Susana Rangel
Cada mañana, a la misma hora, un hombre mayor abría su pequeña relojería. Tenía manos temblorosas por los años, pero seguía siendo el mejor arreglando relojes en todo el barrio.
No solo componía piezas: parecía que, al arreglar un reloj, también reparaba algo más profundo. Como si al ajustar engranes… también ajustara almas. Una tarde lluviosa, entró un hombre joven, con traje caro y cara de estrés. Dejó caer su reloj sobre el mostrador.
— Necesito que lo arregle. Se retrasa dos minutos a la semana. Y tengo reuniones importantes. ¿Puede tenerlo para mañana?
El viejo miró el reloj. Luego, al joven.
— Los relojes, como las personas, se desajustan cuando viven corriendo.
— Solo quiero que funcione, dijo el joven, -mirando su teléfono móvil-. Le pago el doble si me lo entrega mañana.
— Tardará tres días, respondió sin alterarse. Y mientras, puedes usar este.
Le dio un viejo reloj de bolsillo. El joven lo aceptó con cara de pocos amigos.
Durante esos tres días, algo cambió. Notó que el tiempo no se sentía igual. En reuniones aburridas, las agujas casi no se movían. Pero cuando almorzaba con su hija, el reloj parecía ir volando. Las horas ya no eran iguales. Eran distintas según lo que vivía… Volvió al tercer día, desconcertado.
— Este reloj va mal. A veces corre, a veces se detiene.
El viejo sonrió.
— No está mal. Está en sintonía contigo. No marca los segundos… marca los momentos.
Le devolvió su reloj de lujo y dijo:
— Puedo dejarlo perfecto, pero si tú sigues perdiendo tiempo en lo que no importa, volverá a fallar.
— Entonces… ¿qué hago?
— Recuerda que hay dos formas de vivir el tiempo: la que se mide… y la que se siente. Y los mejores relojes no están en la muñeca. Están en el corazón.
El joven se quedó pensativo. Preguntó cuánto debía.
— Por el arreglo, lo que tú creas justo. Por la lección… esa se paga viviendo distinto.
Semanas después, regresó. Traía en la mano el reloj de bolsillo.
— ¿Se descompuso?
— No, respondió con una sonrisa. Quiero quedármelo. Renuncié a mi trabajo. Abriré algo pequeño aquí. Quiero poder recoger a mi hija del colegio cada día.
El viejo le dijo:
— Ese reloj no se vende. Se hereda. Guárdalo. Algún día vas a entender que el tiempo más valioso es … el que estás presente cuando más te necesitan.
Ese invierno, el relojero falleció. En su testamento dejó su taller al joven, con una nota: “Para quien entendió que no se trata de arreglar relojes… sino de reparar la vida.”
Hoy, si pasas por esa tienda, verás un letrero que dice: “Aquí no vendemos tiempo. Solo te recordamos cómo vivirlo.”
Moraleja: A veces, lo que necesitamos no es que un reloj marque la hora perfecta… sino que nuestro corazón vuelva a marcar lo importante.
miércoles, 6 de agosto de 2025
El viejo relojero
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