la verdadera esencia de las personas.

Recuerda:
No juzgues por las apariencias: La forma en que alguien se ve, viste o habla no define su carácter ni sus intenciones.
Un fallo es oportunidad para crecer: Reconocer nuestros errores y pedir perdón nos permite aprender y mejorar como personas. El perdón libera: Perdonar a los demás y a nosotros mismos nos libera del resentimiento y nos permite sanar.
La empatía es la clave: Intentar comprender la perspectiva de los demás nos ayuda a superar los prejuicios y construir relaciones más auténticas.
Todos merecemos una segunda oportunidad: No permitamos que un error encasille a una persona para siempre.
Esta historia nos recuerda que todos somos humanos y que merecemos ser tratados con respeto y compasión, independientemente de nuestra apariencia, origen o creencias.

miércoles, 2 de abril de 2025

Volveré a la casa del Padre

        Mari Patxi Ayerra

¡Hasta dónde llega tu amor, Dios nuestro!
Tú, Padre de todos nosotros, sales a nuestro encuentro,
aunque te hayamos fallado, nos recibes de nuevo
una y mil veces, nos esperas con los brazos abiertos
y nos entregas el anillo de tu confianza.
Nosotros, en cambio, nos ponemos furiosos,
cuando a otros nos parece que les tratas mejor,
nos quejamos de nuestra suerte 
y sentimos envidia de otros hermanos,
juzgando tu comportamiento amoroso e incondicional.
Y es que Tú, Padre, tienes un corazón blando,
al que nada le hiere, más que nuestro desamor,
al que sólo le preocupa nuestra felicidad,
y que sólo desea que nos amemos como hermanos.
Ayúdanos a no volvernos exigentes con nadie,
a pedir perdón por nuestros errores, con humildad,
a aceptar que otros tengan mejor suerte,
a sentir con el otro, a amarle desde el adentro,
a captar lo que vive y a tratarle como le tratas Tú.

Las cuatro esposas

Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. Él amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor. También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro. También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos difíciles. La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, él no amaba a su primera esposa y aunque ella lo amaba profundamente, apenas él se fijaba en ella.
Un día el rey enfermó y se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo, y pensó: “Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera, estaré solo”. Así que le preguntó a su cuarta esposa:
- Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
- ¡Ni pensarlo! Contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras…
Su respuesta cayó en su corazón como un cuchillo afilado. El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa:
- Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
- ¡No! Contestó su tercera esposa. ¡La vida es demasiado buena!, ¡Cuando mueras, pienso volverme a casar!…
Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se quedó frío. Entonces preguntó a su segunda esposa:
- Siempre he venido a ti en busca de ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?
- ¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez!, contestó la segunda esposa, ¡Lo más que puedo hacer por ti es enterrarte!…
Su respuesta fue como un relámpago fulgurante que hundió al rey. Entonces escuchó una voz:
- Me iré contigo y te seguiré doquiera tú vayas…
El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo:
- ¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!

MORALEJA: En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:
Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo… no importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.
Nuestra tercera esposa son nuestras posesiones, condición social y riqueza… cuando muramos, irán a parar a otros.
Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos… no importa cuánto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta el sepulcro.
Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañará a donde quiera que vayamos. ¡Así que cultívala, fortalécela y cuídala ahora! Es el más grande regalo que puedes ofrecerle al mundo

sábado, 29 de marzo de 2025

¿Qué es la vida?

«La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es amor, gózalo.
La vida es un misterio, desvélalo.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, domínala.
La vida es una aventura, arrástrala.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.»

                            Madre Teresa de Calcuta

Amar a un hijo

Una maravillosa y joven madre hace poco me escribió: '¿Cómo puede un ser humano amar tanto a un hijo que esté dispuesto a renunciar por él a una parte importante de su libertad? ¿Cómo puede el amor humano ser tan fuerte que uno acepta voluntariamente la responsabilidad, la vulnerabilidad, la ansiedad y el dolor, y lo sigue haciendo una y otra vez? ¿Qué tipo de amor mortal nos hace sentir, después de tener a un hijo, que nuestra vida jamás volverá a ser nuestra nuevamente?'.
El amor maternal tiene que ser divino. No hay otra explicación. Lo que las madres hacen es un elemento esencial de la obra de Cristo. El saber eso debería bastar para indicarnos que el efecto de ese amor oscilará entre lo insoportable y lo extraordinario, una y otra vez hasta que, cuando todo hijo en la tierra esté seguro y reciba la salvación, entonces, podamos decir con Jesús: ‘¡Padre! He acabado la obra que me diste que hiciese’.
Su naturaleza divina las coloca en un lugar cerca del cielo al participar directamente en el Plan de Salvación, al cuidar y educar a los hijos de Dios en el Evangelio y los principios eternos.
Me siento profundamente admirado y agradecido por la influencia divina de las mujeres en mi propia vida, y por su espíritu de servicio y amor sacrificados y entregados.
Por favor, madres, no se cansen de hacer lo bueno; el mundo las necesita, hoy más que nunca.

jueves, 27 de marzo de 2025

Tiempo de misericordia

Éste es el día del Señor.
Éste es el tiempo de la misericordia.
Delante de tus ojos ya no enrojeceremos
a causa del antiguo pecado de tu pueblo.
Arrancarás de cuajo el corazón soberbio
y harás un pueblo humilde de corazón sincero.
En medio de las gentes nos guardas como un resto
para cantar tus obras y adelantar tu reino.
Seremos raza nueva para los cielos nuevos;
sacerdotal estirpe, según tu Primogénito.
Caerán los opresores y exultarán los siervos;
los hijos del oprobio serán tus herederos.
Señalarás entonces el día del regreso
para los que comían su pan en el destierro.
¡Exulten mis entrañas! ¡Alégrese mi pueblo!
Porque el Señor que es justo revoca sus decretos:
La salvación se anuncia donde acechó el infierno,
porque el Señor habita en medio de su pueblo.

¿Qué es la amistad?

Preguntó la vida.
- Es no hablar mal de esa persona aunque no esté, dijo la lealtad.
- Es permanecer con ella en las buenas y en las malas, dijo el apego.
- Es hablar claro y sin mentiras, dijo la sinceridad.
- Es reír con esa persona y llorar con ella cuando se necesita, dijo el sentimiento.
- Es saber que está contigo hasta con los ojos cerrados, dijo la confianza.
- Es extrañarle cuando sale de viaje y alegrarte de volverla a ver, menciono la memoria.
- Es desear que siempre esté bien, dijo el deseo.
- Es darle la mano cuando la necesita, dijo el apoyo.
- Es respirar profundo cuando se equivoca, dijo la paciencia.
- Es no conocerme, dijo la traición.
- Es saber perdonar cuando es necesario, dijo el perdón.
- Es la que está contigo en vida, te acompaña en tu enfermedad, y llora en tu agonía, dijo la muerte.
- Es querernos, contestó el amor.
¡Eso y más, mucho más... es la Amistad!
• “Mi mejor amigo es el que saca lo mejor de mí mismo.”
• “Los amigos son la familia que eliges.”
• “La amistad sólo puede tener lugar a través del desarrollo del respeto mutuo y dentro de un espíritu de sinceridad.”
• “La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos personas es cómodo.
El verdadero amigo ama en todo momento y es un hermano en tiempos de angustia.”

domingo, 23 de marzo de 2025

Ser palabra y vida

            Mari Patxi Ayerra

Señor Jesús, queremos ser para todos:
el gesto cálido, la palabra oportuna,
la sonrisa acogedora, la mano tendida,
la mirada disculpadora y la persona amiga,
la voz que denuncia la injusticia.
Porque deseamos parecernos a Ti, Señor,
hemos de ser el compañero fiel,
el vecino más atento y generoso
el que promueve actividades solidarias,
el que anima las fiestas y acompaña en el dolor.
Nuestro fruto ha de ser el amor,
traducido en compañía de vidas,
en caricia entrañable, en disculpa misericordiosa.
Haznos amorosos y hermanos, Señor,
ayúdanos a ser luz en tiempo de oscuridad
y sal en un mundo soso, que necesita chispa,
alegría y optimismo vital.
Contigo es posible, Jesús.

