sábado, 19 de enero de 2019

Ser como los demás: gallina o águila


Un día, paseando, un granjero se encontró un huevo de águila y lo llevó a su corral de gallinas. Lo colocó en el nido de una de sus gallinas del corral.
El aguilucho fue incubado y creció como uno más en la nidada de pollos. Y, aunque era un águila real, vivió así… como si fuera una gallina más del corral:
Durante este tiempo, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos: escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos para comer, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos y gallinas.
Después de todo, ¿No es así como había de volar un polluelo?
Un día el aguilucho divisó muy por encima de él, en el limpio cielo, a una magnífica ave que volaba, elegante y majestuosamente, por entre las corrientes de aire, como flotando entre las nubes del cielo, moviendo apenas sus poderosas alas doradas…
La cría de águila la miraba asombrada hacia arriba… ¡le parecía algo tan espléndido aquello de volar…!
Y preguntó a una gallina que estaba junto a ella:
– ¿Qué ave es?
– Es el águila, el rey de las aves, respondió la gallina.
– ¡Qué belleza! ¡Cómo me gustaría a mí volar así…!
– No pienses en ello, le dijo la gallina y añadió: Tú y yo somos diferentes de ella.
De manera que el aguilucho no volvió a pensar en ello. Y siguió creyendo que era una gallina de corral.
Un día el granjero recibió en su casa la visita de un naturalista. Al pasar por el jardín, dice el naturalista: - Esa ave que está ahí, no es una gallina. Es un águila.
- De hecho, dijo el hombre. Es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un águila. Es una gallina como las otras.
- No, respondió el naturalista. Ella es y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de un águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas.
- No, insistió el campesino. Ya se ha vuelto gallina y jamás volará como águila.
Entonces, decidieron, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo:
- Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tus alas y ¡vuela!
El águila se quedó, fija sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas.
El campesino comentó.
- Ya lo dije, ella se ha transformado en una simple gallina.
- No, insistió de nuevo el naturalista, es un águila y siempre será un águila. Mañana volveremos a experimentar nuevamente.
Al día siguiente, al naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró:
- Águila, ya que tú eres un águila, abre tus alas y ¡vuela!
Pero cuando el águila vio allá abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió a la carga: Ya se lo he dicho, se volvió gallina.
- No, respondió firmemente el naturalista. Es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Tomaron el águila, la llevaron hasta lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas. El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó:
- ¡Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela!
El águila miró alrededor. Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.
Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se erguió soberana sobre sí misma. Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas. Voló y voló. Y nunca más volvió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario