martes, 26 de marzo de 2019

Milagros


               José Luis Martín Descalzo ("Razones para el amor")

Recuerdo haber escrito hace años un extraño poema en el que me imaginaba que, por un día, Cristo se dedicaba a hacer los milagros que a él le gustaban y no los puramente prácticos que la gente le pedía. Y que, en un camino de Palestina, una muchacha hermosísima se presentaba ante Él planteándole la más dolorosa de las curaciones: ella era tan bella, que todos la querían, pero ella no quería a nadie. Deseada por todos, arrastraba una belleza inútil e infecunda. Y le pedía a Cristo el mayor de los milagros: que la concediera el don de amar.
Cristo, entonces, la miraba con emoción y compasión y le preguntaba:
- "¿Sabes que si amas tendrás que vivir cuesta arriba?"
La muchacha respondía:
- "Lo sé, Señor, pero lo prefiero a este gozo muerto, a esta felicidad inútil."
Ahora Cristo le sonreía y le decía:
- "Ea, levántate y ama, muchacha. Entra en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser amados."
Y la muchacha se alejaba con el alma multiplicada, dispuesta a nadar felizmente a contracorriente de la vida.
La fábula seguramente es disparatada, pero verdadera. Porque -los recientes enamorados lo saben- amar a la corta es dulcísimo; a la larga, cansado; más a la larga, maravilloso.

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