Conocer a Dios

Un capellán militar, se aproximó a un herido en medio del fragor de la batalla y le preguntó:
– ¿Quieres que te lea la biblia?
– Primero dame agua, que tengo mucha sed, le dijo el herido.
Y el capellán le ofreció el último trago que tenía en su cantimplora, aunque sabía que no había más agua en kilómetros a la redonda.
– ¿Ahora, puedo leerte la Biblia?, le preguntó de nuevo
– Primero dame de comer, que me muero de hambre, suplicó el herido.
El capellán le dio el último mendrugo de pan que guardaba en su mochila.
– Tengo frío, fue el siguiente clamor.
Y el hombre de Dios se despojó de su abrigo, pese al frío que calaba y cubrió amorosamente al herido.
– Ahora sí, le dijo al capellán. Háblame de ese Dios que te hizo darme tu ultima agua, tu último mendrugo y tu único abrigo. Quiero conocerlo…

sábado, 22 de marzo de 2025

Tentaciones

           Florentino Ulibarri

Cuando sea tentado por el hambre,
no me dejes caer en soluciones fáciles.
No a la gula, no a la pereza,
no a la vida cómoda y satisfecha.
Dame sólo el pan nuestro de cada día.
Cuando sea tentado por la fama,
no me dejes caer en la soberbia.
No a la imagen, no al orgullo,
no a una vida ambiciosa y fácil.
Dame sólo la grandeza de tener hermanos y Padre.
Cuando sea tentado por el poder,
no me dejes caer en sus redes.
No al uso de su fuerza, no al dominio,
no a una vida arrogante y prepotente.
Dame sólo el gozo del servicio humilde.
Cuando sea tentado por lo que sea,
no me dejes solo con mi pena ni con mi osadía.
Y aunque no te lo pida,
ni haya apreciado tu ejemplo y propuesta,
dame tu segura compañía para andar por la vida.
Y mientras caminemos por el desierto,
que tu Espíritu, sólo tu Espíritu,
me empuje y guíe a los corazones y a los oasis
en los que Tú estás presente, aunque no lo invoque.
¡No me dejes caer en estas ni en otras tentaciones!

Hablando de piedras…

        Antena Misionera

Dos señoras fueron a un sabio con fama de santo, para pedirle algún consejo sobre su vida espiritual.
Una decía que era una gran pecadora. En sus primeros años de matrimonio había traicionado la confianza de su marido. No lograba olvidar aquella culpa, aun cuando después siempre se había portado de modo irreprensible; pero le seguía torturando aquel remordimiento.
En cambio, la segunda siempre había cumplido todas las leyes, y se sentía inocente y en paz consigo misma.
El sabio pidió que le contaran sus vidas.
La primera confesó con lágrimas en los ojos su culpa. Decía, gimiendo, que para ella no podía haber perdón, porque su pecado era demasiado grande.
La segunda dijo que no tenía nada especial de que arrepentirse.
El santo varón se dirigió a la primera:
― «Hija, ve a buscar una piedra, la más pesada y grande que puedas levantar, y tráemela».
Después, habló a la segunda:
― «Y tú, tráeme tantas piedras como quepan en tu delantal, pero que sean pequeñas».
Las dos mujeres se dieron prisa a cumplir la orden del sabio. La primera volvió con una piedra grande, la segunda con una bolsa de guijarros. El sabio miró las piedras y dijo:
― “Ahora debéis hacer otra cosa: llevadlas a donde las habéis encontrado, pero poned mucho cuidado en dejarlas en su sitio. Después, volved aquí”.
Obedientes, las dos mujeres fueron a cumplir la orden del sabio. La primera encontró fácilmente el sitio de donde había arrancado la gran piedra y la puso en su lugar. La segunda, en cambio, daba vueltas inútilmente tratando de recordar de dónde había recogido cada guijarro. Era una tarea imposible, y volvió mortificada al sabio con todas sus piedras.
El santo varón sonrió y dijo:
― «Lo mismo sucede con los pecados. Tú, dijo a la primera, has devuelto fácilmente a su sitio la piedra porque sabías exactamente dónde estaba: has reconocido tu pecado, has escuchado con humildad los reproches de la gente y de tu conciencia y has reparado con el arrepentimiento. Tú, en cambio, dijo a la segunda, no sabes de dónde has recogido todas esas piedras. Igual que no has sabido reconocer tus pequeños pecados. Quizás has condenado las grandes culpas del prójimo y has permanecido apegada a las tuyas, porque no has sabido verlas».

