domingo, 31 de marzo de 2019

La parábola del hijo pródigo contada por el hijo pequeño


                     José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Hace mucho, mucho tiempo, cuando era joven, quise volar suelto. Quise vivir a mi aire, y abandoné mi casa, tras pedirle a mi padre que me anticipase la herencia. Él me dio mi parte, y sin siquiera mirar atrás, me fui. Allá quedaron él y mi hermano mayor.
Durante años fui un vividor. No quería saber nada de ellos. Nunca les escribí ni les busqué de nuevo. Tuve las mujeres que quise. Gasté a manos llenas. Me junté con amigos de conveniencia, que desaparecieron cuando se acabó el dinero. Después vino el hambre. Y solo entonces, cuando no me quedaba nada y la vida se me ponía cuesta arriba, volví a pensar en mi casa y en mi padre.
Suponía que me habría olvidado, o que estaría enfadado conmigo. El orgullo me empujaba a seguir como estaba, y aguanté así una temporada larga, hasta tocar fondo. Pero el hambre fue más fuerte que el orgullo. Al final me dije que me iría mejor si regresaba. Al fin y al cabo, recordaba a mi padre como un hombre bueno. Ya me encontraría un hueco en su hacienda.
El corazón me latía desbocado cuando de lejos se empezó a ver la casa. Al acercarme le vi. Estaba mayor, gastado por los años y quizás por el dolor del abandono. Pero corría ligero, hacia mí. Al principio no supe qué pensar. Luego, al distinguirlo bien, me di cuenta de que reía y lloraba al tiempo, y que me miraba con los mismos ojos buenos de siempre. Llegó hasta mí, y me abrazó. Quise decir algo, pedir perdón, pero ni me dejó hablar. Lloraba. También yo. Y en su abrazo me sentí seguro. Me envolvió en un manto y me hizo entrar en la casa.
A mi hermano le costó mucho llegar a entenderlo. Durante un tiempo estuvo enfadado. Yo había sido un mal hijo y un mal hermano. Pero Padre, al acogerme de nuevo, nos sanó a los dos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario