viernes, 12 de enero de 2018

¡Qué pequeño es el mundo!

 Marcelo Ross

Esta historia sucedió en Inglaterra, al inicio del siglo XX.
Un hombre muy rico vivía en su mansión, cercada de un jardín florido, y un gran lago que se podía avistar dentro de la casa. Una mañana, apreciando el paisaje desde su cuarto vio a su hijo atravesando el puente sobre el lago y al momento su hijo, aun pequeño, caía al lago. El padre desesperado corrió dando gritos, un jardinero ya se había tirado al lago y sacado al niño y lo estaba reanimando, que comenzó a llorar muy asustado. El padre al ver a su hijo a salvo le dijo:
- " Amigo mio, lo que usted ha hecho no tiene precio, lo que me pida se lo daré, aunque sea la mitad de mi fortuna si lo desea”.
El jardinero, viendo la alegría del padre le dijo:
- "Señor, yo no hice nada que otra persona no haría, solo estaba cerca y estoy seguro que si hubiese sido mi hijo usted haría lo mismo".
El hombre rico insistió:
- "Por favor, pida alguna cosa, yo quiero agradecer su acto heroico, usted ha salvado la vida de mi único hijo".
Tanto insistió que, el jardinero, un poco avergonzado, dijo:
- "El señor sabe que tengo un hijo que le gusta mucho estudiar y no tengo medios para pagarle sus estudios, si es posible ayude a mi hijo en sus estudios".
Feliz por saber que podría agradecer de alguna forma, buscó las mejores escuelas para el hijo del jardinero.
Muchos años después, el hombre aquel padeció una enfermedad incurable, siendo muy rico ofreció su fortuna a aquella persona que lo pudiese curar.
Muchos médicos, entre ellos, grandes especialistas se presentaron, pero nadie consiguió curarlo de la cercana muerte que se avecinaba. Un famoso profesor le habló de un científico joven que estaba especializado en esa enfermedad y había realizado investigaciones sobre su cura. El joven científico fue localizado y se le presentó al hombre enfermo, que le insistía con el mismo ofrecimiento que le había hecho a otros, la mitad de sus bienes por la cura; el joven le respondió.
- "Estuve en la guerra investigando esta enfermedad y descubrí que podríamos llegar a su cura, pero me faltan realizar algunas pruebas para asegurar el tratamiento.
El hombre en total desesperación, sabiendo que su fin estaba cerca asumió todos los riesgos. El joven comenzó entonces el tratamiento y un mes después estaba completamente curado.
Lleno de salud, el hombre rico dio una fiesta para conmemorar su restablecimiento, pidió un minuto de atención, tomó la palabra y dijo:
- "Hoy, es un día muy importante para mi. Este joven científico, descubrió la cura a mi enfermedad, el premio que voy a darle no es nada para las personas que serán salvadas".
- "El señor no me debe nada. Yo ya tengo todo lo que quiero. No hice esto por dinero, pero si por la humanidad", respondió el joven.
- "¡Pero yo insisto que acepte esta fortuna, que te mereces!
En ese momento, el joven científico lo miró a los ojos y le pregunta:
- "¿El señor no me ha reconocido? Yo soy Alexander, el hijo de su jardinero. Fue a mí a quien el señor pagó los estudios. El gran premio por su cura señor... usted me lo dio hace muchos años".

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