¡Qué buenos abogados defensores para nosotros mismos y qué buenos fiscales para los demás! Me admira la increíble capacidad de autoengaño que tenemos para encubrir nuestros pecados, y la agudeza que tenemos para agravar a las acciones de los demás...

viernes, 21 de marzo de 2025

Líbranos, Señor, de la codicia

          Benjamín González Buelta, S J

Líbranos, Señor, de la codicia.
De atarnos a las riquezas como el que se sujeta
con un cinturón de seguridad al avión que vuela a su destino.
De constituirse a sí mismo en centro de peregrinación
donde confluyan los caminos
de los que van y vienen buscando al absoluto.
De inmolar nuestra libertad ante el altar de la técnica
donde vamos destruyendo con el consumo voraz
el futuro hecho objeto.
De acumular conocimientos
con el propósito callado de hinchar nuestro apellido,
hasta que llegue vía satélite hasta los confines de la tierra.
De apuntar con el índice a nuestro propio pecho
jugando a ser como dioses,
mientras el dedo de Juan señalaba a Jesús entre la gente
y Jesús señalaba a Dios y su Reino.
Líbranos de toda codicia,
la del espíritu y la técnica, la de fama y el dinero,
ídolos que nos hacen orgullo
drogados por su brillo pasajero.
Para llenar la ansiedad y el vacío de trascendencia
exigen su ración diaria de sangre propia y ajena.

Los regalos no hablan

Sentado a la entrada del granero, desgranaba mazorcas un campesino. Hasta ahí llegó su hijo pequeño y preguntó:
— ¿Tata, te ayudo?, sin levantar la vista el papá contestó con preguntas:
— ¿Ya has hecho tus tareas: metiste los chivos, recogiste los huevos, llevaste el agua y la leña que corté a su mamá?
— Sí, tata, tres cestas de huevos, tres garrafas de agua y dos carretillas de leña.
— Está muy bien, ándele pues, ayúdame a desgranar.
Sentado y en silencio el niño comenzó a desgranar. Casi terminaban cuando el pequeño preguntó:
— ¿Tata, puedo decirte algo?
— Claro "mijo", ¿para qué soy bueno?
El niño le dijo con tristeza:
— Tata es que mi amigo Remigio le regaló a su tata una camisa bonita.
— Humm, ¿el que no ayuda en nada a sus tatas?
— Si tata, ese
— Huum, ¿y que más quieres decirme?
— Mi amigo Jacinto le dio a su tata un sombrero de piel negra, muy bonito.
— Humm, ¿el que no hace sus tareas ?
— "Si tata”, ese
— Humm ¿y luego?
— Toribio le regaló a su tata unos zapatos de piel
— Humm ¿el que lo agarraron robando huevos?
— ¡Sí, tata” ese!
Y así el niño le fue diciendo lo que sus amigos habían comprado a sus papás. Al final el papá preguntó:
— ¿Y cuál es tu preocupación, "mijo"?
— Es que yo estuve juntando para hacerle un regalo a usted, pero al cruzar por el puente colgante, se me cayó al río la bolsita con el dinero y no tengo para su regalo.
— ¿Y eso te preocupa "mijo"?
— Si tata, porque yo quería hacerle a usted un regalo.
Aquel hombre de manos duras y piel tostada por el sol, se levantó́ el sombrero, rascándose la cabeza dijo:
— No te preocupes "mijo", los regalos no hablan, no obedecen, no ayudan, se desgastan y se tiran. Yo no soy su tata porque me des un regalo, ¡no!... “tata” lo soy porque te tengo a ti. ¿para qué quiero regalos?... yo te aseguro que todos esos “tatas”, quisieran tener un hijo así́ como tú, obediente, respetuoso, cariñoso. Pero no lo tienen, ¡lo tengo yo y es mi hijo!, y no lo tengo un día, ¡lo tengo para muchos años!... ¿para qué quiero regalo un día, si tú es mi mejor regalo?
Aquel niño, conmovido, se acercó y lo abrazó. Empezó a llorar diciendo:
— Tata... Tata... Gracias por ser mi papa.
— No “mijito”, gracias a ti por ser mi hijo.

