martes, 17 de enero de 2023

El burro que quiso ser caballo

Hubo una vez, un burrito que nació y creció en un hermoso prado. En su grupo, las tareas estaban muy bien repartidas: burros de carga, burros para trabajar en la noria, burros para pasear a niños pequeños, burros para trabajar en la tierra,… En este último grupo nuestro amigo había encontrado su sitio. Le gustaba y realizaba sus tareas y siempre estaba dispuesto a ayudar a otros y seguir aprendiendo.
Un día, finalizó su jornada y marchó a caminar como tantas veces solía hacer. En su caminata llegó a un prado, similar al suyo y lleno de caballos.
Se quedó prendado de lo que allí veía. Eran seres similares a él, pero mucho más atléticos, hermosos y elegantes. Sin dudarlo, se acercó al vallado y entabló conversación con varios de los ellos. Muy amablemente, le explicaron lo que eran y qué es lo que hacían (algunos se dedicaban a la doma, otros corrían en competiciones, otros eran sementales). Nuestro protagonista, quedó completamente impactado con lo que le dijeron. Y en ese momento, tomó una decisión que cambiaría su vida: “Desde hoy, trabajaré muchísimo hasta convertirme en un hermoso caballo”
Cada día, después de su trabajo, practicaba y entrenaba para alcanzar su meta. Había decidido ser un caballo de carreras. Sus ganas de mejorar y avanzar se convirtieron en una obsesión, hasta el punto de que pronto dejó de lado sus tareas habituales y compartir menos tiempo con sus iguales. Después de varios avisos y advertencias, fue expulsado de la manada, porque ya no hacía lo que se esperaba de él. En el fondo, él tampoco quería estar en ese lugar, porque deseaba pertenecer al mundo de los caballos. Así pues, el burro dejó atrás todo aquello que conocía y se encaminó hacia el prado donde estaban quienes consideraba que iban a ser sus nuevos compañeros. Estaba feliz y contento.
Al llegar, les contó su idea y cuánto había trabajado para llegar hasta allí. Los caballos fueron menos comprensivos y amables que la primera vez. Trataron de quitarle la idea, pero tanto insistió en que le dejarán correr para mostrar su valía, que accedieron a dejarle participar en unas carreras. Tras una tarde completa corriendo con otros caballos, se dio cuenta que resultaba imposible para él, ganar ni una sola carrera. Llegaba siempre el último a mucha distancia del anterior. Ese día aprendió una de las mayores lecciones de su vida: Quien nace burro, nunca podrá ser un caballo
Decepcionado y hundido, volvió con las orejas gachas y el rabo entre las patas, a su antiguo prado. Con sus iguales. Los mayores del lugar y los más sabios, le permitieron volver. Era el lugar al que pertenecía. Pero en esta ocasión, tuvo de empezar de cero. Desde el punto más bajo en el escalafón: ser un simple burro de carga.
Pero el burrito, era tenaz, trabajador, inteligente y con las ideas claras: Mejorar y conseguir siempre lo máximo posible. Así que –poco a poco y paso a paso– fue subiendo de nuevo en el escalafón de la manada. A la vez, comenzó a ayudar a otros burritos, menos hábiles o con alguna necesidad.
Y en esta nueva y definitiva etapa, se aplicó al máximo de sus posibilidades. Tras mucho, mucho trabajo diario, consiguió llegar al círculo de sabios de la manada. Aprovechando y regalando su experiencia y conocimiento para mejorar la calidad de vida de cada uno de sus componentes. Dedicaba todas las horas de su existencia a conseguir superarse cada día y revertir en los demás todo aquello que aprendía. Hasta que llegó a una conclusión que le brindó la mayor lección de vida: Quien nace burro, no puede ser un caballo. Pero SÍ puede ser el mejor burro del mundo.

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