A tus amigos,
Señor, les ocurrió lo mismo
que nos
sucede a nosotros cuando oramos.
Siempre que
pasamos un rato contigo
comentamos
lo bien que nos dejas,
cuánto nos
sanas por dentro, cómo nos energizas la vida…
Después
viene el trajín de cada día y no volvemos a acordarnos,
te olvidamos
enseguida,
te
traspapelamos en los agobios, en el trabajo,
mientras
seguimos recordando nostálgicos,
¡qué bien se
estaba contigo!
Nos
organizamos la vida dejando para ti las sobras del reloj.
Vivimos
agitados, nos ocupan mil cosas
y para un
rato que tenemos de descanso…
la tele te
gana la partida; una película nos distrae,
un libro nos
reclama, tenemos pendiente una llamada.
Y sentarnos
a tu lado, hablar un poco contigo lo vamos dejando,
aunque
estamos convencidos del bien que nos hace,
Subiste con
tus amigos a una montaña alta y apartada,
nosotros
tenemos que proponernos buscar el lugar y el momento adecuado.
Cuando estamos
contigo a solas,
cuando
hacemos silencio, cuando nos ponemos a tu escucha
nos ocurre
lo mismo que a Pedro, a Santiago y a Juan,
que nos
cambias del todo,
sentimos que
nuestra vida se transfigura
porque tú
nos pones en contacto con lo mejor de nosotros mismos,
tú nos
descansas del trajín cotidiano,
nos impulsas
a perdonar, nos reconcilias con nosotros mismos,
nos haces
los protagonistas de nuestra historia y nos llenas de tu amor.
Así, de esa
manera, podemos con todo y la vida contigo se vuelve una fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario