jueves, 10 de junio de 2021

El inventario de las cosas perdidas

Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada distante. Casi ausente. Tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije:
– ¡Buen día, abuelo!
Él se quedó en silencio. Me senté junto a su sillón y después de un misterioso instante, exclamó:
– ¡Hoy es día de inventario, hijo!
– ¿Inventario? –pregunté sorprendido.
– Si… ¡El inventario de las cosas perdidas! –me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría, y prosiguió- en el lugar de donde yo vengo las montañas suben hasta el cielo. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio durante cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre me impedía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó:
– En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: «Te amo».
Después de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos, me dijo:
– Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Hizo una pausa y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido:
– ¿Sabes qué he descubierto en estos días?
– ¿Qué, abuelo?
Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo volvió a preguntarme nuevamente:
– ¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre?
La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad:
– No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?
Su cara reflejaba una negativa. Me miró fijamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló:
– El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Dos días después regresé temprano a casa después del entierro del abuelo para realizar urgentemente mi propio inventario de las cosas perdidas.

Expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno… antes de que sea demasiado tarde. Dile a esa persona: «Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Dios: «Me arrepiento, Señor, por favor perdóname».

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