martes, 18 de marzo de 2025

Volver al Tabor

          José Mª Rodríguez Olaizola SJ

Nos gusta volver al Tabor.
Allí, por un instante te descalzas, bajas la guardia,
alzas la copa y brindas por el amor, la amistad,
y el Dios evidente
Allí te gusta quién eres,
la música acuna,
el espejo te devuelve una alegría serena
y estás en casa.
¿Por qué abandonar este oasis?
¿Por qué renunciar al afecto seguro,
para regresar a la tierra inhóspita, a la gente difícil,
a las preguntas abiertas, a las rutas inciertas?
¿Quién querría volver a parajes de sombra,
donde aumentan las cargas y el amor es esquivo?
Tú callas.
Te alejas de la seducción de este Tabor envolvente
mientras te adentras en los días complejos,
las vidas heridas, la voz de los pobres,
la sed de justicia, la fe batallada.
Ya a lo lejos, me miras, y pides que escoja
la celda de oro o seguir tus pasos.

Orgulloso de ser burro

Érase una vez un grupo de burros que vivían en un establo árabe. Un día, un burro se negó a comer y su cuerpo se debilitó, se le cayeron las orejas y casi cayó al suelo.
El padre burro notó que la condición de su hijo empeoraba día a día y quiso entender la razón. Fue a hablar con su hijo para tratar de comprender su deteriorada condición física y mental.
-- ¿Qué te pasa, hijo mío? Te traje la mejor cebada y aun así te niegas a comerla. Dime, ¿qué te pasa? ¿Por qué te haces esto? ¿Alguien te está molestando?
Su hijo levantó la cabeza y le dijo a su padre: Sí padre, la gente...
El padre burro se sorprendió y le preguntó a su hijo:
-- ¿Qué le pasa a la gente, hijo mío?
-- Se burlan de nosotros, los burros. Cuando alguno de ellos hace algo malo, lo llaman 'burro'. ¿De verdad somos así? A sus tontos les llaman burros, pero nosotros no somos así, papá. Trabajamos sin descanso, entendemos y tenemos sentimientos.
El padre burro no sabía cómo responder a la difícil situación de su hijo, pero trató de persuadirlo moviendo sus orejas de un lado a otro y diciéndole:
-- Hijo mío, los humanos fueron creados por Dios y fueron hechos superiores a las demás criaturas, pero se causaron mucho daño a sí mismos y han comenzado a dañarnos también a nosotros, los burros. ¿Alguna vez has visto a un burro robar el dinero de su hermano? ¿Alguna vez has visto a un burro atormentando a otros burros sólo porque son débiles o porque no le gusta lo que dicen? ¿Alguna vez has visto un burro que discrimina por color, género e idioma? ¿Has oído hablar de la cumbre de burros que no saben por qué están reunidos? ¿Has oído que los burros de un lugar planean matar burros de otro lugar para obtener cebada? ¿Alguna vez has visto a un burro dividir a su familia por razones sectarias? ¡Seguro que nunca has oído hablar de tales crímenes contra la humanidad en el mundo de los burros! Pero la gente no conoce la sabiduría de su creación y actúa en consecuencia. Así que, hijo, quiero que uses tu mente de burro y mantengas mi cabeza y la cabeza de tu madre en alto. Tú, ‘hijo de burro, sigue siendo burro’. Hijo, que digan lo que digan. Lo que para nosotros es motivo de orgullo es que no mentimos, no matamos, no robamos, no chismeamos, no maldecimos y no bailamos de alegría entre los heridos y los muertos.
Estas palabras impresionaron al hijo del burro y comenzó a comer la cebada y dijo:
-- Sí, padre, seguiré siendo como tú. Estaré orgulloso de ser burro hijo del burro, no seré destruido por ser un ser malvado seguiré siendo burro, solo un poco necio, pero ¡nunca tonto!

