Esta historia puede servirle a muchos. Aunque en estos tiempos es difícil encontrar a alguien que actúe como lo aconsejaba aquel sabio anciano.
En un pueblito vivía un hombre de edad avanzada. Tenía muchos hijos y nietos. Como había vivido tantos años, acumuló una gran experiencia de vida que siempre deseaba compartir con sus seres queridos. El viejo les enseñaba a sus nietos lecciones sobre la vida y les daba consejos llenos de sabiduría. Además, solía contarles historias con moraleja.
Un día, uno de sus nietos le preguntó:
— Abuelito, ¿cómo hiciste para conservar siempre la calma y la paz en el corazón después de todo lo que has vivido?
El hombre sonrió y respondió que había pasado toda su vida cuidando su corazón de las tentaciones y el orgullo. Luego contó que, cuando era joven, un sacerdote le enseñó tres cosas muy valiosas. Desde entonces, cada día al salir de casa, él las practicaba.
Primero, levantaba la vista al cielo y recordaba que allá estaba su Padre celestial, que lo cuidaba, lo guiaba y lo protegía en el camino correcto.
Segundo, miraba hacia la tierra y se decía a sí mismo: “Al final, lo único que necesitaré será un pedacito de tierra para mi tumba”. Eso le recordaba lo efímera que es la vida.
Tercero, observaba a las personas sin hogar en la calle. Eso le ayudaba a ser profundamente agradecido por todo lo que tenía, por más simple que fuera.
Estas tres pequeñas acciones, repetidas cada día, le ayudaron a ese joven a convertirse en un anciano feliz, en paz y con un corazón ligero.
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