jueves, 22 de octubre de 2020

Cuidar la casa común

Había una vez un gran rey que cuidaba de un inmenso reino; este rey tenía tres hijos a los cuales decidió dejar en herencia a cada uno una parte de su reino. 

El hijo mayor, el más fuerte y primero en todo, rápidamente quiso apropiarse de las montañas, donde estaba el oro y todos los materiales preciosos y donde la gente vivía con cierto orgullo en la belleza de la naturaleza. Su padre le concedió la región de las montañas y antes de que pudiera decir algo, el hijo mayor dio media vuelta y emprendió su viaje. Al llegar fue bien recibido. No pasó mucho tiempo para que empezara a acaparar muchas riquezas. Para mayor seguridad mandó edificar una gran mansión donde pudiera acumular tantas joyas y materias preciosas como le fuera posible en su vida. Al principio había en abundancia y había para todos, pero después de un tiempo todo cambió. Como su corazón estaba vacío de amor lo quiso llenar con objetos; para ello comenzó a quitarle a los demás lo que les pertenecía, obligando a otros a trabajar para que él siguiera siendo más y más rico.
El hijo mediano, ni corto ni perezoso quiso escoger la selva con abasto de agua, animales de toda especie, tribus nativas, diversidad de lenguas y riqueza de culturas. Este hijo se caracterizaba por ser un gran inventor, pero también le gustaba vivir cómodamente. Así que, pronto construyó su refugio; para ello empezó a talar árboles y a quemarlos, así podría hacer su gran casa de ladrillo cocido. Llegado el invierno para permanecer caliente mató animales para abrigarse con sus pieles y quemó muchos árboles para encender fogatas por donde él pasaba. Además, quería ser muy limpio, por ello desvió el curso del río para que con agua potable se limpiara la suciedad que depositaba en su refugio. Así poco a poco los habitantes de aquella región fueron imitando sus costumbres. Cada vez era más difícil encontrar animales en el invierno y árboles en la selva, hasta el agua ya no corría limpia y clara.
El tercer hijo, el más pequeño y débil, no le quedó más que tomar en posesión un valle donde no había minerales preciosos ni grandes árboles. Así que el primer día comenzó a caminar, descubriendo que había ricos frutos. Este hijo nunca había perdido su capacidad de asombro y aventura, rápidamente aprendió grandes cosas y fue cultivando gran sabiduría. Como no era muy fuerte ni grande se las arregló como pudo; no obstante, nunca quiso construir una casa, pues aprendió que la naturaleza era la casa común de todos los que vivían y también de los que vivirán, es decir, de aquellos a quienes les será heredada la tierra.
Pasado un tiempo, el más pequeño de los hermanos ya conocía que la tierra está llena de vida, que cada cierto tiempo se renueva y que los seres vivos, tanto humanos como animales, pueden vivir juntos pues el alimento es suficiente, siempre y cuando cada uno tome lo que necesita, además, la mayor riqueza es el amor, pues cuando su corazón está lleno de este sentimiento puede ver con mayor claridad, acoger a los demás y disfrutar de su entorno en armonía; siendo feliz con los demás habitantes, con él mismo y ser agradecido con su padre, pues él le había dado como regalo esta porción, no para explotarla sino para cuidar de ella y para mantener su armonía, que ya antes de su llegada existía.
Pasado un tiempo el hijo menor quiso ir a visitar a su padre que vivía justo en el corazón del reino. Llegado al lugar encontró a su padre y le dio gracias por ese gran regalo y le contó lo mucho que había aprendido en aquel lugar y cómo pudo ayudar a muchos habitantes. Le contó la vez que ayudó a un venadillo a cruzar el río, y también la ocasión que pasó una larga jornada recolectando frutos junto a una gran y feliz familia. Su padre lo acogió en sus brazos y le dijo:
- Yo te he dado como regalo parte de mi reino y tú con tu corazón de carne has podido ser agradecido conmigo, con los demás habitantes y contigo mismo; has logrado llenar tu corazón con amor y no con objetos, y durante tu vida has logrado aprender grandes secretos de esta tierra que te vio nacer y que cuando mueras te ha de acoger. Ahora tu compromiso será enseñar a todos lo que has aprendido-.
Después de años el hermano mediano necesitaba algunos metales para fabricar motores más resistentes y sabía que los podría encontrar donde su hermano mayor, así que decidió enviar un mensajero para concertar una cita en la casa de su padre. Al cabo de unos meses los dos hermanos llegaron al corazón del reino. El padre los acogió en sus brazos y les recordó lo bello del reino y lo bien que lo pasaron de pequeños entre aquellas majestuosas bellezas. De pronto los hijos vieron correr las lágrimas de su padre y se atrevieron a preguntar ¿Por qué lloras querido padre? Y él les respondió:
- ¿Es que no lo veis?… Después de un silencio les dijo: yo siempre os voy a perdonar pues sois mis hijos, los habitantes del reino casi siempre os perdonarán, pero la naturaleza nunca os perdonará. Todavía no es tarde, aprended de vuestro hermano más pequeño. Procurad que vuestro corazón se vuelva de carne, pues he observado que uno está lleno de humo contaminado por tanta destrucción y otro está endurecido, lleno de piedras que han perdido su brillo por la sangre de aquellos a quienes se las ha arrebatado. Yo os he dado un regalo, que debéis cuidar y proteger para que nadie lo destruya, disfrutad de él y ayudad a los demás para que también ellos lo hagan; evitad acumular pues con el paso del tiempo se pudrirá, evitad destruir el reino; procurad que todos vivan en armonía, cuidando siempre de los más pequeños.

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