lunes, 17 de marzo de 2025

La silla de san Jose / Pascua

 

 

Llamada resucitante al móvil de Malena (Midrash evangélico)

Aún no eran las nueve de la mañana cuando llegó Malena a casa de Salomé, donde se hospedaba la madre de Jesús. Subió sin respirar hasta la terraza. María, sentada con un cuenco de leche en su mano, respiraba a pleno pulmón la fragancia de la primavera palestina, la mirada perdida hacia la ruta de Belén, con aire de soñar despierta.
– ¡Madre!, ¡Madre!, ¡Que está vivo, que me ha llamado!. ¡Madre!, ¡Madre! ¡Que está vivo, que me ha llamado!.
– Radiante vienes Malena, ¿a quién te has encontrado por el camino? (Dic nobis, Maria, quid vidisti in via).
Te cuento, madre, te cuento. Yo salí de madrugada, (valde mane una sabbatorum (Jn 20)), al cementerio. La verja del huerto, cerrada con llave; marco el número del conserje y no contesta; intento colarme por la puerta de servicio, en ese momento suena el móvil. «Vaya, por fin, ¿dónde se había metido usted, Cirineo?, si no puede venir, dígame donde demonios ha escondido las llaves, para que las encuentre y abra».
Una voz en off dijo.
– ¿No me reconoces?
– ¿No es usted el conserje, el Cirineo?, le pregunto.
La misma voz, pero esta vez en tono familiar, dijo:
– María, amor mío.
– Cielo, ¿eres tú? ¿Cómo es posible, desde tan lejos?
– No estoy lejos, en la eternidad la cobertura es perfecta.
– ¿De dónde llamas?»
– Desde aquí, a tu espalda.
Me volví… y era Él.
– ¡Rabboni!, dije, y me fui a echar en sus brazos, pero su figura como que se difuminaba. Antes de desaparecer me dijo:
– En los abrazos del más acá siempre está la piel por medio, por más dentro que penetres, sigues estando fuera. Pero si subes a Abba, abrazas desde allí a todos y todas de otra manera.
Anda, corre a decírselo a la pandilla entera. Pero no empieces por Tomás, que, por mucho que le gustes -ya ves con qué ojos celosos mira siempre-, no te va a creer. Ve primero a Juan, que tiene algo de eso que sabéis cultivar vosotras: ojos para ver y oídos para entender. Él es poeta y por eso puede comprender la Palabra».
La madre de Jesús escuchaba sonriente a Malena.
– Claro, ya sabía que iba a contactar contigo. Me acababa de llamar a mí.
– Naturalmente, la madre primero, dijo Malena.
– Bueno, no sé qué te diga, era para preguntar por tu número. Fui yo quien le dio el de tu móvil. Cuando el despojo de las vestiduras le habían quitado el suyo, en el que tu dirección iba en cabeza.
– Pero lo que no me gusta, -dijo Malena-, es que aparezca tan poquito tiempo y enseguida se vaya.
– Ya dijo Él que nos conviene que se vaya, para que venga la Ruah a hacérnoslo presente.
– Sí, pero no lo tocamos y palpamos con estas manos de carne.
– Por algo dice él: suéltame (Noli me tangere, Jn 20), que tengo que irme a Abba, para que viváis dentro de mí como yo vivo dentro de Abba.
– Pero, madre, eso cuesta mucho, porque se le echa de menos y eso nos hace sufrir.
– Pero Él vive.
– Sí, pero nos lo podía haber dicho antes, el jueves por la noche, nos habría ahorrado el mal rato del viernes a la hora de nona» (Aquí suena el Stabat mater, de Jenkins).
– Es que ni él mismo lo sabía.
– Pero siendo quien es, su conciencia…»
– Déjate de conciencias, Malena, eso son monsergas, como decía la abuela Ana, eso se queda para teólogos alemanes romanizados con miedo a mirar cara a cara.
– Ahora me explico lo desolador de aquella frase, cuando dijo que por qué estaba abandonado. Con razón lo pasó tan mal.
– Así fue, murió solo y fuera: fuera de su ciudad, fuera de su religión y condenado por ella, fuera de sus amigos que lo traicionan, no sólo Judas y Pedro, hasta el mismo Juan pagó el precio de hacer compromisos con los jerifaltes a cambio de que lo dejasen entrar en la capilla sixtina mientras el Gran Inquisidor revestido de capisallos largos dictaba sentencia entre el silencio de los corderos…».
