La niña cogió con todo cuidado a la mariposa y la echó a volar.
Ya libre, la mariposa se convirtió en un hada que, agradecida, dijo a la niña:
– Quiero agradecerte tu favor. Pídeme el deseo que más quieras, que te lo concederé. Dime cuál es tu mayor deseo.
La niña le dijo con sinceridad:
– Quiero ser feliz. Indícame cuál es el camino de la felicidad.
La hada se lo susurró al oído, y se fue volando.
Desde ese momento la niña empezó a ser otra, siempre
estaba feliz. Nadie en el pueblo era tan feliz como aquella niña. La gente
empezó a interesarse, y curiosa le preguntaba continuamente por el secreto.
Pero la niña evadía siempre la respuesta diciendo que eran un secreto, el
secreto del hada. Así llegó a anciana y seguía siendo la mujer más feliz del pueblo,
una viejecita realmente feliz, y eso que en su vida, como en la de las demás
gentes, no faltaron dificultades.
Temerosos de que muriera y se llevara el secreto a
la tumba, las gentes del pueblo le insistían más que nunca que les dijese el
secreto. Al fin, un día, la viejecita, sonriendo, accedió a descubrírselo. Y
les dijo:
– Lo que el hada me susurró es muy sencillo; pero
para mí ha sido, a lo largo de toda mi vida, el secreto de mi felicidad. Y les
dijo: Aunque las personas parezcan que no necesitan de nadie, no lo creas.
Todos te necesitan… Yo he vivido siempre con la seguridad de que todos
necesitaban de mí; me he dado a ellos, y eso me ha hecho feliz.
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