Dicen que el primer animalillo que se presentó a las puertas del cielo fue el caracol. San Pedro se inclinó y lo acarició con la punta del bastón y le preguntó: ¿Qué vienes a buscar tú en el Cielo, pequeño caracol?
El animalito, levantando la cabeza con un orgullo que jamás se hubiera imaginado en él, respondió:
- Vengo a buscar la inmortalidad.
Ahora San Pedro se echó a reír aunque con ternura. Y preguntó:
‑ ¿La inmortalidad? ¿Y qué harás tú con la inmortalidad?
‑ No te rías ‑dijo ahora airado el caracol‑. ¿Acaso no soy yo también una criatura de Dios, como los hombres, como los ángeles, como los arcángeles? ¡Sí, eso soy, el arcángel caracol!
Ahora la risa de San Pedro se volvió un poco más irónica:
- ¿Un arcángel eres tú? Los arcángeles llevan alas de oro, escudo de plata, espada de fuego, sandalias rojas. ¿Dónde están tus alas, tu escudo, tu espada y tus sandalias?
- El caracol volvió a levantar su cabeza con orgullo y respondió:
‑ Están dentro de mi caparazón. Duermen. Esperan.
‑ ¿Y qué esperan, si puede saberse,? arguyó San Pedro
‑ Esperan el gran momento... respondió el molusco.
El portero del cielo, pensando que nuestro caracol se había vuelto loco de repente, insistió:
- ¿Qué gran momento? Este... respondió el caracol, y al decirlo dio un gran salto y cruzó el dintel de la puerta del paraíso, del cual ya nunca pudieron echarle.
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