jueves, 11 de diciembre de 2025

Ven a mí

                  (Rezando voy, sobre Mt 8, 12-14)

Ven a mí, tú que a veces te agobias, te fatigas, te desesperas.
Ven, que yo prepararé para ti una mesa, cada día, si quieres.
Para que te alimente un festín de vida.
Disfruta del amor sencillo, concreto, cotidiano.
Ven, y yo te aliviaré, con palabras de esperanza, de justicia y de paz.
Aparca, por un momento, las inquietudes,
siéntate en la vereda de tu camino, para reposar, conmigo.
Ven, y encontrarás, en mi compañía,
otros muchos caminantes mecidos por mi abrazo.
Ven y aprende de mí, que a todos acojo,
porque todos merecen una oportunidad, una palabra de calma
y una mano sobre el hombro que les recuerde que no andan solos.
Ya verás cómo algunos problemas pesan menos,
y te das cuenta de que el evangelio se lleva con facilidad,
porque lo llevas escrito en tu entraña.
Estoy aquí, en la mesa, en la calle, en el silencio,
en el prójimo, en tu interior, en cada gesto de amor…
Anda, ven, pues quiero compartir contigo todo lo que soy.

Los cuatro ángeles del Adviento

        (Leyenda rusa) Comunidad Waldorf

Hace mucho tiempo la gente vivía en el mundo, pero no sabían construir casas, ni plantarlas ni cuidarlas, pero vivían en cuevas donde estaba oscuro porque no tenían luz. Dios llamó a los ángeles para traer luz a los cuatro rincones de la tierra y anunciar a los hombres que el Hijo de Dios vendría al mundo.
El primer ángel tenía alas azules. Era para iluminar las cuevas con un rayo de luz que le daba el sol. Fue ese rayo de sol el que ayudó a los enanos a hacer piedras de colores. Este ángel trajo lluvia y lavó las piedras, llenó los lagos, hizo que los ríos fluyeran más rápido.
El segundo ángel tenía alas verdes. Salió del cielo muy temprano, pero a medida que volaba más lentamente, llegó a la tierra al atardecer. El rayo de luz que trajo este ángel le dio el color y la fragancia de las plantas. También enseñó a la gente a plantar y dejar la tierra preparada para recibir las semillas.
El tercer ángel tenía alas amarillas. Fue al sol y el sol le dio un rayo de luz para que pudiera traerlo a la tierra. Cuando llegó, los animales vieron esa luz y se asombraron. El ángel entonces dijo que nacería un niño muy especial y que todos tendrían que prepararse para recibirlo. Al escuchar esto, los pájaros comenzaron a cantar cada vez más bellamente, las mariposas colorearon sus alas, los animales de piel empezaron a hablar entre ellos sobre este evento y el viento difundió la noticia por todos lados.
El cuarto ángel tenía alas rojas. Tanto quería ayudar a la gente que fue hasta Dios, sin esperar a que lo llamaran. Dios tomó una luz del trono y dijo al ángel rojo que pusiera esa luz en el corazón de cada hombre, cada mujer, cada niño, cada anciano porque el día del nacimiento de Jesús ya estaba muy cerca.
Por eso, encendemos 4 velas en la corona de Adviento, para recordar a los cuatro ángeles que nos anunciaron la llegada del Hijo de Dios.

