viernes, 12 de julio de 2019

Nueve vacas

Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, siempre iban juntos. Esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, encontrarse con mujeres, beber y divertirse. Un día desembarcaron en una isla perdida en el Pacífico y, en el camino hacia el puerto, junto a un riachuelo, se encontraron con una mujer que estaba lavando ropa. Uno de los marineros se detuvo a conversar con la mujer y el amigo, viendo que no era demasiado bella, no entendía por qué ese afán de conocerla si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y más divertidas.
Sin embargo, el primer marinero insistió en hablar con la muchacha y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. La mujer escuchaba cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente explicó al marinero que las leyes de su pueblo le impedían hablar con un hombre, salvo que éste tuviera intención de casarse con ella, en cuyo caso, debía hablar primero con su padre, que era el jefe de su comunidad.
Ante la incredulidad de su compañero, el marinero rogó a la mujer que le llevara ante su padre para pedirla en matrimonio. Al llegar ante el jefe y pedirle la mano de su hija, el anciano le explicó:
- “En nuestra aldea, se debe pagar una dote por la mujer elegida. Tengo varias hijas y el valor de la dote varía según sus cualidades: por las más bellas la dote es de 9 vacas, las que no son tan bellas pero saben cocinar, cuestan 8 vacas, …“ y así continuó. Conforme disminuían las bondades de las hijas, menos dote se requería. La mujer del riachuelo costaba 3 vacas por ser poco agraciada.
El marinero respondió: “Está bien, me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas”.
El padre de la mujer, al escucharlo, pensó que no le había entendido pero el hombre insistió:
- “Entiendo muy bien, me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas”.
Ante su persistencia, el patriarca aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda. Todos pensaron que el marinero se había vuelto loco, pero la ceremonia se realizó, el hombre se quedó a vivir en la isla y su compañero partió al día siguiente en el barco.
En los años siguientes, el segundo marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos hasta que, un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde tiempo atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, así que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. De camino, se cruzó con un grupo de gente que venía andando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y ésta los retribuía con pétalos y guirnaldas.
Al poco rato, encontró a su antiguo amigo. No paraba de preguntarle:
- “¿Y cómo te ha ido? ¿Te has acostumbrado a vivir aquí? ¿Te gusta esta vida? ¿No quieres volver?”. Finalmente le preguntó: “¿Y como está tu esposa?”.
Al escuchar esa pregunta, su viejo amigo le respondió:
- “Muy bien, espléndida. Es más, creo que la acabas de ver llevada en volandas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños”.
El marinero, recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, preguntó:
- “¿Entonces, te separaste? No es la misma mujer que yo conocí, ¿verdad?”.
- “Sí” dijo su amigo, “es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años”.
Atónito el marinero exclamó “Pero, es muchísimo más hermosa y agradable, ¿cómo puede ser?”.
- Muy sencillo, -respondió el amigo- me pidieron de dote 3 vacas por ella y ella creía que valía 3 vacas. Pero yo pagué por ella 9 vacas, la traté y consideré siempre como una mujer de 9 vacas, la amé como a una mujer de 9 vacas… y ella se transformó en una mujer de 9 vacas”.

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