José Luis Martín
Descalzo ("Razones para el amor")
Recuerdo haber escrito hace años un extraño
poema en el que me imaginaba que, por un día, Cristo se dedicaba a hacer los
milagros que a él le gustaban y no los puramente prácticos que la gente le pedía.
Y que, en un camino de Palestina, una muchacha hermosísima se presentaba ante
Él planteándole la más dolorosa de las curaciones: ella era tan bella, que todos
la querían, pero ella no quería a nadie. Deseada por todos, arrastraba una belleza
inútil e infecunda. Y le pedía a Cristo el mayor de los milagros: que la
concediera el don de amar.
Cristo, entonces, la miraba con emoción y compasión
y le preguntaba:
- "¿Sabes que si amas tendrás que vivir
cuesta arriba?"
La muchacha respondía:
- "Lo sé, Señor, pero lo prefiero a
este gozo muerto, a esta felicidad inútil."
Ahora Cristo le sonreía y le decía:
- "Ea, levántate y ama, muchacha. Entra
en el mundo terrible de los que han preferido amar a ser amados."
Y la muchacha se alejaba con el alma multiplicada,
dispuesta a nadar felizmente a contracorriente de la vida.
La fábula seguramente es disparatada, pero
verdadera. Porque -los recientes enamorados lo saben- amar a la corta es
dulcísimo; a la larga, cansado; más a la larga, maravilloso.
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