martes, 9 de diciembre de 2025

10 Píldoras de Adviento

       Pedro Miguel Lamet

1. Voy de camino, pero no estoy solo. Te siento en lejanía y, paso a paso, cuando me entran ganas de llorar, pronuncio tu nombre, música en mis entrañas.
2. Voy en busca del niño que llevo dentro.
3. Hay noche en mi derredor, un mundo cruel de guerra, odio. Pero detrás, lejos o en lo hondo, más allá del abismo, al fondo del bosque, intuyo tu cabaña de luz.
4. A mi lado, los pobres, los pequeños y olvidados. Son los especialistas de la esperanza, porque tienen más hambre de ti y van más ligeros de equipaje.
5. Con Isaías barrunto al "Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de paz". Cuando pronuncio tus apellidos, un sonajero tintinea en mis entrañas.
6. Debajo de mis pies hay un camino allanado por Juan Bautista: Baja mis montes, prepara mis senderos, aligera mis pies. Por eso, a pesar de todo, no tengo miedo. Esperar es confiar.
7. Me llena el alma la “llena de gracia”. Como a ella, Dios calienta mi seno. Santa María de la Esperanza, ilumina mi andadura de insignificante con tu Magníficat eterno.
8. El Papa Francisco evocaba a Charles Péguy: "La pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores y nadie la mira. En el camino de la salvación, en el camino carnal, en el camino desigual de la salvación, en el camino interminable, en el camino entre sus dos hermanas, la pequeña esperanza avanza". La esperanza avanza entre las dos hermanas mayores, la Fe y la Caridad, bien cogidas de la mano, pero en realidad es ella quien las dirige.
9. Para ir más ligero, voy soltando trastos: ese mirarme el ombligo, darle vueltas al coco, regodearme en lo negativo, creerme el centro de mi universo, un saco de apegos, mendigar cariño, afincarme en mis éxitos, temer el futuro, creerme solo, buscarme en los demás, acumular, mirarme al espejo. Entonces, si suelto, no camino, vuelo.
10. Tu rocío ya está refrescando mi frente. Tu sonrisa ilumina mi noche. Tu corazón arrebata a mi niño. Tu llanto pacifica mi cruz. Tu fragilidad me da fortaleza. Tu pobreza me hace rico. Cojeo de tantas cosas. ¡Cómo corro!

El abrazo se acerca. ¡Ven, Señor Jesús!

Tres árboles sueñan

Érase una vez, en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles amigos que soñaban a lo grande sobre qué depararía el futuro para ellos.
El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo: "Yo quiero guardar tesoros. Quiero estar repleto de oro y ser llenado de piedras preciosas. Yo seré el baúl de tesoros más hermoso del mundo".
El segundo arbolito observó un arroyo en su camino hacia el mar y dijo: "Yo quiero viajar a través de mares inmensos y llevar a reyes poderosos sobre mí. Yo seré el barco más importante del mundo".
El tercer arbolito miró hacia el valle y vio a hombres agobiados de tantos infortunios, fruto de sus pecados y dijo: "Yo no quiero jamás dejar la cima de la montaña. Quiero crecer tan alto que cuando la gente del pueblo se detenga a mirarme, levantarán su mirada al cielo y pensaran en Dios. Yo seré el árbol más alto del mundo".
Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños árboles se convirtieron en majestuosos cedros. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña. El primer leñador miró al primer árbol y dijo: "¡Qué árbol tan hermoso!", y con la arremetida de su brillante hacha el primer árbol cayó. "Ahora me deberán convertir en un baúl hermoso, voy a contener tesoros maravillosos", dijo el primer árbol.
Otro leñador miró al segundo árbol y dijo: "¡Este árbol es muy fuerte, es perfecto para mí!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora deberé navegar mares inmensos", pensó el segundo árbol, "Deberé ser el barco más importante para los reyes más poderosos de la tierra".
El tercer árbol sintió su corazón hundirse de pena cuando el último leñador se fijó en él. El árbol se paró derecho y alto, apuntando al cielo. Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba, y dijo: "¡Cualquier árbol me servirá para lo que busco!". Y con la arremetida de su brillante hacha, el tercer árbol cayó.
El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó al taller, pero pronto vino la tristeza. El carpintero lo convirtió en un mero pesebre para alimentar las bestias. Aquel árbol hermoso no fue cubierto con oro, ni contuvo piedras preciosas. Fue solo usado para poner el pasto.
El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero. Pero no estaba junto al mar sino a un lago. No había por allí reyes sino pobres pescadores. En lugar de convertirse en el gran barco de sus sueños, hicieron de él una simple barcaza de pesca, demasiado chica y débil para navegar en el océano. Allí quedó en el lago con los pobres pescadores que nada de importancia tienen para la historia.
Pasó el tiempo. Una noche, brilló sobre el primer árbol la luz de una estrella dorada. Una joven puso a su hijo recién nacido en aquel humilde pesebre. "Yo quisiera haberle construido una hermosa cuna", le dijo su esposo... La madre le apretó la mano y sonrió mientras la luz de la estrella alumbraba al niño que apaciblemente dormía sobre la paja y la tosca madera del pesebre. "El pesebre es hermoso" dijo ella y, de repente, el primer árbol comprendió que contenía el tesoro más grande del universo.
Pasaron los años y una tarde, un gentil maestro de un pueblo vecino subió con unos pocos seguidores a bordo de la vieja barca de pesca. El maestro, agotado, se quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente sobre el lago. De repente, una impresionante y aterradora tormenta se abatió sobre ellos. El segundo árbol se llenó de temor pues las olas eran demasiado fuertes para la pobre barca en que se había convertido. A pesar de sus mejores esfuerzos, le faltaban las fuerzas para llevar a sus tripulantes seguros a la orilla. ¡Naufragaba! ¡qué gran pena, pues no servía ni para un lago! Se sentía un verdadero fracaso. Así pensaba cuando el maestro, sereno, se levanta y, alzando su mano dio una orden: "calma". Al instante, la tormenta le obedece y da lugar a un remanso de paz. De repente el segundo árbol, convertido en la barca de Pedro, supo que llevaba a bordo al rey del cielo, tierra y mares.
El tercer árbol fue convertido en sendos leños y durante muchos años fueron olvidados en un oscuro almacén militar. ¡Qué triste yacía sintiéndose inútil, qué lejos le parecía su sueño de juventud! De repente un viernes por la mañana, unos hombres violentos tomaron bruscamente esos maderos. El tercer árbol se horrorizó al ser forzado sobre la espalda de un inocente que había sido golpeado sin misericordia.
Aquel pobre reo lo cargó, doloroso, por las calles ante la mirada de todos. Al fin llegaron a una loma fuera de la ciudad y allí le clavaron manos y pies. Quedo colgado sobre los maderos del tercer árbol y, sin quejarse, solo rezaba a su Padre mientras su sangre se derramaba sobre los maderos. el tercer árbol se sintió avergonzado, pues no solo se sentía un fracasado, se sentía además cómplice de aquel crimen ignominioso. Se sentía tan vil como aquellos blasfemos ante la víctima levantada. Pero el domingo por la mañana, cuando al brillar el sol, la tierra se estremeció bajo sus maderas, el tercer árbol comprendió que algo muy grande había ocurrido. De repente todo había cambiado.
Sus leños bañados en sangre ahora refulgían como el sol. ¡Se llenó de felicidad y supo que era el árbol más valioso que había existido o existirá jamás pues aquel hombre era el rey de reyes y se valió de el para salvar al mundo! La cruz era trono de gloria para el rey victorioso. Cada vez que la gente piense en él recordarán que la vida tiene sentido, que son amados, que el amor triunfa sobre el mal. Por todo el mundo y por todos los tiempos millares de árboles lo imitarán, convirtiéndose en cruces que colgarán en el lugar más digno de iglesias y hogares. Así todos pensarán en el amor de Dios y, de una manera misteriosa, llegó a hacerse su sueño realidad. El tercer árbol se convirtió en el más alto del mundo, y al mirarlo todos pensarán Dios.

lunes, 8 de diciembre de 2025

Oración a la Inmaculada

         Papa Francisco 8/12/2013

Virgen Santa e Inmaculada,
a Ti, que eres el orgullo de nuestro pueblo
y el amparo maternal de nuestra ciudad,
nos acogemos con confianza y amor.
Eres toda belleza, María.
En Ti no hay mancha de pecado.
Renueva en nosotros el deseo de ser santos:
que en nuestras palabras resplandezca la verdad,
que nuestras obras sean un canto a la caridad,
que en nuestro cuerpo y en nuestro corazón brillen la pureza y la castidad,
que en nuestra vida se refleje el esplendor del Evangelio.
Eres toda belleza, María.
En Ti se hizo carne la Palabra de Dios.
Ayúdanos a estar siempre atentos a la voz del Señor:
que no seamos sordos al grito de los pobres,
que el sufrimiento de los enfermos y de los oprimidos no nos encuentre distraídos,
que la soledad de los ancianos y la indefensión de los niños no nos dejen indiferentes,
que amemos y respetemos siempre la vida humana.
Eres toda belleza, María.
En Ti vemos la alegría completa de la vida dichosa con Dios.
Haz que nunca perdamos el rumbo en este mundo:
que la luz de la fe ilumine nuestra vida,
que la fuerza consoladora de la esperanza dirija nuestros pasos,
que el ardor entusiasta del amor inflame nuestro corazón,
que nuestros ojos estén fijos en el Señor, fuente de la verdadera alegría.
Eres toda belleza, María.
Escucha nuestra oración, atiende a nuestra súplica:
que el amor misericordioso de Dios en Jesús nos seduzca,
que la belleza divina nos salve, a nosotros, a nuestra ciudad y al mundo entero. Amén.

No termines el día enfadado

Había una vez un lobo llamado Sam. Era fuerte, valiente… pero su corazón llevaba heridas profundas. Siempre se mostraba irritable. Siempre a la defensiva. Su compañera, una loba tierna y noble llamada Lina, lo amaba con sinceridad. Lo amaba a pesar de sus gritos, de sus silencios, de su ira constante. Una noche, una discusión más estalló.
— ¡Nunca entiendes nada! -rugió Sam, dominado por su enojo.
— ¿Y tú cuándo dejarás de discutir por todo? -respondió Lina, con tristeza en la mirada.
Esa noche no se hablaron. No hubo abrazos. No hubo reconciliación. Solo silencio… y orgullo.
Al amanecer… El corazón de Lina había dejado de latir. Se fue sin hacer ruido. Frágil. Como si el bosque se la hubiese llevado sin avisar.
Sam cayó de rodillas. Aulló de dolor. El mundo se le vino abajo. Y en ese instante… comprendió lo que realmente importaba.
Pasaron los días, pero el vacío seguía ahí. Hasta que un viejo búho, sabio y apacible, descendió de lo alto de un árbol y se posó junto a él.
— ¿Por qué lloras, joven lobo?
Sam, con los ojos llenos de lágrimas, apenas pudo hablar:
— Discutía con ella… por cosas que ya ni siquiera recuerdo. Y ahora se ha ido. No le dije “perdóname”. No le dije “te amo”. Pensé que tendría más tiempo… Pero no despertó.
El búho lo miró con ternura y le preguntó:
— Dime, Sam… ¿Realmente valía la pena tener la razón esa noche? ¿Valía la pena callar por orgullo?
Sam cerró los ojos, roto por dentro, y susurró:
— No… Hoy cambiaría mil razones por solo un instante más con ella… Para abrazarla. Para decirle que lo siento.
El búho, antes de alzar el vuelo, le dejó estas palabras:
— Ama con paciencia. Perdona de verdad. Porque no sabemos que “buenas noches” será la última.

El amor que viene de Dios es paciente, es bondadoso y no se deja llevar por el orgullo (1 Cor 13:4-5).
No permitas que el enfado destruya lo que el Señor ha puesto en tu vida. Perdona pronto, ama profundamente, y no te vayas a dormir sin haber reconciliado tu corazón. Cristo nos enseñó a amar como Él nos amó: con gracia, con compasión… y sin condiciones.