Ankor Inclán
A los 82 años, mi abuelo aprendió a usar YouTube. No porque quisiera ver videos de cocina o escuchar boleros de antaño. Sino porque tenía una misión.
Durante más de cinco décadas, había trabajado como reparador de televisores en un pequeño pueblo. Era de esos hombres que sabían identificar un problema solo con escuchar el zumbido de un aparato. Decía que los televisores, como las personas, también daban señales antes de apagarse del todo.
Pero con la llegada de las pantallas planas, los LED y los Smart TV, los clientes dejaron de venir. Su taller, ese santuario de destornilladores y resistencias, se volvió museo. Sus hijos lo animaban a venderlo. Él se negaba.
— Todavía hay cosas que puedo enseñar -decía.
Nadie le prestaba atención. Hasta que una tarde, su nieta -mi prima- lo grabó arreglando un viejo televisor.
— “Mira esto”, le dijo. “Vamos a subirlo a YouTube. A lo mejor a alguien le sirve.”
Mi abuelo no entendía del todo. Solo dijo: “Si puede ayudar a alguien, hazlo”.
El video se tituló: “Abuelo enseña cómo revivir un televisor de tubo”. Tenía sus manos temblorosas, su voz pausada, y una ternura que no se aprende: se vive. A la semana, tenía 18 vistas. A las tres semanas, 12.000. A los dos meses, lo invitaron a un programa de tecnología en la TV local para que hablara de “oficios que no deberían morir”. Yo lo acompañé. Antes de entrar al set, me apretó la mano y murmuró:
— Nunca imaginé que lo que aprendí en soledad le serviría a tanta gente.
Ese día, contó que aprendió electrónica por correspondencia. Que hacía dibujos en cuadernos con regla y lápiz. Que nunca tuvo computador, pero podía leer un circuito como quien lee una carta de amor.
Cuando terminó, el público lo ovacionó de pie. Y él, que nunca había usado un micrófono, solo dijo:
— No importa cuántos años pasen, lo que uno sabe puede seguir ayudando… si alguien lo escucha.
Volvió al pueblo como una leyenda. Su taller, que antes era un desván lleno de polvo, se transformó en aula. Venían chicos de otros barrios a aprender cómo funcionaban los radios antiguos. Traían sus dudas, sus ganas de saber, y él respondía con una mezcla de ciencia y cariño.
Hace poco, cumplió 84. En lugar de pedir regalos, pidió que todos los que lo querían trajeran un aparato viejo para arreglar entre todos.
— Así se aprende: no con cosas nuevas, sino dando nueva vida a las que aún pueden funcionar -dijo.
Ese día, estropeó a propósito su propio televisor. Lo abrió delante de todos y les enseñó a cada uno cómo encontrar la pieza rota.
Después encendieron el aparato y todos aplaudieron. Mi abuelo se rio y dijo:
— ¿Veis? La vida también es así. A veces no hay que reemplazar… solo entender dónde está el fallo y tener paciencia para repararlo.