sábado, 20 de abril de 2019

Palada a palada


Érase que se era un chino, padre honrado de familia y trabajador de un pequeño campo, por las regiones del norte del país. Su casita estaba situada en un paraje maravilloso entre verdes praderas y arroyos de agua limpísima. Pero, ¡oh desgracia!, la enorme mole de una montaña hacía sombra continuamente a la casa, de manera que, ni en verano ni en invierno, podía entrar por las ventanas ni un rayo de sol...
- ¡Qué casa más oscura!, decían las personas que venían a visitar al buen chino.
- ¡Qué casa más triste!, repetía cada día el chino cuando, al levantarse y abrir la ventana, se encontraba ante las narices aquella montaña inmensa que le ocultaba el sol...
Pero, ¿qué hacer? Una de dos: o cambiar la casa de sitio, o cambiar de sitio la montaña...
El chino lo pensó bien y se decidió por esto último. ¡Sí! trasladaría aquella gigantesca mole de piedra a otro lugar...
Pero... ¿cómo? Paletada a paletada. Espuerta a espuerta... Así se lo comunicó a sus hijos.
- “Hijos míos -les dijo-, esta casa, que yo heredé de mi padre y él de mi abuelo, es muy triste. Yo quiero dejaros a vosotros una casa más alegre. Por eso he decidido que, desde mañana, saldremos al campo con pico y pala e iremos demoliendo lentamente la montaña y trasladando su tierra a otra parte...”
Los hijos no se asustaron del trabajo que el padre les presentaba y dijeron que sí. Y al día siguiente, comenzaron su trabajo.
Pero los habitantes de las fincas vecinas, al enterarse, se echaron a reír:
- ¡Están locos! -decían- ¿Quién puede contra la montaña? ¡No conseguirán nada...!”
Y todos los días venían a comprobar si la montaña desaparecía. Pero la montaña seguía impasible en el mismo sitio, pues solamente habían conseguido arrancarle unas pocas espuertas de tierra...
Pero el chino tenaz se dirigió a sus vecinos:
- Ya sé que las montañas son muy grandes. Pero... ¡no crecerán más! Cada paletada que les arranquemos, no la repondrán jamás. Yo me moriré, es cierto, sin ver desaparecer la montaña; pero mis hijos continuarán la tarea; y, cuando ellos mueran, la continuarán mis nietos... Y algún día, no sé cuándo, la montaña habrá desaparecido y el sol podrá entrar en nuestra casita. ¿No es mejor hacer algo, aunque sea poco cada día, que lamentarse todos los días sin hacer nada?

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