José Luis Vaquero
El viejo roble se erguía imponente en el centro del bosque. Sus raíces, hondas y fuertes, se extendían como tentáculos bajo la tierra, aferrándose a la vida.
Cada otoño, con la llegada del frío, se despojaba de su frondoso manto verde, dejando al descubierto sus ramas desnudas y retorcidas.
Un día, mientras la nieve caía suavemente sobre el bosque, un niño se acercó al roble. Con ojos llenos de asombro, contempló el árbol desnudo y le preguntó:
— ¿Por qué pierdes todas tus hojas, viejo roble? ¿No tienes frío?
El roble, con una voz suave como el susurro del viento, respondió:
— Le dije al tiempo: No importa las hojas que pierda este invierno, en primavera luciré como una reina.
El niño no entendió del todo, pero la respuesta del árbol lo dejó pensando. Durante todo el invierno, visitó al roble, conversando con él y admirando su resistencia. Con cada nevada, el árbol parecía más frágil, pero al mismo tiempo, más fuerte.
Cuando la primavera llegó, el bosque se transformó. Los árboles, antes desnudos, se cubrieron de brotes verdes y flores. El roble, sin embargo, parecía tardar más en despertar. El niño comenzó a preocuparse, pensando que quizás el roble no cumpliría su promesa.
Pero un día, al amanecer, el niño se encontró con una sorpresa. El roble estaba cubierto de hojas nuevas, de un verde brillante que deslumbraba. Sus ramas se extendían hacia el cielo, formando una copa majestuosa. El roble lucía más hermoso que nunca, como una verdadera reina.
El niño comprendió entonces el mensaje del roble. La pérdida y el dolor son parte de la vida, pero no definen quiénes somos. Al igual que el árbol, podemos perder muchas cosas en el camino, pero siempre tenemos la capacidad de renacer y florecer nuevamente.
Le dijo el árbol al tiempo... No importa las hojas que pierda este invierno, en primavera luciré como una reina....
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