"No hay mayor pobreza que la soledad". (Madre Teresa de Calcuta)
Hay una hermosa historia de una enfermera que hablaba con un cansado joven que estaba junto a la cama de uno de sus pacientes.
Inclinándose y hablándole alto al anciano paciente, le dijo: “Su hijo está aquí”.
Con gran esfuerzo, abrió sus cansados ojos, luego lentamente los volvió a cerrar.
El joven apretó la envejecida mano con la suya y se sentó junto a la cama. Toda la noche estuvo sentado allí, tomando la mano del anciano y susurrándole palabras de ánimo.
Para cuando amaneció, el paciente había muerto. El personal del hospital llenó la habitación para apagar equipos y remover agujas.
La enfermera se puso al lado del joven y le ofreció sus condolencias, pero él la interrumpió.
- ¿Quién era ese hombre?, preguntó a la enfermera.
- ¡Pensé que era su padre!, contestó la asombrada enfermera
- No, él no era mi padre, contestó él. Nunca lo había visto en mi vida.
- Entonces, ¿por qué no dijo nada cuando le traje a verle?
- Me di cuenta de que necesitaba a su hijo y que su hijo no estaba aquí, explicó el hombre. Y ya que estaba muy enfermo como para reconocer que yo no era su hijo, supe que me necesitaba, y me quedé a su lado.
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