– Al final solo quedamos nosotras, madre.
– Sí, la Ruah se sirvió de vosotras para consolarle; vosotras, las piedras despreciadas por los constructores de la basílica petrina, fuisteis llamadas a sostener con vuestro cemento a la piedra angular. Y, al fin, pudo él dar un grito asumiendo que todo estaba consumado y, mientras Abba respondía con silencio a su grito, hizo de tripas corazón y cruzó la última puerta.
– ¿Y estaba Abba esperando detrás de la puerta?
– No, Malena, esa fue la sorpresa. No hay un detrás de la puerta, sino un más acá, ya estás ahora y desde siempre en brazos de Abba, solo que no te das cuenta. Ya dijo Él: Yo soy la puerta.
– Y por eso ha resucitado de verdad (Scimus Christum surrexisse a mortuis vere).
– Bien dices que de verdad. Porque volver a esta vida y dejar una tumba vacía sería morir de mentirijillas. Murió de verdad y vive de verdad, porque, más que resucitar, lo que pasa es que Él en persona es la Resurrección y la Vida mismas».
– Ay, madre, da gusto oírte decir estas cosas, ¡cuántos escribas muy doctos en teología no saben cómo explicarlas, aunque están muy listos para condenar a quienes las cuentan de otro modo! Tú, Madre, sí que eres mejor exegeta, aprendiste de tu hijo a interpretar a Abba, tú sí que mereces un doctorado en la Ciudad de Dios (no en Navarra, ni en la Gregoriana), tú vales más que Judit, eres fuerte e incisiva, sicut castrorum acies ordinata, te cantarán todos los meses de Mayo con flores a porfía, tota pulchra, María, gloria de Jerusalén, tú la hija esperanzada de Sión y alegría de Israel, tu honorificentia populi nostri…
– Bueno, bueno, Malena, no te pases, que te exaltas demasiado y te van a confundir con nuevos movimientos.
– Si es que no puedo contenerme, madre, si lo de hoy al alba ha sido maravilloso, esto es una mezcla de gozar y sufrir. De disfrutar, porque quien amas vive y el amor es más fuerte que la muerte; pero, a la vez, pasarlo mal, porque no lo tienes entre tus brazos, así, bien estrechadito y apretadito.
– Claro Malena, si no quieres sufrir, no ames. Pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?»
– Ay, madre, ¡qué cosas más entrañables dices!
– Bueno, Malena, dejémoslo ya, ahora tú tienes que ponerte en marcha, recuerda que Él dijo que tú te llamarás Petra y que con esa piedra quiere Él destruir todas las opresiones y desencadenar un movimiento de compasión que inunde el mundo de ternura».
– ¿Por dónde empiezo?
– Empieza por Juan, pero ayudada por Susana y Salomé. Para asegurar que no venga con Santiago la involución, tenemos que coger el timón nosotras. De lo contrario, los rabinos de la curia van y manipulan el Sínodo, redactan encíclicas largas y abstrusas, nombran obispos de su línea, domestican a los doce para que monopolicen el título de apóstoles y buscan una tumba vacía en la que enterrar para siempre el Concilio Vaticano II en un funeral de primera con veinte turiferarios y una hilera de diáconos con dalmáticas de estilo lefebvrino.
Pero vosotras, adelante, que aprieten el paso sin miedo las muchachas del Reino y de las Redes, sople que sople como un tifón la Ruah para inflar con viento favorable las velas de los pescadores y que se llenen de pesca sus barcas cuando, por fin, os hagan caso a vosotras y dejen ya de una santa vez de echar las redes siempre a la derecha de la barca y a la derechona del país…»

 

LA SILLA DE SAN JOSÉ

En el convento San Paolo de las hermanas clarisas, de un pueblo italiano llamado Tuscania, en el año 1881, una religiosa llamada Sor Maria Geltrude di Gesù Nazareno estaba enferma desde hacía 3 años de un cáncer considerado incurable. Ella quedó inmovilizada en cama.

