sábado, 12 de octubre de 2019

El leñador


Un hombre demandó a un leñador. Demandante y demandado se presentaron ante el juez. El demandante dijo.
‑ Señoría, demando a este leñador porque, después de vender toda la leña cortada en una jornada, no quiere darme la parte que me corresponde.
‑ Pero si él es quien ha cortado la leña -repuso el juez sorprendido-, ¿qué es lo que has hecho tú para que deba entregarte parte del dinero?
‑ Yo le he animado con mis gritos de aliento -explicó el demandante-. Mis gritos le han estimulado para cortar más leña de la habitual, y, por tanto, ha conseguido más dinero.
El juez se quedó pensativo. Unos instantes después sentenció:
‑ Es justo lo que reclama la parte demandante, leñador -dijo dirigiéndose a éste, que se había quedado estupefacto con las primeras conclusiones del juez-. Entrégame la bolsa con el dinero, pues voy a darle lo que le corresponde al demandante.
Una vez tuvo la bolsa de monedas en la mano, el juez la agitó vigorosamente, produciendo un buen ruido con las mismas. Después dijo:
‑ Ya te he pagado lo que te corresponde. El leñador recibió el sonido de tu voz y tú recibes el sonido del dinero.

Debido a la codicia, muchas personas tienden a aprovecharse de los demás, explotarles o robarles, dando la espalda al menor sentimiento de ética o virtud.

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