jueves, 6 de agosto de 2020

Las florecillas y Dios



Por ejemplo, una noche, mientras quería dejarme arrebatar por el sueño, jugueteando por entre mis cabellos y mis oídos, con susurros, mi ángel me soltó esto: “Las flores son cabellos de Dios”
Una tarde, concluido el mundo vegetal, que no tenía flores, mientras Dios (el Padre) caminaba pensativo (es un decir) en seres nuevos, Dios (el Hijo) trenzaba pequeños palitos entrecruzándolos y poniéndolos a contraluz del sol poniente, y Dios (el Espíritu) jugueteaba con las ramas de los olivos. De pronto sintieron que faltaba algo junto a la verde hierba y los árboles llenos de frutos.
Se sentaron. Jugueteaban con el sol (rojizo se veía ya), haciéndole cosquillas y riendo y tosiendo este (de ahí las mal llamadas “manchas solares”) llegaron miles y miles de ángeles, arcángeles, y serafines y querubines... formando una gran algarabía e intentando alcanzar una pequeña mariposa que había escapado del pensamiento de Dios, pero que ya casi extenuada, no tenía donde parar. El Padre, le ofreció su cabeza, señalando con un dedo y allí se posó la mariposa. Todas las turbas celestiales se quedaron paralizadas y la Trinidad sonreía complacida.
Al instante, el cabello del que pendía la mariposa cayó al suelo con más velocidad de lo normal, por el peso de la mariposa, que sorprendida y cansada, no encontró la forma de volar. Y al caer el cabello a tierra, se convirtió en una bella flor. Miles de cabellos de Dios, soltaron miles de flores de todos los colores, tamaños, formas... y la hierba se encontró salpicada de miles de especies de flores; y como si hubiese recobrado la fuerza, la mariposa iba feliz de flor a flor.
Desde entonces, los ángeles persiguen mariposas para atraparlas, solo cuando vuelan. Cuando se posan sobre una flor, dejan de seguirlas y contemplan la belleza de los cabellos de Dios, y su pensamiento, hecho mariposa.
Aquella tarde terminó cuando un ángel cortó una flor y la puso sobre su cabeza, divinizándola. La risa de todos se convirtió en tormenta que apagó el sol, y la lluvia mojó y regó para siempre, los cabellos de Dios.

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