Sin
embargo, el primer marinero insistió en hablar con la muchacha y preguntarle
sobre su vida y sus costumbres. La mujer escuchaba cada pregunta sin responder
ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente explicó al marinero que las
leyes de su pueblo le impedían hablar con un hombre, salvo que éste tuviera
intención de casarse con ella, en cuyo caso, debía hablar primero con su padre,
que era el jefe de su comunidad.
Ante
la incredulidad de su compañero, el marinero rogó a la mujer que le llevara
ante su padre para pedirla en matrimonio. Al llegar ante el jefe y pedirle la
mano de su hija, el anciano le explicó:
-
“En nuestra aldea, se debe pagar una dote por la mujer elegida. Tengo varias
hijas y el valor de la dote varía según sus cualidades: por las más bellas la
dote es de 9 vacas, las que no son tan bellas pero saben cocinar, cuestan 8 vacas,
…“ y así continuó. Conforme disminuían las bondades de las hijas, menos dote se
requería. La mujer del riachuelo costaba 3 vacas por ser poco agraciada.
El
marinero respondió: “Está bien, me quedo con la mujer que elegí y pago por ella
nueve vacas”.
El
padre de la mujer, al escucharlo, pensó que no le había entendido pero el
hombre insistió:
-
“Entiendo muy bien, me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas”.
Ante
su persistencia, el patriarca aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos
para la boda. Todos pensaron que el marinero se había vuelto loco, pero la
ceremonia se realizó, el hombre se quedó a vivir en la isla y su compañero
partió al día siguiente en el barco.
En
los años siguientes, el segundo marinero siguió recorriendo mares y puertos a
bordo de los barcos cargueros más diversos hasta que, un día, el itinerario de
un viaje lo llevó al mismo puerto donde tiempo atrás se había despedido de su
amigo. Estaba ansioso por saber de él, así que, en cuanto el barco amarró,
saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. De camino, se
cruzó con un grupo de gente que venía andando por la playa, en un espectáculo
magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima.
Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y ésta los retribuía
con pétalos y guirnaldas.
Al
poco rato, encontró a su antiguo amigo. No paraba de preguntarle:
-
“¿Y cómo te ha ido? ¿Te has acostumbrado a vivir aquí? ¿Te gusta esta vida? ¿No
quieres volver?”. Finalmente le preguntó: “¿Y como está tu esposa?”.
Al
escuchar esa pregunta, su viejo amigo le respondió:
-
“Muy bien, espléndida. Es más, creo que la acabas de ver llevada en volandas por
un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños”.
El
marinero, recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando
ropa, preguntó:
-
“¿Entonces, te separaste? No es la misma mujer que yo conocí, ¿verdad?”.
-
“Sí” dijo su amigo, “es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años”.
Atónito
el marinero exclamó “Pero, es muchísimo más hermosa y agradable, ¿cómo puede
ser?”.
- Muy
sencillo, -respondió el amigo- me pidieron de dote 3 vacas por ella y ella creía
que valía 3 vacas. Pero yo pagué por ella 9 vacas, la traté y consideré siempre
como una mujer de 9 vacas, la amé como a una mujer de 9 vacas… y ella se
transformó en una mujer de 9 vacas”.
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