Parroquia San Pedro Apóstol, El Sauzal
En el corazón de un bosque tranquilo, junto al pueblo de Santa Esperanza, había un gran roble al que los vecinos llamaban “El árbol de los votos”. Se decía que los enamorados solían reunirse bajo sus ramas para prometerse amor eterno. Allí, entre la sombra y la brisa suave, un joven llamado Mateo y una muchacha llamada Lucía solían encontrarse. Llevaban juntos tres años y se amaban profundamente.
Una tarde, mientras el sol pintaba de dorado las hojas del roble, Mateo tomó las manos de Lucía y le dijo:
— Lucía, quiero que vivamos juntos. Podemos construir una vida llena de amor y felicidad sin necesidad de ceremonias complicadas.
Lucía sonrió, pero sus ojos mostraban un destello de duda.
— Mateo, yo también quiero compartir mi vida contigo -dijo suavemente-, pero siento que algo faltaría si no recibimos la bendición de Dios en nuestro amor.
Mateo frunció el ceño.
— ¿No es suficiente que nos amemos y estemos juntos? -preguntó-. ¿Por qué necesitamos casarnos por la Iglesia?
Lucía reflexionó un momento antes de responder.
— Mateo, el matrimonio por la Iglesia no es solo una ceremonia bonita o una tradición antigua. Es un sacramento, un regalo de Dios. Nos unimos ante Él y recibimos su gracia para fortalecer nuestro amor y ayudarnos en los momentos difíciles. Es como construir nuestra casa sobre roca firme en lugar de arena.
Mateo miró a Lucía con atención.
— Pero nosotros nos amamos, y eso debería bastar.
Lucía sonrió y le acarició la mejilla.
— Sí, nos amamos, pero nuestro amor necesita la luz de Dios para crecer y ser pleno. Cuando nos casemos por la Iglesia, estaremos invitándolo a ser parte de nuestra unión, a guiarnos y protegernos. Es como plantar un árbol y asegurarnos de que tenga agua y sol para que crezca fuerte.
Mateo guardó silencio, pensando las palabras de Lucía. Esa noche, soñó que estaban nuevamente bajo el gran roble, pero esta vez una luz celestial iluminaba sus manos entrelazadas y una voz suave le susurraba: “Mi amor perfecciona el tuyo”.
Al día siguiente, Mateo buscó al padre Tomás, el sacerdote del pueblo. Quería entender más sobre el sacramento del matrimonio. El padre lo recibió con una sonrisa y le explicó:
— Mateo, el matrimonio es una alianza sagrada. Cuando dos personas se casan por la Iglesia, su amor es un signo del amor de Cristo por su Iglesia. Es una promesa de fidelidad, entrega y apertura a la vida. Dios les da su bendición para que puedan enfrentar juntos los retos de la vida y crecer en santidad.
Mateo sintió que una paz profunda llenaba su corazón.
Días después, Mateo llevó a Lucía bajo el gran roble. Se arrodilló ante ella con un anillo en la mano y, con la voz temblorosa de emoción, le dijo:
— Lucía, ahora entiendo qué significa casarse por la Iglesia. Quiero que nuestro amor esté lleno de la gracia de Dios. ¿Aceptas casarte conmigo y hacer de nuestro amor un signo de su amor eterno?
Lucía, con lágrimas en los ojos, respondió:
— Sí, Mateo. Quiero caminar junto a ti hacia el cielo.
El día de la boda, la pequeña iglesia de Santa Esperanza se llenó de luces y flores. Cuando Mateo y Lucía pronunciaron el Sí ante Dios y la comunidad, una alegría inmensa llenó el corazón de todos los presentes. Bajo el gran roble, la promesa de amor eterno había encontrado su bendición y su plenitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario