sábado, 29 de marzo de 2025

Amar a un hijo

Una maravillosa y joven madre hace poco me escribió: '¿Cómo puede un ser humano amar tanto a un hijo que esté dispuesto a renunciar por él a una parte importante de su libertad? ¿Cómo puede el amor humano ser tan fuerte que uno acepta voluntariamente la responsabilidad, la vulnerabilidad, la ansiedad y el dolor, y lo sigue haciendo una y otra vez? ¿Qué tipo de amor mortal nos hace sentir, después de tener a un hijo, que nuestra vida jamás volverá a ser nuestra nuevamente?'.
El amor maternal tiene que ser divino. No hay otra explicación. Lo que las madres hacen es un elemento esencial de la obra de Cristo. El saber eso debería bastar para indicarnos que el efecto de ese amor oscilará entre lo insoportable y lo extraordinario, una y otra vez hasta que, cuando todo hijo en la tierra esté seguro y reciba la salvación, entonces, podamos decir con Jesús: ‘¡Padre! He acabado la obra que me diste que hiciese’.
Su naturaleza divina las coloca en un lugar cerca del cielo al participar directamente en el Plan de Salvación, al cuidar y educar a los hijos de Dios en el Evangelio y los principios eternos.
Me siento profundamente admirado y agradecido por la influencia divina de las mujeres en mi propia vida, y por su espíritu de servicio y amor sacrificados y entregados.
Por favor, madres, no se cansen de hacer lo bueno; el mundo las necesita, hoy más que nunca.

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