sábado, 26 de diciembre de 2020

La Navidad del incrédulo…

Erase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparo en decir lo que pensaba de la religión y las festividades religiosas, como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios despectivos de su marido.
Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a ir con los hijos al oficio navideño de la parroquia del pueblo agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.
- ¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.
Un rato después, el viento empezó a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca.
Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.
Al cabo de un rato, oyó un golpazo; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia.
Cuando amainó la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana.
En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Iban camino del sur para pasar allí el invierno, se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor se dio cuenta de que de aquellas aves habían chocado contra su ventana. Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
- Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta.
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par y aguardó con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que hubieran visto el granero y que se podían refugiar allí.
El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró en casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedacitos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron. El hombre empezó a sentirse frustrado.
Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero.
Por mucho que lo intentaba, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.
- ¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que es el único sitio donde podrán sobrevivir a la ventisca?
Reflexionando unos instantes cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.
- Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó.
Su ganso voló entre los demás y se fue al interior del establo. Una por una las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.
El campesino se quedó en silencio mientras las palabras que había pronunciado instantes antes aún le resonaban en la cabeza: ‘Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!’
Reflexionó también en lo que le había dicho a su mujer aquel día: ‘¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!’
De pronto, todo empezó a tener sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino y salvarnos.
El agricultor cayó en la cuenta de que ese era el sentido de la Navidad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora ventisca, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. Comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Jesús a la Tierra.
Con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: “¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!” 

No hay comentarios:

Publicar un comentario