En la mañana del 8 de marzo, mientras la comunidad religiosa estaba celebrando la santa Misa, iniciando la Novena a San José, la monjita vio entrar a un hombre en su celda.

Ella estaba muy sorprendida, porque la regla del monasterio dice que un hombre puede visitar pero siempre con una mujer que lo acompañe, y no solo, como había aparecido este hombre.

Ella le pregunto quién era, y este le respondió «Soy el carpintero de este monasterio», tomó la silla y se sentó cerca de su cama.

El hombre le preguntó «¿Que le sucede?».
La monjita responde «Dicen que tengo una enfermedad grave y no se puede hacer nada».

El carpintero le recomienda «Confíe en Dios y sigue rezando».

Después este se puso en pie, y silencioso como entró, se marchó.

La monjita declaró que este hombre tenía ojos hermosos y sus manos eran blancas y delicadas, que no parecían de un carpintero.

Al término de la Santa Misa, la enfermera del lugar, regreso a la enfermería, y encontró la silla, en cualquier lugar, y eso que ella había ordenado antes de irse. Preguntó a la enferma que había pasado con la silla que no estaba en su puesto.

La monjita le respondió «Fue el carpintero del monasterio que se acaba de ir».

La enfermera reaccionó « ¿El carpintero? Pero nadie pudo haber entrado, las llaves del monasterio las tiene la madre Abadesa»
La monjita le dijo «Si, y si ha sentado aquí, y me ha dicho que confiara en Dios para curarme.»

Al oír esto la enfermera salió corriendo a buscar a la madre que tenía las llaves, convencida que la enferma estaba delirando. Las mojas estaban confundidas por saber quién era este misterioso carpintero, ya que nadie podía haber entrado.

Una religiosa recordó que la enferma era muy devota a San José, y que desde el inicio de su enfermedad, le rezó al santo para que la curase en el día de su fiesta.

Entonces con mucha fe, fue junto a la enferma, y se puso en rodillas a rezar delante de las dos sillas diciendo «San José, si realmente eras tú quién vino esta mañana, hazme saber en qué silla te has sentado».

Entonces una silla empezó a moverse sin que nadie la tocase y confirmando que San José estuvo ahí.

Gracias San José por tu intercesión.

 

 

 

 

JESUS SEPULTADO: DEL GRITO A LA RISA

Inclinó al fin su cabeza, rota en grito la Palabra; hubo llantos y lamentos de la tarde a la mañana. ¡Qué silencio y qué vacío por la Palabra enterrada! Todo aquel día de sábado fue silencio y esperanza. Y a la mañana siguiente, primera de la semana, la Palabra se convierte en risa resucitada. Es risa de primavera, es risa que se regala, Es risa que no termina, es risa que vive y habla. Todo se llena de risa, todo se estremece y canta; aquel grito del Calvario es ya risa prolongada. Se acabaron las tristezas, las tristes muertes del alma; hay un rostro que sonríe y va sembrando esperanzas. No llores ya, Magdalena, buscando lo que más amas: es hortelano que ríe: una risa que no acaba. No llores más, Pedro amigo, recordando las tres faltas: ahora está junto a ti el que es risa soberana, y tan sólo te pregunta si le quieres, si le amas, y solamente te pide reír con todas tus ganas. No estéis tristes peregrinos de Emaús o de cualquier patria: Alguien sale a vuestro encuentro y su risa es una llama; siempre se deja invitar cuando la tarde se acaba, y cuando parte su pan de risa a todos contagia. Parte tu pan conmigo, Amigo mío del alma, colorea con tu risa los rincones de mi casa; y que la risa florezca y que fluya como el agua; y los grupos resuciten en risas multiplicadas.