Pq San Pedro Apóstol, El Sauzal
En un pequeño y tranquilo pueblo llamado San Alejo, vivía una niña llamada Candela. Tenía nueve años, ojos brillantes como estrellas y un corazón que siempre buscaba hacer el bien. Cada domingo, Candela caminaba de la mano de su abuela Rosa hacia la iglesia del pueblo, donde se celebraba la Misa con devoción y alegría. La campana de la iglesia resonaba con fuerza, llamando a todos a reunirse y celebrar juntos la Eucaristía.
Una mañana de domingo, Candela despertó con el sonido del viento y las gotas de lluvia golpeando suavemente el techo de su casa. Su abuela estaba junto a la ventana, observando el cielo gris.
- Hoy no creo que sea un buen día para ir a misa, Candela -dijo con un tono dudoso-. Tal vez podríamos rezar en casa.
Candela asintió, aunque una pequeña punzada de tristeza había en su corazón. Después de desayunar, se sentaron juntas a leer el Evangelio del día y rezaron un rosario. Sin embargo, Candela no podía dejar de pensar en la iglesia vacía y en el Padre Miguel celebrando la Misa sin los feligreses reunidos.
Aquella noche, Candela tuvo un sueño muy especial. Se encontró en un campo lleno de luz, donde una hermosa campana dorada estaba suspendida entre dos árboles. La campana intentó sonar, pero de ella no salió ningún sonido.
De repente, una figura luminosa apareció frente a Candela. Era un ángel, con una sonrisa serena y una voz dulce como la música.
- ¿Por qué no suena la campana? -preguntó Candela, intrigada.
- Esta campana representa la alegría de la Eucaristía, el encuentro con Jesús en cada Misa -explicó el ángel-. Pero hoy, en San Alejo, no sonó porque faltó una pieza importante: la presencia de los feligreses.
Candela bajó la mirada, sintiéndose culpable.
- ¿Por eso es tan importante ir a Misa? -preguntó con voz suave.
El ángel asintió.
- Cada Misa es un banquete celestial, donde Jesús se entrega en el Pan y el Vino. Es un regalo de amor infinito, pero también una llamada a estar unidos como familia en la fe. Cuando faltamos, no solo nos privamos de ese encuentro con Él, sino que también la comunidad pierde una parte de su corazón.
Candela sintió cómo un calorcillo llenaba su pecho.
- ¿Y qué puedo hacer para que la campana vuelva a sonar?
- Nunca dejes que pequeñas dificultades te aparten del encuentro con Jesús en la Misa. Invita a otros a unirse también. Recuerda que asistir a Misa es una forma de amar y honrar a Dios, quien te ama más de lo que puedes imaginar.
Candela despertó con determinación. A la mañana siguiente, habló con su abuela y juntas decidieron no faltar nunca más a Misa, a menos que fuera por un motivo grave. Ese domingo, la campana de la iglesia volvió a resonar con fuerza, llenando el pueblo con su alegre sonido. Candela, sentada junto a su abuela, miró al altar y sonrió, sabiendo que había respondido a la llamada de Jesús con todo su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario