martes, 29 de noviembre de 2022

La hermosa historia de Latif

Latif era el pordiosero más pobre de la aldea, dormía en el zaguán de una casa abandonada. Sin embargo, era considerado el hombre más sabio del pueblo. Una mañana el rey apareció en la plaza, hasta que tropezó con Latif y sus súbditos le hablaron de él.
El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo:
– Si me contestas una pregunta te doy esta moneda de oro.
– ¿Cuál es tu pregunta?
Y el rey se sintió desafiado, entonces se despachó con una cuestión que hacía días lo angustiaba y que no podía resolver.
La respuesta de Latif fue justa y creativa. El rey se sorprendió, dejó su moneda a los pies del mendigo. Al día siguiente el rey volvió y le hizo otra pregunta y otra vez Latif la respondió rápida y sabiamente.
– Latif, te necesito, le dijo el rey. Te pido que vengas a palacio y seas mi asesor. Te prometo que no te faltará nada, juró el rey.
Lafit aceptó la propuesta del rey. Durante las siguientes semanas las consultas del rey se hicieron habituales. Esto desencadenó los celos de todos los cortesanos.
Un día todos los demás asesores pidieron audiencia al rey y le dijeron.
– Tu amigo Latif, como tú le llamas, está conspirando para derrocarte.
– No puede ser, no lo creo -dijo el rey.
– Puedes comprobarlo con tus propios ojos.
El rey se sintió defraudado y dolido. Debía confirmar esas versiones. Esa tarde a las cinco, aguardaba oculto en el recodo de una escalera.
Desde allí vio cómo Latif llegaba a la puerta, miraba hacia los lados y con la llave que colgaba de su cuello abría la puerta de madera y se escabullía dentro del cuarto.
– ¿Lo has vito? -gritaron los cortesanos.
Seguido de su guardia personal el monarca llamó a la puerta.
– ¿Quién es?, dijo Latif desde adentro.
– Soy yo, el rey, dijo el soberano..., ábreme .
Latif abrió la puerta. No había nadie, salvo Latif. Ninguna puerta, o ventana, ninguna puerta secreta, ningún mueble que permitiera ocultar a alguien. Solo había en el suelo un plato de madera desgastado, en un rincón una vara de caminante y en el centro del cuarto una túnica raída colgando de un gancho en el techo.
– ¿Estás conspirando contra mí Latif?
– ¿Cómo se te ocurre, majestad -contestó Latif- De ninguna forma, ¿por qué lo haría?
– Pues, ¿por qué vienes aquí cada tarde en secreto? ¿Qué es lo que buscas si no te ves con nadie? ¿Para qué vienes a este cuchitril a escondidas?
Latif sonrió y se acercó a la túnica raída que pendía del techo. La acarició y le dijo al rey:
– Hace seis meses cuando llegué a tu castillo, lo único que tenía eran esta túnica, este plato y esta vara de madera, dijo Latif. Ahora me siento tan cómodo con la ropa que visto, es tan confortable la cama en la que duermo, es tan halagador el respeto que me das y tan fascinante el poder que regala mi lugar a tu lado… que vengo cada día para estar seguro de una sola cosa... no olvidar nunca “QUIÉN SOY Y DE DÓNDE VINE”.

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