domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Dónde vive Dios?

Sucedió durante una clase de una escuela primaria, en el que el maestro trataba de convencer a los alumnos acerca de la no existencia de Dios.
El debate favorecía a este, porque en realidad nadie objetaba el argumento de dicho profesor.
La pregunta era simple, sencilla, normal, pero su respuesta sí que hacía agitar no solo a la clase sino a todo el entorno de aquel lugar.
-- ¿Dónde vive Dios? Tienen 5 minutos para escribir sus respuestas, dijo el maestro.
Esa sí que era la pregunta del millón.
Pasados cinco minutos la dinámica de lectura de respuestas comenzó.
Mientras los alumnos leían, el maestro cada vez se alzaba más orgulloso y soberbio, celebrando las respuestas incongruentes y sin tino por parte del alumnado.
¡En mi corazón, decían muchos! ¡En su santo templo!, decían otros. En el tercer cielo expresaban otros, en Jerusalén, en las montañas, en los desiertos, en el aire, en las nubes, en una nave espacial, dijo la más despistada.
-- ¿Dónde vive Dios?
Volvió a tronar la pregunta. Y cuando el silencio reinaba en el ambiente, se oyó una voz dulce y agradable, pero firme, con la mano levantada y mirando con seguridad al profesor dijo:
-- ¡Yo sé dónde vive, profesor!
-- ¡Dónde! -casi gritó el profe.
Ella, la dulce niña, sin titubear, contestó con la más absoluta seguridad.
-- ¡En mi casa, profesor! Mi padre lleva años sin consumir alcohol, ya trabaja, nos trae comida y ropa y hasta compró a mamá una lavadora, pero lo más importante es que ya no pega a mi madre, ni nos insulta, ni se escucha la música a todo volumen a altas horas de la noche. Mamá ya nos sonríe y hasta ha venido a traerme a la escuela, pues, no salía por los golpes y heridas que recibía.
Mis hermanos mayores ya se habían escapado de casa y vivían en la calle como indigentes. Hoy nos sentamos todos juntos en la mesa, para disfrutar de nuestros alimentos, ya no nos sentimos huérfanos y abandonados, ni vivimos en la miseria, el llanto y el dolor.
Hace tiempo que no hay gritos en casa, y no tenemos que ir a refugiarnos a casa de los vecinos. Hoy mi padre me abraza y me dice que me ama y hasta me ha comprado alguno que otro detallito. Mi padre nos ha pedido perdón, no solo a nosotros como familia, sino también a otras personas, y los domingos se levanta temprano y lo he visto de rodillas llorando, luego nos lleva a todos a la iglesia.
Le pregunté un día que como había ocurrido ese milagro. Él solo me contestó que le había abierto la puerta de nuestra casa a Dios. Y es por eso que yo afirmo contundentemente que Dios vive en mi casa y todos los días le pido que jamás se marche de nosotros.

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